La lluvia que el cambio climático niega al Oeste de Estados Unidos
TomDispatch
Traducción del inglés por Carlos Riba García |
Estados Unidos entra en la era de las intensas sequías
Introducción de Tom Engelhardt
El otro día aquí en Nueva Inglaterra estaba frío, lluvioso y tormentoso; yo me quejaba: ¿dónde están el sol, el calor, el verano? Daba la casualidad que estaba con un conocido mío que es de California; él asintió con la cabeza y me dijo: “Para mí, esto está muy bien, Me gusta así, lluvioso. Hace bastante tiempo que no veo mucha lluvia”. Eso fue un ligero recordatorio de lo insulares que podemos llegar a ser. California, después de todo, está en el cuarto año de una tremenda sequía que ha convertido en un polvorín gran parte del Oeste estadounidense, desde Alaska y Canadá hasta la frontera con México. El nivel de los embalses es bajo, los ríos literalmente se están secando; el Oeste se está quemando. En el norte de la California rural, donde los incendios parecen por fin estar controlados, el incendio en las Montañas Rocosas ya ha quemado 280 kilómetros cuadrados y destruido 43 viviendas, y el cercano incendio de Jerusalem, que estalló hace poco tiempo, devoró rápidamente casi 50 kilómetros cuadrados, doblando su tamaño y haciendo huir a los residentes del lugar, algunos de ellos por segunda vez en las últimas semanas.
Los incendios se han duplicado en estos años de sequía en California. La estación de los incendios, que en otros tiempos era algo exclusivo del otoño, ahora parece ser algo de todos los días del año (digamos de paso que no es un fenómeno exclusivamente californiano. Los últimos estudios indican que la estación de los incendios se está ampliando en todo el mundo, con un súbito crecimiento del 18,7 por ciento en las últimas décadas). De hecho, las mediciones estadísticas sobre incendios en Estados Unidos (en general) y en el Oeste (en particular) están empeorando en lo que va del siglo XXI, y las de este año parecen ser las de un año particularmente aciago en cuanto a incendios: ya se han quemado más de 24 millones de hectáreas en la región, cuando todavía queda bastante verano. Y aquí está la cuestión: a pesar de que “Yo no soy científico”, es bastante difícil no darse cuenta de que –pese a que a la mayor parte de los precandidatos a la presidencia por el Partido Republicano no parece perturbarle– este planeta se está calentando; de que las sequías de estos tiempos, con todo lo malas que son, serán eclipsadas por las enormes sequías pronosticadas para el día de mañana; y de que el problema del agua en el Oeste de Estados Unidos no puede hacer más que profundizarse... ¿o debería decir que el agua será cada vez menos profunda?
William deBuys, colaborador habitual de TomDispatch, experto en el agua de la región californiana y autor de A Great Aridness: Climate Change and the Future of the American Southwest, ha descrito ya el dramatismo de un futuro “éxodo de Phoenix”. Para enterarse de las claves de lo que viviremos más pronto que tarde, él regeresa ahora a California, ese estado barómetro donde, tal como él lo pone, el futuro parece actuar antes que en otros sitios.
* * *
Sea como víctima o sea como socorrista, el estado de California muestra el camino
Hace mucho tiempo viví en un piso barato de San Francisco; yo era el como único heterosexual en una empresa de construcción donde todos eran gay. Bastante extrañamente, la sequía que hoy aprieta California me trae recuerdos de aquellos días. Era en los setenta del siglo pasado. Nuestra empresa estaba especializada en la restauración de las típicas casas victorianas de estilo “gingerbread”, y yo lo pasaba muy bien trabajando a unos cuantos metros sobre la calle colocando cornisas, soportes en escuadra y capuchas de ventanas.
Sin embargo, lo que más recuerdo es cómo se divertían mis compañeros de trabajo escandalizándome los lunes con el relato de sus hazañas del fin de semana.
Entonces todos éramos muy inocentes, y no teníamos la menor idea del sufrimiento que les esperaba en forma de una grave epidemia ya latente en el cuerpo de cada uno de mis compañeros y en el de legiones de homosexuales como ellos, una epidemia que afectaría también a muchos que no formaban parte de la comunidad gay pero fue especialmente terrible dentro de ella.
Es improbable que muchos de aquellos tipos estén vivos hoy en día. A pesar de que el sida todavía no había sido identificado ni tenía nombre, el HIV ya estaba en el cuerpo de mis amigos; ninguno de ellos había oído hablar de “sexo seguro”, menos aún lo había practicado. Cuando se desencadenó la epidemia, no había nada peor en el San Francisco de moda.
