miércoles, 2 de septiembre de 2020

Después de Covid-19 ¿Es posible una “sociedad alternativa”?

La pandemia en la reflexión: Žižek y Chomsky*

¿Cómo le damos sentido a esta pandemia? Las primeras interpretaciones están apareciendo ahora. Slavoj Žižek es un prolífico filósofo y teórico cultural. Es el primero en producir un volumen de reflexiones – ¡Pandemia! La COVID-19 sacude el mundo (Pandemic! COVID-19 Shakes the World, Polity, 2020). Žižek duda que la epidemia nos haga más sabios: insiste en que “debemos resistir la tentación de tratar la epidemia en curso como algo que tiene un significado más profundo”. A pesar de estas precauciones, todavía tenemos una importante pregunta que responder: “¿Qué le pasa a nuestro sistema que nos sorprendió sin estar preparados para la catástrofe a pesar de que los científicos nos advirtieron de ello durante años?” Debemos aceptar que “La epidemia de coronavirus en sí misma no es claramente un fenómeno biológico que afecta a los humanos: para entender su propagación, hay que considerar las opciones culturales humanas… la economía y el comercio mundial, la espesa red de relaciones internacionales, los mecanismos ideológicos del miedo y el pánico”. Žižek comienza su investigación en China – “China frustra las libertades de sus ciudadanos”. Apoya la opinión de Li Wenliang, el oftalmólogo que fue censurado por las autoridades de Wuhan por compartir información sobre el nuevo virus del SARS-CoV-2 y que más tarde murió a causa de la COVID-19: “Debería haber más de una voz en una sociedad saludable”. China se enfrentó con firmeza y éxito al brote en Wuhan. Pero sin “un espacio abierto para que circulen las reacciones críticas de los ciudadanos” la confianza mutua entre el pueblo y el Estado es imposible de mantener. Ese es el gran desafío de China. ¿Y para nosotros? “Temo la barbarie con rostro humano”.

Žižek dirige su atención al futuro: “incluso los sucesos horribles pueden tener consecuencias positivas impredecibles”. Él ve la posibilidad de “una sociedad alternativa”, una que promueva “la solidaridad y la cooperación mundial”. Extrañamente, quizás, “el coronavirus también nos obligará a reinventar el comunismo basado en la confianza en el pueblo y en la ciencia”. No un comunismo de estilo soviético, no “una solidaridad idealizada entre los pueblos”. Sino un comunismo que reconoce que “el capitalismo global se acerca a una crisis”. Es un “Comunismo impuesto por las necesidades de la supervivencia”. Se necesita un cambio radical, y la COVID-19 es un catalizador para lograr este cambio: “Una amenaza tan universal como ésta da origen a la solidaridad mundial”. El Estado “asumirá un papel mucho más activo”, abandonando los “mecanismos de mercado” como solución a nuestros problemas. Aunque no es un especialista en salud global, Žižek piensa que la pandemia, que ha precipitado “un estado de guerra médica”, podría dar lugar a “algún tipo de red de salud global”. (Podríamos llamar a esta red cobertura de salud universal.) Más allá de la salud, Žižek ve la posibilidad de “liberación” – el uso de “tiempo muerto”, “momentos de retiro”, “para la revitalización de nuestra experiencia de vida”. Los encierros han impuesto la soledad, el tiempo para “pensar en el (no)sentido de [nuestra] difícil situación”.

