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sábado, 21 de junio de 2025

Crisis energética y la urgencia de una transmodernidad prefigurativa


Fuentes: 15-15-15 [Ilustración de Karel Muñuzuri incluida en el libro "Navegar el colapso"]

El sistema capitalista nació mal, producto de injusticias, sangre y robo. Así sigue hasta ahora, sin importar las banderas bajo las que se esconda. Su signo es la muerte y así lo llevará hasta el fin de sus días. (Subcomandante Insurgente Moisés, 2025)

El 28 de abril de 2025, un apagón masivo dejó sin electricidad a millones de personas en la península ibérica. Si bien las causas técnicas inmediatas se atribuyeron a un exceso de producción fotovoltaica combinado con fallas en los estabilizadores de red, el evento dejó ver algo mucho más profundo: una señal de alerta sobre el porvenir energético del mundo. Este apagón no sólo interrumpió el suministro de electricidad, sino que encendió luces sobre las múltiples inestabilidades, dependencias y exclusiones que acompañan a la mal llamada transición energética. Lejos de ser una solución estructural a la crisis climática y civilizatoria, la transición energética dominante reproduce —y en algunos casos intensifica— las lógicas extractivistas, coloniales y capitalistas que la originaron.

El problema no radica únicamente en la privatización de la infraestructura energética ni en la incapacidad de las llamadas energías renovables para sostener el ritmo voraz de la modernidad industrial. Lo que el apagón dejó entrever es la brutal materialidad que implica sostener el modo imperial de vida. En los países del Norte global, esto se traduce en una reconfiguración territorial acelerada, ocupando espacios previamente despojados para instalar megaproyectos solares y eólicos, así como el avance a minar los llamados minerales críticos como el litio, cobalto, cobre y níquel entre otros. En los países del Sur, como bien señalan Miriam Lang y colegas, la transición se impone como una nueva oleada de extractivismo: nuestros territorios son presentados como reservorios de minerales críticos, sumideros de carbono para compensar las emisiones del Norte, basureros tóxicos para sus residuos tecnológicos y, al mismo tiempo, mercados emergentes para la venta de tecnología limpia o baja en emisiones que poco tiene de renovable cuando se analiza su cadena de producción y sus efectos socioecológicos en diversos territorios.

En su reciente libro Más y más y más. Una historia de energía que todo lo consume, Jean-Baptiste Fressoz profundiza esta crítica al desmontar una de las grandes ficciones del presente: no hay tal cosa y no ha habido algo a lo que le pudiéramos llamar una transición energética. De hecho, incluso el término adición energética se queda corto frente a la realidad material de un sistema que opera por acumulación y no por sustitución a través de lo que Fressoz denomina como “un incremento simbiótico de todas las fuentes de energía”. Cada nueva fuente energética —sean los paneles solares o el hidrógeno verde— no viene a reemplazar a las anteriores, sino a sumarse a un entramado que sigue requiriendo carbón, gas y petróleo. De ahí que los intentos de reemplazo 1:1 de energías fósiles por energías llamadas renovables chocan con límites técnicos, materiales y políticos, como se hizo evidente en el reciente apagón ibérico.

Esta constatación exige una reflexión profunda sobre el marco mismo desde el cual estamos imaginando esta supuesta transición energética. No basta con apuntar hacia el colapso o al agotamiento de recursos: lo que está en juego es la dirección hacia la cual se reconfigura el capitalismo ante sus propias crisis. Y lo que se vislumbra no es su desaparición, sino su metamorfosis hacia formas más violentas, autoritarias y autófagas. En lugar de ceder, el sistema se reinventa, intensificando sus dinámicas de despojo, control y precarización. Esto obliga a repensar la energía —y la vida— desde claves radicalmente distintas.

Frente a esta encrucijada, en el libro Navegar el colapso: una guía para enfrentar la crisis civilizatoria y las falsas soluciones al cambio climático, Pablo Montaño y yo proponemos el concepto de transmodernidad prefigurativa. Aunque de apariencia compleja, su planteamiento es sencillo: transformar implica romper con la visión hegemónica del cambio como progreso lineal y tecnocrático, y comenzar a actuar desde el presente, enraizados en experiencias que ya hoy anticipan otros mundos posibles. No se trata de esperar una alternativa global que reemplace al sistema actual, sino de multiplicar las grietas en las que germinan formas de vida autónomas, relacionales y comunitarias. Esta apuesta no busca reformar el capitalismo, el Estado o el desarrollo, sino desbordarlos mediante prácticas vivas que encarnan otros horizontes de sentido, habitados desde el ahora.

Falsas soluciones y nuevos gatopardismos

Navegar el colapso. UNA GUÍA PARA ENFRENTAR LA CRISIS CIVILIZATORIA Y LAS FALSAS SOLUCIONES AL CAMBIO CLIMÁTICO

La narrativa dominante frente a la crisis climática insiste en que todavía es posible una transición ordenada hacia energías renovables o limpias sin alterar los pilares del sistema capitalista. Bajo esta premisa, se despliega un discurso excesivamente tecno-optimista que apuesta por la simple sustitución tecnológica: basta con reemplazar las fuentes fósiles por otras renovables y esperar que la innovación haga el resto. Incluso el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) ha incorporado en sus modelos tecnologías de emisiones negativas —como la captura y almacenamiento de carbono o la gestión de la radiación solar— que aún no existen a escala ni costo viable. Su inclusión se justifica, paradójicamente, con el argumento de que eventualmente, gracias al ingenio humano, serán factibles. Este giro especulativo revela no sólo una fe ciega en el progreso técnico, sino también una peligrosa negación del presente material y político.

A la par de esta postura, emergen otras propuestas que, si bien se distancian del neoliberalismo, comparten una matriz productivista y moderna. Tal es el caso de Andreas Malm, quien ha ganado notoriedad por sus críticas al colapso climático y por su llamado a una respuesta estatal centralizada. Para Malm, aunque existen problemas en la geoingeniería per se, plantea la posibilidad de que esta pueda ser gestionada por el Estado mediante una planificación pública a gran escala. Sin embargo, tanto el tecno-optimismo liberal como el tecno-estatismo de izquierda comparten una misma falla de origen: suponen que es posible reorganizar el metabolismo energético del planeta sin alterar radicalmente sus estructuras coloniales (en el caso del tecno-optimismo capitalista lo mismo sucede con las relaciones de poder y acumulación).

Ambos enfoques ignoran que una transición real requiere mucho más que sustituir fuentes de energía. Implica, como mínimo, una reducción selectiva y estructural de las emisiones en sectores clave, una redistribución radical del acceso orientado hacia la suficiencia y no la eficiencia y, tal vez lo más importante, una ruptura explícita con el mito del progreso y el desarrollo. Esta propuesta que sería la base del Decrecimiento, tendría que romper con la idea de que el Sur Global debe seguir los pasos del Norte y reconocer otras formas de ser y estar en el mundo para definir que implica una buena vida y con qué condiciones energéticas, así como reconocer los impactos históricos a través de la deuda ecológica o climática que presentarían una reconfiguración geopolítica a nivel global que rompa con los actuales patrones de apropiación desigual. Como han documentado diversos estudios, el Sur sigue siendo pieza clave en la arquitectura global de despojo: tan sólo en términos económicos, su contribución al enriquecimiento del Norte se estima en más de 10 mil millones de dólares anuales.

Este patrón de apropiación se vuelve especialmente evidente en el caso de las llamadas energías renovables. Conviene afirmar con claridad: no existe energía renovable en el capitalismo. Aunque los flujos que se aprovechan —el viento, el sol— puedan ser renovables en sentido físico, toda la infraestructura necesaria para capturarlos, transformarlos y distribuirlos está anclada en una cadena de valor intensamente dependiente de combustibles fósiles, desde la minería de materiales críticos hasta el ensamblaje, transporte, mantenimiento y desecho de los equipos. Lejos de significar una salida del régimen fósil, la transición energética dominante representa una fase de intensificación: demanda más fósiles para producir renovables y refuerza la lógica del crecimiento. Los nuevos patrones de sitios que reconocen potencial para generar energía renovable reproducen las mismas lógicas coloniales que borran paisajes y poblaciones humanas o no humanas del mapa. Siguen el principio de alienación o enajenación que describe tan bien Anna Tsing: la posibilidad de separar una característica del contexto en el que se produjo. Así los desiertos del norte de África están vacíos o mal aprovechados por todo su potencial de generación, como sucede en tantas otras zonas hoy a nivel global.

Esta paradoja se acentúa cuando observamos el rumbo actual de la llamada descarbonización. Como advierte Breno Bringel, estamos presenciando la forma en la que el llamado “consenso de la descarbonización” se presenta como una simple continuación del capitalismo fósil, que en lugar de desmantelar estas infraestructuras, busca ganar tiempo, incrementando las oportunidades de acumulación por despojo. Desde esta perspectiva, lo que estamos viviendo no es una transición energética, sino una transacción energética, como la han denominado en Cantabria, España: un reacomodo geopolítico a escala global que busca mantener el mismo modelo de desarrollo industrial bajo un velo verde cada vez más delgado.

Este reacomodo incluye, además, el resurgimiento del lobby nuclear —tanto en el Norte como en el Sur global— y una avalancha de falsas soluciones que van desde el hidrógeno verde hasta la electrificación del transporte mediante vehículos privados. Todas estas propuestas comparten una misma lógica que sanitiza el discurso de la modernización como si ésta pudiese existir sin roces o fricciones. Esta ilusión, que recuerda al gatopardismo —cambiar todo para que nada cambie— se inscribe en lo que Erik Swyngedouw denomina la “despolitización del consenso climático”. En este marco, la política se sustituye por la gestión, y el conflicto estructural por una narrativa tecnocrática de administración del carbono. Pero esta despolitización no es inocua. Alimenta, por un lado, la proliferación de discursos autoritarios, nacionalistas y xenófobos que simplifican las causas del colapso en chivos expiatorios: ya sea el exceso de CO2 o la migración, las culturas foráneas o el supuesto desorden global. Mientras que por el otro, se inscriben en un fenómeno de creciente militarización como forma de proteger y garantizar el extractivismo conducido por las fuerzas del Estado. Dicho de forma más sucinta: estamos ante una transacción energética color verde oliva en donde la crisis climática se convierte en un terreno fértil para políticas inmunológicas que, a través del militarismo y su creciente difuminación con el crimen organizado, se reafirman fronteras, identidades y jerarquías, sientan las bases de una lógica de avance irremediable de la extracción del fósiles securizando los altos potenciales de generación renovable a través de la proliferación de zonas de sacrificio.

La transmodernidad prefigurativa como horizonte de lo posible

Una de las tesis centrales de Navegar el colapso es que la crisis actual no puede enfrentarse con las herramientas de la modernidad. Ni el Estado, ni la democracia representativa, ni las promesas del desarrollo ofrecen salidas duraderas. Estamos ante un claro fin del liberalismo y su propuesta democrática inclusiva. El Estado moderno es inseparable del capitalismo: necesita del crecimiento económico continuo para sostener su legitimidad, reproduce estructuras patriarcales y coloniales, y administra el orden extractivo bajo el lenguaje de la seguridad nacional o el interés público. Incluso los gobiernos llamados progresistas en América Latina han profundizado históricamente el extractivismo en nombre del desarrollo, exacerbando las desigualdades, sustituyendo una elite neoliberal por otra que termina por reafirmar la división internacional del trabajo y profundizando el extractivismo. Como han mostrado autores como Decio Machado y Raúl Zibechi, estos proyectos terminan reproduciendo el mismo imaginario colonial del desarrollo. En lugar de cuestionar el pacto fundacional entre Estado, capital y modernidad, estas izquierdas estado- y eurocéntricas se han limitado a reorientarlo, sin alterar su lógica ni sus medios, desarticulando y cooptando resistencias que emergen desde los abajos.

