jueves, 9 de julio de 2015

Cambio climático: el rugido de los pobres

Por Alejandro Nadal

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La última reunión del G-7 terminó con una declaración sobre la necesidad de descarbonizar la economía global. La última encíclica papal Laudato Si’constituye un llamado de atención sobre la urgencia de afrontar el desafío del cambio climático. Lo anterior parecería anunciar una convergencia de fuerzas para que la próxima conferencia de las partes (COP21) de la Convención marco sobre cambio climático de Naciones Unidas desemboque en un nuevo tratado internacional capaz de reducir emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y garantizar la adaptación frente a los estragos del cambio climático.
La declaratoria de los países del G-7 tiene fuertes defectos y una virtud. Los participantes adoptaron el compromiso de reducir sus emisiones de GEI entre 40 y 70 por ciento para 2050 y de descarbonizar la economía global en el transcurso de este siglo. También acordaron mantener la meta de limitar el aumento en la temperatura global a un máximo de 2 grados centígrados respecto de los niveles anteriores a la revolución industrial. Ese aumento de temperatura es un umbral más allá del cual se podría pasar a los cambios peligrosos. Desgraciadamente el G-7 no anunció un calendario con efectos vinculantes y metas cuantitativas para los integrantes del grupo.
El objetivo general de eliminar las emisiones de GEI asociadas al uso de combustibles fósiles es el principal elemento positivo del mensaje. Por primera vez este grupo de países coloca sobre la mesa de negociaciones una meta tan ambiciosa. La señora Merkel, con su doctorado en física y su muy extraño papel en la crisis europea, puede vanagloriarse de haber alcanzado este resultado gracias a su insistencia. Pero aunque la cancillería alemana había anunciado su pretensión de eliminar los combustibles fósiles en la economía global para 2050, no pudo vencer la resistencia de Canadá (con sus grandes depósitos de arenas bituminosas) y de Japón (que todavía no sabe qué hacer con su perfil energético a raíz del desastre de Fukushima).
El plan de reducción de emisiones del G-7 es modesto, lento e incompatible con la meta de limitar el incremento de temperatura. En la actualidad la concentración de CO2 en la atmósfera ya rebasa 400 partes por millón (ppm) y sigue en aumento. Hay que recordar que sería necesario estabilizar la concentración por debajo de 400 ppm para tener la confianza suficiente de que el aumento de temperatura no rebasaría los 2 grados centígrados.
Hoy la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera sigue en aumento y los problemas se multiplican. La capa de permafrost en las regiones polares contiene grandes cantidades de material orgánico, cuya descomposición liberaría dióxido de carbono y metano. El metano es treinta veces más eficaz que el CO2 para capturar radiación infrarroja. El congelamiento detiene la descomposición, pero a medida que se descongele el permafrost la descomposición aumenta y con ella la inyección de gases de efecto invernadero, constituyendo así un peligroso círculo vicioso. Se calcula que 25 por ciento del territorio del hemisferio norte es permafrost y por ello la contribución al calentamiento global proveniente de la desaparición del permafrost sería comparable a la provocada por la deforestación del bosque tropical. Estudios recientes indican que la capa de permafrost se está descongelando más rápidamente de lo que se pensaba hasta hace pocos años.
La encíclica papal del 24 de mayo no se limita, como erróneamente se ha considerado por muchos, al tema del cambio climático. Este documento aborda la problemática de la justicia y la sustentabilidad en el sentido más amplio. Junto a las dimensiones ambientales del ciclo de agua, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, la encíclica aborda el tema de la desigualdad y la injusticia (incluida la asimetría en la distribución de los efectos negativos de la degradación ambiental).
En el ámbito del cambio climático la encíclica incluye tres puntos sobresalientes. Primero, el clima es un bien común. No es propiedad de un grupo de naciones o de las grandes empresas del planeta. Segundo, el documento recupera el principio de responsabilidad diferenciada, principio que se ha venido desdibujando en las negociaciones internacionales. El tercer punto es más amplio: el deterioro ambiental y la degradación de la vida humana van de la mano. La encíclica papal arremete contra las desigualdades internacionales y señala que en el plano de la globalización neoliberal constituyen un instrumento de dominación. Por eso, la verdadera sustentabilidad ambiental sólo podrá lograrse por medio de la justicia a través de un debate en el que se pueda escuchar el llanto de la tierra y el llanto de los pobres.
La encíclica critica el afán de lucro de la especulación financiera y el crecimiento, pero es poco consistente en su análisis sobre el papel del crecimiento en las economías capitalistas. Ojalá pueda frenar los planes de convertir el desastre climático en oportunidades de negocios, porque de lo contrario el gemido de los pobres se convertirá en rugido implacable.

Alejandro Nadal es miembro del Consejo Editorial deSinpermiso

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