La COVID-19 es una “triple crisis”: sanitaria, económica y psicológica. “Las coordenadas básicas de la vida cotidiana de millones de personas se están desintegrando”. Pero los países después del confinamiento “pueden ser transformados, reiniciados de una nueva manera”. Cita a Bruno Latour, quien sostiene que la COVID-19 es un ensayo general para la próxima crisis del cambio climático: “el patógeno cuya terrible virulencia ha cambiado las condiciones de vida de todos los habitantes del planeta no es el virus en absoluto, es la humanidad!” La visión esperanzadora que ofrece Žižek es que “a través de nuestro esfuerzo por salvar a la humanidad de la autodestrucción… estamos creando una nueva humanidad. Es sólo a través de esta amenaza mortal que podemos imaginar una humanidad unificada”. El medio para hacerlo es reconociendo “nuestra comprometida situación dentro de conjuntos más grandes: deberíamos ser más sensibles a las demandas de estas comunidades, y un reformulado sentido de interés propio nos ha de llevar a responder a sus difíciles situaciones”. La “epidemia ofrece una bienvenida oportunidad para que la ciencia se afirme”. Sin embargo, Žižek concluye su análisis con una advertencia: “Los responsables del Estado están en situación de pánico porque no sólo saben que no controlan la situación, sino también que nosotros, sus súbditos, lo sabemos. La impotencia del poder está ahora al descubierto”. “El resultado más probable de la epidemia es que prevalezca un nuevo capitalismo bárbaro”. Este es el punto de vista de Žižek y puedes estar de acuerdo o no con él. Žižek ha realizado un importante servicio. Ha iniciado un diálogo global sobre lo que hacemos ante esta situación. Debemos continuar y profundizar en ese diálogo. Es lo que nos debemos.

Publicado: 30 de mayo de 2020

The Lancet

Traducción: Viento Sur

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Macrogranjas en Argentina. Los chiqueros chinos también huelen mal


No está para nada mal venderle carne de cerdos a la República Popular China. Ése no es el tema en debate.

Lo que se cuestiona, en cambio, es que desde el vamos el megaproyecto habla de montar granjas gigantescas que serán verdaderas fábricas de carne a partir de que si una madre desteta aproximadamente 30 lechones al año, con 12.500 madres se producirán 375.000 cerdos, cifras impactantes y peligrosísimas desde todo punto de vista -–ambiental, económico, sanitario–- y ante la eventual transmisión de virus.

Semejantes volúmenes son un peligro para la producción nacional. Las megafactorías porcinas que auspicia el ya bautizado «Proyecto Solá» (porque su impulsor parece ser el actual Canciller) no garantizan cuidados ambientales serios, lo que ya es tradición y vicio de los grandes emprendimientos empresariales argentinos.

Reconvertir ahora a nuestro país en un exportador masivo de cerdos desde áreas geográficas específicas tiene por único fin achicarles los enormes costos de fletes de camión a un puñado de latifundistas (banqueros, futbolistas, megamillonarios) que siembran maíz en las tierras que siguen desmontando, cada vez más lejos del río exportador que es hoy el Paraná. Eso no es industrializar el campo; es depredar la poca ruralidad que queda.

Y encima es absurdo presentar este «plan» como «inversión china», cuando el 100 por ciento de los insumos, la genética, la veterinaria, la cría y la faena porcina son y serán argentinos, igual que los mataderos y frigoríficos, todo lo cual se paga y pagará en pesos nacionales.

Además es sabido y está recontraprobado que ningún gobierno provincial es capaz de controles ambientales y sanitarios eficaces y menos lo serán para megaemprendimientos como los que se anuncian. ¿O los descontrolados desmontes, las criminales fumigaciones aéreas y los constantes abusos territoriales no son suficiente prueba de la incapacidad ambientalista de casi todas las provincias argentinas? A ver si ahora van a controlar ecológicamente estos emprendimientos supuestamente chinos, como dicen.

Caben las alertas, entonces, porque ya hay gobernadores que no saben en qué se están metiendo. Siempre fáciles de entusiasmar con proyectos que abrazan sin profundizar y desesperados por inversiones que nunca se concretan al servicio de los pueblos de sus provincias, algunos parece que aún no se dieron cuenta de que lo peor de la Argentina, dictaduras aparte, es la voracidad empresarial de una clase que se pretende a sí misma oligárquica y moderna porque tiene tanto dinero escondido como falta de vergüenza.

