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miércoles, 9 de octubre de 2019

Marxismo y ecologismo, Manuel Sacristán un precursor más actual que nunca

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Ariel Petruccelli
La izquierda diario


Nota de edición: En esta colaboración especial para el semanario Ideas de Izquierda, Ariel Petruccelli realiza un recorrido por la obra de Manuel Sacristán (1925-1985), en particular sobre su concepción de las relaciones entre marxismo y ecología. Abrimos de esta forma una sección de debate en el semanario sobre el tema, en la cual publicaremos próximas contribuciones en los números siguientes.  
***
Para Salvador, por todo.
"Manuel Sacristán pensó el ecosocialismo antes de que el término ni siquiera existiera" (Jorge Riechmann)


Al borde del abismo

El planeta arde. “La casa está en llamas”, gritan jóvenes militantes ecologistas; y el conjunto de la ciudadanía, a escala global, comienza a comprender que algo grande está ocurriendo. Huracanes cada vez más devastadores azotan aquí y allá. Los desiertos avanzan en Asia, en África, en Brasil. El calentamiento global es ya una realidad que se percibe a simple vista o a simple piel. El agua potable se ha convertido en un lujo para millones de personas. Y la lista sigue, y sigue.
Imbéciles, criminales, mercenarios y mercenarias bien pagados por corporaciones capitalistas persisten en seguir negando el cambio climático. Pero ya casi nadie les cree: la cosa es obvia incluso para quien no se quiere enterar. Sin embargo los combates nunca son fáciles. Las estrategias cambian. Se dice entonces por ejemplo que no está demostrado que el aumento de la temperatura sea producido por acciones humanas: son cambios propios de la naturaleza ante los que poco o nada se puede o se debe hacer. Pero la inmensa mayoría de la comunidad científica piensa lo contrario. Y la enorme velocidad del proceso es prueba bastante clara de que el calentamiento global se debe esencialmente a emisiones de carbono producto de humanas actividades. Los acuerdos internacionales para reducir las emisiones ratifican sobradamente esta conclusión. Pero los acuerdos no se cumplen, las metas no son alcanzadas. Y la bomba está a punto de estallar.

Entonces aparece otra estrategia, vieja como el capitalismo, pero que siempre se puede remozar. Siempre útil, siempre lista, siempre potencialmente eficaz: la carta nacional, el nacionalismo. Y entonces se pretende instalar que las emisiones de carbono son producto de las flatulencia de la vacas del sur (para escamotear lo que les corresponde a las automotrices del norte); se cierran las fronteras para que las hordas africanas que huyen de la miseria (ahora acrecentada por la veloz desertificación producida por el aumento de las temperaturas) no ingresen en la pulcra Europa, o los famélicos mexicanos y centroamericanos dejen de emigrar por cientos de miles a los Estados Unidos de los sueños devenidos pesadillas. Y junto a los enfoques nacionalistas se cuela una perspectiva individualista, muy a tono con la sensibilidad posmoderna: todos y todas seríamos responsables, democráticamente por igual. Así de simple; así de falso. De una u otra forma la esencia discursiva es la misma: responsabilizar a cualquiera, a lo que sea, a cualquier cosa, pero evitar a toda costa que las miradas se posen en el verdadero responsable: el sistema económico capitalista orientado por la ganancia privada y necesitado de un crecimiento económico permanente. Porque la cosa es clara, clarísima. No hay capitalismo sin crecimiento. Esto es indudable. Pero no hay crecimiento ilimitado en un planeta finito. No menos indudable, no menos claro. El capitalismo es el verdadero enemigo de la naturaleza. El capital depreda, esto ya lo dijo Marx en páginas que muchos marxistas pasaron por alto, a las dos fuentes de toda riqueza: el trabajo y la naturaleza. Diferentes formas de reformismo más o menos keynesiano pudieron por un tiempo atemperar el carácter antagónico de la relación trabajo/capital. Pero el costo ha sido el arribo a una situación catastrófica –hoy ya evidente para quien no quiera cegarse– de la relación capital/naturaleza.


Ecología y marxismo

Los problemas ecológicos no han figurado entre las preocupaciones primeras de las izquierdas revolucionarias. Falaz sería negarlo. Y, sin embargo, empieza a ser dramáticamente obvio que esto debe cambiar. Y está cambiando.

