sábado, 10 de septiembre de 2016

La agroecología tiene un gran futuro



Ecoportal


El establecimiento agroganadero La Aurora lleva dos décadas de producción agroecológica. Buenos niveles de producción, escasos gastos en insumos y mayor rentabilidad que los campos transgénicos. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) los acaba de reconocer como una experiencia de referencia a nivel mundial. Darío Aranda viajó hasta Benito Juárez, provincia de Buenos Aires, para contarnos el funcionamiento y la historia de las personas detrás de uno de los faros de la agroecología bonaerense.


Menor gasto en insumos, buenos niveles de producción, mayor margen de ganancia. Y, central, producción de alimentos sanos y nulo uso de agroquímicos. Se trata del emprendimiento agroecológico La Aurora, en Buenos Aires, que hace dos décadas decidió comenzar una transición para mejorar la producción, recuperar suelos y salirse del modelo de agronegocios. El campo tiene 650 hectáreas, altos niveles de rentabilidad y fue distinguido por Naciones Unidas como un caso de referencia en agroecología.
La casona es antigua y está rodeada de árboles. Desde el ventanal del comedor se ve el patio y algo del horizonte, en tonalidades de verdes. El sol recién asoma y embellece aún más el paisaje.
Juan Kiehr y Erna Bloti se instalaron el campo familiar, en Benito Juárez, en 1981, y adoptaron el modelo agropecuario reinante en la región, que en la década del 90 tomó la forma de transgénico y agroquímicos.
Juan ceba mate. Erna escucha atenta mientras prepara tostadas y Eduardo Cerdá (ingeniero agrónomo asesor) contesta mensajes de texto. Juan explica que en La Aurora nunca se utilizaron transgénicos, pero síquímicos para la siembra de girasol. Al inicio eran pocos litros por hectárea, pero las variedades iban cambiando (publicidad mediante con promesas de mayores rendimientos) y cada vez se requería más cantidad para controlar las llamadas “malezas” (plantas no deseadas). Primero era solo una vez, luego también postsiembra; también había que agregar fungicida y luego otro químico por la humedad. Terminaba manipulando venenos todo el día. “No sabe cómo renegaba”, recuerda Juan. Y así se fue volcando a la ganadería.
En 1997 comenzaron una transición a otro modelo, junto con Cerdá. “Es simple. Producimos cuidando la tierra. Recibí el campo de mi padre y quiero dejar uno mejor para mis nietos”, resume Kiehr.