La pregunta, entonces, ya no puede ser cómo reformar el Estado, sino cómo enfrentar su complicidad estructural con la crisis civilizatoria. Desde esta perspectiva, cualquier proyecto emancipador debe asumir que el Estado-nación, no es un vehículo neutral que puede ser recuperado o disputado sino un obstáculo que debe ser superado estratégica y colectivamente. De ahí que Navegar el colapso proponga un giro radical en la forma de imaginar el cambio: actuar no desde la utopía —ese “no-lugar” aplazado al futuro—, sino desde la eutopía, un “buen-lugar” que se construye aquí y ahora. A través de lo que se ha nombrado como un internacionalismo crítico desde los abajos, proponemos una forma alternativa de aproximarse a la transformación como una ruptura que deja de pensar en los arribas —lo abstracto— para enfocarse en los abajos, en la posibilidad de defender, reconstruir o construir entramados comunitarios, desde donde se presentan alternativas de lo posible.

Esta propuesta se enraíza en la crítica a los fundamentos mismos de la modernidad capitalista: la separación entre sociedad y naturaleza, la idea de un progreso lineal y teleológico, y la imposición de un universalismo estrecho basado en la experiencia occidental. Frente a esto, la transmodernidad, en el sentido propuesto por Enrique Dussel, no busca eliminar o suplantar al pensamiento moderno, sino provincializarlo: desplazarlo del centro para abrir un diálogo desde los márgenes, sin olvidar o encubrir las violencias estructurales que lo han sostenido. Por otro lado, una política prefigurativa no implica una retirada del mundo, sino una intervención radical en la imaginación. Supone dejar de mirar al Estado como el único horizonte de transformación, abandonar el fetiche del desarrollo y cultivar un lenguaje capaz de nombrar lo que la modernidad ha invisibilizado: el cuidado, la escucha, la comunidad, la reciprocidad, la tierra. Reconoce que todo proceso político es conflictivo e incompleto, pero insiste en que no hay que esperar a que cambie la ley ni a que llegue el partido correcto al poder. El cambio se construye desde abajo, en red, en los márgenes, en las resistencias que no buscan ocupar el poder, sino desbordarlo.

La transmodernidad prefigurativa que proponemos articula saberes, prácticas y realidades que han sido sistemáticamente negadas por el colonialismo del cual depende aún la modernidad capitalista. A diferencia del paradigma tecnocrático que sigue prometiendo futuros sostenibles basados en más innovación, esta perspectiva se orienta hacia la regeneración de lo común, la cooperación, la relacionalidad y la autonomía. No se trata de retornar a un pasado idealizado ni de romantizar lo comunitario, sino de reconocer que en las grietas del presente ya germinan formas vivas de otro mundo.

Así, leer el reciente apagón en la península ibérica como una pequeña premonición del futuro no implica rendirse ante un apocalipsis inevitable —aunque series como El Eternauta, que curiosamente se estrenó pocos días después del corte eléctrico, resuenen inquietantemente con este clima de época—. El desafío es no caer en el nihilismo paralizante que se extiende, no sin razón, entre generaciones jóvenes. El apagón, más que un evento aislado, ilumina el camino por el que avanza el capitalismo, el cual, como advierte Margara Millán, su destino final podría muy bien ser Gaza. Tal vez, como proponen Tatiana Roa Avendaño y Eliana Carolina Carrillo Rodríguez, la única fuente verdaderamente renovable que no figura en las estadísticas ni en los planes de transición es la energía de los pueblos y comunidades que resisten. Es esta energía la que hace falta ver, escuchar y sentir para reforestar la imaginación política en donde los horizontes están fijamente apuntando hacia las mismas estructuras que nos han desembocado en esta forma de capitalismo caníbal.

Carlos Tornel. Escritor, investigador, traductor y activista. Es doctor en Geografía Humana por la Universidad de Durham (Reino Unido). Su trabajo se ha centrado en la politización de la crisis climática, la descolonización de la justicia energética. Es miembro del Tejido Global de Alternativas y el Pacto Ecosocial e Intercultural del Sur.

Fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2025/06/05/crisis-energetica-y-la-urgencia-de-una-transmodernidad-prefigurativa/







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jueves, 5 de octubre de 2023

Producción, trabajo y crisis ecológica


Fuentes: Viento sur [Imagen: Océano. Foto: Jennifer C./ Flickr]

La relación humanidad-naturaleza es la causa de la crisis presente que, además de destruir innumerables riquezas naturales, expone a la humanidad a amenazas existenciales. La musiquilla sobre “los pobres que tienen demasiados hijos” sirve muy claramente para desviar la atención del hecho de que son las y los ricos (del norte y del sur) quienes crean la catástrofe climática. El trabajo toma formas particulares según los modos sociales de producción. Frente a la crisis climato-ecológica solo se puede librar la batalla devolviendo al trabajo su carácter de actividad social productora de valores de uso para satisfacer necesidades humanas reales (en contraposición a las necesidades humanas alienadas por el capital productivista / consumista).

“Producir” significa “hacer aparecer”, “hacer nacer”. La naturaleza produce, la biosfera en particular produce. Sin embargo, dentro de la naturaleza, se puede distinguir una producción específicamente humana. Se caracteriza por cinco rasgos principales:

1°) El Homo sapiens identifica recursos en su entorno, los toma y los transforma para satisfacer sus necesidades a través de cosas que, sin su acción, no aparecerían espontáneamente.

2°) La especie humana mantiene con el resto de la naturaleza una relación mediada por una actividad específica, el trabajo; esta actividad utiliza herramientas.

3°) El cerebro ajusta constantemente el trabajo a su objetivo, evalúa su resultado y desarrolla su productividad a través de nuevas herramientas y/o nuevas formas de organización; en este proceso, surgen nuevas necesidades.

4°) Dado que la especie es social por naturaleza, el trabajo es desde el principio social, lo que supone relaciones sociales, comunicación y formas sociales de organización.

5°) La evolución del proceso de trabajo explica en última instancia la de las formas sociales, cuyos grandes rasgos permiten distinguir modos históricos de producción de la existencia.

Por supuesto, la producción humana surgió de la producción natural como fruto de los mecanismos de la evolución. Por eso los rasgos mencionados anteriormente existen en forma embrionaria en el resto de la naturaleza: algunos animales crean herramientas; algunos insectos viven en sociedades basadas en una división de tareas; etc. Sin embargo, el lenguaje, el perfeccionamiento constante de la productividad laboral y la secuencia de modos históricos de producción son rasgos específicamente humanos. El Homo sapiens “produce su propia existencia social” como decía Karl Marx. La especie humana obviamente forma parte de la naturaleza, pero ocupa una posición muy especial en ella. El genetista Alain Prochianz estima que estamos tanto en la naturaleza como fuera de ella /1. La fórmula es paradójica pero centra la atención en la relación humanidad-naturaleza, y necesitamos este enfoque para pensar “la crisis ecológica”.

Lo necesitamos porque la grave perturbación de la relación humanidad-naturaleza es la causa de la crisis y porque ésta, además de destruir innumerables riquezas naturales, expone a la humanidad a amenazas existenciales. Las y los científicos han identificado nueve parámetros de la sostenibilidad de nuestra especie en la Tierra. Se han determinado límites relativos para cada uno de estos parámetros. Se superan en seis de los nueve casos (concentración de gases de efecto invernadero, disminución de la biodiversidad, contaminación atmosférica, envenenamiento por nuevas entidades químicas, degradación del suelo, exceso de nitratos y fosfatos en las aguas). El estado de la capa de ozono estratosférico es el único parámetro en relación con el que los gobiernos han tomado medidas que han mejorado la situación. Los dos últimos parámetros son los recursos de agua dulce y la acidificación de los océanos. Es probable que sus límites relativos también se estén cruzando. Ejemplo: debido a la acidificación, según el IPCC, el 95 % de los macizos de coral morirán por encima de 1,5 °C de calentamiento… pero este umbral se alcanzará en menos de 10 años. ¿Qué harán entonces las decenas de millones de personas cuya existencia depende de la riqueza de estos macizos?

El angustioso aumento de la catástrofe ecológica tiende a hacerle el juego a ciertas pseudo-explicaciones esencialistas: la producción humana sería destructiva en esencia, por lo que seríamos demasiados en la Tierra. Obviamente, no se puede negar el hecho de que el Homo sapiens tiene una huella ecológica específica, superior a la de otras especies: nos vestimos, nos alojamos, preparamos nuestros alimentos, construimos máquinas para movernos y comunicarnos entre nosotros… Sin embargo, la demografía no es la causa de la destrucción en curso. Según el último informe del IPCC (AR6), los 3 a 3,5 mil millones de seres humanos que más sufren los impactos del cambio climático son precisamente los que tienen la menor responsabilidad histórica en las emisiones (¡una buena parte ni siquiera la tiene en absoluto!). El 1 % más rico de la humanidad emite más CO2 que el 50% más pobre. La musiquilla sobre los pobres que tienen demasiados hijos sirve muy claramente para desviar la atención del hecho de que son las y los ricos (del norte y del sur) quienes crean la catástrofe climática. A golpe de jets privados, coches de lujo, palacios faraónicos, consumos ostentosos… e inversiones productivistas como accionistas motivados únicamente por el beneficio. En resumen: las teorías esencialistas buscan ocultar las causas sociales de la crisis. Hacen el juego a la extrema derecha racista y a las políticas bárbaras de represión de las y los migrantes.

¿Y cuáles son estas causas? ¿Por qué la relación entre la humanidad y la naturaleza está perturbada hasta el punto de amenazar a ambas? Dado que el Homo sapiens produce su existencia social a través del trabajo, es necesariamente en este terreno en el que hay que buscar la respuesta. Al hacerlo, se trata de evitar una variante de la pseudo-explicación esencialista: no es el trabajo en sí mismo lo que explica la destrucción ecológica, sino la forma histórica que ha tomado a lo largo de la historia reciente. Se demuestra fácilmente: la mayoría de las y los científicos consideran que hemos pasado del Holoceno al Antropoceno. En su opinión, los tres marcadores de este cambio de era son la caída de la biodiversidad, la proliferación de nucleidos radiactivos y el ascenso del nivel de los océanos. Sin embargo, estos marcadores no comenzaron a imprimir su huella geológica hasta después de 1945. Por lo tanto, la pregunta ¿cuáles son las causas sociales de la crisis ecológica? conduce a otra: ¿cuál es el cambio que ha afectado al trabajo a lo largo de la historia reciente y cómo este cambio explica la explosión de la catástrofe ecológica en la segunda mitad del siglo XX?

Los cinco rasgos distintivos enumerados al principio de esta contribución se aplican al trabajo humano en general. Pero el trabajo toma formas particulares según los modos sociales de producción. Básicamente, durante la mayor parte de la historia humana estas formas fueron determinadas por el hecho de que el trabajo tenía la función única o principal de producir valores de uso (utilidades destinadas a satisfacer las necesidades humanas). Sin embargo, este ya no es el caso: hoy, el trabajo tiene como objetivo producir mercancías (valores de cambio) en beneficio de una minoría propietaria de los medios de producción, que acumula dinero explotando el trabajo y saqueando los recursos.