Curiosamente, uno de los autores más injustamente olvidados de la tradición marxista fue un auténtico precursor de la voluntad de vincular a la tradición emancipatoria comunista del movimiento obrero y la ecología política. Se trata de Manuel Sacristán (1925-1985).

Pero el traer a la memoria al autor de Panfletos y materiales no tiene que ver con un acto de reparación histórica, aunque también. Sucede que Sacristán no fue solo un precursor en reflexionar y actuar sobre una problemática que hoy es urgente. Bien miradas las cosas, su enfoque de la cuestión parece esencialmente acertado. Y además es verdaderamente programático: una excelente brújula, un útil mapa para orientarse y para avanzar con conciencia y praxis ecológica en la perspectiva del socialismo revolucionario. No se trata de volver a sus textos para hallar allí todas las respuestas. De hecho, uno de los aspectos más destacables del ecologismo socialista de Manuel Sacristán se funda en el llamado a estudiar los problemas con denuedo, asumiendo que no tenemos todas las respuestas. Nos insta a abandonar la fácil crítica meramente filosófica, para aplicar el máximo rigor científico huyendo de las simplificaciones bien-pensantes. La crítica es necesaria, indispensable, sostuvo, pero el conocimiento bien fundado no lo es menos. Así lo dejó claro, por ejemplo en una conferencia cuyo motivo no resulta hoy (casi cuatro décadas después) en absoluto extraño: “¿Por qué faltan economistas en el movimiento ecologista?” [1].

Superando las miradas puramente sensibleras de la cuestión ecológica, las tentaciones no racionales (cuando no directamente irracionalistas), las perspectivas simplistas, Sacristán abonó por un marxismo ecologista que combinaba inclaudicable firmeza en los principios con sutil e informado conocimiento. Una cosa es el amor a la naturaleza y el respeto a las culturas –cosas ambas que Sacristán instó siempre a cultivar, y cultivó–, otra muy diferente es la ignorancia, por buenas intenciones que se tengan. En tal sentido alguna vez dijo:

[…] cuando, por ejemplo, se saca a colación a los sioux en particular, que suelen ser ejemplo muy aducido, o a los indios de las praderas en general, se comete un grave error. Es verdad que el hombre blanco ha destruido, ha hecho la barbaridad ecológica de la destrucción del bisonte cuando ya allí había un cierto equilibrio reconstituido, pero el bisonte era la especie dominante en la pradera porque los indios de las praderas habían hecho la barbaridad ecológica de destruir el bosque americano para dar pasto natural al bisonte. Es decir, que la historia de la contradictoriedad de esa terrible dialéctica hombre- naturaleza, vista desde la conciencia ecologista moderna, es mucho más complicada de lo que a veces filósofos naturistas con muy buena intención piensan, dando flanco a fáciles destrucciones por parte de todos los lacayos de las compañías eléctricas y de otras grandes industrias pesadas[ ].

Cuando ya despuntaba el relativismo posmoderno, el “todo vale”, la reducción despistada de ciencia a ideología (con la consiguiente consecuencia de dejar en manos de las corporaciones la producción científico-técnica), el aplanamiento de todo conocimiento bajo un perezoso “tú tienes tu verdad y yo la mía”, Sacristán supo ver con claridad tanto la potencia indubitable de la ciencia como sus peligros, y discriminar en dónde reside cada una de estas dimensiones:

[…] en este final de siglo estamos finalmente percibiendo que lo peligroso, lo inquietante, lo problemático de la ciencia es precisamente su bondad epistemológica. Dicho retorciendo la frase de Ortega: lo malo de la Física es que sea buena, en cierto sentido un poco provocador que uso ahora. Lo que hace problemático lo que hacen hoy los físicos es la calidad epistemológica de lo que hacen. Si los físicos atómicos se hubieran equivocado todos, si fueran unos ideólogos pervertidos que no supieran pensar bien, no tendríamos hoy la preocupación que tenemos con la energía nuclear. Si los genetistas hubieran estado dando palos de ciego, si hubieran estado obnubilados por prejuicios ideológicos, no estarían haciendo hoy las barbaridades de la ingeniería genética. Y así sucesivamente [ ].

