Entrevista al periodista y escritor Gabi Martínez, autor del libro Un cambio de verdad: una vuelta a los orígenes en tierra de pastores
Es invierno, y el periodista y escritor Gabi Martinez (Barcelona, 1971) decide instalarse al noreste de Badajoz, en la llamada Siberia extremeña. Quiere ser aprendiz de pastor, pero sobre todo quiere encontrar la “fuerza, dignidad y honradez” de su madre, la persona que vivió allí de niña. Su concepto de patria es la tierra. Los animales que la habitan. La cosa que da de comer. Las banderas, para otros. Defiende la naturaleza -y la vida- de la mejor manera que sabe: escribiendo. Y viajando. Y conociendo.
En su anterior libro, Animales invisibles (Capitán Swing y Nórdica Libros, 2019) recorrió el mundo para contar una serie de historias fantásticas. Con ellas quiso mostrar la importancia del cuidado de los ecosistemas y nuestra relación con ellos. Ahora, con Un cambio de verdad: una vuelta a los orígenes en tierra de pastores (Seix Barral, 2020), el autor catalán continúa reforzando esa idea. La crisis climática y la actual crisis del coronavirus, ejemplos tristes pero claros.
Tras la crisis económica del 2008, ahora atravesamos una crisis sanitaria. ¿Piensa que volveremos a vivir el mismo proceso, los mismos errores, que hace doce años?
El paralelismo es exacto. En el momento en el que parece que las cuestiones medioambientales se ponen sobre la mesa, viene una crisis y hace que todo vuelva al principio.
Acabar con las renovables como primera medida después de la crisis del 2008, lo que ha traído no es una consecuencia directa, pero yo creo que tiene mucho que ver. Ha traído ahora, doce años después, una crisis que ya no es sólo económica, sino que también es medioambiental. Si volvemos a actuar de la misma manera, volviendo a apartar las cuestiones medioambientales, no quiero pensar cuáles van a ser las consecuencias de la siguiente crisis.
Habrá gente que, al ser esta una crisis medioambiental, sí está visualizando que ahí existe un problema, con lo cual se deduce que habrá acciones individuales que llevarán a cambiar dinámicas de las personas. Lo cierto es que, de cualquier forma, lo que sí estoy viendo es que hay un discurso buenista instalado que después no acabo de ver reflejado en los movimientos de las instituciones. Aún es pronto porque estamos en plena pandemia, pero vamos a tener que ver hasta qué punto se lleva adelante ese discurso cuando haya que tomar decisiones reales de cambiar cosas sistémicas.
A principios de año, se declaró la emergencia climática en España. Ahora estamos en medio de una emergencia sanitaria. Pero no se ha actuado por igual. ¿Sale perdiendo la acción climática con estas comparaciones?
No, en absoluto. Las dos cosas van de la mano. Dentro de Un cambio de verdad se le da cancha a los agentes forestales. Los agentes forestales son los sanitarios de la naturaleza. Si tú estás cuidando la vida, tienes que apostar por todos los que cuidan de la vida. Y ahí entramos también, incluso, en las personas que nos están procurando el alimento. Debemos introducir unas formas de funcionar que no pasen por inyectar antibióticos a los animales. España es el primer consumidor de antibióticos para animales de Europa. Hay que cambiar todo lo que apunta a lo elemental; que nos hace vivir, que nos hace ser humanos en el sentido más amplio de la palabra. Lo que hay que hacer es buscar la manera de enlazar ambos conceptos, no separarlos.
Además, si le damos voz a la gente de la sanidad, si les preguntamos qué harían ellos con el medio ambiente -y no estaría mal a partir de ahí establecer vínculos-, estoy convencido de que una gran parte de esas personas, si no todas, estarán a favor de defender el medio ambiente.
La protección de la biodiversidad siempre ha sido una asignatura pendiente de los Estados, España incluida. ¿Se ha convertido la naturaleza en un extraño para los humanos?
El libro que he escrito tiene mucho que ver con cuestiones medioambientales y morales. Creo que vivimos un momento que tiene un gran paralelismo con principios del siglo XX, de una gran confusión que, este caso, además, lo estamos asociando al medio ambiente. En aquel momento no se hacía así, pero sí que se trabajaba igualmente para que la gente se relacionara con la naturaleza.
