sábado, 22 de agosto de 2020

Entrevista a Paolo di Croce, secretario general de Slow Food “Esta crisis nos urge a cambiar el sistema alimentario”



Paolo di Croce. SLOW FOOD

Colas en los bancos de alimentos, jornaleros y trabajadores de mataderos explotados y contagiados, supermercados convertidos en servicios esenciales… y un nuevo interés por la cocina doméstica, cuatro kilos más de media por persona desde que comenzó el confinamiento y falta de harina y levadura en las tiendas. La pandemia de la covid ha puesto la alimentación, y la intersección entre placer y economía, en el centro de nuestras vidas. Esta tensión se encuentra en el corazón mismo de Slow Food, asociación que, desde 1986, promueve los principios de bondad, limpieza (ecología) y justicia social para nuestros alimentos. Slow Food no se entiende sin sus orígenes: sus fundadores, con el carismático Carlo Petrini a la cabeza, se formaron en la izquierda italiana militante, alegre y no resignada de los setenta y ochenta. Llevan desde entonces defendiendo que lo culinario no solo no está reñido con lo político, sino que es inseparable de ello. Paolo di Croce es su actual secretario general.

¿Qué ha supuesto la covid para los sistemas alimentarios?

Esta crisis ha puesto de relieve la centralidad de la alimentación en la vida de las personas. Y, tal y como ya sabíamos, pero ahora está claro para todos, la crisis sanitaria estaba destinada a convertirse también en una crisis alimentaria. Hay muchas personas que no pueden respetar las cuarentenas a riesgo de quedarse sin comer, y la situación está empeorando. El número de personas que pasan hambre se está incrementando en casi todo el mundo, pero hace años que veníamos advirtiendo de esto. Esta crisis nos urge a cambiar el sistema alimentario. Estamos en un momento histórico en el que tenemos que decidir cómo salimos de la situación. Una salida nos puede llevar a un escenario aún peor, con más colas a las puertas de los supermercados y bancos de alimentos, con gente que acumula productos no perecederos o con malas decisiones políticas para el medio ambiente, como, por ejemplo, servir todas las comidas escolares en porciones envasadas individualmente en plástico… Pero también tenemos la oportunidad de convertir nuestros sistemas alimentarios en algo mejor y más sostenible. La compra directa a los productores, las conexiones entre estos y los consumidores, todo eso se ha visto en todas partes del planeta. Han aumentado las ventas directas, se ha vuelto a los mercados de agricultores, y además ha aumentado el interés por el origen de la comida y el tiempo dedicado a cocinar… Así que también podemos salir de la pandemia dándole una mayor importancia a los sistemas alimentarios. Ahí está el reto. Esperamos que tanto gobiernos como empresas deriven hacia sistemas verdaderamente más sostenibles, y no sólo a modo de estrategia de marketing, que es lo único que están haciendo ahora.

Defendemos que la comida debe ser buena, organolépticamente; limpia, es decir libre de pesticidas, no tóxica para el medio ambiente; y justa socialmente

¿Cómo lograr que la industria alimentaria cambie? No parece tener demasiados incentivos a ello…

Existen varias maneras. Una de ellas, que es en la que centramos nuestra estrategia, es crear más conciencia entre los consumidores. Hoy los consumidores por desgracia no tienen verdadera libertad de elección. Van al supermercado, no leen las etiquetas, cuando llegan a la tienda sus decisiones ya han sido guiadas por la publicidad y los mensajes de las grandes industrias, así que el primer reto está en crear mayor conciencia para que así los consumidores cambien sus comportamientos. Para ello hay que dar mayor acceso a la información. Por otra parte, es importante que los políticos legislen para crear sistemas alimentarios más justos. En Europa estamos en un momento histórico, con el programa Farm to Fork, en el marco del New Green Deal. En teoría, existen muchas oportunidades, pero tendremos que ver si en la práctica desembocan en algo concreto. Por eso es importante que dediquemos esfuerzos a hacer presión sobre los políticos.

Pero la PAC, la política agraria común, se ha destinado a subvencionar a los grandes negocios…

Sí, ha sido muy mala y está en manos de las grandes corporaciones; el último reparto no fue en absoluto positivo. Tenemos las expectativas puestas en el New Green Deal, y en esta Comisión Europea. Esperamos que la crisis de la covid no frene las mejoras que lanzó con sus planes. Pero existe ese peligro, porque hay empresas y gobiernos miopes que pueden intentar borrar el interés por la crisis climática. Y no podemos olvidarnos de ella, ni olvidar que la producción industrial de comida es una de las principales causas de esta crisis.. La solución no la darán las grandes empresas ni los monopolios, ni las grandes distribuidoras. La solución no pasa porque Amazon te mande la comida desde la otra punta del planeta. No lo es para las personas, ni lo es para el medio ambiente, ni para tener un sistema justo. Es el momento de que seamos aún más activistas.

Una de las críticas a Slow Food es que se había vuelto un movimiento poco político, que se ha centrado más en el aspecto lúdico o divulgativo de la comida que en la justicia social ¿Esto realmente es así? ¿Están cambiando su planteamiento?

Por desgracia en algunos lugares se nos percibe así, y eso tiene mucho que ver con la percepción errónea de que la buena comida solo pueden permitírsela los ricos. Nosotros defendemos justo lo contrario: defendemos que la comida debe ser buena, organolépticamente; limpia, es decir libre de pesticidas, no tóxica para el medio ambiente; y justa socialmente para todo el mundo. Estamos presentes en 160 países, y en muchos sitios se nos ve como el movimiento político que somos. Somos activistas, queremos tener un impacto, y luchar contra la percepción de que comer bien es un lujo. No debería serlo. Nuestro presente, y sobre todo, nuestro futuro es ser más combativos con esto. Trabajamos en muchos proyectos a escala local, con más de 3.000 comunidades, en un proceso algo lento en el que estas se organizan para defender nuestro objetivos estratégicos: educar a las personas, defender la biodiversidad y practicar el activismo. Queremos que todos nuestros grupos locales intenten hablar con sus respectivos alcaldes, que hablen en las escuelas, que promuevan cambios a escala local. Y a escala global, estamos intentando llegar más a los gobiernos. Hace tres años, por ejemplo, abrimos nuestra oficina de Bruselas para intentar tener mayor peso en los debates de la Unión Europea.

La otra gran crítica que se suele hacer a Slow Food es que su modelo no es escalable, que no se podría alimentar a todo el mundo sin el concurso de las grandes empresas alimentarias…

Eso directamente es mentira. Podría dar muchas argumentaciones, pero déjeme dar solo una: no necesitamos más comida para alimentar al planeta, el problema es la distribución y el sistema. Los datos de la ONU, no de Slow Food, indican que actualmente producimos suficiente comida para alimentar a doce billones de personas, cuando somos siete. En Europa, el problema está en el desperdicio de comida, el 40% de lo que producimos termina en la basura. El objetivo no es producir más, ni inventarse métodos inútiles como los organismos genéticamente modificados para poder producir más; la cuestión es cambiar el sistema para que todo cambie. ¡Sí, incluso, comemos demasiado! ¡En Europa y Estados Unidos, comemos mucho y mal, la comida nos pone enfermos por una mala dieta! ¿La solución a eso es producir aún más comida? Mentira.

¿Le ha sorprendido la expansión de la covid en mataderos y explotaciones hortofrutícolas?

