El viaje de Neil Armstrong a la luna nos puso bajo la magia de una nueva imagen -no de la luna, sino de la Tierra. Viendo hacia atrás desde la nave Apolo a la distante Tierra, Armstrong tomó las fotografías que hoy adornan la portada de casi todos los informes sobre el futuro del planeta - una pequeña y frágil bola, azul brillante en contraste con la oscuridad del espacio exterior, delicadamente cubierta por nubes, océanos, follaje y suelos. Nunca antes el planeta había sido visible en su forma completa al ojo humano; la fotografía espacial impartió una nueva realidad al planeta, transformandolo en un objeto presente delante de nuestros ojos. En su belleza y vulnerabilidad, esa esfera flotante despierta asombro y admiración reverente. Por primera vez ha sido posible hablar de nuestro planeta.
Pero el nombre posesivo revela al mismo tiempo una profunda ambivalencia. Por un lado "nuestro" puede implicar participación y resaltar la dependencia del hombre de una realidad envolvente. Por otro lado, puede implicar propiedad y hacer énfasis en la vocación del hombre de gobernar y manejar esta propiedad comun. Consecuentemente, la imagen de "nuestro" planeta trasmite un mensaje contradictorio; puede demandar moderación o megalomanía.
La misma ambivalencia caracteriza la carrera del concepto "medio ambiente". Mientras que originalmente fue propuesta para llamar a juicio a la política de desarrollo, se levanta ahora como una bandera para anunciar una nueva era de desarrollo. En realidad, luego de la "ignorancia" y la "pobreza" de décadas previas, es probable que la "supervivencia del planeta" se convierta en esa bien publicitada emergencia de los 90, en cuyo nombre se desatara un nuevo frenesí del desarrollo. En forma significativa, el informe de la Comisión Mundial del Medio Ambiente y Desarrollo (Informe Brundtland), luego de evocar la imagen del planeta flotando en el espacio, concluye el párrafo inicial declarando: "Esta nueva realidad, de la cual no hay escapatoria, debe ser reconocida -y manejada".
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