A principios del siglo XX se vive un movimiento que es regeneracionista, dónde están presentes personas como Miguel de Unamuno, Antonio Machado… Gente que ha desarrollado un fuerte espíritu crítico y que está viviendo en una sociedad con unas tensiones enormes, y que para limarlas y para expandir la educación se tiran adelante proyectos como, por ejemplo, la Institución Libre de Enseñanza, que lo que hace es sacar a los chavales de excursión y a la gente invitarla a que salga de la tierra para que se relacione con ella de una forma directa, de tal forma que su amor sea por la tierra, no por la bandera. Por el concepto España, tierra, y no bandera. A partir de ahí, de ese respeto, crear un nuevo tipo de relaciones, unas relaciones biodiversas. Porque en el momento en el que tú respetas a tu entorno pasas a respetar a tus vecinos.
¿Qué es lo que ha ido ocurriendo en el momento en el que nos encontramos ahora? Es un momento en el que la biodiversidad se está liquidando en la naturaleza, y la consecuencia es la moral. Una cosa va relacionada con la otra. ¿Qué es lo que ocurre? Y aquí nos vamos a poetas como Pessoa y Walt Whitman, gente que te ha dicho ‘contengo multitudes, hay muchas individuos dentro de mí’. Si tú dentro de ti ves que hay algo, que hay dentro de ti, tendencias distintas que tú estás intentando conciliar, cuando te encuentres con alguien que opina distinto, tú vas a intentar entenderle mejor, porque tú sabes que tú eres diverso, y sabes que el otro puede tener otra opinión también, vas a hacer ese esfuerzo. Si eso no ocurre, que es lo que está pasando ahora, si no das paso a la diversidad, a tu propia diversidad, te vas a cerrar a hablar con el que tienes delante. Y nos encontramos con unas tribunas en las que durante muchos años hemos tenido monocultivo ideológico.
El monocultivo que hemos llevado a la naturaleza lo hemos exportado moralmente y lo hemos introducido dentro de nuestros parlamentos. Una cosa es reflejo de la otra. El trato que le damos a la naturaleza es el trato que le damos a nuestra ética, a nuestra posición moral en sociedad.
Hay un punto de esperanza ahora en ese sentido. Si miras al Parlamento es el momento en el que hay una mayor diversidad. Si hay un momento para ser ligeramente optimista puede ser el actual, en el que tenemos muchas voces diversas interactuando.
Tras recorrer medio mundo, vuelve a la tierra de tu madre, a la Siberia extremeña. ¿Qué implica ese cambio al que evocas en el título del libro?
En 2006, fui al Aquarium de Barcelona con mi hijo, que tenía dos años. Allí vi un coral que me hizo pensar. Había un cartel que ponía que si la temperatura de planeta aumenta dos grados, la Gran Barrera de Coral morirá. Entonces, miré al enano y le dije: tú no sé si la llegarás a ver viva. Me obsesioné con ella hasta tal punto que fui a escribir un libro sobre la Gran Barrera de Coral.
Lo que he ido viendo a lo largo de todo este tiempo es que afuera he ido buscando contraste para entender mejor la realidad en la que yo mismo vivía. Y eso me ha ido llevando a decir: vale, ahora que he contado ya el medio ambiente y la moral de otros lugares, ahora voy a contar el mío. Y lo que he estado haciendo ha sido prepararme, y esto lo entiendo ahora que ya ha pasado el tiempo y lo leo con perspectiva, para afrontar la virulencia de los debates que despiertan palabras como España, naturaleza y madre, que son los tres pilares del libro que he enfocado.
Visto como se trata en España muchas veces a las personas que abordan estos temas, creo que ahora estoy en el momento adecuado para ir a por ellas, y el hecho de que fuera mi madre el detonante es porque precisamente en ella se funden la naturaleza y la moral de una manera que para mí es muy ejemplar. En esta sociedad cada vez más degradada y deteriorada moralmente en los últimos años, yo veía a mi padre y a mi madre que mantenían una fuerza, una dignidad y una honradez que para mí era ejemplar. Desde luego, estaba mucho más dispuesto a seguir eso que lo que estaba viendo que me daban los supuestos líderes.