Esta situación es producto de una larga transición en la que la operación económica que consiste en vender para comprar ha sido reemplazada por la operación económica que consiste en comprar para vender. El punto clave aquí es que comprar para vender solo tiene sentido si la cantidad de dinero aportada por la venta es mayor que la cantidad de dinero gastada en la compra. La diferencia constituye el plusvalor. Este plusvalor, a su vez, sólo tiene sentido si se reinvierte para aportar aún más plusvalor. Entonces, el objetivo concreto del intercambio -satisfacer una necesidad- es suplantado gradualmente por un objetivo abstracto: acumular dinero. Esta es la definición del capital: una cantidad de dinero que busca convertirse en más dinero. Salta a la vista que este capital pretende inevitablemente producir cada vez más, lo que también implica consumir cada vez más. Este modo de producción es productivista (y consumista) por naturaleza.

Inicialmente limitada al comercio a larga distancia y a las finanzas, la dinámica productivista del capital ha ganado amplitud y profundidad a lo largo de la historia. Se dio un paso decisivo cuando la fuerza de trabajo se convirtió en mercancía. Esta mercantilización fue impuesta por la apropiación de los medios de producción: las poblaciones campesinas expulsadas de la tierra se vieron obligadas a trabajar para los propietarios a cambio de un salario. Así, mediante una larga transformación, iniciada en el siglo XV, el capital desbordó cada vez más la esfera del comercio para apoderarse de la esfera de la producción. Con ello se pusieron las bases sociales para que todo, absolutamente todo, se convirtiera en mercancía. Con la Revolución Industrial, iniciada a finales del siglo XVIII en Inglaterra, el capital bulímico se combinó con los combustibles fósiles, gracias a los cuales conquistó toda la Tierra. Así es como, en menos de dos siglos, el productivismo capitalista ha cambiado la faz del mundo y ha iniciado la catástrofe ecológica global que crece a nuestro alrededor.

Esta catástrofe ya no se puede evitar. A lo sumo, podemos intentar evitar que se convierta en un cataclismo. Pero esto solo es posible saliendo de la lógica productivista; por lo tanto, emancipando al trabajo de las ataduras del capital. El problema es que esta lógica organiza hoy la actividad de la inmensa mayoría de la población mundial. Privada de toda autonomía, ésta depende totalmente de la venta de su fuerza de trabajo para vivir. La principal cuestión estratégica de la lucha ecológica es, por tanto, una cuestión social, que se formula de la siguiente manera: ¿cómo sustraer el mundo del trabajo de las ataduras capitalistas del beneficio? El problema es aún más espinoso porque el mundo del trabajo está a la defensiva y ya no basta con detener el crecimiento capitalista: la catástrofe ha tomado tal amplitud que un decrecimiento global de la producción material y el transporte se ha vuelto indispensable, especialmente para mantener el calentamiento por debajo de 1,5 °C, como se decidió durante la COP21, en París. ¿Cómo arrastrar a esta lucha a los trabajadores y trabajadoras devorados por el individualismo, empujados a la defensiva por 40 años de neoliberalismo brutal, y que temen -¡con razón!- que la llamada transición energética” capitalista se haga a expensas de su trabajo y su salario? That’s the question

Los “Soulèvements de la Terre /Levantamientos de la Tierra”/2 no son una excepción francesa. En los últimos años se han desarrollado luchas radicales contra la destrucción ecológica capitalista en todas partes /3. Con raras excepciones, los trabajadores, las trabajadoras y sus organizaciones sindicales están ausentes de ellas. Estas luchas son llevadas a cabo por la juventud, por los pueblos indígenas y por las y los pequeños campesinos, y especialmente por las mujeres, que están en primera línea en estos tres grupos sociales. Al unirse, estos componentes pueden crear relaciones de fuerza y, en algunos casos, hacer retroceder a los capitalistas y a los gobiernos a su servicio. Pero, en última instancia, la batalla solo se puede ganar devolviendo al trabajo su carácter de actividad social productora de valores de uso para satisfacer necesidades humanas reales (en contraposición a las necesidades humanas alienadas por el capital productivista/consumista).

El capitalismo verde es un engaño. Detener la catástrofe requiere, por el contrario, la abolición del capitalismo. Esta necesidad es entendida por cada vez más personas. El anticapitalismo es una brújula estratégica. Sobre esta base, los movimientos ecologistas radicales deben intentar articular su radicalidad legítima con métodos para arrastrar a sectores del mundo laboral a una lucha común por un proyecto de sociedad tanto social como ecológico. Esquemáticamente, estos enfoques tienen dos aspectos:

• en primer lugar, un apoyo sistemático a las y los trabajadores que luchan por sus demandas sociales, porque solo en las luchas se puede desarrollar una conciencia ecosocial común a todos los movimientos sociales;

• en segundo lugar, la invención de reivindicaciones que respondan tanto a las necesidades sociales como ecológicas, como, por ejemplo, la reducción radical del tiempo de trabajo sin pérdida de salario, la socialización de la energía y el crédito, y la extensión de la gratuidad.

La dificultad es enorme, pero no hay otro camino. La derecha en crisis de legitimidad se desliza cada vez más hacia la extrema derecha, en particular designando demagógicamente a las y los activistas de la ecología radical como enemigos del empleo y el nivel de vida, o incluso como ecoterroristaswokistas además. De este modo, espera atraer a las y los votantes de las clases populares, para someterlos mejor aún a sus políticas antisociales. Trump, Darmanin, Bouchez son algunos ejemplos de este peligroso fenómeno. Para hacerlas frente, es indispensable una estrategia ecosocialista.

Contribución escrita para la revista del SITO (Students in Transition Office) de la Universidad Libre de Bruselas.

Notas:
1/ Alain Prochianz, “A Monkey toi-même”, Odile Jacob de.

2/ https://lessoulevementsdelaterre.org/es-es/blog ndt.

3/ Para obtener una visión general, consultar el libro que coordiné con Michaël Löwy, “Luttes écologiques et sociales dans le monde. Allier le vert et le rouge” (Luchas ecológicas y sociales en el mundo. Combinar el verde y el rojo), Ed. Textuel, París, 2021.

Texto original: https://www.europe-solidaire.org/spip.php?article66382

Traducción: Faustino Eguberri para viento sur

Fuente: https://vientosur.info/produccion-trabajo-y-crisis-ecologica/

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lunes, 8 de agosto de 2022

¿Pueden los pequeños agricultores alimentar al mundo?



Una de las cosas sobre las que me solía preguntar durante mis primeros meses de trabajo en el sistema alimentario era la productividad. Al crecer en un país del mundo minoritario, prácticamente todos mis alimentos provenían de granjas industriales a gran escala. Como resultado, yo, como muchos otros, creí durante mucho tiempo que la agricultura industrial era un mal necesario, un requisito desafortunado dada la cantidad de personas que ahora habitan el planeta. Una vez que entendí la importancia de la agricultura a pequeña escala para la biodiversidad y la conservación cultural, todavía me preguntaba si estas granjas más pequeñas podrían “alimentar al mundo”.



Hoy quería tomarme un poco de tiempo para explorar esta pregunta. Existe un debate sobre el porcentaje de alimentos que producen los agricultores de pequeña escala y los campesinos. Es una pregunta difícil de responder, pero increíblemente importante. De hecho,  si resulta quela agricultura a pequeña escala alimenta a la mayoría del mundo, sería un gran golpe para el sistema agrícola industrial, dados los daños ambientales y sociales generalizados que produce. En los últimos años, los investigadores han intentado responder a esta pregunta. Pero han surgido un par de estudios clave que nos señalan en la dirección equivocada y crean consecuencias nefastas para la formulación de políticas. Veamos.

En 2009, el grupo ETC publicó un informe titulado ¿Quién nos alimentará?en el que cita la estadística de que los pequeños agricultores alimentan al 70 por ciento del mundo (es decir, producen el 70 por ciento de los alimentos que realmente se destinan a la alimentación humana, frente a los cultivos que se desvían para biocombustibles, alimento para animales u otros productos de uso no-alimentario). Esta distinción es importante: no afirman que los pequeños agricultores produzcan el 70 % de las calorías netas, sino el 70 % de los alimentos que terminan siendo consumidos por los humanos.

Afirman, según los datos disponibles, que el 50 por ciento de la producción mundial de cultivos para consumo humano se puede atribuir a granjas a pequeña escala de menos de 5 hectáreas (esto es relativamente poco controvertido en la investigación). Luego, agregaron alimentos resultantes de prácticas como la caza y la recolección, la pesca, el pastoreo, así como la producción de alimentos urbanos y periurbanos a pequeña escala, que representaron un 20 por ciento adicional de los alimentos consumidos. Estas formas de producción de alimentos son en su mayoría informales y crónicamente infravaloradas, por lo que es difícil determinar las cifras exactas, pero son, sin embargo, prácticas importantes con las que la gente se alimenta en todo el mundo.

En los últimos años se han publicado dos artículos que intentan “desacreditar” esta estadística del 70 por ciento. Los dos artículos, publicados por Vincent Ricciardi et al. (2018) y Sarah Lowder et al. (2021),  afirman que los pequeños agricultores representan solo el 30 % de la producción mundial de alimentos, bastante por debajo del 70 %. Esto ha dado lugar a una gran cantidad de titulares que implican que estos hallazgos prueban que la agricultura a pequeña escala es ineficiente e incapaz de alimentar al mundo y que, en su lugar, deberíamos invertir en métodos industrializados. Como resultado de estos documentos, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) ha cambiado su posición del 70 al 30 por ciento, a pesar de que los documentos están llenos de errores de método y suposiciones que requieren un mayor escrutinio antes de ser aceptados universalmente.

Echemos un vistazo a esta investigación, comenzando con el artículo de Ricciardi. Aunque su objetivo era desacreditar la estadística del Grupo ETC (llamándola «estadística zombi»), en realidad estaban respondiendo una pregunta completamente diferente a la que afirmaban estar abordando. Midieron la producción de cultivos para granjas a pequeña escala frente a granjas industriales, descuidando por completo la cantidad de esa comida que alimentará a la gente. La realidad es que las granjas industriales desvían un porcentaje significativo de los cultivos a biocombustibles, alimento para animales y otros usos no alimentarios. Incluso las calorías cultivadas para la alimentación animal, que se podría argumentar que todavía contribuyen a la seguridad alimentaria, son muy ineficientes; las organizaciones sin ánimo de lucro GRAIN e IATP estiman que por cada 100 calorías que se destinan a animales, solo de 17 a 30 terminan en la carne que consumen los humanos. Medir la producción por sí sola no nos dice mucho sobre la seguridad alimentaria, que es la pregunta implícita en cuestión.

Además de eso, su base de datos incluye solo 55 países (o dos quintas partes de la población mundial). De hecho, más de la mitad de estos países son europeos, donde la agricultura a pequeña escala es más marginal. Los investigadores ignoran grandes franjas de África, el Sudeste Asiático y otras regiones donde los pequeños agricultores representan un porcentaje significativo de la producción de alimentos. Y, sin embargo, hacen afirmaciones radicales sobre la producción mundial de alimentos por parte de los campesinos.