La ciencia es potente porque es epistemológicamente sólida. Esto es lo que la hace política y socialmente peligrosa. No se trata, pues, de denunciar o renunciar a la ciencia, sino de colocarla al servicio de las humanas necesidades, antes que de la acumulación de capital (recrear la alianza entre el movimiento obrero y la ciencia). Cuando ya comenzaban a proliferar enfoques románticos que idealizaban el pasado, la naturaleza o a otras culturas supuestamente “armónicas” por medio de enfoques ideológicos que tendían a rechazar el conocimiento científico en sí mismo, Sacristán apeló a un doble compromiso. Y por eso supo decir sin subterfugios: “Al pie de la letra, me parece falso que solo en la ciencia sea posible la comparación. Lo que solo es posible en la ciencia es la valoración comparativa. Todas las culturas están igual de cerca de Dios, dijo Ranke. Hay que añadir: pero no todas las ciencias” [4]. Y con esto de fondo, extrajo conclusiones político-ideológicas no menos sugerentes:

Desde este punto de vista moral, los etnólogos estructuralistas tienen, en mi opinión, toda la razón, pero, en el siglo en que estamos, lo que más nos amenaza es la confusión mental y hay que intentar ser claros, hay que intentar saber, a la vez, que uno está a favor del indígena cruelmente arrancado a su mundo y su naturaleza y en contra de que se diga que la ignorancia es consciencia.¿Que esto es más complicado que ser unilateralmente cientificista o anficientificista? De acuerdo. Pero me parece que el problema de nuestra sociedad y nuestra cultura ha llegado ya a tal grado de complicación que hay que empezar a no ser simplistas y aceptar, a la vez, que uno tiene que jugárselas por los indios de Brasil y también por la conciencia científica del espíritu revolucionario [ ].

Apelar a este doble compromiso es hoy en día tan necesario como hace 40 años, y más urgente. Y conviene reparar qué significa el “jugárselas” de Sacristán. En nuestros tiempos de academicismo sin compromisos políticos o con compromisos dentro de lo permisible, hay que recordar que Manuel Sacristán desarrolló casi toda su vida bajo la bota del franquismo, contra el que militó sin ninguna tregua, y sí con renuncias y costos. En dos ocasiones -en 1956 y en 1965- rechazó Sacristán atractivos ofrecimientos de centros universitarios extranjeros de primer nivel para elegir la dura y (materialmente) pobre vida de combatiente del PSUC (el partido de los comunistas catalanes) en la España dictatorial. Cuando Manuel Sacristán decía “jugársela”, era jugársela. Sin comillas.

La comprensión cabal de los problemas ecológicos entrañaba para Sacristán la necesidad de asumir profundas transformaciones, no solo sociales, sino también personales. Para él ya era muy claro, a finales de los años setenta, que lo personal es político. En una conferencia de 1983 afirmó:
Un sujeto que no sea ni opresor de la mujer, ni violento culturalmente, ni destructor de la naturaleza, no nos engañemos, es un individuo que tiene que haber sufrido un cambio importante. Si les parece, para llamarles la atención, aunque sea un poco provocador, tiene que ser un individuo que haya experimentado lo que en las tradiciones religiosas se llamaba una conversión [ ].

Y luego precisó, como para que nadie se llamara a engaño:

[…] mientras la gente siga pensando que tener un automóvil es fundamental, esa gente es incapaz de construir una sociedad comunista, una sociedad no opresora, una sociedad pacífica y una sociedad no destructora de la naturaleza. ¿Por qué? Porque se trata de bienes esencialmente no comunistas, como diría Harich. Imagínense ustedes 1.000 millones de chinos, cada familia, con su coche; a 4.000 millones de habitantes de la tierra, cada familia, con su coche. Eso es insostenible. La Tierra solo puede soportar eso si muchos no tienen coche [ ].

Consecuente con este diagnóstico informado y realista, Manuel Sacristán no se privaba de extraer las consecuencias políticas incluso en el plano personal, en la propia vida privada:

[…] esto conlleva un corolario para el militante de izquierda en general, obrero en particular, comunista más en particular: el ponerse a tejer, por así decirlo, el tener telar en casa: no se puede seguir hablando contra la contaminación y contaminando intensamente [ ].