En absoluto. En los grandes mataderos los trabajadores están en condiciones inhumanas. No se debería permitir que estos sitios siguieran abiertos trabajando así, ni por los animales, ni por las personas. Ahora nos encontramos con una crisis sanitaria, pero ¿cuántos escándalos alimentarios llevamos ya en estas industrias que producen productos alimentarios que, en realidad, no son comida? Es otra prueba de que el complejo agroalimentario industrial no es sostenible y es peligroso. Y en cuanto a los trabajadores, tenemos un problema enorme en Europa con la inmigración: la industria alimentaria sobrevive gracias a los migrantes y ¿luego los rechazamos? Quizás en España sea distinto, pero en Italia el gobierno era incapaz de reconocer que nuestra industria alimentaria se sustenta en el trabajo de los migrantes, así que tenemos que poner en el centro de nuestra acción el “justo” de nuestro “bueno, limpio y justo”. Y la justicia también pasa por garantizar los derechos de los trabajadores del sector.

¿Hemos vivido una ola de “sustainability-washing”? Todo el mundo parece querer apuntarse a lo artesano, al kilómetro cero, ahora…

Desde luego que sí. Ahora todo el mundo se describe como “sostenible”, la sostenibilidad sale en todo los anuncios. Una de las palabras clave para nosotros es “comunidad”, decimos que somos una organización basada en la comunidad, que somos una red de comunidades, llevamos veinte años diciendo esto, y durante la covid bancos, aseguradoras y supermercados comenzaron a usar la palabra en los anuncios. ¡Es puro greenwashing! Y todos los políticos utilizan la palabra sostenibilidad un mínimo de diez veces en cada discurso. Pero si rascas no hay nada debajo, no hacen nada por la sostenibilidad. Tenemos que hacer mucho trabajo para que se separe bien el grano de la paja, y vuelvo a lo que le decía antes sobre crear más información y ofrecerla bien. ¡Ahora nos venden que todo es local y artesano, y no es verdad! Pero si no cambia la mentalidad de los consumidores, si no nos informamos mejor, el mercado nos seguirá engañando.

Los datos de la ONU, no de Slow Food, indican que actualmente producimos suficiente comida para alimentar a doce billones de personas, cuando somos siete

Aquí los grandes chefs hablan a menudo de la sostenibilidad, pero muchos tienen sus restaurantes funcionando a base de stagiers. ¿Ha percibido un cambio en este sentido?

Sí, creo que estamos viendo un cambio en todo el mundo en el que vemos más interés por los ingredientes en bruto, por lo local. En Latinoamérica están pasando muchas cosas en ese sentido, pero en todas partes el problema con los trabajadores de hostelería es el mismo que con los trabajadores del campo, y quizás incluso peor cuando hablamos de los derechos de los migrantes en algunos sitios. Si pensamos en lo que pasa en Estados Unidos, allí, por ejemplo, se vende mucho la idea de la “California sostenible”, cuando sus restaurantes están operados por migrantes mexicanos que apenas ganan unos dólares al día en condiciones terribles. No basta con que esos restaurantes sean orgánicos y verdes si falla todo lo demás.

Si sólo pudiera cambiar una cosa del sistema alimentario, ¿cuál sería?

Me gustaría que la gente pensara en lo que come. Creo que es el cambio más importante. Cuando compramos un móvil, nos interesan las características tecnológicas, y en cambio en el súper nos preocupa solo el precio. Tenemos que comenzar a pensar en el valor de la comida, en la importancia de lo que comemos. Convirtamos la comida en una prioridad de nuestras vidas y las de nuestras familias. Siempre pongo el mismo ejemplo: el día en que uno es consciente de cómo se produce un Big Mac y de qué consecuencias tiene su producción en nuestras vidas, en el planeta y en las de los animales, la gente deja de tomarlos. Pero si no se piensa en ello, no hay cambio posible.

¿Se ha producido cierto populismo alimentario en los últimos treinta años?

Por un lado se ha progresado mucho, porque cada vez hay más gente interesada en nuestros objetivos y nuestra filosofía, a finales de los ochenta no le interesábamos a nadie, parecíamos anacrónicos. Ahora en cambio pasa lo contrario; vemos cómo el mercado usa nuestros valores para hacerse los “cool”. Sí, la situación está mejor ahora, pero por desgracia ahora nos queda menos tiempo: el planeta, o no, mejor dicho, el ser humano está en peligro. Nos quedan treinta años para enderezar la situación, y si no lo hacemos se acabó todo. Dicho lo cual, estamos en mejor posición que entonces para afrontar esta lucha.

Mar Calpena es periodista.

Fuente: https://ctxt.es/es/20200801/Politica/33135/Mar-Calpena-entrevista-Paolo-di-Croce-alimentacion-covid-slow-food.htm


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Hace dos años empezamos las huelgas estudiantiles por el clima y el mundo continúa en su negacionismo

Las activistas estudiantiles por el clima Greta Thunberg, Luisa Neubauer, Anuna De Wever y Adélaïde Charlier aseguran en esta columna que las autoridades han perdido otros dos años en la lucha contra la emergencia climática desde que comenzaron sus movilizaciones

Hace dos años empezamos las huelgas estudiantiles por el clima y ...

Benjamin Wagner junto a Greta Thunberg en agosto de 2018. (Mårten Thorslund)

Este jueves 20 de agosto se ha cumplido el segundo aniversario de la primera huelga estudiantil contra el cambio climático. En retrospectiva, han pasado muchas cosas. Millones de personas han tomado las calles para unirse a una lucha por el clima y la justicia ambiental que empezó hace décadas. Y el 28 de noviembre de 2019, el Parlamento Europeo declaró una «emergencia climática y medioambiental».

A pesar de estos avances, lo cierto es que en estos dos años el mundo ha emitido más de 80 gigatoneladas de CO2. A lo largo y ancho del mundo se han producido continuos desastres naturales: incendios, olas de calor, inundaciones, huracanes, tormentas, desaparición del permafrost y colapso de glaciares y ecosistemas enteros. Se han perdido muchas vidas y medios de subsistencia. Y esto es sólo el comienzo.

En la actualidad, los líderes de todo el mundo hablan de una «crisis existencial». La emergencia climática se discute en innumerables foros de debate y cumbres. Se alcanzan compromisos, se pronuncian discursos grandilocuentes. Sin embargo, cuando se trata de actuar, todavía estamos en una fase de negación. La crisis climática y ecológica nunca ha sido tratada como una crisis. La brecha entre lo que tenemos que hacer y lo que realmente se está haciendo crece cada minuto: de hecho, la pasividad política nos ha llevado a perder dos años más.

El mes pasado, justo antes de la cumbre del Consejo Europeo, publicamos una carta abierta con peticiones concretas a los líderes de la UE y del resto del mundo. Desde entonces, más de 125.000 personas han firmado esta carta.

Europa tiene la responsabilidad de actuar. La UE y el Reino Unido son responsables del 22% de las emisiones mundiales históricas acumuladas, una cifra solo superada por Estados Unidos. Es inmoral que los países que menos han hecho para causar el problema sean los primeros en sufrir las peores consecuencias. La UE debe actuar ahora, ya que este es el compromiso que asumió en el Acuerdo de París.

Entre nuestras peticiones se incluye la de frenar todas las inversiones y subvenciones al sector de los combustibles fósiles, así como despojarse de los mismos, hacer del ecocidio un crimen internacional, diseñar políticas que protejan a los trabajadores y a los más vulnerables, salvaguardar la democracia y establecer cuotas de emisiones de carbono anuales y vinculantes basadas en la mejor información científica disponible.

Entendemos que el mundo es complicado y que lo que pedimos puede no ser fácil o puede parecer poco realista. Pero lo cierto es que todavía está menos conectado con la realidad el creer que nuestras sociedades serán capaces de sobrevivir al calentamiento global al que nos dirigimos, así como a otras consecuencias ecológicas desastrosas. Inevitablemente vamos a tener que cambiar de forma fundamental de una manera u otra. La pregunta es quien impondrá las condiciones de esos cambios: la naturaleza o nosotros.

En el acuerdo de París, los líderes mundiales se comprometieron a mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de los 2 grados y aspiraban a no sobrepasar los 1,5 grados. Nuestras peticiones son una constatación de lo que significa asumir este compromiso. Sin embargo, son un acuerdo de mínimos si queremos cumplir los compromisos adquiridos.

