La pandemia, la creciente crisis de los alimentos y el calentamiento climático global definieron la agenda de 2021. La quinta ola del Covid-19, agudizada desde inicios de diciembre por la explosiva variante Ómicron, mantiene en vela a la población mundial. Por otra parte, el drama creciente del hambre en el mundo denuncia el fracaso del actual sistema económico hegemónico. La falta de una respuesta contundente y viable a la crisis climática anticipa una ruta apocalíptica, sin retorno, para la vida y la Madre Tierra. 2022 se perfila, nuevamente, como un año desafiante para los movimientos sociales y la humanidad entera.
Ómicron
No había terminado la “ola Delta” en Europa cuando Ómicron irrumpió con una contagiosidad hasta ahora desconocida. El Covid-19, que se instaló a inicios del 2020, multiplica mutaciones y continúa condicionando la “normalidad” cotidiana de todo el planeta.
Junto con su golpeteo sanitario agresivo, la pandemia devela un entramado de contradicciones civilizatorias. Una de ellas, denunciada por las estadísticas más verificables: los más ricos continúan enriqueciéndose sin pausa. La actual crisis ha jugado y continúa jugando como un disparador de las brechas sociales. Hoy, el mundo está aún más polarizado en términos de desigualdad que antes de la aparición de este virus. Mientras que la riqueza de los multimillonarios ha aumentado más de 3.6 billones de euros, otros 100 millones de personas han pasado a engrosar las filas de la pobreza extrema a causa de la crisis sanitaria actual.
La otra contradicción no menos significativa es la que resulta de la mala distribución de las diferentes vacunas, radiografía de un planeta a dos velocidades. Mientras que en el norte “desarrollado” se aplican este fin de año la 3era y 4ta dosis entre la población que quiera inmunizarse, en una buena parte de los países *periféricos* las vacunas disponibles cubren apenas un escaso porcentaje de su población. Poco más del 7 % de las personas en los países de ingreso bajo han recibido una dosis, mientras ese porcentaje se eleva hasta un 75 % en los países de ingreso alto. En África, menos del 10% de la población ha sido vacunada, mientras que en Europa y Estados Unidos más de un 70% ya fue inmunizada. Desigualdad que se acentúa por la decisión de los países ricos y las multinacionales que producen las vacunas de impedir que éstas se produzcan libremente en distintos lugares del mundo, tal como le exigen importantes actores de la sociedad civil mundial que proponen una excepción temporal del derecho de patentes.
El hambre en aumento
El 23 de septiembre del 2021 no fue una jornada esplendorosa. Para el 10% de la población mundial, es decir unos 800 millones de seres humanos que hoy padecen hambre, la Cumbre sobre Sistemas Alimentarios convocada por las Naciones Unidas en Nueva York ni siquiera existió.
Para los movimientos sociales que buscan soluciones cotidianas a este cataclismo mundial, la cumbre fue un poco más de lo mismo. Es decir, pura retórica sin que exista una real voluntad política para encontrar soluciones estratégicas.
“La Cumbre de Sistemas Alimentarios de la ONU es despreciable y representa una amenaza para la Soberanía Alimentaria de los pueblos”, señalaba La Vía Campesina al pronunciarse sobre el evento de Nueva York. Esa red mundial — que aglutina a más de 200 millones de campesinos de 81 países– junto con casi 600 movimientos sociales de pequeños productora-es, trabajadora-es, pueblos indígenas y ONG del sector, habían decidido ya en julio boicotear la convocatoria de Nueva York. Los movimientos populares constituyeron un frente unido de denuncia de la ilegitimidad de la Cumbre y de los intentos de parte de las corporaciones transnacionales de apropiarse del debate y de las propuestas futuras.
Para dichos movimientos, la solución a la crisis climática, el hambre, la migración forzada y la pobreza extrema reside en los pueblos, no en el gran poder corporativo multinacional. Debe surgir de los principios de la soberanía alimentaria y de la justicia social y debe considerar a la alimentación como un derecho humano fundamental y no como una mercancía para la especulación comercial. Es innegociable respetar los sistemas alimentarios a pequeña escala, diversos y agroecológicos que existen en nuestros territorios, según los movimientos sociales.
Y concluía afirmando que la Cumbre de Sistemas Alimentarios de la ONU de 2021 se encuentra en las antípodas de estos principios. El hambre sigue siendo una realidad dramática, aunque las soluciones, según dichos actores, podrían ser simples: bastaría con priorizar la agroecología sobre el agronegocio y apostar a la soberanía alimentaria para reemplazar el paradigma inaceptable de alimentos=mercancías.
Se incendia el planeta
A los fracasos derivados en 2021 por el hambre creciente y la desigualdad en la lucha contra el Covid-19, se le suma un tercer factor desequilibrante: el agravamiento de la crisis climática.
La Cumbre Climática Mundial de Glasgow de noviembre pasado no logró avances sustantivos en la meta de asegurar un calentamiento máximo de 1.5 ° hasta 2030, tal como lo exige el mundo científico y la sociedad civil planetaria.
Dicha cumbre desnudó, además, el choque de dos concepciones confrontadas. La de las grandes potencias que controlan, vetan o bloquean a las mismas Naciones Unidas, con propuestas tibias e insuficientes, a pesar de que el mundo científico viene diagnosticando, desde años, la gravedad extrema de la enfermedad. Enfrente, la visión de una buena parte de la sociedad civil planetaria –movimientos ambientalistas, ONG de desarrollo, sindicatos, redes y plataformas–, que se movilizaron críticamente en las calles de Glasgow y de decenas de ciudades del mundo durante la COP26 para enfatizar que la “urgencia climática” debe ser la clave de interpretación de una sociedad humana en carrera acelerada hacia su autodestrucción.
Se acaba de cerrar el 2021 con tres frustraciones civilizatorias superpuestas: la no resuelta lucha contra el hambre; el perdido combate por el clima y la crisis pandémica. Trilogía de un sistema mundial en crisis, expresión de un planeta cada día más fragilizado. Las perspectivas para este año que acaba de comenzar son inciertas. Los múltiples niveles de crisis superpuestas continuarán vigentes. Los actores sociales con su movilización cotidiana pueden ser el factor determinante para revertirlas. Exigiendo justicia climática y social, así como alternativas agroecológicas y soberanas para confrontar el hambre creciente. Y movilizándose para liberar patentes de producción de medicamentos y democratizar universalmente la lucha desigual contra la pandemia.
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