jueves, 18 de febrero de 2016

Reacciones psicológicas ante el colapso ecológico, energético, económico y social

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Con la información actual disponible, y a pesar de la enorme incertidumbre, sabemos que vamos directos hacia el colapso ecológico, energético, económico y social. Hay, sin embargo, muchos escenarios de colapso posibles: repentino o gradual, extremadamente violento o menos violento, con menor o mayor capacidad de mantener viva a una parte de la población actual y venidera, fuertemente injusto o menos injusto. Por lo tanto, no da igual cómo reaccionemos a nivel individual, colectivo y estructural, ya que unas respuestas serán más deseables que otras.

El actual sistema organizativo dominante (económico, energético, urbanístico, tecnológico, cultural e informativo, etc.) no solo no está preparado para el colapso, sino que nos conduce a más velocidad hacia él. Una respuesta adaptativa requeriría una información adecuada, un sistema económico con capacidad de detectar el colapso y unas medidas orientadas a afrontarlo de la manera menos traumática posible y más digna para la humanidad. Una respuesta extremadamente inteligente, aunque poco probable, además afrontaría el colapso como una oportunidad para reconvertirnos en una sociedad sostenible, justa y en paz con el planeta.


Dificultades psicológicas para una respuesta adaptativa al colapso


Aparte de las dificultades derivadas de la propia naturaleza del colapso, tales como la incertidumbre, la complejidad, los fenómenos de retroalimentación, la impredecibilidad de los procesos y de los ritmos, se añaden otras relacionadas con la psicología de las personas y de los grupos que se mencionan a continuación.
El primer gran problema es la falta de información de la mayor parte de la población. Si bien el cambio climático es conocido superficialmente por una parte importante de esta, la gran mayoría desconoce el declive energético, la magnitud y las implicaciones de la pérdida de biodiversidad, el pico de los materiales y las interacciones que tienen entre sí estos factores. Cuando no se dispone de información, la posibilidad de reaccionar de forma adecuada es bastante reducida.
El segundo problema es la información errónea, principalmente la proporcionada por el filtro de la economía convencional, que suma en vez de restar (producción de materiales en lugar de extracción de los mismos), que enfoca en el lugar equivocado (en los números de la Bolsa de Nueva York en lugar de mirar la biodiversidad o los factores de equilibrio de la biosfera) o que mantiene una teoría de los ciclos que permite ver reversibilidad donde no la hay. También proporcionan información errónea los grupos con intereses concretos (lobby del petróleo, fundaciones negacionistas, etc.). La consecuencia de la información errónea es que provoca respuestas en la dirección equivocada e incluso en la opuesta.
El tercer problema es que cuando se dispone de una información parcial, incompleta, confusa y contradictoria que además produce un fuerte malestar, la información se rechazará o distorsionará con más facilidad. Si la información sobre el futuro es incierta, preferimos proyectar el presente para predecir el futuro: «se lleva hablando de catástrofes desde siempre, en todos los cambios de milenio», «las terrazas están llenas», «algo se inventará»…
Cuando las ideas generan malestar, pero son útiles, se tiende a actuar para resolver el problema que las causa, y así reducir el malestar. Sin embargo, cuando las ideas que producen malestar no llevan a una actuación relevante o eficaz para resolver la situación, lo que se cambia es la idea o el peso de la misma. Por eso el ser humano se cuenta cuentos con facilidad. Este tema fue estudiado experimentalmente por Leo Festinguer en los años cincuenta con su teoría de la reducción de la disonancia cognoscitiva. Si dos ideas o una idea y una conducta no encajan y producen malestar, una de ellas se transforma hasta que encajen. Es el caso del cuento de la zorra y las uvas: como la zorra no alcanzaba a coger las uvas, se dijo que estaban verdes.
Si la información es dolorosa, nos agarraremos a cualquier pequeña rendija que disminuya el dolor: atacar al mensajero, calificar de exageración, acusar de que no está totalmente demostrado o pensar que no me va a tocar a mí (o a mi clase social o a mi país). También aumenta la facilidad para adherirse a creencias mágicas si son esperanzadoras («la tecnología lo resolverá», «dios o el destino no lo permitirán», etc.). Cuando una información produce terror y no hay nada claro que hacer, es probable que se minimice o incluso que se niegue.
Hay más rasgos de nuestra psicología que dejan entrever que no está bien preparada para responder ante el colapso. Al igual que las ranas en una cacerola que se calienta pueden morir al ser incapaces de percibir pequeños incrementos de temperatura, pero saltarían si el cambio fuera brusco, los seres humanos tenemos dificultades para procesar los cambios lentos y graduales. Además, el sistema emocional está configurado preferentemente para actuaciones rápidas (miedo-defensa, ira-ataque, susto-alerta) pero es mucho más torpe para actuaciones lentas o de largo plazo. Un futuro doloroso invita también a posiciones nihilistas, vivir al día o «irse de cubatas hoy, que mañana no sabemos».
A las dificultades de la psique individual se le añaden las del comportamiento colectivo. Como muestran los experimentos basados en la teoría de los juegos, una conducta costosa pero beneficiosa a largo plazo se asumirá mejor si el resto del grupo la asume también. A su vez, cuando todas las partes asumen una conducta costosa e interdependiente, pero el grupo tiene poca cohesión social, la posibilidad de traicionar es grande y por lo tanto la de romper el consenso necesario para mantener la conducta costosa. Además, es preciso asumir el coste a la vez (o de forma coordinada). Si unas partes empiezan primero y las demás tardan en seguirlas, las primeras se desanimarán y abandonarán sus posiciones costosas. Es fácil que cada grupo, colectividad o país espere a que sean otros los que empiecen. Unos por otros y la casa sin barrer. Cuando un grupo se beneficia del sacrificio de otro sin coste alguno, tenderá a mantener la situación.