El absurdo es evidente, además, porque se trata de un megaproyecto que en todo caso debería impulsar el Ministerio de Agricultura, y no el de Relaciones Exteriores. Y que debiera co-conducir el INTA y no grupos empresariales que ­-–se sabe–- iniciaron el runrún de este proyecto durante el macrismo. Y que son los mismos ultraconcentrados que siempre desestabilizan a los gobiernos populares. Herencia maldita si las hay.

Fascinarse con volúmenes a cualquier precio y de cualquier forma es nada más que otro cuento de hadas neoliberal. Porque los grandes volúmenes importan solamente si detrás de ellos hay productores, hay arraigo y hay trabajo nacional racionalmente programado y dirigido.

En un país latifundizado como es hoy la Argentina, donde provincias enteras son propiedad de puñados de famiias y corporaciones (y si esto parece exagerado vayan y cuenten cuántos son los dueños de toda Salta, por caso), el negocio de los chanchos es, francamente, un cuento chino. Y además, racista y neocolonial, lo primero porque cada factoría necesitará alrededor de 20.000 hectáreas de maíz y soja para abastecerse, produciendo olores insoportables que padecerán los trabajadores y los pobres, no los empresarios en sus mansiones. Y neocolonial porque estas fábricas serán verdaderos enclaves.

Y ojo que las granjas porcinas sí merecen apoyo, y bien podrían ser modelos productivos regionales de fomento y arraigo, pero precisamente para eso hay que protegerlas de la concentración que depreda, desarraiga y empobrece.

Al neoliberalismo le da lo mismo si al maíz lo siembran tres o cuatro empresas o miles de campesinos que vivieron por generaciones en esas tierras. Al neoliberalismo sólo le interesa el volumen, no quién lo produjo. Por eso invisibilizan lo humano y sólo hablan de millones de toneladas, anonimizando a los dueños.

El maíz, como todos los granos, se siembra en la tierra, de modo que la vinculación suelo-dueños es inevitable. Y éste es el punto central del cuento chino: «¿Como se llegó a sembrar semejante cantidad de maíz y soja en zonas tan alejadas de los puertos, donde había montes y selvas vírgenes?» pregunta el experto agrarista Pedro Peretti. Y responde: «Esta situación está íntimamente ligada a los desmontes».

Según datos oficiales, entre 1998 y 2018 se desmontaron 4,4 millones de hectáreas y la superficie sembrada en esas provincias aumentó fuertemente. Llevar esos granos a los puertos exportadores es carísimo: millones en camiones, combustibles, accidentes, seguros. Para la lógica neoliberal es mejor que al maíz se lo coman los cerdos y así no se gasta en llevarlo a los puertos. Los dueños de la tierra son los dueños del maíz y no son campesinos. Por eso la razón profunda de estos «proyectos» está en el ahorro de 30 o 40 dólares por tonelada de fletes para las 8.000.000 de toneladas de maíz que se producen en esas nuevas pampas, en las que había bosques naturales con pobladores originarios, y que era uno de los mejores pulmones de la República porque aseguraba aire puro y protección ante las inundaciones. Ése y no otro parece ser el objetivo: solucionarle el problema logístico a un grupo de terratenientes, encajándonos peligrosas megagranjas porcinas.

Por eso la chacra mixta de hasta 200 madres ­-–dice Peretti–- «es más sana, desconcentrada y puede generar arraigo y desarrollo rural amigable con el medio ambiente, e igualmente productivo».

Es por lo menos inquietante, aunque insoslayable, recordar que el «Proyecto Solá» parece deberse a quien siendo hipermenemista fue Secretario de Agricultura durante el gobierno de Menem y Cavallo, trío responsable de la introducción a la mesa de tod@s l@s argentin@s del glifosato y otros agroquímicos prohibidos en el mundo entero.