El equipo de Ricciardi hizo referencia a otro estudio que utiliza una base de datos que incluye muchos más países del Mundo Mayoritario. Descubrieron que si aplicaban su metodología a este conjunto de datos, llegarían a la conclusión de que el 76 por ciento de las calorías de los alimentos son producidos por granjas de menos de cinco hectáreas, lo que es significativamente más alto incluso que la estimación original del Grupo ETC. De cualquier manera, no tiene sentido confiar en una base de datos que borra la gran mayoría de los países donde existen pequeños agricultores, no incluye la mayoría de los métodos de producción de alimentos que emplean y luego hace afirmaciones sobre su capacidad para alimentar al mundo.

Al artículo de Lowder et al. no le va mucho mejor. Los autores asumieron que la tierra y la producción tienen una relación correlativa; si las grandes fincas constituyen el 80 por ciento de la tierra agrícola, entonces las grandes fincas deben constituir el 80 por ciento de la producción de alimentos.

Pero la realidad es que no todas las fincas son igualmente productivas. De hecho, Ricciardi y su equipo descubrieron más tarde que las fincas pequeñas tienden a producir más que las grandes por hectárea. En segundo lugar, para muchas fincas grandes (más que las fincas más pequeñas), un porcentaje significativo de las calorías producidas se desvía hacia biocombustibles, alimento para animales y otros usos. De nuevo, Ricciardi et al. encontraron que las fincas de menos de 2 hectáreas dedican una mayor proporción de su producción a la alimentación, mientras que las fincas de más de 1.000 hectáreas tienen la mayor proporción de pérdida poscosecha. La simple medición de la producción no nos dice mucho sobre la seguridad alimentaria. Y, sin embargo, la producción sigue siendo la métrica dominante.

En última instancia, el artículo de Lowder asume que, dado que los pequeños agricultores solo ocupan una pequeña porción de tierra, también deben producir solo una pequeña porción de los alimentos. Pero esa es la cuestión: mientras que los pequeños agricultores ocupan una pequeña porción de la tierra, (a) producen más por hectárea que las granjas a gran escala, y (b) dedican un mayor porcentaje de su producción a alimentar a las personas, en lugar de a usos no alimentarios. También pueden producir alimentos utilizando significativamente menos recursos y sin las enormes externalidades ambientales y sociales de la agricultura industrial.

Ambos documentos también definen una » finca pequeña» como una finca de menos de 2 hectáreas, cuando la propia FAO ha declarado que crear un límite estándar para el tamaño de la finca no es prudente porque lo que se considera «pequeño» varía de un país a otro.

Este debate es increíblemente importante. Estos dos documentos han dado lugar a una gran cantidad de titulares frustrantes como este de Hannah Ritchie de Our World in Data, que dice: «Los pequeños agricultores producen un tercio de los alimentos del mundo, menos de la mitad de lo que afirman muchos titulares». Cuando buscamos «qué cantidad de los alimentos en el mundo producen los pequeños agricultores», estos son los resultados que aparecen, basados en investigaciones que, en el mejor de los casos, son profundamente defectuosas.

Es importante explorar ambos lados del debate. Necesitamos más investigación para determinar qué vías agrícolas debemos seguir, teniendo en cuenta todas las externalidades y los impactos ambientales. Pero estos documentos aportan poco al debate. Sus suposiciones hacen que su investigación sea básicamente inútil para responder la pregunta en cuestión. Y las implicaciones de estos documentos para justificar la agricultura industrial son peligrosas. No podemos medir el éxito solo en la producción. Debemos comenzar a ampliar las métricas para incluir la biodiversidad, el impacto ambiental y la equidad.

Finalmente, la forma en que se ha enmarcado el debate hasta el momento coloca injustamente sobre los campesinos y los pequeños agricultores la responsabilidad de demostrar que pueden producir suficientes alimentos para alimentar al mundo (a pesar de que tenemos una gran cantidad de datos por países que muestran que las granjas de pequeña escala superan la producción de las granjas a gran escala). Debemos preguntarnos entonces por qué la agricultura industrial no tiene la responsabilidad de justificar por qué el porcentaje de las calorías que entregan a las personas es tan bajo; por qué hay tanto desperdicio; por qué se distribuyen tantas calorías de manera ineficiente mientras se usan cantidades tan grandes de tierra y recursos.

También es probable que un factor que contribuya sea que aquellos que están en posiciones de poder en la toma de decisiones estén en el Mundo de las Minorías, donde la mayoría de los alimentos se producen industrialmente. Simplemente les parece inverosímil que la agricultura a pequeña escala pueda realmente ser más productiva por hectárea que las grandes granjas industriales. Pero la mayor parte del mundo no obtiene sus alimentos de fuentes industriales. Algunos creen que deberían hacerlo. Pero la eficacia del sistema industrial está lejos de demostrarse, especialmente cuando se tienen en cuenta las pérdidas, el desperdicio y los usos no alimentarios. De hecho, la evidencia apunta directamente en la dirección opuesta.

Es importante que todos nos preguntemos, ¿qué implicaría que la agricultura industrial no pueda (y no lo hace) alimentar al mundo? A medida que la crisis climática se profundiza, nos estamos dando cuenta colectivamente de los inmensos daños del sistema industrial: degradación ambiental, consolidación corporativa, explotación y eliminación cultural. ¿Qué pasaría si en realidad estamos equivocados? De cualquier manera, el tiempo corre y el futuro de nuestros sistemas alimentarios depende de que encontremos la respuesta correcta.

Qué nos ha inspirado esta semana

Este artículo del Transnational Institute sobre pequeños agricultores y el potencial de la agroecología. Contiene la estadística absolutamente asombrosa de que “en la Unión Europea, alrededor del 80 % de los subsidios y el 90 % de los fondos para investigación se destinan a apoyar la agricultura industrial convencional”. Añade otra dimensión a la conversación porque la financiación desigual de la investigación contribuye a la infravaloración de los pequeños agricultores en los sistemas alimentarios.

Este artículo de la Alianza Global para el Futuro de los Alimentos llamado Política del conocimiento (que quizás hayamos compartido antes), pero es una mirada fantástica y profunda de esta conversación, y recomendamos encarecidamente su lectura.

Este recurso,  que también contiene un ensayo en video que explica el papel de los pequeños agricultores en la alimentación del mundo. Tiene mucha información excelente sobre el tema y la desglosa de una manera realmente accesible.

Fuente: https://agrowingculture.substack.com/p/can-small-scale-farmers-feed-the?fbclid=IwAR3HfJCRROW7KUxw4yj6jqv3ghOk4Q83FoTK-EqEigxtPelA7dUhVE8zyrY




Fuentes: Growing Culture

Traducido por Eva Calleja





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martes, 23 de noviembre de 2021

Ante el ridículo de Glasgow, actuar desde abajo y hacia adelante


Fuentes: Pie de página [Foto: Zurcir el planeta, es el planteamiento de un movimiento a favor de soluciones desde las bases sociales a la crisis climática, que está presente en la cumbre mundial sobre el clima, que se escenifica en la ciudad escocesa de Glasgow. Cortesía del Colectivo Zurciendo el Planeta]

Frente a la crisis climática, la única salida que se presenta es transformar la economía, liberar y recuperar la política y construir una nueva relación entre sociedades y planeta

Lo que se ha visto en los últimos días en Glasgow, Escocia, durante la cumbre mundial sobre cambio climático debería avergonzar a toda la humanidad, pero sobre todo a sus gobiernos. Los que sí enviaron representantes de alto nivel han mostrado una enorme incapacidad para comprometerse a los mínimos indispensables para evitar una catástrofe, además de poner en evidencia su corrupción y complicidad con los grandes contaminadores del mundo, que son también los dueños de los grandes capitales que lo destruyen. Los que no han ido, por su parte, parecen preferir esconderse del tema y optaron por que otros se hagan cargo. Así las cosas, no hay más remedio que emprender movilizaciones y acciones en todos los ámbitos de la sociedad, desde la construcción de una nueva economía a la acción política para democratizar las políticas públicas y hacerlas más eficientes.

La tierra tiene una cantidad finita de materias primas y una capacidad limitada para absorber desechos. El capitalismo necesita crecer constantemente para mantenerse en pie -el corazón mismo del sistema está en la inversión privada de dinero y recursos para obtener una ganancia, es decir, más de lo que se invirtió, y eso es, en pocas palabras, crecer-. Las leyes, los paradigmas económicos, las políticas públicas de todo el mundo están mal que bien alineadas a esa meta económica. La suma de estas tres condiciones -la lógica económica del crecimiento, la incapacidad natural de sostener una economía así y el sometimiento de la política a la economía- hace que la situación sea explosiva, y la principal muestra de eso es la crisis climática que los gobiernos deberían estar resolviendo en Glasgow. Ninguno de esos gobiernos, sin embargo, parece dispuesto a aceptar que así son las cosas y todos están tratando de impedir que se queme la casa pero sin dejar atizar el fuego.

Así las cosas, la única salida que se presenta es transformar la economía, liberar y recuperar la política y construir una nueva relación entre sociedades y planeta. Para lograrlo hará falta un esfuerzo de base mucho más amplio y fuerte que lo registrado hasta ahora, y urge actuar en todos los ámbitos posibles.

Por lo pronto, el trabajo de cooperativas y organizaciones que buscan una nueva relación con los consumidores y con el entorno es importantísimo en ese sentido. Esos esfuerzos solidarios entre todos los actores de una cadena productiva, el trabajo por mantener cadenas cortas, la apuesta por la ética y la dignidad en las relaciones de producción marcan el camino a seguir y son experimentos e innovaciones que señalan la dirección por la que avanzar. En ese mismo sentido apuntan las iniciativas amigables con el medio ambiente, y de hecho muchas veces son las mismas. Sin embargo, y con todo y lo necesarias que son, estas iniciativas no son suficientes.

Como señala el geógrafo marxista David Harvey, estas acciones pequeñas y múltiples asemejan a termitas que debilitan una viga agujero por agujero, pero antes de que terminen de romperla siempre llega el propietario a rociarlas con insecticida, o las limita a espacios y escalas en las que no hacen daño. Por eso hace falta también trabajar en los ámbitos políticos, de gobierno y de regulación. 

Los neoliberales nos han dejado muchas lecciones valiosas al respecto. Por ejemplo, ellos son muy conscientes de que hace falta un Estado fuerte al menos en ciertas materias, porque sin Estado no hay mercado, y para ser eficaz ese Estado debe ser también eficiente. En ese sentido es muy lamentable el proceso de debilitamiento de las instituciones estatales mexicanas provocado por la austeridad impuesta por este gobierno para favorecer grandes proyectos que difícilmente servirán para nada. 

Los neoliberales nos mostraron también lo importante de controlar esos aparatos estatales y de usarlos en forma articulada y con un proyecto claro. De hecho, ésa es quizá su principal lección: las transformaciones de fondo son posibles, y así como se desmontó el aparato desarrollista en los años noventa del siglo pasado, podrá desmontarse el neoliberal en los años veinte de este siglo. 

Si aprendemos esas lecciones y emprendemos un esfuerzo de igual envergadura, pero en una dirección nueva y distinta -democratizando el Estado, transformando la economía, movilizando a la sociedad- lograremos salvar el planeta y construir un mundo más justo y más libre. 