Pero entonces regresé a New Mexico y cambié el martillo por la máquina de escribir. Cuando anuncié mi intención de dejar California, todos los compañeros dijeron lo mismo. “No vuelvas allí”, protestaban. “Tú pasarás otra vez por todo esto.”
Todo esto no necesitaba traducción alguna. Significaba la particular novedad de vivir en ese estado, que con toda seguridad se propagaría hacia el este, como siempre lo habían hecho todos los estilos, actitudes, problemas, gustos y modas pasajeras de California casi desde los tiempos de la Fiebre del Oro.
Los hippies, el poder de la flor, el uso de la bicicleta, los cultos, las películas que vemos y la música que escuchamos, el argot que usamos. Las vinerías y los helechos; los jakuzzi y las cabinas de bronceado, la liposucción y los trabajos bobos. El robo de ríos (Forget it, Jake. It’s Chinatown)* y el robo de equipos de baseball (Brooklyn todavía está lo está llorando). Los derechos de los homosexuales, la cultura del automóvil y la revolución reaganiana. La cienciología, las iglesias enormes, el budismo chic y los vídeos para hacer gimnasia. Aunque no hayan nacido en California, fue allí donde se desarrollaron y donde llamaron la atención de todo el país. Sin las innovaciones de Silicon Valley, ¿reconocería usted su teléfono móvil o su ordenador? ¿Se reconocería usted mismo?
Con el cambio climático pasa lo mismo. California en la Gran Sequía es una vez más la pionera, un diorama viviente sobre qué aspecto tendrá el futuro para muchos de nosotros.
Y en este momento –ahora mismo, en 2015– acude a mí el recuerdo de San Francisco cuando empezó la epidemia de sida. Entonces, no teníamos la menor idea de lo malas que llegarían a ser las cosas; es probable que también esto sea verdad ahora. Como es lo normal, California nos brinda una visión previa de nuestro mundo por venir.
La llegada de la normalidad de lo completamente seco
En el mapa actual de Monitoreo de Sequías de Estados Unidos (USDM, por sus siglas en inglés), una gran mancha morada se extiende en el centro de California y cubre casi la mitad del estado. El morado significa “sequía excepcional” la categoría más alarmante, después están la “extrema” y la “grave”. Si se suman las tres, el 95 por ciento del estado queda cubierto. En otras palabras, California duele.
Admitámoslo, las condiciones ahora son mejores que las del año pasado en estos mismos meses, cuando el 100 por ciento del estado estaba en la categoría “grave”. Las últimas lluvias del verano han aliviado un poco lo peor de la sequía, que ya está en su cuarto año. Sin embargo, la recuperación completa requeriría alrededor de 300 litros por metro cuadrado en todo el territorio del estado entre ahora y enero, un verdadero diluvio para lugares como Fresno que, en los buenos tiempos, solo consigue toda esa lluvia en el lapso de un año completo.
Seamos claros: la sequía actual quizá no haya sido provocada por el cambio climático. Al fin y al cabo, California tiene una larga historia de feroces sequías que se dan con cierta regularidad y sus causas son completamente naturales; algunas de ellas han durado una década o más. La diferencia fundamental entre la sequía de estos momentos en California y sus antecedentes históricos es que el clima de hoy es más caluroso por al cambio climático; más caluroso significa más seco, ya que el aumento de temperatura implica más evaporación. Por otra parte, la relación entre ambas no es lineal: mientras el aumento de temperatura es lento, el de la evaporación es muy rápido. En pocas palabras: las sequías del futuro serán mucho más brutales –y destructivas– que las del pasado.
En promedio, California ya es alrededor de 1º C más cálido que hace un siglo, y se espera que su ritmo de calentamiento se triplique en los próximos 100 años. La evaporación resultante de este incremento de la temperatura incidirá intensamente en las futuras sequías de una forma imprevisible, más allá de cuáles sean las causas.
En todo el estado continúan vigentes draconianos recortes en el uso del agua. Algunas zonas agrícolas ya no reciben ni una gota del agua que recibían en años pasados para el riego controlado por el gobierno federal; al mismo tiempo, la disponibilidad de agua en el estado está en aproximadamente el 15 por ciento de la normal.
Mientras tanto, 5.200 incendios han ardido este año en los bosques y matorrales rurales del estado, a pesar de las oportunas lluvias por todas partes menos en el norte de California y la rápida respuesta de los bomberos, que se vieron limitados a tratar de que se quemara una superficie menor que la del año pasado; al menos hasta hace poco. El estallido del Incendio de las Rocosas, al norte de San Francisco, que en los primeros días de agosto hizo arder unas 100.000 hectáreas en unas pocas horas, hace peligrar esa escasamente prometedora estadística. Y la estación de los incendios tiene aún unos meses por delante.