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https://www.pagina12.com.ar/288713-los-chiqueros-chinos-tambien-huelen-mal


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sábado, 22 de agosto de 2020

Entrevista a Paolo di Croce, secretario general de Slow Food “Esta crisis nos urge a cambiar el sistema alimentario”



Paolo di Croce. SLOW FOOD

Colas en los bancos de alimentos, jornaleros y trabajadores de mataderos explotados y contagiados, supermercados convertidos en servicios esenciales… y un nuevo interés por la cocina doméstica, cuatro kilos más de media por persona desde que comenzó el confinamiento y falta de harina y levadura en las tiendas. La pandemia de la covid ha puesto la alimentación, y la intersección entre placer y economía, en el centro de nuestras vidas. Esta tensión se encuentra en el corazón mismo de Slow Food, asociación que, desde 1986, promueve los principios de bondad, limpieza (ecología) y justicia social para nuestros alimentos. Slow Food no se entiende sin sus orígenes: sus fundadores, con el carismático Carlo Petrini a la cabeza, se formaron en la izquierda italiana militante, alegre y no resignada de los setenta y ochenta. Llevan desde entonces defendiendo que lo culinario no solo no está reñido con lo político, sino que es inseparable de ello. Paolo di Croce es su actual secretario general.

¿Qué ha supuesto la covid para los sistemas alimentarios?

Esta crisis ha puesto de relieve la centralidad de la alimentación en la vida de las personas. Y, tal y como ya sabíamos, pero ahora está claro para todos, la crisis sanitaria estaba destinada a convertirse también en una crisis alimentaria. Hay muchas personas que no pueden respetar las cuarentenas a riesgo de quedarse sin comer, y la situación está empeorando. El número de personas que pasan hambre se está incrementando en casi todo el mundo, pero hace años que veníamos advirtiendo de esto. Esta crisis nos urge a cambiar el sistema alimentario. Estamos en un momento histórico en el que tenemos que decidir cómo salimos de la situación. Una salida nos puede llevar a un escenario aún peor, con más colas a las puertas de los supermercados y bancos de alimentos, con gente que acumula productos no perecederos o con malas decisiones políticas para el medio ambiente, como, por ejemplo, servir todas las comidas escolares en porciones envasadas individualmente en plástico… Pero también tenemos la oportunidad de convertir nuestros sistemas alimentarios en algo mejor y más sostenible. La compra directa a los productores, las conexiones entre estos y los consumidores, todo eso se ha visto en todas partes del planeta. Han aumentado las ventas directas, se ha vuelto a los mercados de agricultores, y además ha aumentado el interés por el origen de la comida y el tiempo dedicado a cocinar… Así que también podemos salir de la pandemia dándole una mayor importancia a los sistemas alimentarios. Ahí está el reto. Esperamos que tanto gobiernos como empresas deriven hacia sistemas verdaderamente más sostenibles, y no sólo a modo de estrategia de marketing, que es lo único que están haciendo ahora.

Defendemos que la comida debe ser buena, organolépticamente; limpia, es decir libre de pesticidas, no tóxica para el medio ambiente; y justa socialmente

¿Cómo lograr que la industria alimentaria cambie? No parece tener demasiados incentivos a ello…

Existen varias maneras. Una de ellas, que es en la que centramos nuestra estrategia, es crear más conciencia entre los consumidores. Hoy los consumidores por desgracia no tienen verdadera libertad de elección. Van al supermercado, no leen las etiquetas, cuando llegan a la tienda sus decisiones ya han sido guiadas por la publicidad y los mensajes de las grandes industrias, así que el primer reto está en crear mayor conciencia para que así los consumidores cambien sus comportamientos. Para ello hay que dar mayor acceso a la información. Por otra parte, es importante que los políticos legislen para crear sistemas alimentarios más justos. En Europa estamos en un momento histórico, con el programa Farm to Fork, en el marco del New Green Deal. En teoría, existen muchas oportunidades, pero tendremos que ver si en la práctica desembocan en algo concreto. Por eso es importante que dediquemos esfuerzos a hacer presión sobre los políticos.