Entonces, me planteé que esto era algo que traen de un tiempo y un lugar distinto al que yo conozco, y me gustaría tener contacto con el sitio que ha permitido que esta resistencia de mi madre sea posible. Por eso viajé a su tierra.
¿Cómo ha tratado de explicarle a su hijo lo que supone la crisis climática?
Dándole la chapa. Creo que a veces estará un poco harto de las cosas que le digo. Si vemos una noticia intento contextualizarla. También salimos. Qué mejor que salir al campo y a la naturaleza. Por eso me lo quise llevar a allí
Estábamos él y yo solos; y la estepa y las ovejas. Él empezó preguntando que a dónde le había traído, que eso era el infierno: en verano, sin amigos, con entonces trece años… Pero poco a poco fue percibiendo que había más de lo que parecía. Fuimos descubriendo. Con el paso del tiempo, todo eso lo tiene como un hermoso recuerdo. Él en su vida, además, intenta incorporar ingredientes que le lleven a relacionarse con la naturaleza de forma habitual.
Cuando se habla de actuar frente al cambio climático, una frase muy repetida entre negacionistas es la de ‘lo que queréis es volver a vivir como antes’. ¿Cree usted que deberíamos recuperar del pasado?
Ya no es posible vivir como antes, así que quien diga eso es alguien que lo que intenta básicamente es ridiculizar tus tesis.
Recuperaría lo que te digo de una moral como más cierta, una idea del ahorro, un conocimiento de lo que son tus límites, de lo que es tu escala y de a dónde puedes llegar. Creo que en el libro se refleja muy bien a través de la figura de todos, pero sobre todo de la persona que me despierta tantas cosas como para hacerme pensar incluso en el título, que es la figura de Miguel Cabello, de la familia Cabello Bravo. Él es alguien que hace una apuesta alternativa, como las de antes. Y está dispuesto a mantener un rebaño pequeño hasta el punto de rechazar ofertas de jeques saudíes porque dice que si cambia, que si obedece a eso, tendrá que aumentar su cabaña, su número de cabezas, y que si hace eso no les podrá procurar el mismo trato que les está procurando ahora. Con lo cual, su rebaño, que ahora gusta tanto, ya no será tan estupendo, porque entrará dentro de unas exigencias industriales que no está dispuesto a tolerar.
Es un poco esa coherencia. Ese tipo de valores son en los que yo vivo. Yo hice una apuesta ecosistémica desde la literatura. Algo que no deja de llamar mucho la atención en el mundo intelectual es por qué España ha apartado la naturaleza de su imaginario hasta el punto de que ahora nos están llegando a nosotros obras que fueron publicadas en otros países hace 30 años.
Por qué en un país donde El Quijote es un libro de referencia, el género de viajes se ha neutralizado, se ha borrado prácticamente, cuando es un género que lo que te da es visión cosmopolita, te ayuda a entender otros lugares del mundo, a entrenar la diversidad y a entender y respetar otras miradas. ¿Por qué eso aquí no ha ocurrido?
Una posible respuesta, que vendría después de la dictadura, es el neorriquismo. España, después de la dictadura y con el masivo desplazamiento que hay en los sesenta hacia las ciudades, lo que hace es asociar ciudad con libertad y dinero. Entonces, el campo se queda en un espacio de tristeza y de lamento, que viene Julio Llamazares a apuntalar con La lluvia amarilla, un libro que en realidad lo que está diciendo está constatando una realidad. ¿Pero qué es lo que ocurre después? Que ese lamento se sostiene 30 años. Todavía nos llega ese lamento de una España vacía, triste, abandonada.
Si tú te dices todo el día que eres un desgraciado, acabas siendo un desgraciado. Si el campo está llorando todo el tiempo no dejará de llorar. Es importantísimo cambiar el relato. La pandemia es un gran momento para cambiarlo, porque ha demostrado que el sector primario y el campo es fundamental para nuestras vidas, que sin ese alimento que ahí se produce nosotros no vamos a tirar adelante.
¿Cómo cambiamos el relato? Yo creo que igual que se empodera a una persona, se puede empoderar al campo. Y si lo empoderamos, podemos llegar a un cambio. Como lo está demostrando el movimiento feminista o los negros en este momento en Estados Unidos. Pero hay que hacer ese movimiento. El campo tiene que creerse que es capaz.
¿Ha cambiado su forma de entender la crisis climática y medioambiental tras vivir en la Siberia extremeña?