El filósofo de la mesura radical

Pero su compromiso político no se basaba en un dogma. Su compromiso intelectual y emocional con la tradición marxista-comunista entrañaba un permanente ejercicio de auto-crítica. Su célebre conferencia “Sobre el estalinismo” dice mucho al respecto [9]. Pero aquí nos ocupa su abordaje ecológico. En su “Comunicación a las Jornadas de Ecología y Política” de 1979, en seis apretados puntos, esbozó un verdadero manifiesto de marxismo ecológico (que, todo sea dicho, en su momento no fue objeto de mucha comprensión por parte de las organizaciones de la izquierda radical). En el punto número uno ponía las cartas sobre la mesa:

La principal conversión que los condicionamientos ecológico proponen al pensamiento revolucionario consiste en abandonar la espera del Juicio Final, el utopismo, la escatología, deshacerse del milenarismo. Milenarismo es creer que la Revolución Social es la plenitud de los tiempos, un evento a partir del cual quedarán resueltas todas las tensiones entre las personas y entre éstas y la naturaleza, porque podrán obrar entonces sin obstáculo las leyes objetivas del ser, buenas en sí mismas, pero hasta ahora deformadas por la pecaminosidad de la sociedad injusta. La actitud escatológica se encuentra en todas las corrientes de la izquierda revolucionaria. Sin embargo, como esta reflexión es inevitablemente autocrítica (si no personalmente, si en lo colectivo), conviene que cada cual se refiera a su propia tradición e intente continuarla y mejorarla con sus propios instrumentos. En el marxismo, la utopía escatológica se basa en la comprensión de la dialéctica real como proceso en el que se terminan todas las tensiones o contradicciones. Lo que hemos aprendido sobre el planeta Tierra confirma la necesidad (que siempre existió) de evitar esa visión quiliástica de un futuro paraíso armonioso. Habrá siempre contradicciones entre las potencialidades de la especie humana y su condicionamiento natural. La dialéctica es abierta. En el cultivo de los clásicos del marxismo conviene atender a los lugares en los que ellos mismos ven la dialéctica como proceso no consumable [ 10 ].

Marxismo depurado, podríamos decir. Atento a las terribles señales de la realidad pero sólidamente parado en los principios: no engañar, no engañarse. Por eso podía concluir afirmando que “hemos de ver que somos biológicamente la especie de la hybris, del pecado original, de la soberbia, la especie exagerada”. El desarrollo capitalista entraña, necesariamente, desmesura. Y una desmesura potencialmente auto-destructiva de la propia especie humana. Ante ello, el Sacristán ecológicamente consciente reivindicará el valor de la mesura. Apeló, pues, al desarrollo de “una ética revolucionaria de la mesura y la cordura”. Esto es, mesura en el consumo, mesura en la relación con la naturaleza, mesura en la producción de bienes. Pero la mesura no se contraponía al radicalismo. Al contrario, Sacristán asumía que en términos ecológicos había que ser muy radical. Los problemas son tales, y de tal magnitud, que no hay ni tiempo para el gradualismo ni es sensato el reformismo. La crisis ecológica en la que se estaba sumergiendo la humanidad era una crisis que exigiría soluciones radicales, revolucionarias. Y no es que esperara Sacristán grandes e inminentes éxitos del movimiento obrero revolucionario. Más bien al contrario, en 1981 declaró sin atenuantes que se vivían tiempos de derrota, y que nadie de su generación viviría cambios sociales progresivos. Ello no obstante, y a pesar del sólido posicionamiento del capitalismo y del naciente neo-liberalismo, la dialéctica perversa del desarrollo capitalista continuaría operando: el capitalismo llevaría ineludiblemente a una situación de crisis ecológica colosal. Podía dudar Sacristán de si se hallarían soluciones a tiempo. De lo que no dudaba es de que las soluciones, si las hubiera, tendrían que ser revolucionarias. Vale decir, con cambio radical de las estructuras económicas y con modificación sustantiva de las finalidades sociales. Tampoco dudó respecto a que el movimiento obrero debería ser un actor clave. En tal sentido escribió:

Las clases trabajadoras […] se tienen que seguir viendo como sujeto revolucionario no porque en ellas se consume la negación absoluta de la humanidad, negación a través de la cual vaya a irrumpir la Utopía de lo Último, sino porque ellas son la parte de la humanidad del todo imprescindible para la supervivencia [ 11 ].