Pero la PAC, la política agraria común, se ha destinado a subvencionar a los grandes negocios…

Sí, ha sido muy mala y está en manos de las grandes corporaciones; el último reparto no fue en absoluto positivo. Tenemos las expectativas puestas en el New Green Deal, y en esta Comisión Europea. Esperamos que la crisis de la covid no frene las mejoras que lanzó con sus planes. Pero existe ese peligro, porque hay empresas y gobiernos miopes que pueden intentar borrar el interés por la crisis climática. Y no podemos olvidarnos de ella, ni olvidar que la producción industrial de comida es una de las principales causas de esta crisis.. La solución no la darán las grandes empresas ni los monopolios, ni las grandes distribuidoras. La solución no pasa porque Amazon te mande la comida desde la otra punta del planeta. No lo es para las personas, ni lo es para el medio ambiente, ni para tener un sistema justo. Es el momento de que seamos aún más activistas.

Una de las críticas a Slow Food es que se había vuelto un movimiento poco político, que se ha centrado más en el aspecto lúdico o divulgativo de la comida que en la justicia social ¿Esto realmente es así? ¿Están cambiando su planteamiento?

Por desgracia en algunos lugares se nos percibe así, y eso tiene mucho que ver con la percepción errónea de que la buena comida solo pueden permitírsela los ricos. Nosotros defendemos justo lo contrario: defendemos que la comida debe ser buena, organolépticamente; limpia, es decir libre de pesticidas, no tóxica para el medio ambiente; y justa socialmente para todo el mundo. Estamos presentes en 160 países, y en muchos sitios se nos ve como el movimiento político que somos. Somos activistas, queremos tener un impacto, y luchar contra la percepción de que comer bien es un lujo. No debería serlo. Nuestro presente, y sobre todo, nuestro futuro es ser más combativos con esto. Trabajamos en muchos proyectos a escala local, con más de 3.000 comunidades, en un proceso algo lento en el que estas se organizan para defender nuestro objetivos estratégicos: educar a las personas, defender la biodiversidad y practicar el activismo. Queremos que todos nuestros grupos locales intenten hablar con sus respectivos alcaldes, que hablen en las escuelas, que promuevan cambios a escala local. Y a escala global, estamos intentando llegar más a los gobiernos. Hace tres años, por ejemplo, abrimos nuestra oficina de Bruselas para intentar tener mayor peso en los debates de la Unión Europea.

La otra gran crítica que se suele hacer a Slow Food es que su modelo no es escalable, que no se podría alimentar a todo el mundo sin el concurso de las grandes empresas alimentarias…

Eso directamente es mentira. Podría dar muchas argumentaciones, pero déjeme dar solo una: no necesitamos más comida para alimentar al planeta, el problema es la distribución y el sistema. Los datos de la ONU, no de Slow Food, indican que actualmente producimos suficiente comida para alimentar a doce billones de personas, cuando somos siete. En Europa, el problema está en el desperdicio de comida, el 40% de lo que producimos termina en la basura. El objetivo no es producir más, ni inventarse métodos inútiles como los organismos genéticamente modificados para poder producir más; la cuestión es cambiar el sistema para que todo cambie. ¡Sí, incluso, comemos demasiado! ¡En Europa y Estados Unidos, comemos mucho y mal, la comida nos pone enfermos por una mala dieta! ¿La solución a eso es producir aún más comida? Mentira.

¿Le ha sorprendido la expansión de la covid en mataderos y explotaciones hortofrutícolas?

