miércoles, 2 de septiembre de 2020

Después de Covid-19 ¿Es posible una “sociedad alternativa”?

La pandemia en la reflexión: Žižek y Chomsky*

¿Cómo le damos sentido a esta pandemia? Las primeras interpretaciones están apareciendo ahora. Slavoj Žižek es un prolífico filósofo y teórico cultural. Es el primero en producir un volumen de reflexiones – ¡Pandemia! La COVID-19 sacude el mundo (Pandemic! COVID-19 Shakes the World, Polity, 2020). Žižek duda que la epidemia nos haga más sabios: insiste en que “debemos resistir la tentación de tratar la epidemia en curso como algo que tiene un significado más profundo”. A pesar de estas precauciones, todavía tenemos una importante pregunta que responder: “¿Qué le pasa a nuestro sistema que nos sorprendió sin estar preparados para la catástrofe a pesar de que los científicos nos advirtieron de ello durante años?” Debemos aceptar que “La epidemia de coronavirus en sí misma no es claramente un fenómeno biológico que afecta a los humanos: para entender su propagación, hay que considerar las opciones culturales humanas… la economía y el comercio mundial, la espesa red de relaciones internacionales, los mecanismos ideológicos del miedo y el pánico”. Žižek comienza su investigación en China – “China frustra las libertades de sus ciudadanos”. Apoya la opinión de Li Wenliang, el oftalmólogo que fue censurado por las autoridades de Wuhan por compartir información sobre el nuevo virus del SARS-CoV-2 y que más tarde murió a causa de la COVID-19: “Debería haber más de una voz en una sociedad saludable”. China se enfrentó con firmeza y éxito al brote en Wuhan. Pero sin “un espacio abierto para que circulen las reacciones críticas de los ciudadanos” la confianza mutua entre el pueblo y el Estado es imposible de mantener. Ese es el gran desafío de China. ¿Y para nosotros? “Temo la barbarie con rostro humano”.

Žižek dirige su atención al futuro: “incluso los sucesos horribles pueden tener consecuencias positivas impredecibles”. Él ve la posibilidad de “una sociedad alternativa”, una que promueva “la solidaridad y la cooperación mundial”. Extrañamente, quizás, “el coronavirus también nos obligará a reinventar el comunismo basado en la confianza en el pueblo y en la ciencia”. No un comunismo de estilo soviético, no “una solidaridad idealizada entre los pueblos”. Sino un comunismo que reconoce que “el capitalismo global se acerca a una crisis”. Es un “Comunismo impuesto por las necesidades de la supervivencia”. Se necesita un cambio radical, y la COVID-19 es un catalizador para lograr este cambio: “Una amenaza tan universal como ésta da origen a la solidaridad mundial”. El Estado “asumirá un papel mucho más activo”, abandonando los “mecanismos de mercado” como solución a nuestros problemas. Aunque no es un especialista en salud global, Žižek piensa que la pandemia, que ha precipitado “un estado de guerra médica”, podría dar lugar a “algún tipo de red de salud global”. (Podríamos llamar a esta red cobertura de salud universal.) Más allá de la salud, Žižek ve la posibilidad de “liberación” – el uso de “tiempo muerto”, “momentos de retiro”, “para la revitalización de nuestra experiencia de vida”. Los encierros han impuesto la soledad, el tiempo para “pensar en el (no)sentido de [nuestra] difícil situación”.