La clase trabajadora debía ser vista, y tendría que verse a sí misma, “como sustentadora de la especie, conservadora de la vida”. En esta línea de pensamiento, Sacristán exploró las opciones políticas, proponiendo simultanear prácticas indispensables a dos niveles: el del ejercicio del poder estatal [12] y el de la vida cotidiana. Ambos necesarios, ambos insuficientes sin la complementariedad del otro. Pero también aclaró:

Las dos prácticas complementarias han de ser revolucionarias, no reformistas, y se refieren específicamente al poder político estatal y a la vida cotidiana. Es una convicción común a todos los intentos marxistas de asimilar la problemática ecológico-social que el movimiento debe intentar vivir una nueva cotidianeidad, sin remitir la revolución de la vida cotidiana a “después de la Revolución”, y que no debe perder su tradicional visión realista del problema del poder político, en particular estatal [ 13 ].

Problemas colosales, soluciones radicales. Pero se trata de un radicalismo no alocado, un radicalismo científicamente informado y mesurado. Su perspectiva política ahondaba todavía analizando problemas conexos, que siguen siendo hoy nuestros problemas. Por ejemplo sostuvo que “la crisis ecológica aumenta la validez y la importancia del principio de planificación global y del internacionalismo”.

Manuel Sacristán ya lo sabía: el crecimiento económico ilimitado es una ilusión criminal. Lo que nuestra especie y el resto de las especies que comparten con nosotros este planeta necesitan es un reparto igualitario de las riquezas (que no son pocas) y de los esfuerzos, reducir las actividades industriales y el consumo superfluo, planificar la economía y equilibrar el metabolismo socio-natural. Nada de esto es posible sin abolir el capitalismo como modo de producción.
Fredric Jameson dijo alguna vez que hoy en día es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Pues bien, hay que atreverse a imaginar el fin del capital. Al menos para empezar. Y quizá no nos quede mucho tiempo.


Notas:
[1] Manuel Sacristán, “¿Por qué faltan economistas en el movimiento ecologista?”, en su Pacifismo, ecología y política alternativa, Barcelona, Icaria, 1987, pp. 48-56.
[2] Manuel sacristán, “Reflexión sobre una política socialista de la ciencia” (1979), en su Seis conferencias, Edición de Salvador López Arnal, Barcelona, El Viejo Topo, 2005, pp. 64-65.
[3] Manuel Sacristán, “Reflexión sobre una política socialista de la ciencia” (1979), en su Seis conferenciasop. cit., p. 62.
[4] “Observación de lectura. Documentación del autor depositada en la Biblioteca de la Facultad de Económicas y Políticas de la Universidad de Barcelona (España)”. Reproducido en Manuel Sacristán, Aforismos. Una antología de textos de Manuel Sacristán Luzón, Edición selección y notas de Salvador López Arnal, edición digital en el sitio Rebelión, disponible en http://www.rebelion.org/docs/44140.pdf, p. 40.
[5] Manuel Sacristán, “Algunas actitudes ideológicas contemporáneas ante la ciencia” (1969), en M. Sacristán y F. Fernández Buey, Barbarie y resistencias. Sobre movimientos sociales críticos y alternativos, Vilassar de Mar, El Viejo Topo, 2019 (Edición de Salvador López Arnal y Jordi Mir), pp. 44-45.
[6] Manuel Sacristán, “Tradición marxista y nuevos problemas”, en Seis conferencias. Sobre tradición marxista y nuevos problemasop. cit., p. 139.
[7] Ibídem, p. 140.
[8] Manuel Sacristán, Aforismos. Una antología de textos de Manuel sacristán Luzónop.cit., p. 58.
[9] En el diálogo abierto luego de la intervención de Sacristán, ante un público integrado mayormente por antiguos y actuales militantes comunistas, el filósofo afirmó ante una pregunta: “[...] el estalinismo ha sido una tiranía sobre la población soviética, una tiranía asesina sobre el proletariado soviético y conservar la nostalgia de eso es estúpido y criminal”. Ver Manuel Sacristán, “Sobre el estalinismo”, en su Seis conferencias. Sobre tradición marxista y nuevos problemasop. cit., p. 46.
[10] Manuel Sacristán, “Comunicación a las Jornadas de Ecología y Política” (1979), en su Pacifismo, ecología y política alternativa, Barcelona, Icaria, 1987, p. 14.
[11] Ibídem, p. 14.
[12] Sacristán nunca renunció a la perspectiva de que la realización del socialismo implicaría una ruptura con el sistema socio-político vigente. Fue crítico del llamado euro-comunismo y de los pactos de la Moncloa.
[13] Ibídem, p. 16.

Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/Marxismo-y-ecologismo-Manuel-Sacristan-un-precursor-mas-actual-que-nunca


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martes, 11 de julio de 2017

“El neoliberalismo aplica la necropolítica, deja morir a las personas que no son rentables”



Clara Valverde acusa al neoliberalismo de practicar una política basada en la muerte de los excluidosClara Valverde, activista política y social y escritora, presenta su nuevo libro 'De la necropolítica neoliberal a la empatía radical' (Icaria / Más madera) "El poder neoliberal se asegura que los incluidos no se fien de los Excluidos, que los vean como extraños, diferentes, desagradables y no se solidaricen con ellos"

Clara Valverde introduce su nuevo libro con la alusión al texto de una pintada en la pared: “Con la dictadura nos mataban. Ahora nos dejan morir”. En ‘De la necropolítica neoliberal a la empatía radical’ (‘Icaria/Más madera’) esta activista política y social y escritora sostiene que el sistema neoliberal es incompatible con la lucha contra la desigualdad. Para ella, este sistema divide la sociedad en excluidos e incluidos. Se desentiende de los primeros y atemoriza a los segundos para perpetuar y aumentar el poder y la riqueza de los privilegiados.
¿Qué tenemos que entender por “necropolítica neoliberal”?
‘Necro’ es la palabra griega para ‘muerte’. Las políticas neoliberales son unas políticas de muerte. No tanto porque los gobiernos nos maten con su policía, sino porque dejan morir a la gente con sus políticas de austeridad y exclusión. Se deja morir a los dependientes, a los sin techo, a los enfermos crónicos, a las personas en listas de espera, a los refugiados que se ahogan en el mar, a los emigrantes en los CIEs…
A los cuerpos que no son rentables para el capitalismo neoliberal, que no producen ni consumen, se les deja morir.
¿Cómo se consigue convencer a los ciudadanos de que esa “necropolítica neoliberal” les beneficia? ¿Porqué no hay una rebelión masiva contra ella?
Los que aún no están excluidos, los que aún se creen el mito de que en esta sociedad somos libres aceptan y hacen suyo lo que dicen los poderosos y su prensa: que los excluidos no son como ellos, que son una gente zarrapastrosa, sucia, rara, diferente, con mala suerte y malos hábitos. El mito que ha calado es que los excluidos se han buscado la situación que sufren.
No hay una rebeldía masiva contra las necropolíticas de los gobiernos, contra la exclusión, porque la gente que aún no está excluida no se identifica con los excluidos. Piensan “ese no soy yo”, “eso no me pasará a mí”. No se dejan identificar con el que sufre, no hay empatía radical. Y en realidad las necropolíticas nos afectan a todos. En cuanto esa persona incluida enferme será posiblemente excluida sin ingresos y sin ayuda.
En este diseño social hay ciudadanos excluidos y ciudadanos incluidos. ¿Nadie defiende a los excluidos?
Muy poca gente defiende a los excluidos. ¿Cuánta gente se organiza para apoyar a los sin hogar? ¿Cuánta gente ayuda a los ancianos o enfermos crónicos y a sus asociaciones? En la PAH hay apoyo mutuo y empatía radical pero casi todos los que están activos en la PAH son afectados ellos también por los desahucios.
Los incluidos creen estar a salvo de su expulsión del sistema pero les adviertes que en cualquier momento pueden caer en la exclusión. El temor a la exclusión ¿fomenta la insolidaridad en nuestra sociedad?
Los que ahora tienen la suerte de no estar enfermos, desahuciados, en paro, deberían pensar que la mayoría, a menos que tengan mucho capital económico, podrían llegar a ser excluidos. Pongamos que eres conductor de autobús. Si enfermas, aunque lleves cotizando años, es muy posible que el Instituto Catalán de Evaluaciones Médicas (ICAM) te dé el alta aunque estés demasiado enfermo para trabajar. Entonces, ¿qué harás? Sin poder trabajar, sin ingresos y con los gastos que una enfermedad conlleva y que no cubre la Seguridad Social…
El poder neoliberal se asegura de que los incluidos no se fíen de los excluidos, que los vean como extraños, diferentes, desagradables y no se solidaricen con ellos.
