El Deber
Santa Cruz - Bolivia, Estado Plurinacional de
30 de mayo de 2005
Zona Este, el auge costó un alto precio
Hilton Heredia García
La otrora capital soyera de Santa Cruz, Pailón, hoy intenta levantarse con la actividad ganadera, después de que los cambios climáticos afectaran la producción de soya. En seis años (1990-1997), durante el desarrollo del proyecto Tierras Bajas del Este, se hizo una conversión desmesurada de su zona boscosa en tierra agrícola, según la tasa de deforestación de la Superintendencia Forestal (un 30% hasta el año 2000).
A pesar de ello este proceso le permitió desarrollarse, aunque por un periodo corto. La alcaldesa Petronila Menacho reconoce que el ‘boom’ soyero benefició con fuentes de empleo a los pobladores; sin embargo, aclaró que el progreso de Pailón se debió a los recursos de Participación Popular y a los ingresos propios.
A pocos kilómetros está San Julián. Allí se puede observar el movimiento de micros, vagonetas y mototaxi. Un extenso mercado, restaurantes, alojamientos, comercios, carretera pavimentada y una imponente Alcaldía, reflejan que la época dorada de la soya dejó huellas.
Evaristo Huallpa, dirigente de la Federación de Colonizadores de San Julián, dijo que a varios pequeños y medianos productores les permitió ampliar su extensión agrícola, adquirir maquinaria y mejorar sus viviendas. Baldemar Bejarano es un ejemplo. Empezó con 30 hectáreas y ahora posee 80. Otros, como Felipe Huanca, cumplieron su sueño de comprarse un tractor y una cosechadora, y muchos menonitas reemplazaron la carroza por un vehículo. Sin embargo, en los últimos cinco años hay un relativo estancamiento. “Inicialmente hubo recuperación económica; pero ahora estamos pagando el impacto ambiental provocado por el desmonte. Por eso, estamos pensando en reforestar”, afirmó el alcalde Germán Villca.
Anapo corrobora esta situación. Según sus estadísticas, durante 1990-1996 hubo buenos rendimientos del grano, disminuyendo posteriormente por la sequía. Sin embargo, en la campaña de verano 2002/2003 los municipios de Cuatro Cañadas y San Julián registraron los mayores rendimientos de soya desde 1990, (2,60 tonelada por ha y 2,98 respectivamente), debido a la precipitación pluvial. Según Anapo, esto demuestra que la zona Este sigue siendo fértil.
San Pedro, la pobreza de la nueva capital
El intenso polvo que levantan los camiones de alto tonelaje que transportan soya en la época de cosecha, produce impotencia y molestia en la directora del colegio y en el director del único microhospital de la localidad de Hardeman, población del municipio de San Pedro, la nueva capital soyera.
Según el médico responsable de dicho centro asistencial, Lucio López, desde que se incrementó la producción soyera (año 2000), las enfermedades respiratorias en los niños aumentaron un 30%. A esto se suma las intoxicaciones durante la temporada de fumigación, dolores de estómago y vómitos por la mala manipulación de los agroquímicos requeridos en la producción del grano. Se registran dos casos diarios, según López. “Nos estamos enfermando por el polvo. Los empresarios que se benefician con la soya no hacen nada para mejorar las condiciones de los que vivimos aquí”, precisó la religiosa que dirige el establecimiento de convenio en Hardeman, ubicado sobre la vía principal.
Sin embargo, la Asociación de Productores de Oleaginosas y Trigo (Anapo) explicó que hay aportes directos que hacen los productores para el mantenimiento de caminos en las zonas de producción, entre ellos el tramo Chané-Peta Grande, dentro del cual se encuentra esta población.
Además, dice que los agricultores involucrados en la actividad soyera contribuyen económicamente con los municipios a través del pago de impuesto a la propiedad agraria, que a partir de esta gestión contempla también las mejoras. “A pesar de que gran parte de las propiedades productivas no cuentan con su titularización, el sector está cumpliendo con este tributo”, precisó el presidente de Anapo, Carlos Rojas. Aclaró que este aporte está al margen de los tributos nacionales que honran las empresas agropecuarias y del impuesto al Régimen Agropecuario Unificado de los agricultores con superficies menores a 1.000 ha, de los cuales también las alcaldías reciben una parte a través de la Participación Popular.
