El objeto oculto de deseo es el tesoro que esconde la Isla de Groenlandia. Donald Trump, como si se tratase de Jack Sparrow, el lunático, pero persistente protagonista de Piratas del Caribe que encarna Johnny Deep, se ha propuesto oficialmente que este vasto territorio, más grande que México, aunque con tan sólo 56.000 habitantes censados, pase a ser el quincuagésimo primer Estado de la Unión. Con permiso de Puerto Rico, la última estrella, ficticia, de la federación, ya que se le considera como territorio asociado con capacidad y poder autónomo, pese a que sus ciudadanos ostentan la nacionalidad estadounidense.
“Acabé llorando de la risa”. Podrían ser las declaraciones de algún admirador de Deep al salir del último estreno de la saga. Pero no. Son las palabras que dedicó el exembajador de EEUU en Dinamarca, Rufus Gifford, a una emisora de radio estadounidense, la NPR, nada más leer el artículo de prensa que difundió The Wall Street Journal a mediados del pasado mes de agosto en el que revelaba que Trump había mostrado interés en comprar la isla más grande del mundo. Salvedad hecha de Australia, a cuyo territorio se le considera un continente insular. Sin embargo, a buen seguro que el rictus de Gifford se fue tornando más serio cuando desde la Secretaría de Estado y algún que otro representante del Tesoro dieron oficialidad a la nueva ensoñación del mandatario republicano.
Desde Groenlandia y Dinamarca tampoco daban crédito al asunto. “Estamos abiertos a negocios, pero no estamos a la venta”, declaró la titular de Exteriores de la isla, Ane Lone Bagger. Mientras el expremier danés, Lars Lokke Rasmussen, expresó que la noticia “tiene que ser una broma del Día de los Inocentes. Completamente equivocada de fecha”. Desde la ultraderecha del Partido Popular Danés, su portavoz para asuntos internacionales, Søren Espersen, declaró que, “si es cierto, es una muestra definitiva de que [Trump] se ha vuelto loco”. Pero no. La intención de la Casa Blanca, ni es nueva, ni es un capricho genuinamente trumpiano.
"Estamos abiertos a negocios, pero no estamos a la venta", alerta la titular de Exteriores de la isla
La última vez que EEUU se obsesionó con adquirir Groenlandia fue nada más concluir la Segunda Guerra Mundial. Enclave estratégico entre la extinta URSS y EEUU, en 1946 el entonces secretario de Estado James Byrnes formalizó la oferta, que fue recibida “como una conmoción” por Copenhague que, sin embargo, cinco años más tarde, suscribió un tratado con el Pentágono para que construyera la base aérea americana más septentrional del planeta. Casi tres cuartos de siglo después, Groenlandia no ha perdido ni un ápice de interés geoestratégico para Washington. Aunque, a decir verdad, no sólo por cuestiones militares. Ni siquiera exclusivamente políticas. El nuevo cheque al portador del Despacho Oval se justifica, también, por razones económicas. O, para ser más precisos, para garantizar suministros de minerales de alto valor industrial y militar.
El tesoro de las tierras verdes
La pequeña economía de Groenlandia, altamente dependiente de la pesca y la agricultura y que necesita de los 500 millones de dólares -algo más de 457 millones de euros- de los subsidios que, cada año, le reporta su metrópoli, a la que está unida desde comienzos del siglo XVIII, tiene una amplia variedad de riqueza en su subsuelo. Cada vez menos helado, por efecto de la catástrofe climática que asola las latitudes árticas. Minerales, metales, gemas, probablemente una balsa de petróleo de enormes dimensiones, aún por cuantificar y, sobre todo, tierras raras, material del que se nutren firmas tecnológicas y de Defensa en cantidades cada vez más ingentes, hacen de Groenlandia un nuevo El Dorado. Hasta el punto, que han crecido como la espuma las voces de sus residentes que piden la plena independencia de Dinamarca en 2021, coincidiendo con el 300 aniversario de la colonización danesa de la isla. A pesar de su elevado grado de autonomía que, en 2008, mediante referéndum, asumió nuevos poderes y competencias. Incluyendo la de gestión de sus fuentes minerales, que queda en manos de su parlamento. Poder que ha ejercido, por ejemplo, en 2013, cuando votó en contra de la prohibición de extracción de uranio que el Gobierno danés impuso a finales de la década de los ochenta. Aunque los permisos hayan sido concedidos a cuentagotas, excluyendo cualquier intervención en suelo helado.