La COVID-19 es una “triple crisis”: sanitaria, económica y psicológica. “Las coordenadas básicas de la vida cotidiana de millones de personas se están desintegrando”. Pero los países después del confinamiento “pueden ser transformados, reiniciados de una nueva manera”. Cita a Bruno Latour, quien sostiene que la COVID-19 es un ensayo general para la próxima crisis del cambio climático: “el patógeno cuya terrible virulencia ha cambiado las condiciones de vida de todos los habitantes del planeta no es el virus en absoluto, es la humanidad!” La visión esperanzadora que ofrece Žižek es que “a través de nuestro esfuerzo por salvar a la humanidad de la autodestrucción… estamos creando una nueva humanidad. Es sólo a través de esta amenaza mortal que podemos imaginar una humanidad unificada”. El medio para hacerlo es reconociendo “nuestra comprometida situación dentro de conjuntos más grandes: deberíamos ser más sensibles a las demandas de estas comunidades, y un reformulado sentido de interés propio nos ha de llevar a responder a sus difíciles situaciones”. La “epidemia ofrece una bienvenida oportunidad para que la ciencia se afirme”. Sin embargo, Žižek concluye su análisis con una advertencia: “Los responsables del Estado están en situación de pánico porque no sólo saben que no controlan la situación, sino también que nosotros, sus súbditos, lo sabemos. La impotencia del poder está ahora al descubierto”. “El resultado más probable de la epidemia es que prevalezca un nuevo capitalismo bárbaro”. Este es el punto de vista de Žižek y puedes estar de acuerdo o no con él. Žižek ha realizado un importante servicio. Ha iniciado un diálogo global sobre lo que hacemos ante esta situación. Debemos continuar y profundizar en ese diálogo. Es lo que nos debemos.

Publicado: 30 de mayo de 2020

The Lancet

Traducción: Viento Sur

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Macrogranjas en Argentina. Los chiqueros chinos también huelen mal


No está para nada mal venderle carne de cerdos a la República Popular China. Ése no es el tema en debate.

Lo que se cuestiona, en cambio, es que desde el vamos el megaproyecto habla de montar granjas gigantescas que serán verdaderas fábricas de carne a partir de que si una madre desteta aproximadamente 30 lechones al año, con 12.500 madres se producirán 375.000 cerdos, cifras impactantes y peligrosísimas desde todo punto de vista -–ambiental, económico, sanitario–- y ante la eventual transmisión de virus.

Semejantes volúmenes son un peligro para la producción nacional. Las megafactorías porcinas que auspicia el ya bautizado «Proyecto Solá» (porque su impulsor parece ser el actual Canciller) no garantizan cuidados ambientales serios, lo que ya es tradición y vicio de los grandes emprendimientos empresariales argentinos.

Reconvertir ahora a nuestro país en un exportador masivo de cerdos desde áreas geográficas específicas tiene por único fin achicarles los enormes costos de fletes de camión a un puñado de latifundistas (banqueros, futbolistas, megamillonarios) que siembran maíz en las tierras que siguen desmontando, cada vez más lejos del río exportador que es hoy el Paraná. Eso no es industrializar el campo; es depredar la poca ruralidad que queda.

Y encima es absurdo presentar este «plan» como «inversión china», cuando el 100 por ciento de los insumos, la genética, la veterinaria, la cría y la faena porcina son y serán argentinos, igual que los mataderos y frigoríficos, todo lo cual se paga y pagará en pesos nacionales.

Además es sabido y está recontraprobado que ningún gobierno provincial es capaz de controles ambientales y sanitarios eficaces y menos lo serán para megaemprendimientos como los que se anuncian. ¿O los descontrolados desmontes, las criminales fumigaciones aéreas y los constantes abusos territoriales no son suficiente prueba de la incapacidad ambientalista de casi todas las provincias argentinas? A ver si ahora van a controlar ecológicamente estos emprendimientos supuestamente chinos, como dicen.

Caben las alertas, entonces, porque ya hay gobernadores que no saben en qué se están metiendo. Siempre fáciles de entusiasmar con proyectos que abrazan sin profundizar y desesperados por inversiones que nunca se concretan al servicio de los pueblos de sus provincias, algunos parece que aún no se dieron cuenta de que lo peor de la Argentina, dictaduras aparte, es la voracidad empresarial de una clase que se pretende a sí misma oligárquica y moderna porque tiene tanto dinero escondido como falta de vergüenza.

