jueves, 3 de diciembre de 2015

La colonización de la atmósfera




La cumbre de jefes de estado y de gobierno que se realiza en Paris tiene por objeto suscribir un acuerdo internacional para superar las amenazas del calentamiento global. Las perspectivas son poco alentadoras. Los países más contaminantes se niegan a suscribir compromisos jurídicamente vinculantes, se niegan a asumir responsabilidades proporcionales a sus respectivas contribuciones al calentamiento global y pretenden continuar acaparando el cupo atmosférico en detrimento de los intereses y necesidades de la mayoría de la población mundial.
Según la NASA, en la actualidad, con un aumento registrado de sólo 1°C, la capa de hielo sobre Groenlandia pierde 300.000 millones de toneladas por año. El hielo sobre Groenlandia se extiende sobre 1,7 millones de km2. Su pérdida elevaría el nivel del mar 7 metros. Mientras que la Antártida pierde 120.000 millones de toneladas de hielo al año. El hielo sobre la Antártida se extiende por 14 millones de km2. Su pérdida elevaría en nivel del mar 58 metros.
Nuestro planeta registra ya un peligroso desbalance energético: absorbe más energía que la que emite. Para equilibrarlo, la temperatura tiende irremediablemente a aumentar. El desbalance energético planetario actual, 0,64 w/m2 (326 Terajoules por segundo), es equivalente a la energía contenida en 447.000 bombas atómicas como la que arrasó a Hiroshima en 1945, detonadas cada día, 365 días al año.
El objetivo que persigue la cumbre de Paris 2015 es el mismo del de la fallida cumbre de Copenhague 2009: evitar que la temperatura superficial promedio supere los 2°C para finales de siglo en relación con la época preindustrial. La última vez que la temperatura alcanzó este nivel fue durante el período interglaciar Emiense, hace 125.000 años. Entonces la concentración de CO2 en la atmósfera era inferior a las 300 partes por millón y el nivel del mar se encontraba entre 7 y 9 metros sobre el que conocemos.
El Panel Intergubernamental de expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) en su más reciente informe reitera que, si no se introducen modificaciones drásticas e inmediatas al consumo de combustibles fósiles, las tendencias actuales conducen hacia un aumento en la temperatura superficial promedio entre 3.7 y 4.8°C para finales de siglo en relación con la época pre-industrial. Esta tendencia conduce a una emergencia planetaria sin precedentes en la historia de la humanidad. Un aumento de 4°C no se ha registrado desde mediados del Mioceno, hace 10 millones de años. El nivel del mar se encontraba entonces al menos 36 metros sobre el actual. Estamos transformando el mundo que le dejamos a nuestros descendientes en un planeta hostil y desconocido por la especie humana.
El Instituto Potsdam de Alemania alerta: “Un aumento de temperatura de 4°C corresponde a una concentración superior a las 800 ppm y a un aumento de 150% en la acidez de los océanos, algo sin paralelo en la historia de la humanidad”. Mientras la Academia de la Ciencia de Estados Unidos destaca: “Los cambios de temperatura provocados por las emisiones de CO2 son esencialmente irreversibles por varios cientos de años… La comunidad científica, a través de virtualmente todas las academias nacionales de ciencia y las principales organizaciones científicas, ha advertido que el cambio climático amenaza la seguridad de los habitantes de todos los países de la tierra… Estamos en peligro de conducir al sistema climático hacia cambios abruptos, impredecibles y potencialmente irreversibles con impactos altamente destructivos… El rango de incertidumbre del calentamiento asociado a las tendencias actuales es suficientemente amplio como para incluir consecuencias masivamente transformadores de las sociedades y los ecosistemas
Ahora, por primera vez en la historia de la humanidad, la concentración de CO2en la atmósfera supera las 400 partes por millón (ppm), como a mediados del Plioceno, 4 millones de años atrás. La temperatura superficial promedio oscilaba entonces entre 2,5ºC y 3ªC sobre el promedio actual y el nivel de mar se encontraba entre 20 y 24 metros sobre el que conocemos. La última vez que la concentración de CO2 en la atmósfera alcanzó el nivel actual los humanos no existían.
Las emisiones de CO2 provienen principalmente del consumo de combustibles fósiles y deben reducirse rápidamente. Esto implica un creciente impuesto a las emisiones de carbono, aplicable de inmediato y con alcance global. La urgencia de reducir las emisiones también implica una amplia cooperación técnica en la implementación de tecnologías energéticas limpias.
La Academia Nacional de la Ciencia de EUA alerta: “La estabilización de la concentración de CO2 entre 400 y 450 ppm, frecuentemente asociada a un aumento ‘aceptable’ de temperatura de 2°C, tiene una alta probabilidad (68%) de provocar aumentos en el nivel del mar de más de 9 metros sobre el actual. Para evitar aumentos significativos en el nivel del mar a largo plazo, la concentración atmosférica de CO2 debe reducirse a niveles similares a los de la época preindustrial: 280 ppm”. (PNAS vol. 110 no. 4 2012)
La cumbre de Paris
De la Cumbre de París sólo se pueden esperar compromisos voluntarios, no vinculantes, cuyos cumplimientos quedan a criterio, posibilidad y voluntad de las partes contratantes. Un peligroso juego en el que cada participante fija sus propias reglas. Lo que está en juego es nada menos que la estabilidad planetaria y la seguridad de generaciones futuras. La burocracia internacional transfiere así los costos y las consecuencias del calentamiento global a las generaciones futuras más inmediatas, una injusticia que sólo puede catalogarse como un crimen intergeneracional. Los más afectados serán los países en desarrollo, los más vulnerables, donde se encuentra la inmensa mayoría de la humanidad aun tratando de superar la pobreza.