Así que si los líderes no están dispuestos a atender a nuestras peticiones, tendrán que empezar a explicar por qué están dando la espalda al Acuerdo de París, a sus promesas y a las personas que viven en las zonas más afectadas por la emergencia climática. Tendrán que explicar por qué están dando la espalda a la posibilidad de ofrecer un futuro seguro a sus hijos. Renuncian sin siquiera intentarlo.

La ciencia no le dice a nadie lo que tiene que hacer, simplemente recaba y presenta información verificada. Depende de nosotros analizar esta información y sacar conclusiones. Al leer el informe SR1.5 del IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) y el informe sobre la brecha de emisiones del PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medioambiente), así como lo que los líderes han firmado en el acuerdo de París, se ve que la crisis climática y ecológica ya no se puede abordar desde el marco actual. Incluso un niño puede darse cuenta de que las políticas no encajan con la evidencia científica disponible.

Tenemos que poner fin a la actual destrucción y explotación de nuestros sistemas de soporte vital y avanzar hacia una economía libre en carbono que se centre en el bienestar de todas las personas, la promoción de la democracia y la defensa del mundo natural.

Si queremos tener la oportunidad de mantener el aumento de la temperatura por debajo de 1,5 grados, nuestras emisiones deben comenzar a reducirse rápidamente hacia cero y luego a cifras negativas. Es una realidad. Y como no tenemos todas las soluciones técnicas que necesitamos para lograrlo, tenemos que trabajar con lo que sí está a nuestro alcance. Y esto tiene que incluir dejar de hacer ciertas cosas. Esto también es una realidad. Sin embargo, es un hecho que la mayoría de la gente se niega a aceptar. Sólo pensar en estar en una crisis de la que no podemos comprar, construir o buscar una manera de sortear el problema crea algún tipo de cortocircuito mental colectivo.

Esta mezcla de ignorancia, negación e inconsciencia es la esencia del problema. Ante esta realidad, podemos organizar tantas reuniones y conferencias sobre el cambio climático como queramos. No conducirán a un cambio significativo, porque no se vislumbra la voluntad de actuar y la toma de conciencia colectiva necesaria. El futuro todavía está en nuestras manos. Pero el tiempo se desliza con rapidez y se nos escapa de las manos. Todavía podemos evitar las peores consecuencias. Pero para hacerlo, tenemos que afrontar la emergencia climática y cambiar nuestra forma de actuar. Y esa es la incómoda verdad de la que no podemos escapar.

Greta Thunberg es una activista sueca de 17 años que lucha contra el cambio climático. Este artículo fue escrito conjuntamente con las jóvenes activistas Luisa Neubauer de Alemania, Anuna de Wever de Bélgica, y Adélaïde Charlier de Bélgica. @GretaThunberg

Traducido por Emma Reverter

Fuente: https://www.eldiario.es/internacional/theguardian/anos-empezamos-huelgas-estudiantiles-clima-mundo-continua-negacionismo_129_6172073.html


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Los cinco elementos (IV): Fuego

Puede asfixiar en lugar de inspirar, devorar en lugar de alimentar. La diferencia es solo una cuestión de prioridades, límites, escalas y poder


LOS ELEMENTOS ▷ ◁

Llamamos fuego a la oxidación rápida y violenta de un material. Libera luz y calor. Para que haya fuego es preciso que haya combustible, calor y oxígeno.

El sol es la fuente de luz y calor  natural, pero ya hablaremos del sol en otro momento. El fuego también da luz y calor. En la naturaleza surge de forma esporádica. Su origen está en los rayos, la lava, las cenizas de los volcanes o la acción directa del Sol.

El fuego natural es una de las fuerzas motoras para la evolución de las plantas y el desarrollo de la vegetación en algunos ecosistemas. Hay semillas que duermen en el suelo hasta que el fuego las hace germinar y comunidades arbustivas que se desprenden de sus residuos cada cierto tiempo a través del fuego.

Los homínidos utilizaron conscientemente el fuego desde hace 400.000 años. Al principio recolectaban brasas que recogían de los incendios provocados por rayos. Conservaban el fuego añadiendo palitos constantemente. El fuego calentaba, ahuyentaba a los depredadores, hacía comestibles alimentos difícilmente digeribles en crudo y endurecía herramientas y armas.

Hace 10.000 años, los seres humanos se emanciparon de los rayos y aprendieron a encender y controlar el fuego. Un poco más tarde aprendieron a hacerle más vivo insuflándole oxígeno con fuelles. Cada vez más deprisa, fueron apareciendo los hornos, las forjas, las fundiciones, las centrales térmicas y nucleares… Creo que se puede decir de una forma rigurosa que las revoluciones científica y tecnológica tienen su origen en la capacidad de obtener fuego a voluntad y controlar la combustión.

La relación entre humanos y fuego es también la historia de la energía, la de los bosques y la tierra. Annie Proulx narra magistralmente en El bosque infinito cómo sería el relato de los últimos trescientos años si la contaran los árboles. Cuando los árboles no fueron bastante, les tocó el turno a los bosques enterrados cientos de millones de años antes. El trabajo acumulado, en este caso de la naturaleza, en forma de petróleo o carbón, fue el motor que posibilitó la acumulación del capital y la irrupción humana –de algunas sociedades humanas– a escala masiva y planetaria en el paisaje y en los equilibrios y ciclos naturales.

El manejo del fuego constituye un tema central de numerosas mitologías. En todas ellas se resalta su papel vital y a la vez letal, transformador y también destructor.

Hestia es la diosa griega vinculada al fuego en los hogares. Proporciona luz, calor, cocina y protección. No solo era responsable del fuego del hogar –la palabra ‘fuego’ procede del latín focus, que derivó en fogón, fogata y hogar–, sino también del fuego público, símbolo de la protección, cuidado, calor, abrigo, alimento y luz en la ciudad.

Es hija de Cronos y Rea y hermana de Zeus. A pesar de ser una de las principales diosas de la religión griega pocas veces aparece en los relatos mitológicos. Se cuenta que no toma posición en combates y guerras. Formaba parte del consejo de los doce dioses pero cedió su lugar a Dionisio para que no la liase parda dándose codazos con los otros dioses y diosas para conseguir el sillón. Nunca se metía en las disputas entre los dioses y los hombres. Parece que Homero nunca habló de ella. Era una diosa pacífica e invisible.

Teodora, que ya murió, se crió en un pueblo al que no llegó la electricidad hasta los 70. Contaba que lo primero que hacía su madre al levantarse era atizar los rescoldos del día anterior y reavivar el fuego. Después, iba sacando brasas y las colocaba al lado, en la horna, un hoyo de la chimenea. Allí ponía el cocido –la comida de todos los días– que se iba haciendo lentamente mientras trabajaba como una mula en el resto de las tareas, en la casa y en el campo. La madre le enseñaba a Teodora cómo había que hacer para criar brasas. También era una mujer invisible. No conozco ni su nombre.

Criar las brasas. Una buena manera de llamar a esa tarea cíclica, cotidiana, inacabable que sostiene la civilización y la política de las vidas concretas. Una tarea invisible que no se puede dejar de hacer.

El fuego puede asfixiar en lugar de inspirar, devorar en lugar de alimentar. La diferencia es solo una cuestión de prioridades, límites, escalas y poder. Y estos los marcan quienes se adueñan y del trabajo de las invisibles.

Prometeo robó el fuego a Hefesto, el dios herrero que fabricaba las armas de los dioses, y se lo regaló a los humanos. Vio que todos los animales estaban equipados con plumas, pelo, garras o picos, y los seres humanos eran frágiles, vulnerables y estaban desnudos. Les enseñó a controlarlo y a manejarlo y les preparó para enfrentarse a los animales y la naturaleza hostil. Les capacitó para declarar la guerra a los dioses y los límites que imponían.

