jueves, 17 de noviembre de 2016

Donald Trump y el asbesto

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El 13 de mayo de 1984, el diario «El País» publicaba un artículo de Carlos Solís Santos, titulado «Ronald Reagan, filósofo y científico». En él, su autor pasaba revista a diversas opiniones y afirmaciones exhibidas por el ex actor y presidente estadounidense, en una sucesión de disparates, que a veces nos podían resultar hilarantes, pero que también nos evidenciaban que el menos malo de los regímenes políticos –la democracia-, eventualmente podía llegar a transformarse en un peligroso juego, de imprevisibles consecuencias.
Hoy nos encontramos con otro personaje de similares características, negacionista del cambio climático (algo de lo que por aquí, en España, también hemos tenido nuestra propia dosis presidencial), y cuyas estrambóticas opiniones sobre el asbesto vamos a tener ocasión de examinar seguidamente.
Trump reveló “la verdad” sobre el amianto, en un libro editado en 1997, bajo el título de «Trump: The Art of the Comeback» (Trump: el Arte del Regreso):
“Creo que el movimiento contra el amianto fue dirigido por la mafia, porque a menudo eran las empresas relacionadas con la mafia las que harían la remoción del amianto. Se presionó mucho a los políticos, y como de costumbre, los políticos cedieron. Millones de camiones de este increíble material ignífugo fueron llevados a “sitios de vertido” especiales y el asbesto fue reemplazado por materiales que supuestamente eran seguros pero que no podían “sostener una vela” al amianto, para limitar los estragos del fuego”.
Así es que: señores de nuestra ANEDES (Asociación Nacional de Empresas del Desamiantado), ya ven qué opinión les merecen a este personaje, por dedicarse a una tarea tan vital como imprescindible, y en la que, a pesar de todas las precauciones adoptadas, sus trabajadores siguen sujetos a un grave riesgo, sobre todo por lo que respecta al mesotelioma, de tan tardío afloramiento, y para el que habrán bastado dosis mínimas de exposición laboral.
Algún comentarista, con evidente ironía, ha dejado caer la observación, de que el señor Trump debía de saber muy bien de qué estaba hablando, dadas sus muy buenas relaciones con esas empresas de cuestionadas afinidades.
Cuando Trump afirmó, refiriéndose, al parecer, a todo tipo de utilización del asbesto, incluso al amianto en borra, proyectado sobre superficies, para actuar como ignífugo, diciendo de él que “es cien por ciento seguro, una vez aplicado”, no era ciertamente la primera vez que establecía algún tipo de relación con el mineral, ni tampoco con contratistas transgresores y con condiciones de trabajo nada seguras. Trabajadores de la construcción, emigrantes polacos, denunciaron ante el periódico «New York Times», que en la construcción de la «Torre Trump» (la sede central de sus negocios), a menudo trabajaban asfixiados en medio de una nube de polvo de amianto, y sin equipos de protección. La constructora contratante de esos trabajadores –los indocumentados inmigrantes polacos no registrados como asalariados-, lo hacía a sólo a cuatro o cinco dólares la hora de trabajo, e incluso menos a veces, y en todo caso muy por debajo de los emolumentos de un operario sindicado, que trabajara en el mismo lugar.
Vemos, por tanto, que su manifiesta hostilidad hacia los emigrantes indocumentados, más que a una coherencia ideológica ultraconservadora y reaccionaria, ha podido obedecer a motivos mucho más personales de inquina, a causa de esas declaraciones publicadas, porque, a la hora de aprovecharse indirectamente de la situación precaria de esos operarios, en situación ilegal, bien que no tuvo remilgo alguno.
Pero Trump, además, que había atribuido a la mafia la iniciativa y el manejo de la campaña en favor del desamiantado, evidencia, al propio tiempo, unos estrechos vínculos con las finanzas de precisamente esa misma mafia, incluyendo también a su propio abogado, Roy Cohn, y asimismo a la propia empresa contratada para la edificación de la «Torre Tramp», con tan “ejemplares” comportamientos éticos, tanto en lo económico como en lo relativo al manejo del amianto a instalar, como acabamos de narrar.