El neoliberalismo impone su necropolítica mediante la violencia. Pero ésa violencia no siempre es explícita. Dice que la más eficaz para los intereses del neoliberalismo es la ‘violencia discreta’. ¿A qué se refiere?
Por ejemplo, los recortes, la mercantilización y la privatización de la sanidad pública son una violencia discreta. No matan a tiros a los enfermos en listas de espera. Pero ¿cuántos mueren por esas listas interminables? Esas listas son tan largas porque los administradores de la sanidad pública y los políticos la han organizado de modo que la sanidad privada “chupe” de ella. Y eso tiene, como una de sus consecuencias, el sufrimiento y la muerte lenta de los enfermos que esperan.
Asegura que nos han cambiado el sentido de las palabras y que para combatir la necropolítica neoliberal hay que volver a llamar a las cosas por su nombre ¿Qué trampas del lenguaje destacaría?
Hay que llamar a las cosas por su nombre. Los políticos de derechas neoliberales, los que van de “centristas”, todos esos nos maltratan. No hay otra palabra. Es maltrato. Las condiciones laborales son malos tratos. Los recortes son malos tratos. Las leyes mordaza son malos tratos.
Hay muchas trampas lingüísticas. El que la gente haga suyas las frases-trampa de los poderosos es preocupante. Frases como “es lo que hay”, “no me puedo quejar”, “no va a ir a peor”, “no pasa nada”, etc. Y el ‘pensamiento positivo’ que hace que la gente se sienta culpable de estar enfadados con los políticos y de la situación actual.
La tolerancia es otra gran trampa. La tolerancia es muy violenta. Se intenta decir que es buena, que sí, que hay que tolerar al que es diferente. ‘Tolerar’ quiere decir ‘aguantar’ y es una posición de poder sobre el otro. “Yo te aguanto aunque seas pobre, trans, negro, autista, etc.” No, las diferencias no son para ser toleradas. Las diferencias hay que mirarlas, entender el por qué hay desigualdades entre grupos diferentes y cambiar la situación. Es necesario nombrar las desigualdades y luchar contra ellas al mismo tiempo que celebramos la diversidad.
Choca que hable de la contratación de discapacitados o del papel de las ONGs como instrumento manipulado por el neoliberalismo en interés propio.
Aquí no se habla de esto pero en muchos países, sí. Hay numerosos autores que hablan del “ONGismo” y del “Inspiración Porn”.
El ONGismo es la utilización de la comunidad para hacer el trabajo que debería hacer el gobierno con nuestro dinero. El ONGismo es un tema complejo porque la buena gente que se implica en una ONG lo hace con buenas intenciones. Pero luego son ellos los que tiene que recortar y hacer que sus empleados acepten sueldos míseros para hacer tareas que corresponden al Estado de Bienestar.
Cita algunos ejemplos de esta manipulación en la publicidad.
Hace unos años la Fundación La Caixa utilizaba personas con síndrome de Down no muy severo como ejemplos de cómo deberían ser los trabajadores. Ahora hay un anuncio de la compañía que hace lavadoras, Balay, en la que un sordomudo dice: “¡Mirad! Si un trabajador discapacitado es el mejor trabajador, sonríe y no se queja, tú, que no eres discapacitado, deberías callar, trabajar y no protestar”. Esto es un ejemplo de “Inspiración Porn”, una suerte de pornografía con los discapacitados.
Pero la realidad es que la mayoría de los discapacitados no tienen ingresos y sufren mucho. Y si consiguen un trabajo, su empresa no tiene que pagar su Seguridad Social. Es un ahorro para el jefe.
¿La necropolítica es especialmente evidente en España? Destaca que en este país se ha enterrado la memoria histórica de lo que supusieron la guerra y el franquismo, que sólo en Camboya hay más fosas comunes por abrir.
En realidad, la necropolítica se puede ver por todo el mundo. Mira la situación de violencia en México.
Pero sí, una sociedad como la nuestra que destaca a nivel mundial por la cantidad de personas desaparecidas y sin enterrar desde hace 80 años, no es una sociedad que pueda funcionar de forma humana. Tenemos a más de 100.000 abuelos y abuelas sin enterrar aún. ¿A cuántas personas de nuestra generación afecta éso directamente? ¿E indirectamente?