Posibilidades de una respuesta adaptativa al colapso


En situaciones extremas, el ser humano es capaz de lo peor pero también de lo mejor. Puede mostrar conductas de empatía, de solidaridad, de dignidad e incluso de heroísmo. Reacciones, todas ellas, que permanecen más invisibilizadas en periodos de normalidad. En la actualidad se sabe que la supervivencia del ser humano ha dependido fuertemente de comportamientos cooperativos y que contamos con un equipaje emocional y neurológico adaptado a ello. Las investigaciones sobre la empatía, la resonancia corporal, el contagio emocional y las neuronas espejo avalan esta idea.
Los seres humanos se sienten mejor en relaciones cooperativas. La felicidad se consigue más con relaciones de utilidad social y de cooperación que ocupándose solo de uno mismo, o de una misma, o en competición con el resto. La psicología social ha estudiado cómo la presencia de fuerzas negativas exteriores a un grupo o colectividad tiende a favorecer la cohesión interna. El concepto de resiliencia nos recuerda que los sistemas y colectividades pueden salir fortalecidos a partir de fuertes tensiones negativas. La voluntad de asumir un riesgo o un esfuerzo (incluso alto) aumenta si se percibe que pueden dar beneficios significativos (rescataríamos a nuestra hija de una casa ardiendo). Cuando se sabe lo que se puede hacer para superar una dificultad y se confía en su posibilidad de éxito, el ser humano puede predisponerse a asumir los costes y esfuerzos necesarios. También hay que señalar que es más fácil asumir trabajos y esfuerzos si se tiene la idea de un compromiso colectivo.
El neocórtex posibilita al ser humano para aplazar sus satisfacciones inmediatas y obtener satisfacciones futuras. El ser humano es capaz de visualizar escenarios futuros y actuar para conseguir los deseables o escapar de los menos deseables. La naturaleza, las sociedades humanas y las personas también han dado muestras de optimismo realizando operaciones que a priori tenían baja probabilidad de éxito pero que finalmente han resultado acertadas al insertarse en sistemas complejos. Empezando por el propio proceso de formación de la vida, como las diferentes soluciones para expandir los hábitats a territorios hostiles, las luchas sindicales y feministas o las revoluciones mismas. Lemas como «Otro mundo es posible» o «Sí se puede» permiten implicar a las personas en causas difíciles y a la vez pueden actuar como profecías autocumplidas. La mera creencia puede aumentar las probabilidades de éxito.




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