Entonces, ¿es este el inicio de una moda, es un mensajero para los estados del Este? La sequía de California es intensa y prolongada –todavía no sabemos cuánto durará– y el pronóstico a muy largo plazo para una inmensa porción del oeste de Estados Unidos que se extiende desde California a Texas y el norte de South Dakota es de más de lo mismo, o incluso peor. He aquí la versión sin adornos de ese futuro (con el que parece coincidir admirablemente unos cuantos modelos climáticos) como se expresó en un documento aparecido en el Science Advances del pasado febrero: “Es probable que el promedio de sequías en el estado [de California] en lo que va del siglo XXI en la llanuras centrales y el suroeste exceda incluso los periodos más graves de las intensas sequías de la Edad Media, tanto en el escenario de fuertes emisiones como en el de emisiones moderadas; esto representa un cambio fundamental y sin precedentes respecto de los últimos mil años”.
Citemos brevemente a Benjamin Cook, de la NASA, y a sus colegas de las Universidades Columbia y Cornell, que están diciendo que el cambio climático traerá al continente una nueva “normalidad” más ferozmente seca que las sequías de varias décadas de duración que acabaron con las sociedades nativas estadounidenses de Chaco Canyon y Mesa Verde. Esto, agregan, se espera que suceda, incluso en el caso de que las emisiones de efecto invernadero se reduzcan significativamente en las próximas décadas. El impacto de semejantes sequías, concluyen los académicos, sobrepasará los límites de todo lo conocido en la historia del continente o en cualquier reconstrucción científica de su prehistoria.
En otras palabras, la sequía que California está sufriendo en estos no es más que un anticipo de lo que está por venir. Dicho sea de paso, Cook et al. de ningún modo son la excepción en la literatura de la predicción climática. En esta materia, hay otros importantes estudios con presagios similares que dan sustento a un consenso cada vez más amplio.
Las sequías de América del Norte deberán competir además con un sinnúmero de otros impactos del cambio climático, sobre todo los cientos de millones de refugiados en todo el mundo que serán expulsados del sitio donde viven por el aumento del nivel del mar y otros impactos que convertirán su casa en un lugar inhabitable.
Una guía del usuario para el cambio climático
Si California señala el camino para los tiempos secos que nos esperan, también nos brinda una visión temprana del modo en que una sociedad responsable intentará convivir y adaptarse a un futuro más caluroso. El estado de California ha impuesto nuevos y rigurosos límites en el uso del agua y está activo para hacer que esas limitaciones se cumplan. En general, el consumidor ha respondido positivamente a las nuevas exigencias; incluso en algunos casos se ha excedido en relación con los objetivos de ahorro dispuestos por las autoridades.
En el mismo sentido, el estado ha aumentado su capacidad de lucha contra los incendios en tierras baldías, con buenos resultados incluso pensando que el peligro de incendio ha llegado a niveles sin precedentes.
Entre las medidas adoptadas por el estado de California, tal vez la más admirable sea su pionero programa “cap-and-trade”**, que intenta conseguir que la emisión de gases de efecto invernadero vuelva a los niveles de los años noventa. Con este programa, las industrias emisoras de dióxido de carbono deben obtener un permiso para poder continuar emitiendo y está disponible solo un limitado número de permisos. Una planta generadora de electricidad o una refinería que quemen combustibles fósiles deben comprar un permiso al estado o a otra empresa que ya lo tenga. De este modo, se ha establecido un techo de emisión total de gases invernadero al que están sujetos los sectores económicos que más energía consumen.
Pese a que todavía es muy pronto para juzgar en qué medida el programa cumple con sus objetivos, no existen dudas sobre su impacto positivo en la hacienda pública del estado. En el año fiscal que acaba de comenzar, la subasta de permisos del programa cap-and-trade de California ha recaudado unos 2.200 millones de dólares, un dinero que será volcado al transporte público, la vivienda asequible y un abanico de programas de adaptación climática. Mientras tanto –todo hay que decirlo–: los presagios de los negacionistas de todo tipo, quienes advertían de que el programa cap-and-trade sería una carga para la economía, han resultado ser infundados.
Tal como lo hace el prestigioso Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, ahora California publica cada tres años una evaluación que abarca dos temas: la vulnerabilidad del estado al cambio climático y los pasos que este da para la mitigación o la adaptación a sus consecuencias. El reportaje es un modelo en su tipo y recurre a copiosa información científica específica del estado, parte de la cual es financiada por el mismo estado.
