Sandra Russo
Página12
A Greta Thunberg le ha llegado muy temprano la hora de su estigmatización. A los 16 años. Desde que la semana pasada en más de mil ciudades del mundo una cantidad incalculable de estudiantes secundarios se pusieron sobre sus hombros la lucha para detener el cambio climático, comenzó en los grandes medios de Europa una campaña de ridiculización que puede entenderse como el primer caso de bullyng global. Su víctima es esa adolescente sueca que fue diagnosticada pasados sus diez años con el síndrome de Asperger, que según ella misma relató en una charla TED con un enorme auditorio siempre fue muy callada, muy solitaria, una persona que sólo hablaba cuando era estrictamente necesario. Con voz siempre pausada y meditando palabra por palabra, dijo en esa charla mirando a las butacas: “Por eso estoy hablando hoy aquí. Porque es estrictamente necesario”. Fue a los 14 años que en rigor consideró estrictamente necesario hablar ante multitudes, ante auditorios como el Parlamento Europeo o el Foro de Davos, porque fue entonces que hizo, digamos, su comprensión histórica: si su generación no actuaba ya, si ellos, que serán adultos cuando este planeta ya no sea viable, no salen ya a las calles, están pactando con su propia falta de futuro.
Según todos los diagnósticos científicos, las emisiones tóxicas deben empezar a reducirse ahora, no “dentro de poco” o en “próximamente”, sino ya, porque los tiempos no dan. Esta semana 20.000 científicos de todo el mundo adhirieron al movimiento Viernes por Futuro, el que nuclea a los secundarios de más de cien países, cuyo primer gran paso fue dado el 15 de marzo. “Los jóvenes tienen razón”, fue el título del documento de adhesión. El cambio climático provocará desastres y desequilibrios de ecosistemas de una manera irreversible y sin antecedentes en miles de años. Cuando hace dos años Greta comprendió eso, decidió hacer huelga, a los 14. Empezó sola. Faltaba a clase todos los viernes, en protesta por la falta de decisiones políticas mundiales que paren el cambio climático.
Y lo que hace dos años fue apenas la actitud decidida de una niña que había comprendido que era su derecho y el de sus hijos y nietos vivir en este planeta, hoy es un fenómeno global. Los grandes medios lo acallaron, como callan todo lo que les resulta incómodo o amenazante. Pero fue en mil ciudades que bajo el liderazgo de Greta Thunberg miles y miles de adolescentes salieron a marchar para que sus gobiernos tomen medidas en relación a las emisiones tóxicas, que es lo mismo que decir que debe detenerse entre otras cosas la producción a gran escala en bosques, selvas, desiertos. Que el sistema no puede seguir acelerando la extinción de especies porque la humana también es una de ellas.
Los medios no sólo callaron. Cuando a través de las redes el movimiento Viernes por Futuro se hizo visible, comenzaron un ataque simultáneo de ridiculización y degradación de la figura de Greta. La mostraron comiendo una banana: en Suecia no hay bananas de modo que la foto era una denuncia de que Greta estaba comiendo una banana gracias al combustible usado en el transporte a su país de una fruta tropical. La mostraron con sus perros: indicaban así que si los perros comen carne, Greta tampoco es consecuente en eso. Quizá el ataque más degradante lo vertió Le Figaro, a través de un comentario no filtrado y dirigido directamente al síndrome de Asperger de Greta: alguien opinó que era “una vergüenza ver a tantos jóvenes dejarse conducir por una zombie”.
La voz de Greta no logra todavía perforar el cerco de silencio con una lógica rasante, directa y áspera, como ella, que en el Parlamento Europeo dijo “sé que no les gusta que yo esté acá. A mí tampoco me gusta que ustedes estén acá, porque no han hecho los deberes. Nosotros sí hemos hecho los deberes. Hemos leído los informes científicos. Lo que pedimos es que hagan caso a la ciencia, porque cuando nosotros seamos adultos será tarde”.
El movimiento Viernes por Futuro encarna en una generación que hace su entrada a la política por ese costado vital y poderoso. Es con sus cuerpos que lo gritan, lo piensan, lo reclaman. Sus cuerpos tienen derecho al hábitat. Y advierten, con mucha más claridad y precisión que las otras generaciones, la gravedad límite de este momento. Ellos son una pata más de la resistencia global al modelo tanático que nos avasalla.
El poder de las finanzas, de los transgénicos, de las patentes, de los buitres, en fin, el ala más dura de la derecha que puso su pata roñosa sobre tantos territorios, niega el cambio climático. Para Trump es una mentira de la izquierda. Y es en esa clave de resistencia al efecto de irrealidad del que se vale la derecha que hay que leer este inédito movimiento liderado por esa niña de trenzas rubias que toma por literal lo literal: o se actúa ahora o no habrá lugar seguro en la Tierra para que los que hoy tienen quince años vivan sus vidas y tengan sus hijos, y continúen así con la posta de la especie.
La política de la derecha global trae la muerte en muy diversas formas, pero siempre la muerte. En guerras o en hambrunas, en catástrofes naturales, en tiros por la espalda como los que diariamente reciben líderes sociales en Perú y en Colombia. Esos hombres y mujeres, muchos de pueblos originarios, están muertos por defender los recursos naturales. Es la misma lucha que la de Greta Thunberg, pero desde otra región y otra línea histórica. El reclamo es el mismo en un fondo no demasiado profundo. Quieren vida. Vivir. Quieren lo necesario y suficiente para que la vida sea posible. Quieren el equilibrio indispensable para vivir. Este es el marco macro bajo el cual transcurren nuestras propias y asombrosas circunstancias nacionales. No cuesta mucho comprender que hay un poder feroz encaramado en la cima tan alta que nos es indescifrable, y que hacia abajo mueve los hilos para que nada detenga la muerte. Y también hay que advertir, con cierta esperanza, que hay sincronías históricas no menos asombrosas, y que la resistencia al proyecto de muerte crece y se nutre de fenómenos impensados. Greta y sus congéneres ya son un nuevo actor global que aporta su enorme grano de arena a la lucha por el proyecto de la vida. Greta es un síntoma de la regeneración de la vida.
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