New York Times
Point Hope, un pueblo de 700 residentes, es una de las comunidades habitadas más antiguas de América del Norte. Credit Ruth Fremson/The New York Times
POINT HOPE, Alaska — Este es uno de los pueblos más remotos de Estados Unidos, un pequeño cordón litoral de grava ubicado en la costa noroeste de Alaska. Los mares congelados lo rodean por tres lados y solo hay un camino sin pavimentar hacia el continente.
Para llegar desde Anchorage, ciudad que se encuentra a unos 1120 kilómetros de distancia, se requieren dos vuelos. No hay caminos que conecten los dos lugares. Los productos básicos como la leche y el pan se entregan por aire y el gas lo provee una embarcación durante el verano.
Sin embargo, debido a uno de los sorpresivos y terribles efectos secundarios del cambio climático —y de la economía global— una de las conexiones más rápidas a internet en Estados Unidos está llegando a Point Hope, lo cual le brinda a sus poco más de 700 residentes la primera prueba de la velocidad de banda ancha.
La nueva conexión es parte de una ambiciosa iniciativa de Quintillion, una empresa con cinco años de antigüedad y sede en Anchorage, para sacar ventaja del hielo marino que se está derritiendo y producir un enlace digital más veloz entre Londres y Tokio.
Los cables del internet de alta velocidad serpentean debajo de los océanos del mundo: conectan los continentes y permiten que los correos electrónicos y otros bits de información digital que se envían desde Japón lleguen más rápido al Reino Unido. Hasta hace poco tiempo, estas líneas en esencia rodeaban el Ártico, donde el hielo bloqueaba el acceso a los barcos para que tendieran el cable.
Con todo, pasarán años antes de que se realicen las conexiones completas entre los países. Por el momento, los cables submarinos de Quintillion solo se encuentran en el norte de Alaska y la empresa está sacando ventaja del nuevo auge de negocios emergentes que está sucediendo en el Ártico. Las empresas petroleras, marítimas y mineras que se pueden beneficiar de un internet más veloz se están apresurando a entrar en aguas más abiertas.
Muchos de los residentes más viejos de Point Hope tienen sus reservas respecto a la incursión de la tecnología. En gran medida, esta sigue siendo una comunidad tradicional de alaskeños originarios inupiaq.
La gente de la región no subestima el efecto total del calentamiento global. Ven cómo suben las aguas y les preocupa que desaparezcan los mamíferos marinos. Dependen del mar para alimentarse y su año se organiza alrededor de los festivales para recoger bayas y cazar ballenas.
“A los inupiaq nos enseñan a ser pacientes”, comentó Steve Oomittuk, uno de los principales cazadores locales de ballenas, cuya familia ha vivido en Point Hope durante muchas generaciones. “Esperamos a que los animales lleguen a nosotros para que sean nuestra comida, nuestra medicina, nuestra ropa. El internet hace que la gente sea impaciente para todo. No es nuestro estilo de vida”.
Sin embargo, las entrevistas con decenas de residentes de Point Hope sugieren que la gente percibe el cable de Quintillion como una forma de conectarse con el mundo exterior, al cual ha sido difícil acceder durante mucho tiempo, así como un elemento que podría mejorar sus vidas.
Por ejemplo, Leona Snyder está emocionada por los beneficios que la conexión podría brindarle a su hijo Justice Jones, quien recientemente cumplió 16 años. Snyder quiere que vaya a la universidad, lo cual implicaría irse del pueblo. Tener acceso a internet de banda ancha podría ayudarle a estudiar y a buscar oportunidades en el exterior.
“Internet te expone al mundo”, señaló Snyder. “Quiero que Justice tenga eso. Quiero que sea juez. El juez Justice Jones. Suena bien, ¿no lo cree?”. La gente de aquí también está pensando que las nuevas líneas de banda ancha podrían transformar la economía local.
“El detonante de todo esto es la banda ancha de bajo costo que traerá una economía completamente nueva y esperanza a lugares como Point Hope”, comentó Jens Laipenieks, presidente de la asociación telefónica Arctic Slope Telephone Association Cooperative.
Un lugar que va un paso adelante
Nome, un pueblo ubicado a unos cientos de kilómetros al sur, de 4000 habitantes, ofrece una mirada del futuro de Point Hope. El cambio climático y las conexiones de banda ancha ya han alterado la educación y el comercio.
Con el calentamiento del mar de Bering, el crucero Crystal Serenity, de 243 metros de largo y con una capacidad para más de mil pasajeros, ha comenzado a anclar en la costa, por lo que han llegado nuevos turistas. Hasta hace poco el barco no podía navegar por el hielo.
Nome ha tenido internet de banda ancha durante años. La llegada de las líneas de Quintillion, las cuales comenzaron a funcionar el 1 de diciembre, hará que las conexiones sean mucho más veloces.
Así como los cambios que está experimentando Point Hope despiertan la inquietud de algunos de sus pobladores, los de Nome también preocupan a algunos residentes. Austin Ahmasuk, un ambientalista marino que vive en la costa, es uno de los residentes que están consternados. Le preocupa que el cambio diluya una parte de la cultura local y provoque daños en el medioambiente.
“Precisamente lo que hace que gran parte del desarrollo global se aleje del norte está desapareciendo en todos sus formatos: el hielo”, afirmó Ahmasuk. “La historia demuestra que la gente de afuera no tiene el mismo interés en nuestra cultura y nuestro medioambiente”.
No obstante, la mayoría de los residentes está aceptando tener una conexión más fuerte con el resto del mundo. Un día entre semana, cuando apenas caía la noche, Bryan y Maggie Muktoyuk organizaron a más de una decena de personas en la iglesia luterana de la calle Bering para uno de los ensayos semanales de danza y tambores nativos.
Hombres adultos y jóvenes estaban sentados en fila y golpeaban tambores redondos hechos de estómagos estirados de morsa. Las mujeres con mitones y botas mukluk balanceaban las caderas al ritmo de los tambores.
Maggie levantó su iPhone y, por medio de una conexión wifi, comenzó a transmitir en vivo el video del ensayo en Facebook. Bryan abrió una página grupal en esa red social para otros bailarines nativos que se encuentran en la región North Slope de Alaska.
Una fila de hombres se apoderó del piso de la sala comunitaria, lo golpeaban con los pies y gritaban mientras alzaban los brazos hacia el cielo. Estaban aprendiendo un nuevo baile que Bryan había coreografiado inspirado en una larga cacería de ballenas en la que había participado unos meses antes en Wainwright, cerca de Point Hope.
“Asegúrate de grabar esto”, le pidió a Maggie.
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