Se puede pensar que los estados vecinos de California seguirán el ejemplo; como sucede con la mayor parte de las cosas californianas; sin duda lo harán. Si el Plan Energía Limpia del presidente Obama supera los esperados cuestionamientos en el Congreso se convertirá en un potente acicate en esa dirección ya que el plan instruye a cada estado para que reduzca las emisiones de carbón en sus plantas generadoras de energía hasta que se llegue a niveles de un 32 por ciento menores a los de 2005. Sin duda, para cumplir los objetivos del plan, muchos estados deberán adoptar el sistema cap-and-trade. A medida que implementen sus propios programas, ¿dónde piensa el lector que esos estados buscarán un ejemplo que funcione? Así es, acudirán a California.
Otra vez una “isla”, o casi
En el siglo XVII, los cartógrafos españoles pensaban que California era una isla separada del resto de América del Norte por los legendarios estrechos de Anian. En cierto sentido, nada ha cambiado. En el pasado julio, mientras el gobernador Jerry Brown se encontraba con el papa Francisco en el Vaticano para unirse a él en un llamamiento a una urgente acción mundial contra el cambio climático, sus opositores al otro lado de los supuestos estrechos continuaban en su postura de asustadas avestruces.
Doug Ducey, gobernador republicano de Arizona, admite que es verdad que el clima puede estar cambiando pero duda que el ser humano tenga algún papel en ese cambio. Susana Martínez, de New Mexico y también republicana, insiste en que la ciencia climática no es concluyente, mientras el ex gobernador y actual candidato presidencial Rick Perry declara categóricamente que sigue siendo “no científico”, a pesar de que en su campaña de 2012 sabía bastante como para escribir un libro –Fed Up! (¡Harto!)– en el que nos informaba de que la ciencia del cambio climático es “un artificioso revoltijo de falsedades”.
En general, cuando se trata del cambio climático, el liderazgo de las legislaturas estatales en todo el país continúa siendo tan troglodita como la Cámara de Representantes. Solo en Hawaii, Oregon y Washington –en la Costa Oeste–, Minnesota –en el Medio Oeste– y un puñado de estados del Noreste, sus gobernadores admitirán la importancia tanto de actuar para parar el cambio climático como la de adaptarse a él.
Este año, los negacionistas pueden tener un espaldarazo de origen inesperado. El calentamiento superficial del océano Pacífico podría estar preparando algo especial. Un investigador dice que “El fenómeno de El Niño que en estos momentos está empezando a manifestarse en el este y centro del Pacífico está tomando fuerza. Lo único que no se sabe es si se tratará solo de un fenómeno importante o si será terrorífico”.
El Niño desplaza hacia el sur el recorrido de la tormenta invernal en el Pacífico, llevando precipitaciones al sur de California, Arizona y apuntando hacia el este. Si la hilera de estados sureños tiene un invierno lluvioso, los republicanos anotados en la danza de la lluvia se sentirán confirmados en su duda y negacionismo oficiales, del mismo modo que un reloj roto marca la hora exacta al menos dos veces por día.
Sin embargo, en el largo plazo, el ocasional fenómeno de El Niño no evitará la nueva normalidad de California y la mayor parte del Oeste. Como este estado está demostrando, la adaptación de alguna manera moderará los golpes; posiblemente, si actuamos con la prontitud y fuerza suficientes, podremos arreglárnosla para limitar los cambios a un nivel todavía llevadero. Las posibilidades de abrir juicio sobre eso no estarán a nuestro alcance durante bastante tiempo.
Mientras tanto, como en el San Francisco anterior al sida, todavía estamos todos en un estado cercano a la inocencia. Quizá podamos imaginar intelectualmente cómo sería perder los bosques en la mitad del continente, pero ¿podemos acaso traer a la memoria los sentimientos ligados a una situación como esa?
Después de muchas equivocaciones y vacilantes comienzos, la medicina y los establecimientos del sistema público de salud consiguieron por fin ayudar a las víctimas del sida. Con todas las dificultades que hubo, esto fue fácil en comparación con los remedios que exigirá el cambio climático. Y para gran parte del daño producido no habrá remedio alguno. Estemos preparados.
Notas:
* Este es el título de una película de Roman Polansky. (N. del T.)