Eugenio Fernández VázquezConsultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental. @eugeniofv

Fuente: https://piedepagina.mx/ante-el-ridiculo-de-glasgow-actuar-desde-abajo-y-hacia-adelante/



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jueves, 23 de septiembre de 2021

Preocupante neonegacionismo «verde»


Fuentes: Suelo solar

Desgraciadamente está surgiendo en el movimiento conservacionista, verde, medioambientalista, un neonegacionismo militante de peligrosas consecuencias, que, paradójicamente, se alía con el neonegacionismo de las grandes compañías del petróleo y gas.

El Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) -el organismo de la ONU responsable de evaluar el estado del conocimiento sobre el cambio climático, sus causas e impactos- publicó, el pasado 9 de agosto, la primera de las tres partes de su nuevo informe de evaluación, dedicado a la evidencia científica de la relación entre las emisiones humanas y el clima extremo.

Las conclusiones clave del informe las resume muy bien Greenpeace: nuestro sistema climático está cambiando rápidamente y sin duda es debido a la actividad humana; los cambios son de una naturaleza sin precedentes en toda la historia de la humanidad y algunos de ellos ya son irreversibles.

Nuestra huella ya está en todas partes y hemos dejado un legado que durará cientos y miles de años, con el derretimiento de la capa de hielo en los polos, el aumento del nivel del mar y cambios en los océanos. Estamos haciendo que los fenómenos meteorológicos extremos sean más extremos y más frecuentes y, sin embargo, esto es solo el comienzo si seguimos sumando carbono a la atmósfera. Cada tonelada de carbono añadida está empeorando la situación. La temperatura en la tierra podría aumentar cuatro grados poniendo en riesgo la vida en el planeta tal y como la conocemos, poniendo en riesgo a la humanidad.

También la coincidencia sobre la interpretación acerca de las medidas a adoptar para revertir algunas de las consecuencias son unánimes en el mundo científico y conservacionista: cumplir con el nivel de calentamiento del Acuerdo de París de no permitir que las temperaturas aumenten más de 1,5 °C haría que todos los cambios futuros fueran menores y más manejables.

Cuanto más rápido lleguemos a cero emisiones y menores sean las emisiones totales para entonces, menores serán el calentamiento futuro y los impactos relacionados. El camino para no ir más allá de 1,5 °C es muy estrecho, pero aún existe, aunque no nos queda mucho tiempo si los recortes de emisiones no se aceleran de manera decidida.

Como si la naturaleza se quisiera hacer notar de manera especial para llamar nuestra atención y reafirmar las tesis del IPPC, en este verano el azote de los incendios, las inundaciones y las temperaturas extremas está siendo especialmente virulento en Europa y en todo  el mundo. En distintos países africanos, el más cercano Argelia, en Canadá, en EEUU, en Europa (en Siberia, Italia o Grecia) se han quemado millones de hectáreas y producido miles de muertes. Las temperaturas han llegado hasta a los 60 grados en algunas zonas de Siberia y a más de 50 en EEUU y Canadá. Y se han acercado a esta cifra en muchos lugares de Europa. Las lluvias torrenciales y las inundaciones como las de Alemania, la peor sequía en EEUU desde el siglo XVI o la penetración de los anticiclones africanos en el Mediterráneo, nos dejan claro también que ya no estamos ante un problema que afecta solo a los países pobres sino también a los ricos.

En un trabajo firmado por Raúl Rejón en elDiario.es, comprobamos cómo las sequías, las inundaciones y los calores extremos son los impactos climáticos que más cuestan en vidas y pérdidas económicas. Según el adelanto del Atlas de Mortalidad y Pérdidas Económicas elaborado por la Organización Meteorológica Mundial, entre los diez peores desastres del último medio siglo, las sequías han provocado 650.000 muertes, las tormentas, más de 577.000 y las inundaciones, más de 58.000. Según la revista Nature, el incremento de la mortalidad es evidente en todos los continentes. Solo en Europa los desastres climáticos registrados entre 1970 y 2019 han producido unas pérdidas de 400.000 millones de euros. Y no nos olvidemos de los millones de muertes prematuras por la contaminación. O la pérdida brutal de biodiversidad.

El estudio del IPPC deja muy claro, también, que la incidencia del cambio climático en territorios insulares como el nuestro será aún mayor. Y los efectos empiezan a ser notables. Llevo insistiendo en ello desde hace muchos años y en la necesidad de combatirlo. Y se pueden conseguir avances extraordinarios: en tres décadas, la capa de ozono se ha recuperado, evitando que se precipite la catástrofe del calentamiento global.

El Cabildo de Gran Canarias elabora en estos momentos la Estrategia de Actuación ante el Cambio Climático. Los alisios se desvían hacia el este y el aumento del nivel del mar y la pérdida de metros en las playas se hacen cada día más visibles. Igualmente están aumentando los periodos de sequías y los momentos de precipitaciones intensas. El océano se calienta y en algunas épocas del año se están acercando hasta nosotros  huracanes y tormentas tropicales.

Nuestro mar se acidifica y emergen también en él peces de otras latitudes y toxinas, como la ciguatera, producidas por microorganismos antes inexistentes en nuestras aguas. La calima aparece cada vez con mayor frecuencia e intensidad. En algunas ocasiones nos han empezado a rondar enfermedades tropicales. Aumentan las temperaturas medias y avanza la desertificación. Los riesgos de incendios de sexta generación son cada vez mayores. Los fenómenos costeros adversos serán cada vez más frecuentes…

Durante las últimas décadas el capitalismo y las doctrinas económicas conservadoras han negado el cambio climático, sus consecuencias y que  el ser humano lo haya provocado. Este negacionismo se ha acentuado desde los años setenta hasta la actualidad de la mano del neoliberalismo y las doctrinas económicas y políticas ultraconservadoras y de extrema derecha. Durante todo este tiempo las grandes multinacionales de la industria o la energía ( fundamentalmente las grandes productoras de combustibles fósiles), entre otras, han empleado una ingente cantidad de recursos económicos para negar la evidencia.

Miles de millones de euros o de dólares se han destinado, a través de universidades o centros de pensamiento creados expresamente para la causa, a financiar investigaciones fraudulentas, publicaciones “científicas” o medios de comunicación, para combatir la evidencia científica del cambio climático y sostener un modelo suicida de crecimiento y consumismo voraz. Un capitalismo insostenible, como dice el propio IPPC.

La evidencia del calentamiento global y sus causas están derivando todo este movimiento negacionista hacia un neonegacionismo que no cuestiona directamente el cambio climático pero que lo achaca a causas naturales y defiende que la humanidad no lo puede combatir. Retrasan entonces los compromisos del Acuerdo de París, lanzan mensajes ecopopulistas, se agarran a propuestas tecnológicas fraudulentas como la captura y el almacenamiento de carbono o los derechos de emisión, plantean acciones climáticas de baja intensidad y proponen el gas o el hidrógeno azul como alternativa blanda o hablan de movilidad eléctrica sin sustituir las fuentes de generación fósiles… O poniendo todas las pegas del mundo, cuando ejercen de monopolios energéticos, para impedir la implantación de las energías alternativas. Y tiene que ver con esto, y bastante, el que los trámites administrativos puedan durar hasta media docena de años para instalar una planta renovable.

Pero no es este solamente el negacionismo que me preocupa. Desgraciadamente está surgiendo en el movimiento conservacionista, verde, medioambientalista, un neonegacionismo militante de peligrosas consecuencias, que, paradójicamente, se alía con el neonegacionismo de las grandes compañías del petróleo y del gas, les da alas para su continuidad.

Mientras la ONU, la comunidad científica, las agencias internacionales de la energía y el propio IPPC, defienden la necesidad de poner fin de manera inmediata al consumo de los combustibles fósiles y avanzar en su reemplazo total por las energías renovables, una parte considerable de las organizaciones sociales y ecologistas, que defendieron durante décadas la sustitución de los combustibles fósiles por las energías limpias, respaldan ahora una suerte de moratoria suicida a las instalaciones de plantas eólicas y fotovoltaicas.

No pongo en duda el que muchas de las infraestructuras previstas adolecen de las medidas correctoras necesarias, de la participación de las comunidades locales en la toma de decisiones, de una mayor democratización en la gestión y los beneficios… Y hay que hacer todo el esfuerzo del mundo para hacerlo posible. Pero no hay más opción que la penetración de las renovables para frenar el calentamiento global. Y no son suficientes las comunidades energéticas, ni las plantas de autoconsumo, ni la eficiencia y el ahorro, ni el decrecimiento económico (esta es la más importante de las alternativas, sin duda)…

En Canarias se están sucediendo situaciones similares desde algunos movimientos medioambientalistas y también desde los ámbitos técnicos encargados en último lugar de dar el visto bueno a las plantas eólicas o fotovoltaicas a instalar. Algunos técnicos – que defienden en sus informes una moratoria- ya no se ocultan para afirmar que las islas son apenas una “cagadita de mosca” (sic) en el planeta y que sean otros territorios entonces los que se impliquen.  Es el mismo argumento que se está utilizando por este neonegacionismo rampante.

Y se olvidan que las dos plantas de generación de energía de Canarias están entre las siete industrias del estado español más contaminantes. Que nos cuesta casi ochocientos millones más cada año producir electricidad en las islas. Y da lo mismo que sea un parque eólico, una planta fotovoltaica, un salto hidroeléctrico, un observatorio astronómico para hacer un seguimiento de las consecuencias del cambio climático o una antena para protegernos de los incendios forestales… Hay que oponerse a todo y da lo mismo el fin que se persiga.

Es lo mismo que sostiene VOX. Tal y como nos cuenta Miguel González en El País, Abascal mantiene el discurso “de que no hay fronteras para el medio ambiente y no tiene sentido que España limite la emisión de gases de efecto invernadero o la producción de energía nuclear mientras importa electricidad de origen atómico de Francia o productos fabricados sin respetar las normas”.  VOX, Trump, Bolsonaro…

Estoy a favor de que una parte importante del aprovechamiento de los recursos naturales debe ser público, de que se debe financiar, potenciar y avanzar en el autoconsumo y las comunidades energéticas ( en el Cabildo de Gran Canaria estamos muy implicados en ello), de que se debe caminar hacia un nuevo modelo de desarrollo, de que no podemos seguir sosteniendo el desarrollo en el crecimiento y el consumismo sin límites…

¿Pero debemos parar la penetración de las energías limpias hasta que esto suceda no se sabe cuando?

Vuelvo a defender que hoy por hoy son necesarias todas aquellas instalaciones que cumplan con las exigencias de las leyes medioambientales y territoriales de las que nos hemos dotado y las infraestructuras necesarias para su almacenamiento y que no caben moratorias encubiertas utilizando torticeramente posiciones técnicas de privilegio para imponer suspensiones, ni neonegacionismos cortoplacistas que frenen la lucha contra el cambio climático y que abaraten el recibo de la luz, fraudulentamente elevado cada vez más.

No nos podemos olvidar de que las renovables fueron la fuente de energía más barata del mundo en 2020.

Fuente: https://suelosolar.com/newsolares/newsol.asp?id=13646&lct=28458&ejm=804



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jueves, 10 de junio de 2021

Por senderos de irresponsabilidad, destrucción y muerte


Fuentes: Rebelión

Para Berta Cáceres (1971-2016), in memoriam et ad honorem (y para las 50 personas defensoras del medio ambiente que han sido asesinados en Honduras desde 2016).