No lo supieron usar bien. A pesar de que Zeus estaba enfadadísimo con Prometeo, se compadeció al ver el caos destructivo en el que se habían metido los humanos manejando el fuego sin sabiduría, y envió a Hermes, el dios mensajero, con dos virtudes políticas, aidos y diké, para que se pudiesen organizar sin matarse entre ellosZeus le indicó a su mensajero que les diese de su parte una ley: “Que a quien no sea capaz de participar de aidos y diké, lo expulsen como una enfermedad de la ciudad”.

Aidos es la humildad, el pudor, la consciencia de vulnerabilidad y dependencia, el respeto. Díke es el sentido recto de la justicia. Consciencia de vulnerabilidad, inmanencia, de necesitarse unos a otros, y justicia fue lo que Zeus dio a los seres humanos para que no se autodestruyeran.

A la distancia que separa a Hestia y a quienes crían las brasas de los guerreros y mercaderes del fuego podemos llamarla patriarcado.

Al abismo que separa el fuego que protege, cuida, alimenta, abriga, calienta e ilumina, del fuego que extrae, reseca, agota, contamina y mata, podemos llamarlo capitalismo, colonialismo, explotación y ecocidio. Aunque algunos lo llaman progreso.

Llamamos incendio a un fuego no controlado que puede abrasar algo que no estaba destinado a quemarse. La economía mundializada, desigual y sin límites es un incendio. Por donde pasa –mina, macrogranja porcina, megaurbanización o macrocompejo turístico– no vuelve a crecer la hierba. No tiene como prioridad cuidar, proteger y honrar la vida. Destruye lo pequeño, lo local y aliena toda forma de existencia. Según va extendiéndose, expulsa más trozos de vida.

Una parte pequeña de la población usa el fuego contra el resto de la vida. La guerra ya no es una continuación de la política por otros medios. La forma de producir, de consumir, informar y de vivir es, de facto, una guerra violenta.

Incendios

En los últimos cincuenta años, la temporada de incendios de Estados Unidos se ha hecho dos meses y medio más larga. Los diez años con más fuegos registrados han transcurrido a partir de 2000.

En 2017, ardió en Groenlandia una superficie diez veces mayor que en 2014; en Suecia en 2018 ardieron los bosques del círculo ártico y hubo un enorme incendio en la frontera entre Rusia y Finlandia.

En Australia, en 2019 murieron veintiséis personas y mil millones de animales, sin contar insectos, ranas, peces, murciélagos o invertebrados. Miles de personas tuvieron que abandonar sus casas y ser evacuadas. Son expulsadas y migrantes climáticas del mundo rico.

En 2018 noventa y nueve personas murieron en los incendios de Grecia de 2018. Veintiséis de ellas murieron abrazadas en Mati. Tan solo les faltaban treinta metros para llegar al mar pero no les dio tiempo. Alcanzadas por las llamas solo pudieron poner a las criaturas en el centro y abrazarse alrededor de ellas.

O que arde nos llevó al corazón de esa tierra de roble sólido y de eucaliptos pirófilos, una tierra verde y, a la vez, abrasada. Galicia. Dicen que Galicia no arde, que la queman. Benedicta era la madre que mantenía el fuego del hogar, el huerto, las vacas, el bosque y al hijo que volvía de la cárcel. Benedicta echaba palitos para mantener toda una forma de vida que desaparece, que está amenazada.  Hay más cosas que arden sin que tengan arder.

El fuego ha borrado la memoria de lugares y paisajes. Los libros, el arte y los registros de muchas culturas han sido arrojadas –y lo son aún– a las llamas. Miles de mujeres –ni siquiera las han contado– fueron quemadas en tribunales civiles y religiosos acusadas de brujas, un feminicidio masivo que tuvo el visto bueno de algunos de los pensadores modernos. Los crematorios nazis, el Ku-Klux Klan, los incendios en los asentamientos de inmigrantes en Lepe, los barrios gitanos de Nápoles, los templos e iglesias de diferentes confesiones… La casa de la anciana de Reus sin nombre, a la que habían cortado la electricidad, que ardió, con ella dentro, al incendiarse su colchón con la vela que le daba luz.

Fuego - Wikipedia, la enciclopedia libre

Incendios. Fuegos que aniquilan vidas que no tenían que arder.

La guerra más terrible es un incendio lanzado desde el cielo.

Santiago Alba Rico en Ser o no ser (un cuerpo) recoge la descripción que hace Bob Caron, artillero de cola del Enola Gay –el B-29 que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima: “Una columna de humo asciende rápidamente. Su centro muestra un terrible color rojo. Todo es pura turbulencia. Los incendios se extienden por todas partes como llamas que surgiesen de un enorme lecho de brasas. Comienzo a contar los incendios: uno, dos, tres cuatro, cinco seis, catorce, quince,… es imposible. Son demasiados para poder contarlos. Aquí llega la forma de hongo de la que nos había hablado el capital Parsons. Es como una masa de melaza burbujeante. El hongo se extiende. Crece más y más. Está casi a nuestro nivel y sigue ascendiendo. Es muy negro pero muestra cierto tinte violáceo muy extraño. La base del hongo se parece a una densa niebla atravesada por un lanzallamas. La ciudad debe estar debajo de todo eso”.

Sí. La ciudad estaba debajo.

En el momento de la explosión, dice Rafael Poch: “Se creó una bola de fuego de centenares de miles de grados centígrados. Entre tres y diez segundos después de la explosión, esa enorme emisión de calor quemó y destrozó los órganos internos de quienes estuvieron expuestos a ella en el radio de un kilómetro.  La onda expansiva de la explosión fue devastadora. Generó un huracán de 120 kilómetros por segundo que llegó hasta once kilómetros de distancia. La onda desnudó a la gente, arrancó las tiras de su piel quemada, fracturó los órganos internos de algunas víctimas y clavó en sus cuerpos fragmentos de vidrios y otros escombros. En un radio de tres kilómetros, el 90% de los edificios fueron completamente destruidos o se desmoronaron”.

Bien entendida, la política es el cuidado de la gente y de lo común que inevitablemente les une. Pero hay quien encuentra humana y bella la guerra.

Marinetti, el poeta que inspiró a Mussolini escribió en 1909 el Manifiesto Futurista: “Queremos cantar el amor al peligro y a la temeridad; afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido con una nueva belleza, la belleza de la velocidad. Un coche de carreras con su capó adornado con gruesos tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo… un automóvil rugiente, es más bello que la Victoria de Samotracia; queremos ensalzar al hombre que lleva el volante, cuya lanza ideal atraviesa la tierra; queremos glorificar la guerra –única higiene del mundo– el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las bellas ideas por las cuales se muere y el desprecio de la mujer; queremos destruir los museos, las bibliotecas, las academias de todo tipo, y combatir contra el moralismo, el feminismo y contra toda vileza oportunista y utilitarias; cantaremos al vibrante fervor nocturno de las minas y de las canteras, incendiados por violentas lunas eléctricas; a las estaciones ávidas, devoradoras de serpientes que humean; a las fábricas suspendidas de las nubes por los retorcidos hilos de sus humos; a los puentes semejantes a gimnastas gigantes que husmean el horizonte, y a las locomotoras de pecho amplio, que patalean sobre los rieles, como enormes caballos de acero embridados con tubos, y al vuelo resbaloso de los aeroplanos, cuya hélice flamea al viento como una bandera y parece aplaudir sobre una masa entusiasta. Es desde Italia que lanzamos al mundo este nuestro manifiesto de violencia arrolladora e incendiaria”.