** Se trata de un programa en el cual se negocian los derechos de emisión de gases invernadero. (N. del T.)
William deBuys, colaborador habitual de TomDispatch, es autor de ocho libros, el más reciente de los cuales es The Last Unicorn: A Search for One of Earth’s Rarest Creatures. Ha escrito extensamente sobre el agua, la sequía y el clima del Oeste de Estados Unidos; entre otros títulos A Great Aridness: Climate Change and the Future of the American Southwest.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176036/tomgram%3A_william_debuys%2C_entering_the_mega-drought_era_in_america/#more
Introducción de Tom Engelhardt
El otro día aquí en Nueva Inglaterra estaba frío, lluvioso y tormentoso; yo me quejaba: ¿dónde están el sol, el calor, el verano? Daba la casualidad que estaba con un conocido mío que es de California; él asintió con la cabeza y me dijo: “Para mí, esto está muy bien, Me gusta así, lluvioso. Hace bastante tiempo que no veo mucha lluvia”. Eso fue un ligero recordatorio de lo insulares que podemos llegar a ser. California, después de todo, está en el cuarto año de una tremenda sequía que ha convertido en un polvorín gran parte del Oeste estadounidense, desde Alaska y Canadá hasta la frontera con México. El nivel de los embalses es bajo, los ríos literalmente se están secando; el Oeste se está quemando. En el norte de la California rural, donde los incendios parecen por fin estar controlados, el incendio en las Montañas Rocosas ya ha quemado 280 kilómetros cuadrados y destruido 43 viviendas, y el cercano incendio de Jerusalem, que estalló hace poco tiempo, devoró rápidamente casi 50 kilómetros cuadrados, doblando su tamaño y haciendo huir a los residentes del lugar, algunos de ellos por segunda vez en las últimas semanas.
Los incendios se han duplicado en estos años de sequía en California. La estación de los incendios, que en otros tiempos era algo exclusivo del otoño, ahora parece ser algo de todos los días del año (digamos de paso que no es un fenómeno exclusivamente californiano. Los últimos estudios indican que la estación de los incendios se está ampliando en todo el mundo, con un súbito crecimiento del 18,7 por ciento en las últimas décadas). De hecho, las mediciones estadísticas sobre incendios en Estados Unidos (en general) y en el Oeste (en particular) están empeorando en lo que va del siglo XXI, y las de este año parecen ser las de un año particularmente aciago en cuanto a incendios: ya se han quemado más de 24 millones de hectáreas en la región, cuando todavía queda bastante verano. Y aquí está la cuestión: a pesar de que “Yo no soy científico”, es bastante difícil no darse cuenta de que –pese a que a la mayor parte de los precandidatos a la presidencia por el Partido Republicano no parece perturbarle– este planeta se está calentando; de que las sequías de estos tiempos, con todo lo malas que son, serán eclipsadas por las enormes sequías pronosticadas para el día de mañana; y de que el problema del agua en el Oeste de Estados Unidos no puede hacer más que profundizarse... ¿o debería decir que el agua será cada vez menos profunda?
William deBuys, colaborador habitual de TomDispatch, experto en el agua de la región californiana y autor de A Great Aridness: Climate Change and the Future of the American Southwest, ha descrito ya el dramatismo de un futuro “éxodo de Phoenix”. Para enterarse de las claves de lo que viviremos más pronto que tarde, él regeresa ahora a California, ese estado barómetro donde, tal como él lo pone, el futuro parece actuar antes que en otros sitios.
* * *
Sea como víctima o sea como socorrista, el estado de California muestra el camino
Hace mucho tiempo viví en un piso barato de San Francisco; yo era el como único heterosexual en una empresa de construcción donde todos eran gay. Bastante extrañamente, la sequía que hoy aprieta California me trae recuerdos de aquellos días. Era en los setenta del siglo pasado. Nuestra empresa estaba especializada en la restauración de las típicas casas victorianas de estilo “gingerbread”, y yo lo pasaba muy bien trabajando a unos cuantos metros sobre la calle colocando cornisas, soportes en escuadra y capuchas de ventanas.
Sin embargo, lo que más recuerdo es cómo se divertían mis compañeros de trabajo escandalizándome los lunes con el relato de sus hazañas del fin de semana.
Entonces todos éramos muy inocentes, y no teníamos la menor idea del sufrimiento que les esperaba en forma de una grave epidemia ya latente en el cuerpo de cada uno de mis compañeros y en el de legiones de homosexuales como ellos, una epidemia que afectaría también a muchos que no formaban parte de la comunidad gay pero fue especialmente terrible dentro de ella.
Es improbable que muchos de aquellos tipos estén vivos hoy en día. A pesar de que el sida todavía no había sido identificado ni tenía nombre, el HIV ya estaba en el cuerpo de mis amigos; ninguno de ellos había oído hablar de “sexo seguro”, menos aún lo había practicado. Cuando se desencadenó la epidemia, no había nada peor en el San Francisco de moda.
Pero entonces regresé a New Mexico y cambié el martillo por la máquina de escribir. Cuando anuncié mi intención de dejar California, todos los compañeros dijeron lo mismo. “No vuelvas allí”, protestaban. “Tú pasarás otra vez por todo esto.”