El absurdo es evidente, además, porque se trata de un megaproyecto que en todo caso debería impulsar el Ministerio de Agricultura, y no el de Relaciones Exteriores. Y que debiera co-conducir el INTA y no grupos empresariales que ­-–se sabe–- iniciaron el runrún de este proyecto durante el macrismo. Y que son los mismos ultraconcentrados que siempre desestabilizan a los gobiernos populares. Herencia maldita si las hay.

Fascinarse con volúmenes a cualquier precio y de cualquier forma es nada más que otro cuento de hadas neoliberal. Porque los grandes volúmenes importan solamente si detrás de ellos hay productores, hay arraigo y hay trabajo nacional racionalmente programado y dirigido.

En un país latifundizado como es hoy la Argentina, donde provincias enteras son propiedad de puñados de famiias y corporaciones (y si esto parece exagerado vayan y cuenten cuántos son los dueños de toda Salta, por caso), el negocio de los chanchos es, francamente, un cuento chino. Y además, racista y neocolonial, lo primero porque cada factoría necesitará alrededor de 20.000 hectáreas de maíz y soja para abastecerse, produciendo olores insoportables que padecerán los trabajadores y los pobres, no los empresarios en sus mansiones. Y neocolonial porque estas fábricas serán verdaderos enclaves.

Y ojo que las granjas porcinas sí merecen apoyo, y bien podrían ser modelos productivos regionales de fomento y arraigo, pero precisamente para eso hay que protegerlas de la concentración que depreda, desarraiga y empobrece.

Al neoliberalismo le da lo mismo si al maíz lo siembran tres o cuatro empresas o miles de campesinos que vivieron por generaciones en esas tierras. Al neoliberalismo sólo le interesa el volumen, no quién lo produjo. Por eso invisibilizan lo humano y sólo hablan de millones de toneladas, anonimizando a los dueños.

El maíz, como todos los granos, se siembra en la tierra, de modo que la vinculación suelo-dueños es inevitable. Y éste es el punto central del cuento chino: «¿Como se llegó a sembrar semejante cantidad de maíz y soja en zonas tan alejadas de los puertos, donde había montes y selvas vírgenes?» pregunta el experto agrarista Pedro Peretti. Y responde: «Esta situación está íntimamente ligada a los desmontes».

Según datos oficiales, entre 1998 y 2018 se desmontaron 4,4 millones de hectáreas y la superficie sembrada en esas provincias aumentó fuertemente. Llevar esos granos a los puertos exportadores es carísimo: millones en camiones, combustibles, accidentes, seguros. Para la lógica neoliberal es mejor que al maíz se lo coman los cerdos y así no se gasta en llevarlo a los puertos. Los dueños de la tierra son los dueños del maíz y no son campesinos. Por eso la razón profunda de estos «proyectos» está en el ahorro de 30 o 40 dólares por tonelada de fletes para las 8.000.000 de toneladas de maíz que se producen en esas nuevas pampas, en las que había bosques naturales con pobladores originarios, y que era uno de los mejores pulmones de la República porque aseguraba aire puro y protección ante las inundaciones. Ése y no otro parece ser el objetivo: solucionarle el problema logístico a un grupo de terratenientes, encajándonos peligrosas megagranjas porcinas.

Por eso la chacra mixta de hasta 200 madres ­-–dice Peretti–- «es más sana, desconcentrada y puede generar arraigo y desarrollo rural amigable con el medio ambiente, e igualmente productivo».

Es por lo menos inquietante, aunque insoslayable, recordar que el «Proyecto Solá» parece deberse a quien siendo hipermenemista fue Secretario de Agricultura durante el gobierno de Menem y Cavallo, trío responsable de la introducción a la mesa de tod@s l@s argentin@s del glifosato y otros agroquímicos prohibidos en el mundo entero.

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