Pero incluso este status quo puede cambiar. El descubrimiento de elementos de alta demanda de tierras raras -como el neodimio, praseodimio, disprosio y terbio -, una de las armas de réplica más contundentes usada por China en su disputa comercial contra EEUU, y que se hallan en abundancia en la zona de Narsaq, en la parte meridional de la isla, ha propiciado, a buen seguro, la oferta inmobiliaria de Trump. Porque el régimen de Pekín ha cancelado la mayor parte de los envíos de estos materiales a EEUU como represalia a sus subidas arancelarias.
Washington ya intentó comprar Groenlandia en 1863, cuando adquirió las colonias danesas en el Caribe, y en 1946, con Truman, por 100 millones
Estas concentraciones de materiales -lo que se conoce en la jerga industrial como tierras raras- han sido utilizados por los algo más de 1.700 habitantes de esta ciudad como aceite refinado o para aplicar color a sus utensilios de vidrio o cristal. Sin embargo, en la actualidad, son una parte esencial para la elaboración de smartphones o de paneles solares. También de automóviles o para la obtención de imágenes por resonancia magnética, indispensables en hospitales y clínicas médicas. Aunque, sobre todo, resultan básicos para la industria militar. Para la construcción de cazas y submarinos. Y China está en posesión de casi el 70% de la oferta global de suministro de tierras raras. Es uno de los ases en la manga que el régimen de Pekín ha mostrado a Washington para persuadir a su rival de que cese con su guerra comercial. En plena carrera armamentística en el mundo y con la primera potencia global con notables fondos presupuestarios destinados a la modernización de sus ejércitos y a abordar nuevas armas tecnológicamente avanzadas.
Punto de conexión entre Rusia y China
Quizás esta lectura esté detrás de la decisión oficial del secretario de Estado, Mike Pompeo, al que en las altas esferas estadounidenses califican como un acólito de los deseos de su jefe, de reforzar las relaciones diplomáticas con Groenlandia, el pasado mes de mayo, lo que significa, de facto, un reforzamiento de los lazos por interés estratégico, que ha coincidido en el tiempo con una misión exploratoria del instituto geológico americano (US Geological Survey) para tratar de calibrar el potencial real de las tierras raras en la isla. Pese a que la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, tildara de “absurda” cualquier discusión con EEUU sobre la compra la isla. De otro modo, Trump no se hubiera irritado tanto, hasta llegar a cancelar su visita a Copenhague en los días previos a su desembarco en la cumbre del G-7 en Biarritz. Fuentes empresariales de la industria extractora con intereses en Groenlandia hablan de que sólo en las inmediaciones de Narsaq, hay miles de millones de toneladas de estos minerales. Donde también existen intereses chinos. Interesados en facilitar el tránsito mercantil de estos materiales a Europa, a la que vende el 90% de su demanda, desde tierras más cercanas.
La Casa Blanca busca contener la supremacía rusa en el Ártico y el creciente peso empresarial de China en la isla danesa
Groenlandia, además, es un foco de atracción para Rusia. Un lugar donde pueden colisionar los objetivos geoestratégicos de las tres grandes superpotencias. Todas ellas, dominadas por líderes con vitolas nacionalistas. Máximo peligro. Geográficamente, la isla danesa ofrece una visión más que precisa de lo próximos que están Rusia y EEUU, a través de Alaska. De ahí que, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el presidente Harry Truman ofreciera 100 millones en oro a Dinamarca para hacerse con Groenlandia. La negativa posibilitó la construcción de la base área de Thule, a menos de 1.600 kilómetros del Polo Norte. Aun operativa y clave en caso de conflicto en el Ártico porque allí está estacionado el Duodécimo Escuadrón de Alerta Espacial, encargado de vigilar la actividad espacial y balística de Rusia, según DefenseNews, una “zona ideal para rastrear misiles balísticos intercontinentales y satélites en órbita terrestre”. Por si fuera poco, Rusia ejerce un control total sobre el tránsito marítimo a través de la llamada Ruta del Norte, que va desde el Mar de Barents, cerca de la frontera rusa con Noruega, hasta el Estrecho de Bering, entre Siberia y Alaska, un escenario con cada vez más buques mercantes en el que podría coaligarse con China por razones geoestratégicas, y dominar una ruta que será viable económicamente en apenas un par de décadas, tal y como aclara The Economist en un reciente reportaje, citados en la BBC.