Todo esto no necesitaba traducción alguna. Significaba la particular novedad de vivir en ese estado, que con toda seguridad se propagaría hacia el este, como siempre lo habían hecho todos los estilos, actitudes, problemas, gustos y modas pasajeras de California casi desde los tiempos de la Fiebre del Oro.
Los hippies, el poder de la flor, el uso de la bicicleta, los cultos, las películas que vemos y la música que escuchamos, el argot que usamos. Las vinerías y los helechos; los jakuzzi y las cabinas de bronceado, la liposucción y los trabajos bobos. El robo de ríos (Forget it, Jake. It’s Chinatown)* y el robo de equipos de baseball (Brooklyn todavía está lo está llorando). Los derechos de los homosexuales, la cultura del automóvil y la revolución reaganiana. La cienciología, las iglesias enormes, el budismo chic y los vídeos para hacer gimnasia. Aunque no hayan nacido en California, fue allí donde se desarrollaron y donde llamaron la atención de todo el país. Sin las innovaciones de Silicon Valley, ¿reconocería usted su teléfono móvil o su ordenador? ¿Se reconocería usted mismo?
Con el cambio climático pasa lo mismo. California en la Gran Sequía es una vez más la pionera, un diorama viviente sobre qué aspecto tendrá el futuro para muchos de nosotros.
Y en este momento –ahora mismo, en 2015– acude a mí el recuerdo de San Francisco cuando empezó la epidemia de sida. Entonces, no teníamos la menor idea de lo malas que llegarían a ser las cosas; es probable que también esto sea verdad ahora. Como es lo normal, California nos brinda una visión previa de nuestro mundo por venir.
La llegada de la normalidad de lo completamente seco
En el mapa actual de Monitoreo de Sequías de Estados Unidos (USDM, por sus siglas en inglés), una gran mancha morada se extiende en el centro de California y cubre casi la mitad del estado. El morado significa “sequía excepcional” la categoría más alarmante, después están la “extrema” y la “grave”. Si se suman las tres, el 95 por ciento del estado queda cubierto. En otras palabras, California duele.
Admitámoslo, las condiciones ahora son mejores que las del año pasado en estos mismos meses, cuando el 100 por ciento del estado estaba en la categoría “grave”. Las últimas lluvias del verano han aliviado un poco lo peor de la sequía, que ya está en su cuarto año. Sin embargo, la recuperación completa requeriría alrededor de 300 litros por metro cuadrado en todo el territorio del estado entre ahora y enero, un verdadero diluvio para lugares como Fresno que, en los buenos tiempos, solo consigue toda esa lluvia en el lapso de un año completo.
Seamos claros: la sequía actual quizá no haya sido provocada por el cambio climático. Al fin y al cabo, California tiene una larga historia de feroces sequías que se dan con cierta regularidad y sus causas son completamente naturales; algunas de ellas han durado una década o más. La diferencia fundamental entre la sequía de estos momentos en California y sus antecedentes históricos es que el clima de hoy es más caluroso por al cambio climático; más caluroso significa más seco, ya que el aumento de temperatura implica más evaporación. Por otra parte, la relación entre ambas no es lineal: mientras el aumento de temperatura es lento, el de la evaporación es muy rápido. En pocas palabras: las sequías del futuro serán mucho más brutales –y destructivas– que las del pasado.
En promedio, California ya es alrededor de 1º C más cálido que hace un siglo, y se espera que su ritmo de calentamiento se triplique en los próximos 100 años. La evaporación resultante de este incremento de la temperatura incidirá intensamente en las futuras sequías de una forma imprevisible, más allá de cuáles sean las causas.
En todo el estado continúan vigentes draconianos recortes en el uso del agua. Algunas zonas agrícolas ya no reciben ni una gota del agua que recibían en años pasados para el riego controlado por el gobierno federal; al mismo tiempo, la disponibilidad de agua en el estado está en aproximadamente el 15 por ciento de la normal.
Mientras tanto, 5.200 incendios han ardido este año en los bosques y matorrales rurales del estado, a pesar de las oportunas lluvias por todas partes menos en el norte de California y la rápida respuesta de los bomberos, que se vieron limitados a tratar de que se quemara una superficie menor que la del año pasado; al menos hasta hace poco. El estallido del Incendio de las Rocosas, al norte de San Francisco, que en los primeros días de agosto hizo arder unas 100.000 hectáreas en unas pocas horas, hace peligrar esa escasamente prometedora estadística. Y la estación de los incendios tiene aún unos meses por delante.
