viernes, 19 de noviembre de 2021

COP26 Glasgow: los espectadores del ecocidio y la defensa del derecho a vivir


Fuentes: Rebelión

Resulta dramáticamente paradójico que, por un lado, el ‘Pacto Climático de Glasgow’ subraye la situación de alarma que surge por haber ya alcanzado una temperatura media del planeta de 1,1°C; con severos impactos del cambio climático que ya se están sintiendo en todo el mundo; un ‘presupuesto de carbono’ establecido en el Acuerdo de París que lo estamos agotando rápidamente, y los peligros de climas más y más extremos a medida que se siga incrementando el calentamiento global. Y por otro lado, que el acuerdo termine reflejando la desfachatez e indolencia de los representantes de los gobiernos firmantes, en el que nada concreto y significativo se establece para empezar a revertir este enorme problema.

‘Intenciones’, ‘esfuerzos’. Emplazamientos a las partes a tomar medidas. Medidas a ser tomadas ‘tan pronto sea posible’, bajo parámetros que serán definidos más adelante, en algún momento futuro. Todo rodeado de una cruel indefinición que pone a las élites políticas y económicas del mundo como los espectadores de la degradación de millones de vidas humanas, de territorios que desaparecen bajo las aguas, de miles y miles de refugiados climáticos, y en última instancia, de la agonía de la vida en la Tierra tal y como la conocemos.

Se podría mirar con alivio y hasta con cierto optimismo algunos avances, tales como el que por fin se ha hecho alguna muy tímida mención a comenzar a desplazar los combustibles fósiles, que se nombren a los pueblos indígenas o a la ‘justicia climática’, o el que se mantenga la referencia a la búsqueda de no sobrepasar la frontera de los 1,5°C para evitar el cambio climático catastrófico; pero también conviene mirar esto en clave histórica. Ya vamos más de un cuarto de siglo bajo este mismo esquema de las COPs, que ha sido inocuo, engañoso, elitista, mercantilizante, y durante las cuales las emisiones de GEI en el mundo han más bien crecido, al igual que cosas como la producción global de carbón. Algo de fondo no va, y de eso hay que hablar.

El asunto del clima es un problema político, no debemos cansarnos de decirlo; pero también es un problema epistémico. Se sigue con la lógica del crecimiento (ahora “verde”) y del desarrollo en declaraciones y documentos, se continúa con esa omnipresencia del discurso económico/burocrático sobre el ambiente que encubre un asunto esencial que no es cuestionado en esas frías oficinas: que en el fondo, lo que va mal es la forma dominante de relacionarnos con la naturaleza, con la trama de la vida que nos permite ser y estar en la Tierra.

Pero volvamos a las ‘cuestiones operativas’: sea por acción u omisión, e incluso reconociendo matices, complejidades y asimetrías de poder –‘responsabilidades comunes pero diferenciadas’–, el problema fundamental es que a estos liderazgos políticos les está quedando bastante grande el desafío histórico ante el cual se encuentran, y lo que es mucho peor, en los hechos están asfixiando la vida en la Tierra, de manera masiva; están jugando con la extinción. Algo que revela que, además del voraz apetito de acumulación de riquezas, y el aferramiento al poder por parte de élites globales y nacionales, hay un enorme extravío existencial, ontológico, epistémico por parte de estos grupos. Un profundo estado de alienación con respecto a la naturaleza.

A las cosas por su nombre: lo que representa un Pacto como el de Glasgow es un crimen de lesa humanidad, y un ecocidio global, ambos, quizás, en su forma más extendida. Sobre esta base, a nuestro juicio, es desde la cual hay que partir tanto para reconocer la gravedad del problema, como para potenciar la exigencia social de la defensa de tres derechos cruciales: nuestro derecho a vivir; el derecho a la vida de las futuras generaciones; y los derechos de la naturaleza. La Vida debe estar en el centro.

Nuevas facetas del colonialismo climático: ¿Zonas del Ser y Zonas del No ser?