De él escribió el reportero de investigación, David Cay Johnston, que “Ningún otro candidato a la Casa Blanca este año, tiene algo cercano al récord de Trump, de repetidos tratos sociales y de negocios con mafiosos, estafadores y otros ladrones”, afirmación de la que cabría deducir, que, aunque, atenuados, otros candidatos también podrían exhibir similares vínculos.
Trump estima que las empresas que han expuesto a sus empleados, a sus clientes, y/o a terceros, a los efectos del amianto, no deben ser considerados responsables, viéndose obligadas por los tribunales, a establecer fondos fiduciarios, de los que estén obligadas a indemnizar a las víctimas del mesotelioma o de las demás enfermedades graves, vinculadas a la exposición al asbesto, o a hacer asentamientos, o a ser obligadas en los juicios, a pagar indemnizaciones, a los pacientes o a sus familiares.
Como ferviente partidario de un amplio esquema de modificaciones legislativas, conocida en los Estados Unidos como “reforma de la responsabilidad civil”, él proyecta limitar la cantidad de dinero que las víctimas de las enfermedades derivadas del uso industrial del amianto puedan recibir, por conceptos tales como la compensación por sus gastos médicos, por la pérdida de sus ingresos, o por otros costes, como son los derivados de tener que pasar por toda una batería de pruebas, hasta poder haber alcanzado el diagnóstico verdadero y definitivo.
En los Estados Unidos no existe una verdadera prohibición general del uso del asbesto, y en su defecto, lo que sí ha existido hasta el presente, ha sido un sacrosanto temor de sus empresarios a las disuasorias indemnizaciones que se han venido obligados a satisfacer, cuando sus empresas han sido condenadas en los litigios por amianto.
Si desaparece ese freno, nada se opondrá a un retroceso hacia pasadas situaciones, en las que el empleo del asbesto gozó de una práctica impunidad, porque lo que está fuera de toda duda, es de que bajo la presidencia de Donald Trump jamás se llegará a producir esa verdadera prohibición general, a la que aludíamos antes.
Acerca de la peculiar situación de la nación norteamericana, en lo relativo a la permisividad legal con el amianto, véase, en primer lugar, a:
Barry I Castleman Asbestos is not banned in North America European Journal of Oncology. 2006; 11 (2): 85-88 http://www.mirg.org/mesothelioma-articles/pdf/asbestos-not-banned-in-north-america.pdf  
…y también nuestro trabajo conjunto:
Francisco Báez, Paco Puche y Ángel Cárcoba Amianto: ¿quién mueve ficha? «Rebelión», 19-12-2012 http://www.rebelion.org/noticia.php?id=161012
En otra de sus estrafalarias apreciaciones, Trump considera que la estructura las Torres Gemelas neoyorquinas no habrían cedido ante el impacto de los aviones usados en el atentado terrorista, si las mismas hubieran sido íntegramente ignifugadas con el asbesto, en lugar de haberlo estado sólo parcialmente. A despecho de lo concluido en diversos informes técnicos elaborados por los expertos, con explicaciones razonadas, así lo manifestó, sin ninguna suerte de pruebas, ante los senadores de un subcomité del Comité de Seguridad Nacional y de Asuntos Gubernamentales, del Senado, en el año 2005.
Así pues, su apuesta es doble: por una parte, niega o desdeña, minimizándolos, los letales efectos del amianto, y por otra, le atribuye propiedades protectoras, que van mucho más allá de lo que permiten la más elementales leyes de la Física newtoniana.
Invoquemos la necesidad y conveniencia de una próxima visita del Papa Francisco a los Estados Unidos, a ver si pudiera conseguir frenar al menos los “efectos colaterales” más nocivos y universales de una presidencia estadounidense que se barrunta como más tóxica que al propio asbesto, tan ensalzado por Trump, su ferviente valedor.





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