A comienzos de 1991, el comandante de un ala de cazabombarderos norteamericanos a su regreso del ataque contra la capital iraquí declaraba: “Era tremendo, Bagdad estaba iluminada como un árbol de Navidad. No se me acababa la adrenalina. Eran muchísimas las bombas que explotaban. Ha sido un despliegue inmenso”. El capitán Stephen Tate, piloto de un F-15, describía así el momento de derribar un avión enemigo a cuarenta kilómetros: “Se convirtió en una gran bola de fuego. Fue muy excitante. Me sentí muy bien. Nunca había tenido esta experiencia”.


Así es cómo los cuatro elementos influyen en tu forma de ser

Guernica es la gran obra que representa el horror ante la muerte industrial.

Manuel Borja Villel y Rosario Peiró abordan la cuestión del fuego caído desde el aire de una forma, a mi juicio, excepcional, en la introducción del libro que acompañó la exposición Piedad y terror en Picasso en el Museo Reina Sofía: “Guernica es el Calvario moderno, agonía de la ruinas de la ternura y la fe humanas. Es un gran espejo donde la historia moderna se descubre a sí misma en la máxima expresión de su derrota. Pero no es la derrota del Ejército Rojo o del bando republicano. Es la derrota del proyecto ilustrado. Guernica como testimonio de las pretensiones emancipadoras truncadas”.

Explican que en Guernica, Picasso muestra cómo la reproducción de la vida humana queda expuesta a una amenaza mortal. La escena del cuadro es un cuarto que se derrumba. Las víctimas civiles como protagonistas, las que están en tierra cuando llega el fuego lanzado desde arriba. Guernica es un cuadro de mujeres y animales. Las mujeres y los animales son víctimas por igual. Chillan, lloran y estallan en llamas.

El fuego de la acumulación y la guerra contra el fuego del hogar. En el cuadro de Picasso muere la vida, asesinada por esa máquina de fuego que no es producto de la razón y la ética hermanadas, sino de la barbarie.

Más de un millón de años para que los homínidos perdieran el miedo al fuego, medio millón más para aprender a encenderlo, miles de años para aprender a aplicarlo y controlarlo, unos decenios para que quienes creen tenerlo dominado lo quemen todo.

Denunciamos una racionalidad instrumental y contable, pirómana e incendiaria, que planifica, contabiliza y decide sin pisar la tierra, que desatiende y se despreocupa de lo que se quema por el camino.

Queremos, como dice Nathaniel Rich “llamar a las amenazas del futuro por su nombre; villanos a los villanos; héroes a los héroes, víctimas a las víctimas y cómplices a nosotras mismas”.

Queremos llamar política a la voluntad de alimentar hogueras que calientan, nutren, iluminan y protegen.

Queremos que salgan de la invisibilidad quienes las mantienen, que disputen el fuego a los parásitos que aprietan botones sin tener ni idea de las consecuencias que tiene su leve movimiento de dedo y también a los asesinos que los aprietan conociéndolas muy bien.

Queremos una ciencia y un conocimiento volcadas en aprender a usar el fuego con prudencia, cuidado y justicia.

Queremos compartir con otros y otras la primera línea, no de fuego, sino de vida.

Jorge Riechmann, uno que lleva decenios echando palitos a la hoguera, lo dice mucho mejor:

“Me atravesó la línea de fuego.

Se buscan desertores cotidianos

de las viejas normas, de las costumbres viejas.

Se buscan desertores de la violencia, del patriarcado, del cinismo.

De la resignación. Del juicio empedernido. Del aparejo de humillar

y del tibio hábito de ser humillado.

Del pesebre multivitamínico para animales mansos.

Se buscan profesionales de la fuga.

Así canto en voz baja

la perseverancia admirable del desertor

al criar a un niño, preparar la comida,

desplazarse en ciudad o buscar trabajo.

Canto contra mí mismo, tan cobarde

que no deserto prácticamente nunca.

Se buscan submarinistas menos duchos

en nadar guardando la ropa.

Se buscan profesionales de la fuga.

Me atravesó la línea de fuego.

Alumbradme, desertores de la muerte”

O hacer como los bebés que se tapan los ojos y se creen que nadie les ve, o desarrollar estrategias e iniciativas que derriben los muros de lo que, ahora mismo, se considera políticamente factible. Cualquier escala –la casa, el barrio, el pueblo, el sindicato, el museo, la escuela…–  es buena.

Podemos esperar a que el sufrimiento sea insoportable o anticipar, prevenir, autolimitarnos, defendernos y construir. Nadie espera a que el bebé que gatea meta los dedos en el enchufe y le dice luego que eso no se hace. Cuidar es velar para que lo que no tiene que arder, no arda.

Cuenta Galeano que “un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida. Y dijo que somos un mar de fueguitos. El mundo es eso – reveló–. Un montón de gente, un mar de fueguitos”.

Y es que la pasión política, el amor por la vida y por la gente, es también fuego.

Yayo Herrero es activista y ecofeminista. Antropóloga, ingeniera técnica agrícola y diplomada en Educación Social.

Fuente: https://ctxt.es/es/20200801/Firmas/33167/yayo-herrero-elementos-fuego-prometeo-incendios-politica.htm



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viernes, 21 de agosto de 2020

Comprender los beneficios de los humedales ayuda a comunidades a salvarlos


Sibonisiwe Hlanze es una de las 600 mujeres a las que se permite cosechar cañas del humedal de Lawuba, un municipio del pequeño país africano de Eswatini, el antiguo Suizilandia. Gracias a esta actividad gana lo suficiente para comprar insumos agrícolas. Foto: Mantoe Phakathi / IPS

Sibonisiwe Hlanze es una de las 600 mujeres a las que se permite cosechar cañas del humedal de Lawuba, un municipio del pequeño país africano de Eswatini, el antiguo Suizilandia. Gracias a esta actividad gana lo suficiente para comprar insumos agrícolas. Foto: Mantoe Phakathi / IPS

LAWUBA, Eswatini, 10 ago 2020 (IPS) – A Sibonisiwe Hlanze, que vive en Lawuba, una especie de municipio del distrito de  Shiselweni, en Eswatini, se le ilumina el rostro cuando muestra su estera para dormir que ella misma elaboró con lo que describió como «la fibra nativa de más alta calidad».

Hlanze se enorgullece de que no pagó un centavo por la variedad de junco conocida localmente como “likhwane” (Cyperus latifolius), que usa para hacer esteras que vende a los comerciantes del epicentro económico de Eswatini, Manzini, y la ciudad más poblada,  por delante de Mbabane, la capital de este pequeño Estado del sudeste de África de apenas 1,4 millones de personas, antes conocido como Suazilandia.

Ella solo  tiene que caminar unos metros desde su casa hasta el humedal de Lawuba, donde recolecta la fibra durante la temporada de cosecha para hacerse con los juncos adecuados.

Aproximadamente 600 mujeres cosechan esta fibra en el humedal, en general desde temprano en la mañana hasta el mediodía, durante el mes de junio.

Hlanze cobra el equivalente a cinco dólares por cada estera. En una buena temporada, haría entre 15 y 20 de ellas, lo que supone entre 85 y 114 dólares de ganancia.

«Pero ahora prefiero cosechar y vender solo la fibra cruda porque ya no tengo mucho tiempo para hacer las esteras», explicó Hlanze a IPS. Ella gana el equivalente a 11 dólares por un paquete del junco, utilizado para confeccionar artículos de artesanía como tapetes y cestas. La temporada que acaba de pasar cosechó para 10 paquetes.

«Algunas mujeres prefieren comprar la fibra en lugar de ir al humedal a arrancarla ellas mismas porque les resulta tedioso», detalló Hlanze. «El humedal nos ha proporcionado a mí ya otras mujeres una fuente de ingresos porque estamos desempleadas», detalló.