La enésima evasión de responsabilidades por parte de los principales causantes del problema, los países ricos –no se entregaron fondos a los países “en desarrollo” para mitigación y adaptación, ningún fondo para ‘pérdidas y daños’, a pesar de que miles de millones de dólares se otorgan a subsidios a los combustibles fósiles y a estímulos fiscales en la pandemia para la recuperación económica en el Norte Global– es en realidad una cruda expresión de la lógica (neo)colonial de poder. Nuevamente, es el mundo dividido en fronteras que segregan a privilegiados de su otredad ‘subdesarrollada’, racializada, ‘primitiva’, ‘salvaje’. Un mundo de geografías diferenciadas, de muros, alcabalas, sistemas migratorios, de zonas de sacrificio, que separa estas áreas de ‘civilización’, consumo, confort y seguridad, de otras regiones donde la vida vale mucho menos, por no decir nada. Zonas, estas últimas, donde la crisis climática será mucho más devastadora. Se trata de una colonialidad en torno al clima, que también se expresa en la tradicional pretensión de control de la naturaleza, ahora traducida en métricas de carbono y mercados climáticos.

La pregunta que retumba es, ¿qué clase de mundo podrían estar avizorando estos ‘líderes’ y grandes ‘decisores’ mundiales? ¿Poderosos gobernando sobre un mundo devastado e invivible, poblaciones desechables, territorios y comunidades dejados al abandono, y áreas de privilegio diseñadas y recreadas con tecnologías de punta e infraestructuras ‘resilientes’ para sobrevivir al colapso? ¿Una especie de versión climática de las Zonas del Ser y las Zonas del No Ser, que describía Frantz Fanon décadas atrás?

¿Algo así avizoran los estudiados líderes mundiales que gestionan el futuro planetario? ¿Tal es su delirio?

Un desencadenante para la justicia climática desde los pueblos en movimiento

La acción para abordar tamaño problema tendrá que ser, sí o sí, de carácter multi-escalar: requerimos incidir en cada escala posible. Desde lo más local, pasando por lo nacional, hasta la coordinación de orden regional y global. Pero parece quedar claro que el desencadenante para un giro político que rompa la inercia que domina la gestión del cambio climático, tendrá que venir desde las bases sociales, organizadas o no, lo que incluye a ciudadanas y ciudadanos preocupados por el futuro.

Si revisamos el pasado, cada derecho adquirido y reconocido en los sistemas políticos actuales tiene tras de sí las luchas y movilizaciones de miles de personas demandando significativos cambios ante los sistemas de represión social, precarización económica y degradación ambiental. Este, el de la crisis climática, no será un caso diferente. Sólo que ahora, lo que el momento nos exige, es demandar al menos estos tres derechos trascendentales a los que hacíamos mención: el derecho a vivir, el derecho al futuro (nuestro y de las próximas generaciones) y el derecho de la naturaleza, del conjunto de especies que componen la comunidad de vida en el planeta.

Este es ahora nuestro desafío histórico. Nos ha tocado defender el propio derecho a la Vida, en su más amplio sentido; y nos está tocando obligar a los ‘líderes’ mundiales a actuar con urgencia para abordar la situación.

¿Existen las posibilidades de que surja un gran movimiento global por la justicia climática? A nuestro juicio sí. Cada vez más personas se sienten sensibilizadas y alertadas por el problema. Y aunque es paradójico para las luchas por la vida, a medida que la crisis climática se agrave, más gente se sumará. La cuestión es también un problema de tiempo, ya que debemos generar un cambio significativo, quizás como ninguno en la historia de la humanidad, en esta misma década. 2020 es la década decisiva.

Cada acción cuenta, y mucho más en un sistema tan interconectado, en donde cualquier cosa, por más pequeña que sea, puede desatar una reacción en cadena. La clave está en que se sume cada vez más y más personas; configurar la masa crítica. La Acción Climática y la Justicia Climática es ahora.

Emiliano Teran Mantovani es sociólogo venezolano y ecologista político; candidato a Phd en Ciencia y Tecnología Ambientales por la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro del Observatorio de Ecología Política de Venezuela.




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