Recorrida

El mate ya está lavado. El sol asoma con fuerza e invita a recorrer el campo. Unos cien metros de caminata hasta una galpón y un reliquia que asoma: camioneta Ford 100 con medio siglo de transitar caminos.
Los tres arriba. Toma por un lateral de la casa, un callejón con huellas bien marcadas, alambrados de ambos lados y a los pocos minutos la primera tranquera. Durante todo el recorrido, más de una hora, habrá una docena de paradas. Juan y Eduardo bajan, miran con detenimiento la cobertura del suelo (avena, vicia, trébol rojo, sorgo, entre otros). Evalúan si está creciendo bien, si falta, se preguntan qué pasó (para bien o para mal), toman puñados de tierra, lo observan, ven cosas que el ojo urbano del periodista ni imagina.
Cada lote tiene una historia y un seguimiento, todo escrito en una carpeta de tapa negra que está sobre la guantera de la camioneta. Es la historia clínica del campo. Qué se cultivo, cuándo se cosechó, cuándo ingresaron animales a comer y todos los detalles de los últimos veinte años.
El sol de mediamañana está alto y atenúa el viento. La camioneta circula cinco minutos y se observa una pradera de postal. Distintas tonalidades de verde, vacas a lo lejos, ondulaciones en el terreno con fondo de pequeñas lomas. Kiehr baja otra vez. Camina unos veinte metros y vuelven a intercambiar con Cerdá, sobre cómo crecen los cultivos, la humedad del suelo, cuándo entrarán los animales.
Juan explica que en La Aurora son “esencialmente ganaderos” y que la agricultura tiene como destino los animales. Aunque el trigo también implica algún ingreso económico.
El principio de funcionamiento es que el pasto que come la vaca se transforma en bosta, que al mismo tiempo es alimento para el suelo, lo enriquece y surgen nuevos pastos. El ciclo se reinicia. Eduardo señala que la idea es que todo se coma de a pie, que el animal lo coseche, lo que aminora los costos. También es fundamental tratar que siempre haya cobertura en el suelo, un tapiz, que los protege del sol fuerte, de los vientos, de la degradación.
Otra vez a la F100. Unos minutos, atravesar otra tranquera y parada en el “lote 3?, que tiene avena con vicia. Explica que ahí entrarán animales en pocos días. Eduardo le pregunta por el lote 1 y el 2. Juan responde de memoria (sin mirar la carpeta). Piensan en voz alta qué conviene sembrar luego de la entrada de animales.
La camioneta ya circula a campo traviesa. Se escucha el raspar de las plantas debajo. El sol se escondió y el viento frío se hace sentir. Pasa una perdiz a lo lejos, Juan señala para el visitante la vea.
Eduardo Cerdá explica que la vicia tiene la característica de unirse a bacterias en sus raíces que toman nitrógeno del aire y lo incorpora al suelo. Es nitrógeno biológico, más saludable que agregarle fertilizantes, dinamiza todo lo que es la vida del suelo.
Cita un reciente estudio de la Universidad de Buenos Aires que confirma que el glifosato está degradando los suelos. También recuerda una investigación del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), del 2015, que va en el mismo sentido. Juan sonríe: “Se dieron cuenta tarde”.
Explican que no hay fechas precisas de cuándo entran los animales en cada lote. “No hay recetas”, afirma Juan. Se trata de mirar, andar en campo, ver dónde hay pasto, cómo está, planificar.
La camioneta continúa el andar. Uno de los lotes parece una cancha de fútbol perfecta. Pasto de pocos centímetros, pleno crecimiento y lomas de fondo. El vehículo toma por un lateral, bordea unos árboles y se observan medio centenar de vacas. Pastos altos y de golpe Juan frena. Mira bien por la ventanilla. Baja. Camina unos 30 metros (lo seguimos). Casi escondido entre el pastizal, un ternero recién nacido con su madre. Solo el ojo entrenado lo pudo ver a la distancia.

Números

La Aurora son 650 hectáreas, pero la mitad es de bajos (zonas inundables, no aptas para agricultura, y zonas pedregosas) y 700 vacunos. Tres trabajadores (Juan y dos hombres más) y una referencia agroecológica.
El gran mito (no casual) que se instaló sobre la agroecología es que no es rentable. “No tengo grandes necesidades. No tiene sentido hacer más dinero tampoco (sonríe)”, arriesga Juan.
En La Aurora no hay lujos económicos ni tampoco pesares. Las dos hijas de la familia fueron a la universidad, en el campo se reponen herramientas anualmente y cubren los costos sin sobresaltos. Juan y Erna no son amigos de los créditos. Una sola vez tomaron uno (10 mil pesos, en 1992, luego de un tornado que destruyó la zona). “Prefiero comprar cuando tengo el dinero y no antes de tenerlo”, explica Juan.
La sistematización de datos durante diez años da cuenta de un promedio de trigo de 3100 kilos por hectárea, sólo 200 gramos por debajo del promedio de la zona con manejo convencional (de químicos). Con la gran diferencia de menor gasto de insumos.
Los costos directos por hectárea en la zona (en manejo convencional) es de 350 dólares por hectárea. En La Aurora es de 100 dólares por hectárea (un ahorro de 250 dólares). Lo cual explica el margen bruto de ganancias, que fue de 300 dólares (160 dólares por encima de los campos convencionales de la zona).