En absoluto. En los grandes mataderos los trabajadores están en condiciones inhumanas. No se debería permitir que estos sitios siguieran abiertos trabajando así, ni por los animales, ni por las personas. Ahora nos encontramos con una crisis sanitaria, pero ¿cuántos escándalos alimentarios llevamos ya en estas industrias que producen productos alimentarios que, en realidad, no son comida? Es otra prueba de que el complejo agroalimentario industrial no es sostenible y es peligroso. Y en cuanto a los trabajadores, tenemos un problema enorme en Europa con la inmigración: la industria alimentaria sobrevive gracias a los migrantes y ¿luego los rechazamos? Quizás en España sea distinto, pero en Italia el gobierno era incapaz de reconocer que nuestra industria alimentaria se sustenta en el trabajo de los migrantes, así que tenemos que poner en el centro de nuestra acción el “justo” de nuestro “bueno, limpio y justo”. Y la justicia también pasa por garantizar los derechos de los trabajadores del sector.

¿Hemos vivido una ola de “sustainability-washing”? Todo el mundo parece querer apuntarse a lo artesano, al kilómetro cero, ahora…

Desde luego que sí. Ahora todo el mundo se describe como “sostenible”, la sostenibilidad sale en todo los anuncios. Una de las palabras clave para nosotros es “comunidad”, decimos que somos una organización basada en la comunidad, que somos una red de comunidades, llevamos veinte años diciendo esto, y durante la covid bancos, aseguradoras y supermercados comenzaron a usar la palabra en los anuncios. ¡Es puro greenwashing! Y todos los políticos utilizan la palabra sostenibilidad un mínimo de diez veces en cada discurso. Pero si rascas no hay nada debajo, no hacen nada por la sostenibilidad. Tenemos que hacer mucho trabajo para que se separe bien el grano de la paja, y vuelvo a lo que le decía antes sobre crear más información y ofrecerla bien. ¡Ahora nos venden que todo es local y artesano, y no es verdad! Pero si no cambia la mentalidad de los consumidores, si no nos informamos mejor, el mercado nos seguirá engañando.

Los datos de la ONU, no de Slow Food, indican que actualmente producimos suficiente comida para alimentar a doce billones de personas, cuando somos siete

Aquí los grandes chefs hablan a menudo de la sostenibilidad, pero muchos tienen sus restaurantes funcionando a base de stagiers. ¿Ha percibido un cambio en este sentido?

Sí, creo que estamos viendo un cambio en todo el mundo en el que vemos más interés por los ingredientes en bruto, por lo local. En Latinoamérica están pasando muchas cosas en ese sentido, pero en todas partes el problema con los trabajadores de hostelería es el mismo que con los trabajadores del campo, y quizás incluso peor cuando hablamos de los derechos de los migrantes en algunos sitios. Si pensamos en lo que pasa en Estados Unidos, allí, por ejemplo, se vende mucho la idea de la “California sostenible”, cuando sus restaurantes están operados por migrantes mexicanos que apenas ganan unos dólares al día en condiciones terribles. No basta con que esos restaurantes sean orgánicos y verdes si falla todo lo demás.

Si sólo pudiera cambiar una cosa del sistema alimentario, ¿cuál sería?

Me gustaría que la gente pensara en lo que come. Creo que es el cambio más importante. Cuando compramos un móvil, nos interesan las características tecnológicas, y en cambio en el súper nos preocupa solo el precio. Tenemos que comenzar a pensar en el valor de la comida, en la importancia de lo que comemos. Convirtamos la comida en una prioridad de nuestras vidas y las de nuestras familias. Siempre pongo el mismo ejemplo: el día en que uno es consciente de cómo se produce un Big Mac y de qué consecuencias tiene su producción en nuestras vidas, en el planeta y en las de los animales, la gente deja de tomarlos. Pero si no se piensa en ello, no hay cambio posible.

¿Se ha producido cierto populismo alimentario en los últimos treinta años?