Entonces, ¿es este el inicio de una moda, es un mensajero para los estados del Este? La sequía de California es intensa y prolongada –todavía no sabemos cuánto durará– y el pronóstico a muy largo plazo para una inmensa porción del oeste de Estados Unidos que se extiende desde California a Texas y el norte de South Dakota es de más de lo mismo, o incluso peor. He aquí la versión sin adornos de ese futuro (con el que parece coincidir admirablemente unos cuantos modelos climáticos) como se expresó en un documento aparecido en el Science Advances del pasado febrero: “Es probable que el promedio de sequías en el estado [de California] en lo que va del siglo XXI en la llanuras centrales y el suroeste exceda incluso los periodos más graves de las intensas sequías de la Edad Media, tanto en el escenario de fuertes emisiones como en el de emisiones moderadas; esto representa un cambio fundamental y sin precedentes respecto de los últimos mil años”.
Citemos brevemente a Benjamin Cook, de la NASA, y a sus colegas de las Universidades Columbia y Cornell, que están diciendo que el cambio climático traerá al continente una nueva “normalidad” más ferozmente seca que las sequías de varias décadas de duración que acabaron con las sociedades nativas estadounidenses de Chaco Canyon y Mesa Verde. Esto, agregan, se espera que suceda, incluso en el caso de que las emisiones de efecto invernadero se reduzcan significativamente en las próximas décadas. El impacto de semejantes sequías, concluyen los académicos, sobrepasará los límites de todo lo conocido en la historia del continente o en cualquier reconstrucción científica de su prehistoria.
En otras palabras, la sequía que California está sufriendo en estos no es más que un anticipo de lo que está por venir. Dicho sea de paso, Cook et al. de ningún modo son la excepción en la literatura de la predicción climática. En esta materia, hay otros importantes estudios con presagios similares que dan sustento a un consenso cada vez más amplio.
Las sequías de América del Norte deberán competir además con un sinnúmero de otros impactos del cambio climático, sobre todo los cientos de millones de refugiados en todo el mundo que serán expulsados del sitio donde viven por el aumento del nivel del mar y otros impactos que convertirán su casa en un lugar inhabitable.
Una guía del usuario para el cambio climático
Si California señala el camino para los tiempos secos que nos esperan, también nos brinda una visión temprana del modo en que una sociedad responsable intentará convivir y adaptarse a un futuro más caluroso. El estado de California ha impuesto nuevos y rigurosos límites en el uso del agua y está activo para hacer que esas limitaciones se cumplan. En general, el consumidor ha respondido positivamente a las nuevas exigencias; incluso en algunos casos se ha excedido en relación con los objetivos de ahorro dispuestos por las autoridades.
En el mismo sentido, el estado ha aumentado su capacidad de lucha contra los incendios en tierras baldías, con buenos resultados incluso pensando que el peligro de incendio ha llegado a niveles sin precedentes.
Entre las medidas adoptadas por el estado de California, tal vez la más admirable sea su pionero programa “cap-and-trade”**, que intenta conseguir que la emisión de gases de efecto invernadero vuelva a los niveles de los años noventa. Con este programa, las industrias emisoras de dióxido de carbono deben obtener un permiso para poder continuar emitiendo y está disponible solo un limitado número de permisos. Una planta generadora de electricidad o una refinería que quemen combustibles fósiles deben comprar un permiso al estado o a otra empresa que ya lo tenga. De este modo, se ha establecido un techo de emisión total de gases invernadero al que están sujetos los sectores económicos que más energía consumen.
Pese a que todavía es muy pronto para juzgar en qué medida el programa cumple con sus objetivos, no existen dudas sobre su impacto positivo en la hacienda pública del estado. En el año fiscal que acaba de comenzar, la subasta de permisos del programa cap-and-trade de California ha recaudado unos 2.200 millones de dólares, un dinero que será volcado al transporte público, la vivienda asequible y un abanico de programas de adaptación climática. Mientras tanto –todo hay que decirlo–: los presagios de los negacionistas de todo tipo, quienes advertían de que el programa cap-and-trade sería una carga para la economía, han resultado ser infundados.
Tal como lo hace el prestigioso Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, ahora California publica cada tres años una evaluación que abarca dos temas: la vulnerabilidad del estado al cambio climático y los pasos que este da para la mitigación o la adaptación a sus consecuencias. El reportaje es un modelo en su tipo y recurre a copiosa información científica específica del estado, parte de la cual es financiada por el mismo estado.