Andamos por los campos y las cunetas, y debajo de nuestros pies están miles y miles de personas que el gobierno, ningún gobierno, cree que merezcan ser encontrados y devueltos a sus familias. Eso produce una sociedad muy enferma.
El sistema sanitario le sirve como ejemplo perfecto de la forma de actuar de esa necropolítica neoliberal. ¿Es donde se hace más evidente su forma de actuar?
Es una de las áreas en la que más vemos el sufrimiento causado por la necropolítica, porque en el sistema sanitario se trabaja con las vidas y los cuerpos de las personas, con el sufrimiento inevitable que es parte del ser humano.
Te doy un pequeño ejemplo. Los profesionales de enfermería en hospitales en los que se ha implantado el método “Lean”, método inventado para las cadenas de montaje de coches Toyota. Dan más importancia a estar “ on time” (puntuales con la velocidad que les imponen en sus tareas, velocidad nada humana ni para el profesional ni, sobre todo, para el paciente) que a la calidad del trabajo y al bienestar de los pacientes. Dicen estar contentos si están “ on time”, ¡como si fueran conductores de la Renfe!
El método Lean se ha conseguido implantar sin que hayan protestas entre los profesionales sanitarios. De la misma manera que tantos profesionales no cuestionan Lean, tampoco cuestionan el autoritarismo y el paternalismo que ellos mismos utilizan con los enfermos.
Lo grave es que estos profesionales sanitarios son ellos también víctimas del autoritarismo y paternalismo de las administraciones sanitarias. A ellos les maltratan y se les exige que también maltraten. Finalmente, sin darse cuenta, acaban haciendo lo que llaman muchos autores “gobernar por terceros”; o sea, haciendo el trabajo sucio de los neoliberales.
Y simboliza en las enfermas de Síndromes de Sensibilización Central esa acción. ¿Por qué?
Porque los enfermos, o enfermas porque la mayoría son mujeres, adolescentes y niños, de SSC son por lo menos el 3,5% de la población -aunque los investigadores internacionales dicen que el porcentaje es mucho más alto- y cada año pierden parte de los pocos derechos que tenían. Con Boi Ruiz, los enfermos de SSC en Catalunya, dejaron de tener derecho a acceder a sus médicos. Y si el nuevo consejero sigue el acuerdo Junts Pel Sí-CUP, seguirán sin poder ver a su médico y los que enfermen ahora no podrán ser diagnosticados.
El 80% de estos enfermos viven encerrados en sus casas, en sus camas, sin ninguna ayuda sanitaria ni social. Y están demasiado enfermos para protestar, participar en movimientos sociales, etc. La mayoría enferman entre los 10 y los 30 años de edad. No han cotizado. Les espera una larga vida de pobreza y sufrimiento en la cama. Y los que han conseguido trabajar unos años y cotizar, el ICAM hace todo lo posible para que no tengan una ayuda económica. Hasta a los que han conseguido una pensión a través de los juzgados el ICAM les quita la pensión.
El antídoto contra esa necropolítica está en la voluntad de compartir. “Para sobrevivir y vivir hay que compartir”, dice. ¿Funcionará?
Las iniciativas, ideas y grupos implicados en lo común son el antídoto contra la necropolítica. Lo que el poder absoluto quiere dividir, nosotros lo tenemos que juntar. Nos tenemos que juntar enfermos, sanos, trans y todos los géneros, razas varias, ancianos, niños… Pero para hacerlo tenemos que desarrollar una empatía radical y empezar desde los espacios excluidos. No funciona que los “incluidos” inviten a los excluidos a sus movimientos. Tiene que ser al revés. Los que aún se creen incluidos necesitan ir a esos espacios intersticiales en los que habita la exclusión y empezar desde ahí.
En ese sentido quería dar las gracias a Catalunya Plural por entender que para poder tener esta conversación conmigo, que vivo en la cama el 90% del tiempo con Encefalomielitis Miálgica, lo hemos tenido que hacer a mí manera. Unos necesitan una rampa para su silla de ruedas. Otros necesitamos Skype y email.



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