Efectos mercantilistas del cambio del clima
El cambio climático también juega a favor del atractivo que despierta Groenlandia entre las tres grandes superpotencias. Porque una parte cada vez más notable de su territorio se derrite casi sin remedio. Hasta ahora, el 80% de su territorio, la mitad que Europa Occidental, ha estado cubierta de hielo; con al menos, 2,5 kilómetros de espesor y envuelta en una capa de oscuridad durante casi seis meses anuales. Pero el deshielo, que va dejando al descubierto cada vez más áreas pedregosas y, en paralelo, mayores intereses políticos y empresariales.
El deshielo que se está produciendo con rapidez en la zona está haciendo que el acceso a los grandes recursos naturales del territorio sea cada vez más sencillo. Y que las ambiciones de sus políticos afloren con rapidez. En junio pasado, las autoridades de la isla presentaron un plan a cinco años para obtener combustible y dar pábulo a las predicciones que dicen que Groenlandia está en disposición de gestionar el 13% de las reservas de crudo aún por descubrir. Además de unos depósitos de uranio y de derivados del zinc majestuosos. Y de las tierras raras, sobre las que China ha conseguido un papel casi monopolístico en todos los segmentos de la cadena de valor asociada a estos elementos químicos. Motivo por el cual el gigante asiático ha invertido en el Proyecto Kvanefjeld, en el sur de la isla, para poner en marcha una mina de uranio y tierras raras junto a una empresa australiana.
Patrik Andersson, Jesper Willaing Zeuthen y Per Kalvig, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Aalborg (Dinamarca) argumentan en un artículo de investigación que, el año pasado, una empresa estatal china se ofreció a construir tres nuevos aeropuertos en la isla, lo que acabó provocando que el Gobierno danés aportara la mitad de la financiación. Según explican estos autores, la maniobra de Copenhague se interpretó como un movimiento encaminado a mantener a China alejada y evitar que pudiera contar con un aeropuerto para sus aviones militares y, de paso, frenar el creciente poder económico que está adquiriendo el gobierno de la isla. “La minería en Groenlandia, y notablemente la inversión china en ese sector, ha provocado deliberaciones sobre qué constituye y qué no una cuestión de seguridad, así como si los intereses económicos de China en Groenlandia pueden jugar un papel en los debates existentes sobre la futura independencia de la isla”, explica Marc Lanteigne, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Tromsø, en The Diplomat. Los inuit, el 80% de la población, creen que es una buena idea convertirse en estadounidenses. Al fin y al cabo, se trata de decidir entre dos aliados de la OTAN.
Es una de las armas que jugará EEUU, que va en serio en su oferta. Por mucho que parezca que sea una reivindicación imperialista, tal y como alertan en una información en Foreign Policy. De hecho, varios congresistas están respaldando el órdago de Trump. Como el senador republicano por Arkansas, Tom Cotton, quien lo acaba de plasmar en un artículo de opinión en The New York Times, y que ve en Groenlandia una fuente de suministro de agua de gran pureza si en California se producen en el futuro, cortes de fluido a hogares y empresas por las altas temperaturas o los siempre elevados riesgos de terremoto. Como ya hizo su país con la adquisición de Puerto Rico o las Islas Vírgenes. O como ya intentó, en 1867, con la propia Groenlandia, que fue moneda de intercambio en las negociaciones que acabaron con las colonias caribeñas de Dinamarca (lo que ahora son las Islas Vírgenes de EEUU).
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