Casi todos los países han presentado sus compromisos voluntarios para la cumbre de París, muchos condicionados a asistencia financiera y tecnológica sin fuentes confiables. Aún en el improbable supuesto de que todos estos compromisos voluntarios se cumplieran a cabalidad, el aumento de temperatura superaría los 3°C para finales de siglo. Como a mediados del Plioceno, hace 4 millones de años, cuando el nivel de mar se encontraba entre 20 y 24 metros sobre el que conocemos.
Una de las contribuciones más importantes del IPCC a la ciencia del calentamiento global en su más reciente informe (AR5) es la cuantificación del presupuesto (cupo) atmosférico asociado al objetivo de los 2°C: la cantidad máxima de emisiones acumuladas que puede emitirse hasta finales del siglo 21 para evitar un aumento de temperatura superior a los 2°C. Para lograr este objetivo con una probabilidad de al menos 66% es necesario que las emisiones acumuladas de todos los gases de efecto invernadero durante el período 1850-2100 se mantengan por debajo de las 3.670 giga-toneladas de CO2-equivalentes (1.000 G-ton C-eq), mientras que sólo las de CO2 no deben exceder las 3.000 G-ton durante el mismo período. El presupuesto o cupo máximo de emisiones remanentes para el período 2015-2100 es de apenas 855 giga-toneladas de CO2.
Las emisiones de CO2 provienen fundamentalmente del consumo de combustibles fósiles. En el 2014 superaron las 35 giga-toneladas. De mantenerse las tendencias actuales, aún con una modesta tasa de crecimiento del 1% interanual, el cupo disponible se agotaría para el 2040. Para evitar este escenario, las emisiones de CO2 provenientes de la deforestación deben erradicarse a muy corto plazo (2020), mientras que las provenientes del consumo de combustibles fósiles deben reducirse en aproximadamente un 70% para el 2050. Será necesario sacrificar al menos dos terceras partes de los activos financieros relacionados con las reservas probadas actuales de petróleo, gas y carbón mineral. Los activos que tendrán que quedarse bajo tierra, sin posibilidad de comercialización, tienen un valor actual de US$ 125 billones, cuya compensación queda aún por definirse.
Más del 76% de las emisiones de gases de efecto invernadero corresponde al CO2, proveniente fundamentalmente del consumo de combustibles fósiles, los que a su vez suministran el 85% de la energía que motoriza la economía mundial. La reducción en las emisiones de CO2 necesaria para alcanzar los objetivos señalados implica una radical transformación en la matriz energética de la que depende la economía mundial.
El reto es particularmente difícil para los países en desarrollo, debido a sus implicaciones técnicas, económicas, políticas y ambientales. Deben afrontar simultáneamente la creciente demanda energética asociada al aumento de la población, a sus necesidades de desarrollo y a la superación de la pobreza. Más de 1.400 millones de personas se encuentran en pobreza extrema, en su mayor parte sin acceso a electricidad, agua potable, alimentación apropiada, salud, educación, vivienda y otros servicios básicos. Según la Agencia Internacional de Energía, en la actualidad 1.500 millones de personas carecen de acceso a la electricidad, y 2.600 millones no disponen de facilidades adecuadas para cocinar sus alimentos(IEA 2014).
La transformación de la matriz energética mundial no implica una renuncia por parte de los países en desarrollo a sus aspiraciones de progreso y superación de la pobreza, por lo que sus compromisos no implican una reducción del consumo de energía. Lo que se requiere es una transición hacia el consumo de energías alternativas: solar, eólica, geotérmica, nuclear o la derivadas de la biomasa, entre otras. Tampoco deben implicar la acumulación de compromisos financieros adicionales: los existentes ya drenan los escasos recursos disponibles en la mayoría de los países más pobres del planeta.
CITIBANK es el tercer banco más grande de Estados Unidos. Su división estratégica, Citi Global Perspectives & Solutions (GPS) publicó un meticuloso informe sobre las inversiones necesarias para suplir la demanda energética durante el período 2016-2040. Se requiere una inversión de aproximadamente 200 billones de dólares (millones de millones) en los próximos 25 años, excluyendo los daños provocados por un aumento en la temperatura superficial promedio de 4.5°C para finales de siglo. Aproximadamente un 70% de esta inversión tendría que realizarse en países en desarrollo.
El Instituto Grantham para la Investigación sobre Cambio Climático y el Centro para la Economía y Política del Cambio Climático llegaron a una conclusión similar: se requiere una inversión de al menos 90 billones de dólares en los próximos 15 años, para un promedio de US$ 6 billones anuales, “en su mayor parte en los países en desarrollo” (Négociations Climatiques, Développement Durable et Croissance 2015).