Son ingresos estacionales que Hlanze utiliza para comprar insumos agrícolas, la principal actividad de la familia, que vive a orillas del humedal en Lawuba, una de las 14 demarcaciones de Shiselweni, a su vez una de los cuatro distritos (regiones) en que se divide este país de poco más de 17 300 kilómetros cuadrados, el más al sur y colindante con Sudáfrica.

Nkhositsini Dlamini, la secretaria del humedal de Lawuba, está de acuerdo con Hlanze y agrega que en la última temporada ganó unos 1310 dólares, elaborando esteras con la fibra que cosechó en el humedal.

Vende su artesanía en la ciudad sudafricana de Johannesburgo,  a un precio superior que en Eswatini. Por las esterillas le pagan 17 dólares allí. «A mi hijo le admitieron en la universidad pero no obtuvo una beca», dijo Dlamini a IPS, así que “usé ese dinero para pagar las cuotas de admisión”.

Además de las plantas de fibra como likhwane o la variedad del junco “inchoboza” (Cyperus articulate) y la herbácea umtsala (Miscanthus capensis), que se utilizan para elaborar artesanías, el humedal de 21 hectáreas es rico en plantas medicinales autóctonas, que son muy apreciadas para curar diferentes dolencias.

Además, la comunidad se beneficia con el agua que extrae del humedad para un abrevadero para el ganado y para el riego de las huertas.

Dlamini contó que no todo ha sido tan positivo en tiempos recientes con este cuerpo de agua como ahora. Durante mucho tiempo el humedal se fue degradando, porque el ganado pastaba sin control en él y las mujeres locales sobreexplotaban las diferentes plantas fibrosas. Así que este mal manejo estaba matando la capacidad de almacenar el agua.

«La cantidad de fibra disponible en el humedal se redujo significativamente, sin mencionar la cantidad de ganado que solía morir después de quedar atrapado en el lodo», dijo Dlamini.

El estado del humedal preocupó al viceprimer ministro Themba Masuku, quien solicitó a la Autoridad de Medio Ambiente de Eswatini (AEMA) un plan para ayudar a la comunidad a protegerlo.

Masuku, quien también es residente de la zona, dijo que se decidió actuar cuando notó que el humedal había perdido algunas de sus plantas autóctonas, así como especies de su fauna nativa, como aves y serpientes, mientras que su inundable territorio se secaba a ojos vista.

«Este humedal alimenta al río Mhlathuze», explicó Masuku en una entrevista con IPS. «También es una fuente para un estanque de inmersión aguas abajo», añadió.

A través del Fondo Nacional para el Medio Ambiente, la AEMA proporcionó material para cercas a fin de evitar que el ganado pastara y bebiera del humedal.

La AEMA se asoció con la organización internacional World Vision, que proporcionó ayuda alimentaria a los residentes que construyeron la cerca en el marco del Programa de Alimentos por Trabajo. Esto sucedió luego que la AEMA educó a la comunidad sobre los beneficios del humedal para sus vidas.

La construcción de la valla de protección se realizó en 2010 y 2011.

De hecho, la AEMA ha protegido ya 12 humedales, especialmente importantes en un país sin salida al mar, utilizando el mismo Fondo.

«Una vez que la gente conoce y ve los beneficios de conservar el ambiente, sus actitudes y su comportamiento cambian», dijo la ecóloga de la AEMA, Nana Matsebula.

Esto fue corroborado por un estudio realizado por una estudiante de la Universidad de Pretoria, Linda Siphiwo Mahlalela, titulado “La valoración económica y la renta de los recursos naturales como herramientas para la conservación de los humedales en Swazilandia: el caso del humedal Lawuba”.

El estudio de la estudiante en la universidad sudafricana halló que hay suficiente evidencia para sugerir que los hogares en Lawuba tienen altos niveles de conocimiento sobre los beneficios de conservar el humedal y las amenazas que lo ponen en peligro.

También determinó que los pobladores tienen actitudes positivas hacia su conservación, ya que sus ingresos en buena parte dependen de su protección del hábitat.

Matsebula dijo que la comunidad también asume el valor cultural del humedal para el pueblo swati que se asienta en sus riberas.

«Una estera para dormir proviene de un humedal», dijo Matsebula. «Además de usarlo para dormir y sentarse, nadie en nuestra cultura es enterrado sin una estera para dormir».

La estera es también uno de los elementos importantes en las tradiciones nupciales.

Además del valor económico y cultural del humedal, dijo Matsebula, la comunidad también fue educada sobre los beneficios ecológicos. Estos incluyen actuar como un control de ilas nundaciones al absorber agua durante la lluvia, reponer el nivel freático y actuar como un depósito para una diversidad biológica.

«Los humedales también son importantes para la mitigación del cambio climático porque atrapan carbono hasta 50 veces más en comparación con los bosques», dijo, y agregó que “los humedales ocupan solo tres por ciento de la superficie terrestre total del mundo, sin embargo, contienen hasta un tercio del carbono total”.

Matsebula explicó que las comunidades ribereñas a este y otros humedales de Eswatini también comprenden ahora la diferencia entre preservación y conservación, que en el segundo caso promueve el uso y gestión sostenible de los recursos naturales, mientras en el primero proscribe su uso por completo.

«Se ha demostrado que cuando las personas se dan cuenta de los beneficios del ambiente, es más probable que lo protejan», dijo.

Pero una conciencia de las comunidades sobre la importancia del humedal de su entorno no basta y ahora se enfrentan a delincuentes que han comenzado a robar partes de la cerca que lo rodea.

El viceprimer ministro Masuku dijo que para que este humedal y otros estén adecuadamente protegidos, el gobierno debe hacerse cargo de su administración para que sea declarado un bien nacional. Si bien la comunidad seguirá teniendo la responsabilidad principal de protegerlo, el gobierno debe apoyar con su monitoreo y regulación.

«Necesitamos un compromiso político en la regulación de la recolección de fibra y la extracción de agua del humedal», dijo Masuku. «También necesitamos leyes rigurosas que garanticen que los delincuentes que roban las cercas que protegen los humedales sean castigados», añadió.

Mientras tanto, no hay permisos para que los visitantes accedan al lugar y los usuarios locales de los recursos naturales del humedal se autorregulan.

T: MF

Fuente: http://www.ipsnoticias.net/2020/08/comprender-los-beneficios-los-humedales-ayuda-comunidades-salvarlos/


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jueves, 20 de agosto de 2020

«La pandemia es un gran momento para cambiar el relato del campo»

Entrevista al periodista y escritor Gabi Martínez, autor del libro Un cambio de verdad: una vuelta a los orígenes en tierra de pastores



Un cambio de verdad: Una vuelta al origen en tierra de pastores by ...

Es invierno, y el periodista y escritor Gabi Martinez (Barcelona, 1971) decide instalarse al noreste de Badajoz, en la llamada Siberia extremeña. Quiere ser aprendiz de pastor, pero sobre todo quiere encontrar la “fuerza, dignidad y honradez” de su madre, la persona que vivió allí de niña. Su concepto de patria es la tierra. Los animales que la habitan. La cosa que da de comer. Las banderas, para otros. Defiende la naturaleza -y la vida- de la mejor manera que sabe: escribiendo. Y viajando. Y conociendo.

En su anterior libro, Animales invisibles (Capitán Swing y Nórdica Libros, 2019) recorrió el mundo para contar una serie de historias fantásticas. Con ellas quiso mostrar la importancia del cuidado de los ecosistemas y nuestra relación con ellos. Ahora, con Un cambio de verdad: una vuelta a los orígenes en tierra de pastores (Seix Barral, 2020), el autor catalán continúa reforzando esa idea. La crisis climática y la actual crisis del coronavirus, ejemplos tristes pero claros.

Tras la crisis económica del 2008, ahora atravesamos una crisis sanitaria. ¿Piensa que volveremos a vivir el mismo proceso, los mismos errores, que hace doce años?