Almuerzo

Juan y Erna se levantan a las 8, desayunan y él sale a ver la vacas (en otoño, por ejemplo, época de pariciones), recorre el campo, toma datos de los lotes, cambia a los animales de cuadros y dos o tres veces por semana va al pueblo por trámites y compras.
Hora del mediodía y Erna espera con la mesa para cuatro. Estofado, fideos, pan casero, aroma exquisito. Momento de hablar más relajado, del país, el paso por Chaco (cuando se conocieron en la década del 70), el viaje que hizo a Suiza a conocer a la familia de Erna, los nietos que viven en Chascomús y en el extranjero, la política nacional y, claro, el agro.
Juan llegó hasta primer año de secundario, cuando una enfermedad (y luego el trabajo) lo alejaron de las aulas. Es una prueba viva de que la sabiduría no tiene necesaria relación con las aulas universitarias ni diplomas.
Eduardo y Juan se conocen hace veinte años, pero se tratan de “usted”.  Reconocen que existe una imagen de que en un “buen campo” tiene que haber solo un cultivo, sin otras plantas. Recuerdan que cuando veía un cardo decían “qué feo”. Sonríen al recordar que en La Aurora han tenidotrigo con cardos altos. El maquinista renegaba para cosechar, pero no pasaba a mayores. “El cardo lo come el animal. El concepto es que todo sirve. No reprimir a los yuyos con venenos porque eso traerá otros problemas”, explica Eduardo y remarca otro concepto de La Aurora y la agroecología: no a los monocultivos.
Explican que agosto es el mes más crítico, cuando se define si llegan con el pasto que hay para los animales o deben salir a comprar. Hasta ahora, siempre se autoabastecieron.
Eduardo menciona una tesis doctoral de la Universidad Nacional de La Plata (realizada por María José Iermano), en la que se comparó campos agroecológicos con otros del agronegocios, de la misma zona. La Aurora se destacaba en sustentabilidad, producción y rentabilidad. Juan se retira un momento y regresa con un libro de 300 páginas, anilladas, donde sistematizaron las experiencias de La Aurora. Muestra un gráfico con distintas variables, prueba clara del trabajo (y logros) en el campo agroecológico.

Decisiones

Eduardo resume qué es La Aurora: “Esto es bien simple. Sembrar trigo, con pasturas, siempre ‘asociado’, con trébol rojo, trébol blanco”. El trébol aporta nitrógeno al suelo. Eduardo da toda una explicación (que incluye el tema raíces, partículas, etc.) digna de clase de agronomía.
Relatan como anécdota que un día se dijeron “no usamos más químicos” y lo llevaron a la práctica. La gran pregunta que se impone es cómo controlan las “malezas” (plantas no deseadas que tienen a maltraer al agronegocios, con cada vez más uso de químicos). Hicieron que otros cultivos “compitan” con las malezas y, sobre todo, no enloquecieron cuando aparecía (o aparece) alguna planta no deseada.
Reconocen que nunca llegaron a tener un lote completamente libre de malezas, pero eso no impactó en el rendimiento. Recuerdan visitas de otros productores que se retiraban entre sorprendidos y cuasi horrorizados por trigo con algo de malezas.
Lo único que no han podido controlar es el senecio (pequeña planta con flor amarilla). Están probando cortarlo, luego sembrarle arriba, pero no le encuentran opción aún. Sin embargo, no desesperan.
Tampoco utilizan fertilizantes químicos artificiales. “No son tan buenos como nos decían. Inhiben el funcionamiento natural de las plantas e inhibe procesos biológicos en el suelo. Y ahí dejamos totalmente los fertilizantes”, recuerda Juan. Al mismo tiempo, claro, bajan costos. También evitan los antibióticos para los animales y los antiparasitarios (sólo las vacunas obligatorias por ley).
El cambio les implicó leer, estudiar, practicar, prueba y error, equivocarse, aprender.
La producción de La Aurora bien puede entrar en la categoría “orgánica”, pero ellos no hacen bandera de ese sello y no certifican porque es muy caro y no están de acuerdo con el rol de esas empresas (un puñado de compañías se encargan de, pago mediante, otorgar esa categoría). Creen que el Estado debiera certificar de manera participativa, con los productores locales y consumidores.
Eduardo agrega otro concepto de la agroecología: “Hay que mirar, leer, probar. Y se va haciendo investigación propia en el campo, qué fue mejor, qué no. Es una agricultura de agricultores, no de empresarios, no de recetas”. Nunca hay dos años iguales. “Cuando más leemos, más nos damos cuenta de lo poco que sabemos”, se sincera Juan.