En comparación, la mejor oferta actual de cooperación Norte-Sur en las negociones sobre el calentamiento global es de apenas US$ 0.1 billones (100 mil millones) anuales y sólo a partir del año 2020. Aún no ha quedado claramente establecido que estos aportes sean adicionales a los fondos existentes de cooperación internacional y que no engrosarán la agobiante deuda externa de los países en desarrollo. Queda también por definir como se movilizarían estos limitados recursos. Hasta ahora sólo se han comprometido aportes de 33 países que apenas suman 0.01 billones a través del Green Climate Fund administrado por el Banco Mundial.
El costo de las emisiones de carbono
El desarrollo de una estrategia mundial efectiva para afrontar el calentamiento global depende no sólo de la comprensión de la ciencia del cambio climático, sino también del diseño de instrumentos económicos efectivos para financiar las transformaciones necesarias, principalmente en la generación y el consumo de energía, el transporte y la actividad industrial. Los instrumentos económicos dependen a su vez de la cuantificación del costo que generan las emisiones de gases de efecto invernadero, costo que hasta la fecha ha sido gratuitamente transferido a la sociedad global.
En Julio 2015 se presentó una evaluación del costo social de las emisiones de carbono en Estados Unidos, realizada por la Orden Ejecutiva 12866 a través del esfuerzo conjunto de 11 dependencias gubernamentales. Se concluye que, para el 2015, el costo social promedio de las emisiones de carbono es de 50 dólares por tonelada métrica de CO2 para una tasa de descuento del 3%.
Tanto el Fondo Monetario Internacional como el Banco Mundial sostienen que la ruta a la descarbonización de la economía mundial depende de la asignación de un precio a las emisiones de carbono y otros gases de efecto invernadero. Según la IEA, se requiere una inversión de 38 billones de dólares entre el 2015 y el 2030 sólo para sentar las bases en el sector energético conducentes a un aumento de temperatura inferior a los 2°C para finales de siglo, con a un promedio de US$ 2.5 billones anuales (IEA – World Energy Outlook Special Report 2015).
Responsabilidades diferenciadas
Uno de los principios fundamentales del Acuerdo Marco sobre el Cambio Climático de 1992 es el de la responsabilidad común pero diferenciada: cada país debe asumir una responsabilidad proporcional tanto a su contribución al calentamiento global como a sus capacidades tecnológicas y económicas. Es evidente que a los países industrializados les corresponde la mayor parte de la responsabilidad por las emisiones acumuladas en la atmósfera hasta el presente. De las 2145 millones de toneladas de CO2 emitidas entre 1900 y el 2014, el 72% corresponde a los países industrializados. La responsabilidad diferenciada es aún mayor cuando se toman en consideración sus potencialidades económicas y tecnológicas, y que su población es sólo el 18% de la población mundial.
Sin embargo, se rehúsan a reconocer responsabilidades proporcionales a sus emisiones y potencialidades, mientras continúan acaparando el escaso cupo de emisiones remanente de manera desproporcionada en relación con su población. Aún si redujeran sus emisiones en un 80% para el 2050, solicitud que evaden, para entonces el 16% de la población mundial habría acaparado el 60% del cupo atmosférico. Los países en desarrollo quedan así acorralados entre sus obligaciones con generaciones futuras y la ocupación abusiva de su correspondiente espacio atmosférico por parte de una élite minoritaria de la población mundial.
La deuda climática
Los delegados de los países en desarrollo, en representación de la inmensa mayoría de la población mundial, deben dejar de comportarse como pordioseros en la mesa de negociación e insistir en el reclamo de la deuda climática acumulada por los países industrializados por el exceso en emisiones en relación con su población. Para el 2015 esta deuda supera los 50 billones de dólares (1), equivalente a una cuota anual de 1,4 billones durante el período 2015-2050 calculada a $50/ton CO2 y excluyendo los excesos en emisiones que tienden a presentarse en este mismo período. La magnitud de esta deuda contrasta con la oferta no vinculante de los países industrializados para realizar aportes de apenas 0.1 billones anuales y sólo a partir del año 2020, insistiendo además que tales aportes en su mayor parte corresponderían a flujos reembolsables a través del sector privado.
Aunque la atmósfera es un bien común, está siendo colonizada rápidamente por una minoría de la población mundial, sin costo alguno, amenazando la seguridad de toda la humanidad y la estabilidad del planeta. Los costos sociales y ambientales de sus procesos de desarrollo son arbitrariamente transferidos a toda la población mundial.
La obligatoria transformación de la infraestructura energética de los países en desarrollo hacia energías limpias y renovables, sin un acuerdo vinculante sobre la transferencia de recursos financieros y tecnológicos, tiende tanto a profundizar su dependencia económica y tecnológica, como a fortalecer el injusto orden económico internacional impuesto desde la segunda guerra mundial. La superación de esta coyuntura depende principalmente del reconocimiento de la deuda climática acumulada hasta la fecha. 


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