El paralelismo es exacto. En el momento en el que parece que las cuestiones medioambientales se ponen sobre la mesa, viene una crisis y hace que todo vuelva al principio.

Acabar con las renovables como primera medida después de la crisis del 2008, lo que ha traído no es una consecuencia directa, pero yo creo que tiene mucho que ver. Ha traído ahora, doce años después, una crisis que ya no es sólo económica, sino que también es medioambiental. Si volvemos a actuar de la misma manera, volviendo a apartar las cuestiones medioambientales, no quiero pensar cuáles van a ser las consecuencias de la siguiente crisis.

Habrá gente que, al ser esta una crisis medioambiental, sí está visualizando que ahí existe un problema, con lo cual se deduce que habrá acciones individuales que llevarán a cambiar dinámicas de las personas. Lo cierto es que, de cualquier forma, lo que sí estoy viendo es que hay un discurso buenista instalado que después no acabo de ver reflejado en los movimientos de las instituciones. Aún es pronto porque estamos en plena pandemia, pero vamos a tener que ver hasta qué punto se lleva adelante ese discurso cuando haya que tomar decisiones reales de cambiar cosas sistémicas.

A principios de año, se declaró la emergencia climática en España. Ahora estamos en medio de una emergencia sanitaria. Pero no se ha actuado por igual. ¿Sale perdiendo la acción climática con estas comparaciones?

No, en absoluto. Las dos cosas van de la mano. Dentro de Un cambio de verdad se le da cancha a los agentes forestales. Los agentes forestales son los sanitarios de la naturaleza. Si tú estás cuidando la vida, tienes que apostar por todos los que cuidan de la vida. Y ahí entramos también, incluso, en las personas que nos están procurando el alimento. Debemos introducir unas formas de funcionar que no pasen por inyectar antibióticos a los animales. España es el primer consumidor de antibióticos para animales de Europa. Hay que cambiar todo lo que apunta a lo elemental; que nos hace vivir, que nos hace ser humanos en el sentido más amplio de la palabra. Lo que hay que hacer es buscar la manera de enlazar ambos conceptos, no separarlos. 

Además, si le damos voz a la gente de la sanidad, si les preguntamos qué harían ellos con el medio ambiente -y no estaría mal a partir de ahí establecer vínculos-, estoy convencido de que una gran parte de esas personas, si no todas, estarán a favor de defender el medio ambiente.

La protección de la biodiversidad siempre ha sido una asignatura pendiente de los Estados, España incluida. ¿Se ha convertido la naturaleza en un extraño para los humanos?

El libro que he escrito tiene mucho que ver con cuestiones medioambientales y morales. Creo que vivimos un momento que tiene un gran paralelismo con principios del siglo XX, de una gran confusión que, este caso, además, lo estamos asociando al medio ambiente. En aquel momento no se hacía así, pero sí que se trabajaba igualmente para que la gente se relacionara con la naturaleza.

A principios del siglo XX se vive un movimiento que es regeneracionista, dónde están presentes personas como Miguel de Unamuno, Antonio Machado… Gente que ha desarrollado un fuerte espíritu crítico y que está viviendo en una sociedad con unas tensiones enormes, y que para limarlas y para expandir la educación se tiran adelante proyectos como, por ejemplo, la Institución Libre de Enseñanza, que lo que hace es sacar a los chavales de excursión y a la gente invitarla a que salga de la tierra para que se relacione con ella de una forma directa, de tal forma que su amor sea por la tierra, no por la bandera. Por el concepto España, tierra, y no bandera. A partir de ahí, de ese respeto, crear un nuevo tipo de relaciones, unas relaciones biodiversas. Porque en el momento en el que tú respetas a tu entorno pasas a respetar a tus vecinos.

¿Qué es lo que ha ido ocurriendo en el momento en el que nos encontramos ahora? Es un momento en el que la biodiversidad se está liquidando en la naturaleza, y la consecuencia es la moral. Una cosa va relacionada con la otra. ¿Qué es lo que ocurre? Y aquí nos vamos a poetas como Pessoa y Walt Whitman, gente que te ha dicho ‘contengo multitudes, hay muchas individuos dentro de mí’. Si tú dentro de ti ves que hay algo, que hay dentro de ti, tendencias distintas que tú estás intentando conciliar, cuando te encuentres con alguien que opina distinto, tú vas a intentar entenderle mejor, porque tú sabes que tú eres diverso, y sabes que el otro puede tener otra opinión también, vas a hacer ese esfuerzo. Si eso no ocurre, que es lo que está pasando ahora, si no das paso a la diversidad, a tu propia diversidad, te vas a cerrar a hablar con el que tienes delante. Y nos encontramos con unas tribunas en las que durante muchos años hemos tenido monocultivo ideológico.

El monocultivo que hemos llevado a la naturaleza lo hemos exportado moralmente y lo hemos introducido dentro de nuestros parlamentos. Una cosa es reflejo de la otra. El trato que le damos a la naturaleza es el trato que le damos a nuestra ética, a nuestra posición moral en sociedad.

Hay un punto de esperanza ahora en ese sentido. Si miras al Parlamento es el momento en el que hay una mayor diversidad. Si hay un momento para ser ligeramente optimista puede ser el actual, en el que tenemos muchas voces diversas interactuando.

Tras recorrer medio mundo, vuelve a la tierra de tu madre, a la Siberia extremeña. ¿Qué implica ese cambio al que evocas en el título del libro?

En 2006, fui al Aquarium de Barcelona con mi hijo, que tenía dos años. Allí vi un coral que me hizo pensar. Había un cartel que ponía que si la temperatura de planeta aumenta dos grados, la Gran Barrera de Coral morirá. Entonces, miré al enano y le dije: tú no sé si la llegarás a ver viva. Me obsesioné con ella hasta tal punto que fui a escribir un libro sobre la Gran Barrera de Coral.

Lo que he ido viendo a lo largo de todo este tiempo es que afuera he ido buscando contraste para entender mejor la realidad en la que yo mismo vivía. Y eso me ha ido llevando a decir: vale, ahora que he contado ya el medio ambiente y la moral de otros lugares, ahora voy a contar el mío. Y lo que he estado haciendo ha sido prepararme, y esto lo entiendo ahora que ya ha pasado el tiempo y lo leo con perspectiva, para afrontar la virulencia de los debates que despiertan palabras como España, naturaleza y madre, que son los tres pilares del libro que he enfocado.

Visto como se trata en España muchas veces a las personas que abordan estos temas, creo que ahora estoy en el momento adecuado para ir a por ellas, y el hecho de que fuera mi madre el detonante es porque precisamente en ella se funden la naturaleza y la moral de una manera que para mí es muy ejemplar. En esta sociedad cada vez más degradada y deteriorada moralmente en los últimos años, yo veía a mi padre y a mi madre que mantenían una fuerza, una dignidad y una honradez que para mí era ejemplar. Desde luego, estaba mucho más dispuesto a seguir eso que lo que estaba viendo que me daban los supuestos líderes. 

Entonces, me planteé que esto era algo que traen de un tiempo y un lugar distinto al que yo conozco, y me gustaría tener contacto con el sitio que ha permitido que esta resistencia de mi madre sea posible. Por eso viajé a su tierra.

¿Cómo ha tratado de explicarle a su hijo lo que supone la crisis climática?

Dándole la chapa. Creo que a veces estará un poco harto de las cosas que le digo. Si vemos una noticia intento contextualizarla. También salimos. Qué mejor que salir al campo y a la naturaleza. Por eso me lo quise llevar a allí

Estábamos él y yo solos; y la estepa y las ovejas. Él empezó preguntando que a dónde le había traído, que eso era el infierno: en verano, sin amigos, con entonces trece años… Pero poco a poco fue percibiendo que había más de lo que parecía. Fuimos descubriendo. Con el paso del tiempo, todo eso lo tiene como un hermoso recuerdo. Él en su vida, además, intenta incorporar ingredientes que le lleven a relacionarse con la naturaleza de forma habitual. 