No vengo ni de la sorpresa ni del oportunismo. Lo que sí me ha dado es el impulso para un activismo más evidente, para reivindicar las cosas asociado. Hasta ahora, siempre he trabajado mucho desde el mundo del arte como artista, como alguien que hablaba desde su lugar en el mundo y lanzaba mi voz, pero cada vez he ido entendiendo más que el asociacionismo es importante, porque, además, la biodiversidad tiene que ver con eso. Es un reflejo de cómo se asocian las distintas especies.
Tanto en su anterior libro, Animales invisibles, como en este último denuncia el alto porcentaje de especies que se están extinguiendo sin que se haga nada. A su vez, reivindica a los animales autóctonos como la verdadera patria, más allá de banderas. Hace unos meses tuvo lugar en el Congreso una imagen poco usual: ningún partido votó en contra del ingreso mínimo vital. ¿Se imagina algo similar por el clima o el medioambiente?
Se ha polarizado mucho la mirada sobre la naturaleza, y eso ha hecho que se hayan enquistado algunas posiciones que dificultan mucho que se llegue a acuerdos. Esto pasa, precisamente, por el poco trato y no conocer qué es lo que tienes ahí delante.
Hay un punto intermedio, que es donde está la verdadera transformación, el verdadero cambio, y que por algún motivo hay gente que no está dispuesta a trabajar. Pero hay un espacio ahí, por supuesto.
Cuando alguien pone las siglas de su partido [Vox] con cadáveres, con cuerpos de conejos, me resulta muy difícil pensar que se puede llegar a un consenso de todos los partidos por el medio ambiente. Tiene que ser algo que sea absolutamente flagrante. No basta con una pandemia que no se encierre en casa viendo la televisión, tiene que ser algo que se lleve por delante muchísimas más vidas y que nos sitúe en alerta extrema. Ahora mismo, tal y como se está trabajando en España, descreo mucho de llegar a acuerdos medioambientales, a no ser que la sociedad, a título individual, se asocie y obligue a los políticos a llegar a esos acuerdos. Sería la única manera, porque poe lo que hay ahora en el Congreso no es posible. Quien tiene que trabajar mucho es la sociedad y no dejarlo en manos de los políticos.
Escribir libros sobre viajes implica irremediablemente coger aviones. ¿Renunciaría a volar en algún momento o asume que forma parte de sus contradicciones personales?
Yo puedo renunciar a volar, tranquilamente. De hecho, ya lo he hecho, e intento desplazarme por otros medios a muchos lugares. Además, yo no tengo coche.
Sí que entiendo que hay momento en los que tú te puedes subir a un avión para contar historias determinadas que ayuden a cambiar ciertas dinámicas que pasan, por ejemplo, por no subirte a un avión.
Hace poco, Jonathan Safran Foer escribió un libro muy interesante por el desarrollo que hace. Él dice que está comiendo carne, pero entiende que hay que dejar de hacerlo. Él, de hecho, ya había escrito un libro que se llama Comer animales que a mí me hizo dejar de comer pollo. Tuvo la potencia suficiente para que yo tomara esa decisión. Pero él asume que todavía come carne, aunque entiende que la industria cárnica hay que, como mínimo, moderarla. Yo comparto un poco ese criterio. Hay cosas que es verdad que tú puedes llevarlas al extremo y podría, por ejemplo, dejar de subirme a aviones. Pero también pienso que ir de vez en cuando a narrar una historia que contrarrestre las historias que te están contando otros en cierto momento eso se puede llegar a hacer.
Si los aviones van a seguir existiendo sí que podemos moderar su uso volando menos, pero no podemos dejarle los aviones solamente a las personas que nos van a contar que el mundo es de una manera determinada. Los aviones también los deben usar las personas que te van a contar otra posibilidad de mundo. No tenemos por qué renunciar a usar aviones de vez en cuando, moderando siempre su uso. No me sitúo en ese extremo. Yo estoy llevando una serie de acciones cotidianas que tienen un impacto mucho mayor probablamente que por el hecho de que yo un día me suba a un avión. Estoy dedicando mi vida a escribir sobre literatura de viajes, de naturaleza, para defender una idea y un equilibrio que pasa por que te puedas subir a aviones sin abusar de ese medio.
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