“Los empresarios no invierten en el municipio, sólo llevan lo que produce nuestro municipio; porque no viven aquí, sus hijos no estudian en nuestras escuelas”, aseguró el alcalde de San Pedro, Juan Cala.
Las autoridades de las poblaciones que conforman el municipio de San Pedro analizan la posibilidad de exigir un 10% de regalías de la producción soyera. Esta medida no la ve con buenos ojos el ministro de Agricultura, Víctor Barrios, que adelantó que sería una desmotivación para la productividad. “La regalía se aplica a los recursos naturales, como los hidrocarburos, y el caso de la producción agropecuaria es diferente; en todo caso, el impuesto a la tierra ya está establecido y el sector no está en condiciones de soportar un aporte adicional. Los municipios deben buscar alternativas que acompañen el crecimiento de la frontera agrícola y el desarrollo de la comunidad”, sostuvo Barrios.
La contaminación por los insecticidas y herbicidas también afecta a los ríos y curichis de la zona. “Estamos contaminando el medio ambiente, los comercializadores de agroquímicos nos dicen que hay que echar veneno para las plagas, pero no tenemos asesoramiento técnico”, aseguró el presidente del Concejo de Hardeman y productor, Eufronio Herrera.
La mayoría de los niños sólo concluye el ciclo primario. Según datos del municipio de San Pedro, de diez chicos en edad escolar, apenas seis asisten a clases, el resto no lo hace debido a las condiciones de pobreza en que viven o por su incorporación al trabajo agrícola.
Si bien este municipio pasó de practicar una agricultura manual de subsistencia (arroz y maíz), a una tecnificada y un desmonte acelerado por el auge soyero, no puede negar la precariedad de sus viviendas, la mayoría de madera y con letrinas deficientes, sumado al hacinamiento en que viven varios de sus habitantes.
Un plan apoya el desarrollo
La Asociación de Productores de Oleaginosas y Trigo (Anapo) con el apoyo del Ministerio de Asuntos Campesinos y Agropecuarios lleva adelante el diseño y ejecución de un nuevo Proyecto Tierras Bajas del Este II. Se pretende abarcar toda la zona productiva de Santa Cruz, incluida la zona norte, bajo un enfoque de manejo sostenible de los recursos naturales.
Según el presidente de Anapo, Carlos Rojas, la puesta en marcha de ese proyecto coadyuvará a mejorar el desarrollo económico y productivo de las principales zonas de producción, contribuyendo también al fortalecimiento y desarrollo de los municipios productivos, como Cuatro Cañadas, San Julián y San Pedro.
El grano de oro de Santa Cruz, como se denomina a la soya, oculta un rostro social hasta ahora desconocido. Se trata de uno de los productos que mayores ingresos genera al país, después de los hidrocarburos, pero a un alto costo ambiental (publicación de EL DEBER 8 de mayo de 2005). Los últimos quince años de producción soyera, que lideriza la región (1990-2005), han tenido un impacto social distinto en las dos zonas que concentran este cultivo.
La zona Este (San Julián, Cuatro Cañadas y Pailón) logró desarrollo, aunque la época dorada le duró sólo siete años, mientras fue en ascenso el precio de la soya en el mercado internacional (de $us 150 a $us 210 la tonelada entre 1990 a 1997), y se mantuvo la buena producción (2,98 toneladas por hectárea).
Pobladores y autoridades reconocen que la llegada de la soya les trajo progreso, pero también consideran que el desarrollo les costó un elevado deterioro ambiental, debido al desmonte indiscriminado de las zonas boscosas y la sequía que ha afectado la producción. Sin embargo, esto no fue sólo obra de la soya, sino también de los recursos de la Participación Popular y de la incorporación de un buen número de habitantes (colonizadores andinos) al modelo productivo. Además, que la zona Este contó con un proyecto integral de la ex Corporación de Desarrollo de Santa Cruz (Cordecruz) denominado Tierras Bajas del Este, con un financiamiento total del Banco Mundial de $us 43.706.080 por el periodo de 1991 a 1997, y cuyos componentes principales fueron: recursos naturales, investigación, extensión vial, comunidades indígenas, crédito, Instituto Nacional de Reforma Agraria y Fortalecimiento Municipal.