Cuando se habla de actuar frente al cambio climático, una frase muy repetida entre negacionistas es la de ‘lo que queréis es volver a vivir como antes’. ¿Cree usted que deberíamos recuperar del pasado?

Ya no es posible vivir como antes, así que quien diga eso es alguien que lo que intenta básicamente es ridiculizar tus tesis.

Recuperaría lo que te digo de una moral como más cierta, una idea del ahorro, un conocimiento de lo que son tus límites, de lo que es tu escala y de a dónde puedes llegar. Creo que en el libro se refleja muy bien a través de la figura de todos, pero sobre todo de la persona que me despierta tantas cosas como para hacerme pensar incluso en el título, que es la figura de Miguel Cabello, de la familia Cabello Bravo. Él es alguien que hace una apuesta alternativa, como las de antes. Y está dispuesto a mantener un rebaño pequeño hasta el punto de rechazar ofertas de jeques saudíes porque dice que si cambia, que si obedece a eso, tendrá que aumentar su cabaña, su número de cabezas, y que si hace eso no les podrá procurar el mismo trato que les está procurando ahora. Con lo cual, su rebaño, que ahora gusta tanto, ya no será tan estupendo, porque entrará dentro de unas exigencias industriales que no está dispuesto a tolerar.

Es un poco esa coherencia. Ese tipo de valores son en los que yo vivo. Yo hice una apuesta ecosistémica desde la literatura. Algo que no deja de llamar mucho la atención en el mundo intelectual es por qué España ha apartado la naturaleza de su imaginario hasta el punto de que ahora nos están llegando a nosotros obras que fueron publicadas en otros países hace 30 años.

Por qué en un país donde El Quijote es un libro de referencia, el género de viajes se ha neutralizado, se ha borrado prácticamente, cuando es un género que lo que te da es visión cosmopolita, te ayuda a entender otros lugares del mundo, a entrenar la diversidad y a entender y respetar otras miradas. ¿Por qué eso aquí no ha ocurrido?

Una posible respuesta, que vendría después de la dictadura, es el neorriquismo. España, después de la dictadura y con el masivo desplazamiento que hay en los sesenta hacia las ciudades, lo que hace es asociar ciudad con libertad y dinero. Entonces, el campo se queda en un espacio de tristeza y de lamento, que viene Julio Llamazares a apuntalar con La lluvia amarilla, un libro que en realidad lo que está diciendo está constatando una realidad. ¿Pero qué es lo que ocurre después? Que ese lamento se sostiene 30 años. Todavía nos llega ese lamento de una España vacía, triste, abandonada.

Si tú te dices todo el día que eres un desgraciado, acabas siendo un desgraciado. Si el campo está llorando todo el tiempo no dejará de llorar. Es importantísimo cambiar el relato. La pandemia es un gran momento para cambiarlo, porque ha demostrado que el sector primario y el campo es fundamental para nuestras vidas, que sin ese alimento que ahí se produce nosotros no vamos a tirar adelante.

¿Cómo cambiamos el relato? Yo creo que igual que se empodera a una persona, se puede empoderar al campo. Y si lo empoderamos, podemos llegar a un cambio. Como lo está demostrando el movimiento feminista o los negros en este momento en Estados Unidos. Pero hay que hacer ese movimiento. El campo tiene que creerse que es capaz.

¿Ha cambiado su forma de entender la crisis climática y medioambiental tras vivir en la Siberia extremeña?

No vengo ni de la sorpresa ni del oportunismo. Lo que sí me ha dado es el impulso para un activismo más evidente, para reivindicar las cosas asociado. Hasta ahora, siempre he trabajado mucho desde el mundo del arte como artista, como alguien que hablaba desde su lugar en el mundo y lanzaba mi voz, pero cada vez he ido entendiendo más que el asociacionismo es importante, porque, además, la biodiversidad tiene que ver con eso. Es un reflejo de cómo se asocian las distintas especies.

Tanto en su anterior libro, Animales invisibles, como en este último denuncia el alto porcentaje de especies que se están extinguiendo sin que se haga nada. A su vez, reivindica a los animales autóctonos como la verdadera patria, más allá de banderas. Hace unos meses tuvo lugar en el Congreso una imagen poco usual: ningún partido votó en contra del ingreso mínimo vital. ¿Se imagina algo similar por el clima o el medioambiente?

Se ha polarizado mucho la mirada sobre la naturaleza, y eso ha hecho que se hayan enquistado algunas posiciones que dificultan mucho que se llegue a acuerdos. Esto pasa, precisamente, por el poco trato y no conocer qué es lo que tienes ahí delante.

Hay un punto intermedio, que es donde está la verdadera transformación, el verdadero cambio, y que por algún motivo hay gente que no está dispuesta a trabajar. Pero hay un espacio ahí, por supuesto. 

Cuando alguien pone las siglas de su partido [Vox] con cadáveres, con cuerpos de conejos, me resulta muy difícil pensar que se puede llegar a un consenso de todos los partidos por el medio ambiente. Tiene que ser algo que sea absolutamente flagrante. No basta con una pandemia que no se encierre en casa viendo la televisión, tiene que ser algo que se lleve por delante muchísimas más vidas y que nos sitúe en alerta extrema. Ahora mismo, tal y como se está trabajando en España, descreo mucho de llegar a acuerdos medioambientales, a no ser que la sociedad, a título individual, se asocie y obligue a los políticos a llegar a esos acuerdos. Sería la única manera, porque poe lo que hay ahora en el Congreso no es posible. Quien tiene que trabajar mucho es la sociedad y no dejarlo en manos de los políticos.

Escribir libros sobre viajes implica irremediablemente coger aviones. ¿Renunciaría a volar en algún momento o asume que forma parte de sus contradicciones personales?

Yo puedo renunciar a volar, tranquilamente. De hecho, ya lo he hecho, e intento desplazarme por otros medios a muchos lugares. Además, yo no tengo coche.

Sí que entiendo que hay momento en los que tú te puedes subir a un avión para contar historias determinadas que ayuden a cambiar ciertas dinámicas que pasan, por ejemplo, por no subirte a un avión. 

Hace poco, Jonathan Safran Foer escribió un libro muy interesante por el desarrollo que hace. Él dice que está comiendo carne, pero entiende que hay que dejar de hacerlo. Él, de hecho, ya había escrito un libro que se llama Comer animales que a mí me hizo dejar de comer pollo. Tuvo la potencia suficiente para que yo tomara esa decisión. Pero él asume que todavía come carne, aunque entiende que la industria cárnica hay que, como mínimo, moderarla. Yo comparto un poco ese criterio. Hay cosas que es verdad que tú puedes llevarlas al extremo y podría, por ejemplo, dejar de subirme a aviones. Pero también pienso que ir de vez en cuando a narrar una historia que contrarrestre las historias que te están contando otros en cierto momento eso se puede llegar a hacer. 

Si los aviones van a seguir existiendo sí que podemos moderar su uso volando menos, pero no podemos dejarle los aviones solamente a las personas que nos van a contar que el mundo es de una manera determinada. Los aviones también los deben usar las personas que te van a contar otra posibilidad de mundo. No tenemos por qué renunciar a usar aviones de vez en cuando, moderando siempre su uso. No me sitúo en ese extremo. Yo estoy llevando una serie de acciones cotidianas que tienen un impacto mucho mayor probablamente que por el hecho de que yo un día me suba a un avión. Estoy dedicando mi vida a escribir sobre literatura de viajes, de naturaleza, para defender una idea y un equilibrio que pasa por que te puedas subir a aviones sin abusar de ese medio.  

Fuente: https://www.lamarea.com/2020/08/07/gabi-martinez-la-pandemia-es-un-gran-momento-para-cambiar-el-relato-del-campo/


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