Estamos planteando un sistema sin solución: el de crecer indefinidamente en un planeta finito. No tiene sentido, y da igual cuántas cosas podamos descubrir, nunca serán suficientes para intentar cubrir ese imposible. La solución que necesitamos no es científica ni tecnológica: tan solo social. Simplemente, precisamos de un nuevo sistema económico y social que no necesite forzosamente el crecimiento. No digo que la investigación científica y el desarrollo tecnológico sean inútiles; es más, estoy seguro de que aportarán muchas más cosas útiles la humanidad. Pero no nos carguen a nosotros con la ingente tarea de resolver un imposible. No pidan cosas que son físicamente irrealizables esperando que algún día el progreso científico-técnico solvente unas contradicciones generadas por un grave error de concepción y enfoque social. (Antonio Turiel, 2021)

1. Hybris

Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, nos exhortó Cernuda en su “1936”. Recordemos. El sistema económico hegemónico, llamémosle globalismo neoliberal, capitalismo sin bridas, crematística compulsiva de dinero o como mejor nos parezca, tiene como característica esencial la competitividad despiadada entre empresas (Apple versus Facebook por ejemplo)por la venta de mercancías y servicios. Una de las consecuencias de esta lucha ‘por la supervivencia del más fuerte’, que no excluye ‘alianzas estratégicas’ ocasionales y apoyo mutuo en defensa de privilegios, es la tendencia intrínseca a abaratar la producción (a costa de golpear derechos básicos y remuneraciones de los trabajadores en muchos casos) y a producir un volumen cada vez mayor de productos, servicios y también desechos(Engels: “[la producción capitalista] no puede ser estable, debe crecer, expandirse o morir… Su condición para existir es la expansión constante”). Esta tendencia intrínseca al crecimiento, este tener que expandirse sea como sea, conlleva inexorablemente un consumo creciente (y acelerado)de materias primas y energía, energía que hoy por hoy es producida de manera generalizada por el uso de combustibles fósiles que al quemarse generan los gases de efecto invernadero (GEI) [1].

Se necesitaron 217 años, de 1751 a 1967, para liberar a la atmósfera 400.000 millones de toneladas de CO(el principal GEI, junto con el metano: CH4, el óxido nitroso: N2O, y el ozono: O3); bastaron 23 años, de 1968 a 1990, para liberar la misma cantidad; 16 entre 1991 y 2006 y sólo 11 años entre 2007 y 2018. Con palabras de Jorge Riechmann: ¡desde la crisis económica de 2007 hasta 2018 tanto como en los dos primeros siglos de sociedad industrial! Desde mi nacimiento en 1954 hasta hoy, más de las tres cuartas partes. Crecimientos exponenciales en la fase de la Gran Aceleración destructiva, sin estancamiento o marcha atrás: la emisión global de CO2 fue de 22.637 millones de toneladas en 1990 y de 37.887 millones en 2018. Más del 67% [2].

Los clásicos de las tradiciones emancipatorias fueron bien conscientes de las turbulentas relaciones del capitalismo con el medio ambiente. Marx, en el cap. XIII de la sección 10, “Gran industria y agricultura”, del  libro primero de El Capital, nos advertía que “todo progreso de la agricultura capitalista es un progreso no sólo del arte de depredar al trabajador, sino también y al mismo tiempo del arte de depredar el suelo; todo progreso en el aumento de su fecundidad para un plazo determinado es al mismo tiempo un progreso en la ruina de las fuentes duraderas de esa fecundidad.” Por eso, añadía, “la producción capitalista no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción más que minando al mismo tiempo las fuentes de las que mana toda riqueza; la tierra y el trabajador” [las cursivas son mías].

Observaciones similares pueden verse en la obra de Engels, que ya con 19 años describía críticamente la destrucción del paisaje y la contaminación del agua en su Wuppertal natal. En términos similares se expresaba en La situación de la clase obrera en Inglaterra o en Esbozo de crítica de la Economía Política, un texto escrito entre octubre-noviembre de 1843 con apenas 23 años, donde señalaba que el capitalismo industrial moderno y la competencia cada vez más feroz entre empresarios agrícolas (capitalistas que no eran campesinos) podía dañar a la naturaleza, especialmente al suelo, la primera condición de nuestra existencia, punto básico de toda producción y reproducción.

En parecidos términos se han manifestado pensadores (y activistas) de otras tradiciones de emancipación  como Tolstói, Kropotkin o Murray Bookchin.

Son innumerables los autores que, más recientemente, nos han advertido que una buena parte de lo que está ocurriendo se deriva del cambio climático, del aumento de las temperaturas medias de la atmósfera y los mares causado por las actividades humanas en la época industrial. Jeremy Rifkin, por ejemplo, señala que hemos tenido otras pandemias en los últimos años y que se habían lanzado advertencias de que algo muy grave podía ocurrir “porque hemos alterado el ciclo del agua y el ecosistema que mantiene el equilibrio en el planeta. Los desastres naturales van a continuar: la temperatura en la Tierra sigue subiendo y hemos arruinado el suelo”. Hay dos efectos, añade Rifkin, que no podemos ocultar: 1. El cambio climático antropogénico provoca movimientos de población humana y de otras especies. 2. La vida animal y humana se acercan cada día más como consecuencia de la emergencia climática y nuestras prácticas económicas expansivas. Sus virus viajan juntos.

Hemos excavado los cimientos de la Tierra para transformarlo en gas, petróleo y carbón; hemos creado una civilización basada enteramente en el uso de fósiles (con las implicaciones geopolíticas conocidas y las guerras imperiales anexas). Estamos usando un planeta y medio o más cuando solo tenemos uno. Hemos perdido el 60% de la superficie del suelo del planeta y tardaremos, si es el caso, miles de años en recuperarla. No existe nada, simple contradicción en los términos, que sea capitalismo y moderado al mismo tiempo. No existe un “capitalismo verde” que sea viable, sostiene Antonio Turiel, quien nos recuerda que en estos momentos consumimos una media de 96 millones de barriles diarios (Mb/d) de “petróleo” (entendiendo como tal todos los hidrocarburos líquidos que son más o menos asimilables a petróleo). Como cada barril contiene 159 litros, “unos 5,6 billones de litros de petróleo al año, o lo que es lo mismo, 5,6 kilómetros cúbicos anuales”.

Incontables ejemplos muestran que la alarma de Rifkin, Turiel, Ribeiro, Puig Vilar, Riechmann y de tantos otros  no es alarmismo. La tragedia del calentamiento global es tan sólo el mayor síntoma de todo lo que funciona mal en nuestro sistema económico. El mayor síntoma, no la única tragedia que nos acecha. Paul J. Crutzen y Eugen F. Stoermer acuñaron en 2000 el término Antropoceno para designar la fase de la historia de la Tierra en que los humanos hemos devenido una fuerza planetaria capaz de producir transformaciones similares a las producidas por las fuerzas naturales. Aquí estamos. No hemos hecho caso de la advertencia de  César Manrique formulada ¡en 1985!: “Es el momento de parar.”

Sin ser apocalípticos, visitemos el infierno terrestre que hemos ido creando.

2. Amenazas, catástrofes.

La radiación solar que penetra en la Tierra depende tanto de los cambios en la órbita terrestre y la inclinación de su eje de giro como de los ciclos solares (11 años). Ambos factores pueden favorecer el inicio de una etapa de mayor radiación y, en consecuencia, de calentamiento. Pero hay acuerdo pleno entre las comunidades científicas que esos cambios orbitales y de radiación solar no se han producido durante estos años ni durante toda la época industrial. No hay una explicación alternativa donde no figure la acción humana, no hay ninguna evidencia de la acción de otros ciclos naturales que hayan podido intervenir. Además, en las últimas décadas, las de mayor calentamiento, la radiación solar ha ido disminuyendo [3].

En un estudio publicado en Nature a finales de 2019, se señalaban los nueve puntos de nuestro planeta que están en peligro por daños graves, alteraciones o riesgo inminente de desaparición: el hielo marino ártico, la capa de hielo de Groenlandia, los bosques boreales, el permafrost [4], el sistema de corrientes del Atlántico, la selva amazónica, los corales de aguas cálidas, la capa de hielo antártico occidental y partes de la Antártida Oriental. Estos puntos de inflexión climática están ya activos y podrían desencadenar cambios irreversibles a largo plazo a nivel global.

Algunas ilustraciones de la situación, una breve muestra. Los ejemplos de agolpan:

2.1. Entre Groenlandia y la Antártida hay hielo para elevar 65 m. el nivel del mar. Donde se ha notado más la desaparición del hielo ha sido en el Polo Norte (el calentamiento global no es igual para todo el planeta, es mayor en las latitudes por encima del círculo polar ártico: 66° 33′ 52″ N). El Ártico, el espacio situado al norte del círculo, está avanzando muy rápidamente hacia la desaparición total del hielo marino en los meses verano. La desaparición del hielo marino, aun siendo un grave desastre ecológico, no es preocupante por la subida del nivel del mar, generada tan solo por el hielo continental: Groenlandia y la Antártida. En el norte nos interesa especialmente lo que ocurre en Groenlandia donde hay hielo para que el mar suba 7 m y donde más deshielo está provocándose. Por el deshielo de los glaciares de las grandes cordilleras y los casquetes de hielo polar (un 60%), y por la expansión térmica del agua, más voluminosa a mayor temperatura (un 40%), el nivel del mar ha subido ya más de 20 cm desde principios del siglo XX. Desde 1993 la subida ha sido de 1,7 mm por año; desde 2006, 3,6 mm.

En la Antártida también se pierde de forma creciente y la situación es aún más preocupante. Por dos razones: porque almacena la mayor parte del hielo que hay en la Tierra y porque está sufriendo algunos procesos recientemente detectados que nos podrían obligar a cambiar las previsiones que se han hecho hasta ahora.  Un informe conjunto de la NOAA, la NASA y la NSF de USA señala que en un escenario de altas emisiones como el actual, cabe la posibilidad en 2100 de una subida de 2,4 metros. Si nos situamos en 2060, la NOAA afirma que en un escenario extremo el mar podría subir ese año 105 cm por encima del de principios del siglo XX (85 cm por encima del nivel actual, que ya ha subido 20 cm; la previsión del IPCC es de 40 cm).

2.2. En el Pacífico hay países-isla o archipiélagos -Vanuatu, Kiribati (dos islas desaparecidas), Tuvalu, Fiyi, Islas Salomon (con islas que han perdido el 50% de su territorio), Nauru, Tonga, Islas Marshall (han perdido ya el 20% de sus costas)- que no tardarán en desaparecer si no hay cambios drásticos e inmediatos. Lo mismo sucederá en países del Índico como las islas Maldivas (1.200 islas e islotes, con más de medio millón de habitantes).

2.3. La quema de combustibles fósiles expulsa a la atmósfera CO2 y N2O, pero también PM 2,5 [5]. Son muchos los estudios que atribuyen a estas micropartículas 8 millones de muertes prematuras al año, una de cada cinco de las que se producen en el mundo. El problema de estos contaminantes PM 2,5 es global, pero la costa este de USA, Europa Occidental y el sureste asiático son los territorios en los que su incidencia en la tasa de mortalidad prematura es mayor. En España pueden imputarse a esta causa unas 44.600 muertes anuales de media estos últimos años.