Agronegocios

La Aurora está rodeada de empresas. Décadas atrás conocían a los vecinos. Hoy son compañías sin rostro. Incluso en un sector está lindero con campos de soja, que fumigan hasta adentro del campo de Juan y Erna.
“Considero que es una obligación del hombre de campo producir alimentos sanos. Y cuando uno más lee hoy día quedan claras las consecuencias que tiene el uso de todos estos químicos. Más leés, y más te convencés que estamos en el camino correcto, producir sano”, afirma Juan.
Es muy medido al hablar. Explica que el agronegocios no es para él, que quería algo más “tranquilo” y “sano”. “Yo puedo decir que recibí este campo por herencia y no quiero dejar un cadáver para mis nietos. El otro sistema deteriora el campo, por eso opté por este sistema”, remarca.
Lamenta que haya una generación de productores que no sepa de otro modelo. “No saben lo que es el perfume que tiene la tierra sin veneno”, afirma. Señala que no saben que luego de una palada en la tierra tiene que haber lombrices, microorganismos, vida.
Juan Kiehr resume lo que vio las últimas décadas en en sudeste bonaerense: “Evidentemente, el modelo ha dejado mucho dinero en ciertos sectores. Cambió la forma de pensar de la gente, la soja nunca había tenido ese precio tan exorbitante ni gasoil barato. Ahora, ya no saben haceragricultura sin venenos”.



Tiempos

¿Cuándo demanda hacer el cambio de modelo? Es una de las preguntas que se impone cada vez que cuentan la experiencia agroecológica.
Y una respuesta no apta para facilismos: no hay recetas. Cada campo (y cada zona) tiene sus particularidades y tiempos. Pero Eduardo Cerdá intenta una aproximación: “Los resultados pueden ser muy rápidos. La baja en el uso de insumos lo ves rápido, bajás costos. Después el campo va ir llevándonos según las posibilidades en más o menos tiempo. Primero, se recupera fertilidad para luego lograr mejores rendimientos”.
La clave es no tener nunca el suelo desnudo, pelado. Cualquier calor lo seca, los bichos-micro organismos desaparecen, no hay vida y el ciclo beneficioso desaparece. Se impone rápido la imagen de campos de soja postcosecha, pelados, grises, sin nada de verde ni vida.

FAO

El organismo de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) seleccionó experiencias de agroecología a nivel mundial. La Aurora fue una de las destacadas. “El reemplazo de insumos por procesos ecológicos permitió disminuir sustancialmente el uso de insumos y con ello bajar los costos y mejorar el margen de ganancia”.
La FAO destaca que el campo logró aumentar la biodiversidad de cultivos, “mejoras importantes” en la fertilidad biológica del suelo, evitar riesgos de contaminación, no usar fertilizantes nitrogenados ni herbicidas, y se mantuvieron los niveles de producción. En las conclusiones destaca “el mejoramiento de las propiedades del suelo, a través de una mejor cobertura en cantidad y diversidad, un aumento de los procesos de fijaciones biológicas (nitrógeno y carbono). Logró menor dependencia de insumos, menores costos mejorando el margen de ganancia, disminuyendo los riesgos económicos y ambientales”.
En resumen, hasta la FAO lo reconoce: la agroecología es rentable a gran escala y tienen más beneficios que el agronegocios.
Juan, Erna y Eduardo tomaron el escrito de la FAO como un reconocimiento a años de trabajo en soledad, cuando eran señalados con desconfianza por otros productores y técnicos. En un futuro cercano proyectan dejar más espacios para plantas, árboles, cordones verdes; que son refugio para insectos y animales. Eduardo Cerdá remarca que la bibliografía tradicional de las facultades de agronomía no enseña sobre la importancia de la diversidad, pero aclara que la agroeocología y la biodinámica sí lo dicen, como también el conocimiento de campesinos e indígenas, que siempre dejaban rincones de campo sin tocar.
La última pregunta de sobremesa: ¿Se puede replicar La Aurora?
Juan sonríe: “Confío mucho en los jóvenes, ya hay un convencimiento de que el otro sistema no es bueno, hay venenos y afectan la salud. Entonces ven este otro modelo y lo agarran con los brazos abiertos. La agroecología tiene un gran futuro”.
Para mayor información comunicate con nosotr@s al mail: madalbo@gmail.com

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