El panorama no fue igual para la zona Norte (municipio de San Pedro, ubicado a 160 kilómetros de Santa Cruz). Allí, las autoridades y algunos pobladores consideran que la producción de esta oleaginosa no se ha traducido en mejores condiciones de calidad de vida de los habitantes. Sus indicadores sociales reflejan que hay pobreza.
La economista Nelly Durán cree que el hecho de que este municipio, hasta el año pasado, dependiera del de Minero no le permitió que despegue con el mismo dinamismo que los de la zona Este.
Para la Asociación de Productores de Oleaginosas y Trigo (Anapo), una prueba del beneficio que ha traído la producción de soya para los pobladores de ambas zonas, es la consolidación de nuevos municipios como Cuatro Cañadas, San Pedro y Fernández Alonso, acompañado de acceso de vías camineras, servicios básicos (energía eléctrica y comunicaciones), sumado a la generación de empleo.
Los ‘invisibles’ del grano de oro
Un grupo de migrantes que vive en condiciones infrahumanas en un galpón cedido por el municipio de San Julián, trabaja detrás del sector agropecuario. A ellos no les llegó el beneficio de la época dorada de la soya, pues ganan (un promedio de Bs 30 por el jornal, y entre Bs 80 y 100 por el chafreo de primera o segunda mano), lo mismo que hace diez años, aseguró Candelario Fernández, encargado de la Central Regional de Trabajadores Asalariados del campo. “En vez de mejorar la situación ha empeorado, porque cada vez hay más gente desocupada que se ofrece para trabajar por cualquier monto”, precisó Fernández. Según el presidente de Anapo, Carlos Rojas, esta situación se da porque gran parte de la producción agropecuaria ha ingresado a un proceso de mecanización. Agregó que utilizan poca mano de obra, debido a que los productores combaten la maleza con químico. “En mi caso, les brindo las condiciones de alojamiento y de salud y es la misma situación de una buena parte de los productores”, precisó.
Tampoco gozan de un seguro de salud y sus hijos no pueden acceder a la educación, debido a los constantes cambios de lugar de trabajo. Su subsistencia depende de un contratista; como ellos mismos afirman, “es un enemigo necesario”. Hacinados junto a sus esposas y vástagos, esperan pacientemente que llegue un ‘enganchador’ y los lleve a trabajar, comentó Miguel Revollo. “Nuestra fortuna es un bolsón con nuestra ropa, un machete y nuestra familia. Somos los invisibles; hacemos el trabajo de servidumbre para los productores”, remarcó Revollo.
José A. Martínez M. / Sociólogo e investigador
El costo social del auge soyero
Roxana Escóbar N.
Como en todo fenómeno económico-social debemos distinguir por una parte los momentos de ‘boom’ y los momentos de crisis. Luego diferenciar a los beneficiados y a los perjudicados en dichos procesos. Es engañoso creer que todo está bien, que hay desarrollo y embriagarse rápidamente por los éxitos momentáneos. Adicionalmente debemos diferenciar quién es quién en estos procesos. Pero también es importante no ‘satanizar’ los procesos económicos, porque en este campo existen prácticas saludables social, económica y ambientalmente, y es a lo que deberíamos tender como región y como sociedad boliviana. ¿Qué pasa con el producto estrella de Santa Cruz? Ella se trasladó de la zona Este a mejores tierras, esas tierras por ahora están en el municipio de San Pedro que permite dos cultivos anuales. En esta región hay una rearticulación de relaciones productivas e intercambios de propiedad; si en Pailón la gente del lugar enajenó sus tierras a favor de la agroindustria, en el norte los colonizadores nativos de tierras altas mantienen sus predios, pero sufren una fuerte presión económica que les obliga a abandonar sus cultivos tradicionales de arroz y maíz para migrar a la soya, de un modo particular alquilando sus predios a medianos y grandes productores de soya y ellos convirtiéndose en peones de los agroindustriales. Las otras preocupaciones de los impactos sociales y ambientales (que no pueden separarse) son: que el área de expansión de la soya avanzará hacia la TCO de Guarayos y hacia algunos nichos de tierra fértil en el Valle de Tucabaca – Roboré, paralelamente a la construcción y mejoramiento de los caminos carreteros Pailón – Puerto Suárez y San Matías – San Ignacio. Esto provocará el desplazamiento de las poblaciones indígenas , modificará rápidamente los patrones productivos debido a la habilitación de más áreas de bosque para la agroindustria, con severas repercusiones en el hábitat.
madalbo@gmail.com
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