2.4. El Mediterráneo pasa por un momento transcendental para los 500 millones de personas que habitamos en sus orillas. La necesidad de agua, alimentos, energía y empleo crece con fuerza en toda la región. Se calcula que el aumento de temperatura es aquí un 20% superior al del resto del mundo, lo que agrava la escasez de agua dulce, destinada principalmente, en un 80%, a usos agrícolas. El aumento de la temperatura marina y el vertido de contaminantes están diezmando a las poblaciones piscícolas y vegetales del mar. Avanza también sin freno la desertificación y la pérdida de biodiversidad, a pesar de tener el 7% de las especies marinas en solo el 0,8% de todos los océanos.

2.5. El Banco Mundial estima que Latinoamérica, el África subsahariana y el sudeste asiático generarán otros 143 millones de migrantes climáticos hacia 2050 y que esa no es sino una más de las migraciones creadas por la crisis climática. No solo los humanos estamos buscando desesperadamente sitios más habitables, también lo hacen los peces de las aguas oceánicas que se están calentando a toda velocidad y que han absorbido más del 90 % del exceso de calor causado por las emisiones de efecto invernadero.

2.6. Como señalan Moisés Casado y Pedro Prieto, el Norte imperial no está fuera de este mundo. Se estaba gestando la ruptura desde principios de enero de 2021 y, finalmente, el vórtice polar, que suele contener el frío extremo dentro del Círculo Polar Ártico, se rompió, provocando que el frío se desplazase mucho más al sur. Se generó un desenlace trágico en la segunda semana de febrero, afectando a la práctica totalidad de Estados Unidos. El martes 16 de febrero fue más cálido en Groenlandia, Alaska, Noruega y Suecia que en Texas (máxima 0°C/mínima -12°C en Houston), partes de Arkansas y el Valle del Bajo Mississippi. Unos 150 millones de estadounidenses estuvieron bajo un severo tiempo invernal, millones de texanos se quedaron sin electricidad durante días. Texas estuvo literalmente al borde de “un fallo catastrófico” que podría haber generado apagones de muy larga duración, de meses.

2.7. Según Germanwatch, en las dos últimas décadas han muerto en el mundo 475.000 personas por fenómenos metereológicos extremos derivados del clima. España ocupa el puesto 32 de los países más afectados (700 fallecimientos al año) y el 29 con más pérdidas económicas (900 millones de euros).

No es necesario continuar. ¿Hemos hecho algo para frenar estas situaciones? Veamos.

3. Acuerdos, praxis y escenarios de futuros.

Hace más de 40 años (Ginebra, 1979), científicos de 50 naciones se reunieron en la Primera Conferencia Mundial sobre el Clima y acordaron que las tendencias ya entonces alarmantes del cambio climático exigían actuar con urgencia. Unos 10 años después, en 1988, se celebró en Toronto la Conferencia Mundial sobre la Atmósfera Cambiante (se recomendó, sin éxito alguno, recordar un 20% las emisiones entre ese año y el 2005), y ese mismo año se creó el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, el IPCC por sus siglas en inglés.

El primer tratado internacional, jurídicamente vinculante, llegó en 1992 cuando se celebró la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro y se aprobó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio climático, después de que el IPCC presentara en 1990 su primer informe de evaluación. En él se reflejaban las investigaciones de 400 científicos: el calentamiento atmosférico de la Tierra era real.

Tras la entrada en vigor de la Convención Marco en 1994, los países que firmaron se han reunido anualmente en la Conferencia de las Partes (COP por sus siglas en inglés). El tercer encuentro de la COP se celebró en Kioto en 1997. En él se adoptó el conocido como “Protocolo de Kioto”, concluido en La Haya en 2001 y en vigor desde 2005. Se establecieron nuevos mecanismos institucionales de control, se incentivó el desarrollo de medidas de reducción de emisiones y se creó el mercado internacional del carbono. Estados Unidos no lo ratificó; Canadá se retiró después. China, que luego se convertiría en el mayor emisor (no en términos acumulativos) no participó. Tampoco India y Brasil. Rusia y Japón no intervinieron en la prolongación de Kioto celebrada en Doha en 2012.

Se requería un nuevo acuerdo global. Se alcanzó en París en 2015. La COP21 alumbró, no sin grandes dificultades, el “gran acuerdo” al que se aspiraba. Allí se estableció la necesidad de que a finales del siglo XXI no se alcanzara los 2º C de calentamiento global respecto a los niveles preindustriales [6]. Los gobiernos tomaron nota de los riesgos elevados que significaban los 2º C y acordaron que harían todo lo posible para no superar 1,5º C.

Sin embargo, 2020 ha culminado el decenio más cálido desde que se dispone de registros. La temperatura de la biosfera es ahora 1,25°C más alta que la media de la era preindustrial (promedio 1850-1900). Si suponemos, según cálculos, que la temperatura está subiendo un 0,25 °C cada decenio, estamos a una década de superar el aumento de 1,5 °C, y a dos décadas de superar los +1,7 °C, punto que el Informe Especial del IPCC presentado en Incheon, Corea del Sur, 8 de octubre de 2018 señala como tipping point, punto de no retorno, momento en el que se pierde la capacidad de revertir los hechos. Volver atrás, revertir la situación, supondría un esfuerzo de captura de carbono imposible. De seguir como hasta ahora se llegará a +2°C antes de mediados de siglo, no a finales [7].

Sin dudar de la importancia del logro internacional de París, ¿de qué tipo son las medidas acordadas? En el artículo 4.2. se afirma que “Las partes procurarán adoptar medidas de mitigación internas con el fin de alcanzar los objetivos de esas contribuciones”. En el 4.19: “Todas las partes deberían esforzarse por formular y comunicar estrategias a largo plazo para un desarrollo con bajas emisiones”. En el artículo 4, se sostiene que el punto máximo de emisiones debería “alcanzarse lo antes posible”, sin mayor determinación. Las partes procurarán, deberían esforzarse,… La libre actuación de las partes, de los Estados, tienen un peso enorme en la concreción del texto acordado. Nada se dice en el acuerdo de los combustibles fósiles que en ese mismo año proporcionaban el 86% de toda la energía que consumía en el mundo.

El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente nos informa de lo sucedido en estos últimos años, tras los Acuerdos de París. Se emitieron en 2016, 51,9 Gt de CO2-e; en 2017: 53,5; en 2018: 55,3. En 2019, según un informe preliminar preparado por la COP25 de Madrid referido solo al CO2, hubo un incremento del 0,6%. Así, pues, hasta la irrupción de la pandemia del coronavirus en 2020 las emisiones fueron creciendo. Los Acuerdos están muy lejos de cumplirse [8]. De los 900 Gt de CO2-2 de emisión entre 2010 y 2100 señalado por el IPCC, en los primeros diez años, entre 2010 y 2020, se han emitido más de 500 Gt. Por lo tanto, nos quedarían por emitir, como mucho, 500 Gt entre 2020 y 2100, es decir, a uno 6,2 Gt por año, menos de la octava parte de lo emitido estos últimos años. En resumen: la concentración de COy gases GEI afines en la atmósfera no ha dejado de crecer y ningún acuerdo climático ha servido de momento para detener ese crecimiento [9].

En los informes presentados a la COP25 de Madrid se afirmaron cosas parecidas. Un informe del el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) señalaba que con las dinámicas actuales estaremos emitiendo 60 Gt anuales en 2030. De seguir como hasta ahora, vamos a un calentamiento en este siglo de entre 3,4 y 3,9º C. Cumpliendo a rajatabla los actuales compromisos de los gobiernos, situación muy distante de la realidad, se alcanzarán los 3,2º C. La revista de la Academia de Ciencias de Estados Unidos, Proceeding of the National Academy of Science, en su número de agosto de 2020, publicó un estudio que señalaba que, con las actuales políticas podríamos estar en un escenario que nos llevaría a un calentamiento en 2100 de entre 3,3º C y 5,4º C.

En síntesis: la mayoría de los gobiernos del mundo (y de las multinacionales asociadas) hablan y hablan de limitar el calentamiento global a 2ºC, ¡incluso a 1,5º C!, pero lo que hacen o permiten hacer tiene poco que ver con ese objetivo. Miguel Pajares lo ha expresado así: “sufrimos una disonancia cognitiva que nos permite felicitarnos efusivamente por acuerdos como el de París, al mismo tempo que lamentamos que las emisiones de GEI y el correspondiente calentamiento global siga creciendo, sin que lo segundo nos leve a cuestionar la validez de lo primero.”

Esbocemos sucintamente algunos escenarios se futuro:

Con un calentamiento de 2ºC, según dos centros de investigación alemanes, los daños se repartirían de forma desigual. Son los países insulares y los tropicales empobrecidos los que sufrirían los mayores riesgos para su supervivencia. También los países ricos se verían afectados. Se darán situaciones generalizadas de escasez de alimentos, olas de calor sin precedentes, ciclones más intensos. Afectará a la disponibilidad de agua potable, a las cosechas, a la supervivencia de los bosques, a las ciudades costeras, a los recursos marinos, las cuencas de ríos muy importantes (Danubio, Misisipi, Amazonas) disminuirán entre un 20 y un 40%. Las pérdidas de bosque será extensa, por la temperatura excesiva y por la mayor incidencia de incendios. Los arrecifes de coral de verán afectados ya con un calentamiento de 1,5º C. Con ello, se perderá gran número de especies de peces que tienen ahí su habitat, así como la protección de muchas zonas costeras. Afectará fuertemente el desarrollo económico y comportará el riesgo de exceder la capacidad de adaptación de los sistemas más vulnerables. La salud de los seres humanos también se verá afectada por las olas de calor, incendios forestales, desnutrición (por menor producción de alimentos), expansión de enfermedades como la malaria y el dengue (los mosquitos que las propagan amplían sus rangos espaciales y temporales). Además, la pandemia del COVID ha puesto el tema sobre la mesa, posible auge de enfermedades zoonóticas por medio de virus, hongos o bacterias.

Con 4º C, los riesgos son superiores y generalizados. En palabras del que fuera presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, nada sospechoso de alarmismo anticapitalista, “tendremos un cuadro dramático de un mundo de fenómenos climáticos y metereológicos extremos que causan devastación y sufrimiento humano”.

En el período que va desde 2008 a 2018, ambos inclusive, 11 años en total, hubo un total de 265,3 millones de personas desplazadas por desastres repentinos. Una media de 24,1 millones por año. En esa media, el 86% son desplazados por desastres metereológicos (unos 20 millones por año) y el 14% por desastres geofísicos.  Para hacerse una idea comparativa, el número de desplazados internos por conflictos bélicos representan una media de 7,5 millones anuales. La mayoría de estos desplazados internos por desastre medioambientales repentinos vienen produciéndose en el sur, este y sudeste de Asia: India, China, Bangladesh, Vietnam y Filipinas.

No es necesario continuar. ¿Soluciones? ¿Las renovables y nuestra prudencia y racionalidad nos sacarán del apuro?

4. Las renovables y sus límites.

Abandono completo de los combustibles fósiles, renovables cien por cien, mayor eficacia energética, algo menos de desarrollismo, algunas pinceladas más… y a seguir más o menos como hasta ahora. ¿Es eso? No es eso.