Se puede pensar que los estados vecinos de California seguirán el ejemplo; como sucede con la mayor parte de las cosas californianas; sin duda lo harán. Si el Plan Energía Limpia del presidente Obama supera los esperados cuestionamientos en el Congreso se convertirá en un potente acicate en esa dirección ya que el plan instruye a cada estado para que reduzca las emisiones de carbón en sus plantas generadoras de energía hasta que se llegue a niveles de un 32 por ciento menores a los de 2005. Sin duda, para cumplir los objetivos del plan, muchos estados deberán adoptar el sistema cap-and-trade. A medida que implementen sus propios programas, ¿dónde piensa el lector que esos estados buscarán un ejemplo que funcione? Así es, acudirán a California.
Otra vez una “isla”, o casi
En el siglo XVII, los cartógrafos españoles pensaban que California era una isla separada del resto de América del Norte por los legendarios estrechos de Anian. En cierto sentido, nada ha cambiado. En el pasado julio, mientras el gobernador Jerry Brown se encontraba con el papa Francisco en el Vaticano para unirse a él en un llamamiento a una urgente acción mundial contra el cambio climático, sus opositores al otro lado de los supuestos estrechos continuaban en su postura de asustadas avestruces.
Doug Ducey, gobernador republicano de Arizona, admite que es verdad que el clima puede estar cambiando pero duda que el ser humano tenga algún papel en ese cambio. Susana Martínez, de New Mexico y también republicana, insiste en que la ciencia climática no es concluyente, mientras el ex gobernador y actual candidato presidencial Rick Perry declara categóricamente que sigue siendo “no científico”, a pesar de que en su campaña de 2012 sabía bastante como para escribir un libro –Fed Up! (¡Harto!)– en el que nos informaba de que la ciencia del cambio climático es “un artificioso revoltijo de falsedades”.
En general, cuando se trata del cambio climático, el liderazgo de las legislaturas estatales en todo el país continúa siendo tan troglodita como la Cámara de Representantes. Solo en Hawaii, Oregon y Washington –en la Costa Oeste–, Minnesota –en el Medio Oeste– y un puñado de estados del Noreste, sus gobernadores admitirán la importancia tanto de actuar para parar el cambio climático como la de adaptarse a él.
Este año, los negacionistas pueden tener un espaldarazo de origen inesperado. El calentamiento superficial del océano Pacífico podría estar preparando algo especial. Un investigador dice que “El fenómeno de El Niño que en estos momentos está empezando a manifestarse en el este y centro del Pacífico está tomando fuerza. Lo único que no se sabe es si se tratará solo de un fenómeno importante o si será terrorífico”.
El Niño desplaza hacia el sur el recorrido de la tormenta invernal en el Pacífico, llevando precipitaciones al sur de California, Arizona y apuntando hacia el este. Si la hilera de estados sureños tiene un invierno lluvioso, los republicanos anotados en la danza de la lluvia se sentirán confirmados en su duda y negacionismo oficiales, del mismo modo que un reloj roto marca la hora exacta al menos dos veces por día.
Sin embargo, en el largo plazo, el ocasional fenómeno de El Niño no evitará la nueva normalidad de California y la mayor parte del Oeste. Como este estado está demostrando, la adaptación de alguna manera moderará los golpes; posiblemente, si actuamos con la prontitud y fuerza suficientes, podremos arreglárnosla para limitar los cambios a un nivel todavía llevadero. Las posibilidades de abrir juicio sobre eso no estarán a nuestro alcance durante bastante tiempo.
Mientras tanto, como en el San Francisco anterior al sida, todavía estamos todos en un estado cercano a la inocencia. Quizá podamos imaginar intelectualmente cómo sería perder los bosques en la mitad del continente, pero ¿podemos acaso traer a la memoria los sentimientos ligados a una situación como esa?
Después de muchas equivocaciones y vacilantes comienzos, la medicina y los establecimientos del sistema público de salud consiguieron por fin ayudar a las víctimas del sida. Con todas las dificultades que hubo, esto fue fácil en comparación con los remedios que exigirá el cambio climático. Y para gran parte del daño producido no habrá remedio alguno. Estemos preparados.
Notas:
* Este es el título de una película de Roman Polansky. (N. del T.)
** Se trata de un programa en el cual se negocian los derechos de emisión de gases invernadero. (N. del T.)
William deBuys, colaborador habitual de TomDispatch, es autor de ocho libros, el más reciente de los cuales es The Last Unicorn: A Search for One of Earth’s Rarest Creatures. Ha escrito extensamente sobre el agua, la sequía y el clima del Oeste de Estados Unidos; entre otros títulos A Great Aridness: Climate Change and the Future of the American Southwest.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176036/tomgram%3A_william_debuys%2C_entering_the_mega-drought_era_in_america/#more
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