Energías renovables son las que no se agotan con el paso del tiempo. Por ejemplo, la energía hidroeléctrica, la geotérmica, la eólica y la solar [10]. Durante las últimas tres décadas, la energía eólica ha experimentado un despegue sin precedentes. Representa en la actualidad el 1% de toda la energía primaria que se produce en el mundo. Aún así, ha señalado Turiel, un 1% es un porcentaje muy escaso y, si tenemos en cuenta las diversas limitaciones de la energía eólica (cuando se habla del potencial eólico pensamos solamente en la generación de electricidad -que no cubre todas las necesidades energéticas de nuestra civilización- por medio de aerogeneradores), es muy probable que nunca sobrepase el umbral del 5 o el 6% del actual consumo de energía primaria. Requiere además del consumo de grandes cantidades de energía fósil: para la elaboración (acero, hormigón armado) de los aerogeneradores (un mástil de 40 metros de altura y tres aspas de 20 metros de longitud), para el transporte a los puntos de instalación, para las excavadoras que preparan el terreno, para las reparaciones, para el desmantelamiento,..

La energía solar para la producción de electricidad representa actualmente menos del 0,5% del total de la energía primaria consumida en el mundo. Se señala en ocasiones que la energía que nos llega del Sol es casi 10.000 veces superior a la energía que consume actualmente la humanidad. Pero recordemos que el 80% del flujo electromagnético proveniente del Sol que llega a la Tierra no se puede aprovechar: o llega con demasiado ángulo o se refleja en la atmósfera o, directamente, en la superficie planetaria. Por lo demás, no es verosímil construir parques fotovoltaicos en mares y océanos, ni tampoco en desiertos o en zonas montañosas. Un estudio del GEEDS mostró que el potencial máximo fotovoltaico de la Tierra podría corresponderse con aproximadamente el 25% de nuestro consumo vigente global de energía primaria. Insuficiente si consideramos la sustitución completa del actual consumo de energía no renovable. Para Turiel, entre las energías renovables, es la tecnología con más problemas (escasea de materiales, de plata por ejemplo) y peor rendimiento. La energía solar de concentración (se basa en concentrar la energía del Sol en un único punto usando espejos) permite que se alcance en ese punto grandes temperaturas que pueden ser usadas para producir vapor o mover turbinas o con un motor Stirling. No requiere además de una alta tecnología ni tampoco echar mano de materiales escasos. Sin embargo, se trata de una instalación de gran envergadura que, al final, proporciona una cantidad de energía por metro cuadrado de ocupación que no es mejor que la fotovoltaica y que es, además, más propensa a sufrir las inclemencias del tiempo. Los materiales por otra parte sufren mucho desgaste debido a la altas temperaturas y, al cabo, su rendimiento resulta bastante mediocre.

Veamos el asunto del coche eléctrico. Richard Herrington y algunos otros científicos británicos expertos en materiales han calculado que para reemplazar todos los coches y camioneras del Reino Unido por vehículos eléctricos, sin incluir camiones ni vehículos pesados, harían falta al menos 207.900 toneladas de cobalto, 2,3 millones de toneladas de cobre, 264.600 toneladas de carbonato de litio y 7.200 toneladas de neodimio y disprosio. Con cifras de 2018 y sólo para un país, excluyendo los vehículos más pesados y suponiendo el uso de baterías muy eficientes, y sólo para un factor (el coche eléctrico) de la denominada transición ecológica, se necesitaría casi el doble de la producción mundial anual de cobalto, la casi entera producción mundial de neodimio y el 75% de la producción mundial de litio y al menos de la mitad de la producción mundial de cobre.[11]

Situémonos a nivel global y empleemos datos tan oficiales como son los del Banco Mundial (BM). El 11 de mayo de 2020, el BM publicó el informe Minerals for Climate Action: The Mineral Intensity of the Clean Energy Transition. Se describe en él qué se necesita para conseguir la transición energética, y detalla cuánto se debería aumentar la producción. Hacen falta, se afirma, 3.000 millones de toneladas de minerales y metales estratégicos: cobre, níquel, cobalto, litio, cromo, molibdeno, grafito, aluminio, indio, hierro, plomo, manganeso, neodimio, plata, titanio, vanadio y zinc, para desplegar la transición a eólica, solar y geotérmica. La producción de grafito, cobalto y litio, esenciales para el almacenamiento, debería aumentar un 500% hasta 2050 para hacer frente a la demanda de materiales para las tecnologías energéticas limpias que eviten el aumento de 2 ºC de la temperatura media de la biosfera.

En síntesis: la corteza terrestre no ofrece metales y minerales suficientes para una supuesta transición ecológica planteada en términos de sustitución de los combustibles fósiles por renovables de alta tecnología, sin olvidarnos, por otra parte, la devastación de ecosistemas que supondría la intensificación de la actividad minera.

Para Antonio Turiel, una estimación realista del potencial máximo que pueden proporcionar las energías renovables estaría entre un 30 y un 40% del consumo total mundial actual. Su análisis: la transición energética a las renovables implica forzosamente dejar de crecer, ir hacia economías de ‘estado estacionario’, incluyendo tres decenios de esfuerzo equiparables a una economía de guerra que eliminase toda actividad superflua y concentrase todos los recursos económicos en dicha transición, transición a nuevos sistemas de producción, distribución y consumo incompatibles con el actual sistema socioeconómico mundial.

Este es el reto. De nuevo: socialismo democrático en armonía con la Naturaleza o desastre, muerte y destrucción. Si llegásemos a la segunda mitad del siglo XXI, ha señalado Jorge Riechmann, “habiendo logrado evitar un descenso demográfico catastrófico y estuviéramos en camino de construir sociedades mucho más sencillas, frugales e igualitarias, basadas en tecnologías intermedias robustas, que se olvidasen del PIB como supuesta medida de bienestar, que usan muchos menos materiales y energía, lo habríamos hecho lo mejor posible en las difíciles circunstancias actuales”. Esta perspectiva es la que viene sugiriendo llamar ecosocialismo descalzo.

Katharina Pistor, profesora de Derecho Comparativo en la Facultad de Leyes de Columbia, nos ha advertido que la Tierra no nos rescatará cuando las cosas salgan mal. “Al depender solamente de declaraciones y del mecanismo de precios para lidiar con el cambio climático, estamos haciendo una enorme apuesta sobre la base de mediciones e indicadores que sabemos que son incompletos, si no absolutamente engañosos.” Podemos diseñar todas las protecciones que queramos contra los potenciales escenarios de cambio climático, ha añadido, “pero no hay ninguna protección para un episodio sistémico”. Al carecer de la voluntad política de confrontar nuestro propio comportamiento, “estamos suponiendo que el cambio climático se puede abordar con una actualización mínimamente disruptiva y financieramente neutra -o inclusive rentable— del sistema operativo actual”. La pandemia de la COVID-19nos ha advertido con claridad contra esta presunción.

Notas

1) Según la OMM (Organización Meteorológica Mundial), la concentración de CO2, NHy N2O en la atmósfera no tiene precedentes en los últimos 3 millones de años. Recordemos, por otra parte, que sin esos gases que atrapan calor la temperatura de la superficie terrestre sería de -18º. Su adecuada proporción es absolutamente imprescindible para la vida tal y como la conocemos.

2)Otra forma de computar nuestra hybris: según el IPCC y utilizando la unidad de medida CO2-e (CO2-equivalente), que incluye el CO y los demás GEI cuantificados por su potencial efecto invernadero como si fueran CO2, se han emitido, desde el inicio de la era industrial y hasta 2010, unas 2.000 Gt ( 1 Gigatonelada = mil millones de toneladas) de CO2 -e. La mitad desde 1970. USA ha emitido hasta la fecha más CO2 que cualquier otro país del mundo. Son responsables del 25% de las emisiones históricas.

3) El valor máximo de 1980 fue parecido al de 1990 pero el alcanzado en 2001 fue ligeramente inferior. Los ciclos solares, desde 2003 en adelante, han resultado ser significativamente más débiles que los anteriores.

4) La capa de suelo permanentemente congelada en regiones frías.

5) Micropartículas contaminantes con gran capacidad de penetración en el sistema respiratorio. Miden 0,0000025 m. de diámetro, entre 15 y 20 veces menos que el grosor de un cabello.

6) Ya se había acordado lo mismo en la COP15 celebrada en Copenhague seis años atrás, en 2009.

7) Los incrementos, por otra parte, no son homogéneos. En Cataluña, según Marc J. Prohom, del Área de Climatología del Servicio Meteorológico, “2020 ha tenido una anomalía de temperatura cercana a los 2 °C respecto a la media del periodo preindustrial”.

8) Según estos acuerdos, teniendo en cuenta los 2ºC a finales del XXI, o el preferible 1,5º C, ¿cuánto más GEI podemos arrojar a la atmósfera? El IPCC sostuvo en 2013 que para no superar los 2ºC sería necesario limitar a unas 2.900 Gt las emisiones acumuladas. Se habían arrojado ya 2.000 Gt hasta 2010. Quedarían por tanto 900 Gt por emitir. Es decir, ¡en 90 años deberíamos emitir menos CO2-e que el que se emitió en los 40 años anteriores! Tengamos en cuenta, por otra parte, que las 1.000 Gt entre 1970 y 2010 fueron emitidas a ritmos distintos. La media fue de 25 Gt por año, pero ¡en 2010 se estaba emitiendo ya cerca de 50 Gt por año!

9) Con otra medición: en junio de 2020, pese a la brusca reducción de actividad por la pandemia, se alcanzó la cifra de 417 ppm (partes por millón). Recordemos que en la era preindustrial, la proporción de CO2 en la atmósfera era de 280 ppm. El incremento ha sido, pues, del 48,92%. En los últimos 2,6 millones de año es probable que nunca se superasen los 300 ppm.

10) Estos tipos de energía sí se agotan con el paso del tiempo porque la materia del sol se está “quemando” y el sol acabará por extinguirse, de la misma manera que el interior de la Tierra acabará enfriándose. Pero, de hecho, estas fuentes energéticas se debilitan tan lentamente que pueden considerarse constantes, o 100% renovables.

11) Aproximadamente la mitad de todo el cobre de las minas existentes ha sido ya extraído.

Bibliografía mínima

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M. Jena, “Calentamiento global y errores del desarrollo igual a desastre glaciar en India” http://www.ipsnoticias.net/2021/02/calentamiento-global-errores-del-desarrollo-igual-desastre-glaciar-india/

Timothy M. Lenton et alii, “Climate tipping points — too risky to bet against”. https://www.nature.com/articles/d41586-019-03595-0

Miguel Pajares, Refugiados climático. Un gran reto del siglo XXI, Barcelona: Rayo Verde, 2020.

Jorge Riechmann, Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros, Barcelona: MRA ediciones, 2019.

William J. Ripple et alli, “World Scientists’ Warning of a Climate Emergency”  https://academic.oup.com/bioscience/advance-article/doi/10.1093/biosci/biz088/5610806

Carles Soriano Clemente, Antropoceno. Reproducción de capital y comunismo, Madrid: Maia ediciones, 2021.

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Antonio Turiel, Petrocalipsis. Crisis energética global y cómo (no) la vamos a solucionar, Madrid: Alfabeto  editorial, 2020.

Arturo Villavicencio, Neoliberalizando la naturaleza. El capitalismo y la crisis ecológica, Madrid: Siglo XXI, 2020.

“Un enorme iceberg, del doble del tamaño de Madrid, se desprende de la Antártida” https://actualidad.rt.com/actualidad/384842-video-desprende-antartida-enorme-iceberg

“Los nueve puntos de inflexión climática activos que deben acelerar la acción política sobre las emisiones”. https://www.climatica.lamarea.com/los-nueve-puntos-de-inflexion-climatica-activos-que-deben-acelerar-la-accion-politica-sobre-las-emisiones/



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