Por un lado se ha progresado mucho, porque cada vez hay más gente interesada en nuestros objetivos y nuestra filosofía, a finales de los ochenta no le interesábamos a nadie, parecíamos anacrónicos. Ahora en cambio pasa lo contrario; vemos cómo el mercado usa nuestros valores para hacerse los “cool”. Sí, la situación está mejor ahora, pero por desgracia ahora nos queda menos tiempo: el planeta, o no, mejor dicho, el ser humano está en peligro. Nos quedan treinta años para enderezar la situación, y si no lo hacemos se acabó todo. Dicho lo cual, estamos en mejor posición que entonces para afrontar esta lucha.

Mar Calpena es periodista.

Fuente: https://ctxt.es/es/20200801/Politica/33135/Mar-Calpena-entrevista-Paolo-di-Croce-alimentacion-covid-slow-food.htm


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Hace dos años empezamos las huelgas estudiantiles por el clima y el mundo continúa en su negacionismo

Las activistas estudiantiles por el clima Greta Thunberg, Luisa Neubauer, Anuna De Wever y Adélaïde Charlier aseguran en esta columna que las autoridades han perdido otros dos años en la lucha contra la emergencia climática desde que comenzaron sus movilizaciones

Hace dos años empezamos las huelgas estudiantiles por el clima y ...

Benjamin Wagner junto a Greta Thunberg en agosto de 2018. (Mårten Thorslund)

Este jueves 20 de agosto se ha cumplido el segundo aniversario de la primera huelga estudiantil contra el cambio climático. En retrospectiva, han pasado muchas cosas. Millones de personas han tomado las calles para unirse a una lucha por el clima y la justicia ambiental que empezó hace décadas. Y el 28 de noviembre de 2019, el Parlamento Europeo declaró una «emergencia climática y medioambiental».

A pesar de estos avances, lo cierto es que en estos dos años el mundo ha emitido más de 80 gigatoneladas de CO2. A lo largo y ancho del mundo se han producido continuos desastres naturales: incendios, olas de calor, inundaciones, huracanes, tormentas, desaparición del permafrost y colapso de glaciares y ecosistemas enteros. Se han perdido muchas vidas y medios de subsistencia. Y esto es sólo el comienzo.

En la actualidad, los líderes de todo el mundo hablan de una «crisis existencial». La emergencia climática se discute en innumerables foros de debate y cumbres. Se alcanzan compromisos, se pronuncian discursos grandilocuentes. Sin embargo, cuando se trata de actuar, todavía estamos en una fase de negación. La crisis climática y ecológica nunca ha sido tratada como una crisis. La brecha entre lo que tenemos que hacer y lo que realmente se está haciendo crece cada minuto: de hecho, la pasividad política nos ha llevado a perder dos años más.

El mes pasado, justo antes de la cumbre del Consejo Europeo, publicamos una carta abierta con peticiones concretas a los líderes de la UE y del resto del mundo. Desde entonces, más de 125.000 personas han firmado esta carta.

Europa tiene la responsabilidad de actuar. La UE y el Reino Unido son responsables del 22% de las emisiones mundiales históricas acumuladas, una cifra solo superada por Estados Unidos. Es inmoral que los países que menos han hecho para causar el problema sean los primeros en sufrir las peores consecuencias. La UE debe actuar ahora, ya que este es el compromiso que asumió en el Acuerdo de París.

Entre nuestras peticiones se incluye la de frenar todas las inversiones y subvenciones al sector de los combustibles fósiles, así como despojarse de los mismos, hacer del ecocidio un crimen internacional, diseñar políticas que protejan a los trabajadores y a los más vulnerables, salvaguardar la democracia y establecer cuotas de emisiones de carbono anuales y vinculantes basadas en la mejor información científica disponible.

Entendemos que el mundo es complicado y que lo que pedimos puede no ser fácil o puede parecer poco realista. Pero lo cierto es que todavía está menos conectado con la realidad el creer que nuestras sociedades serán capaces de sobrevivir al calentamiento global al que nos dirigimos, así como a otras consecuencias ecológicas desastrosas. Inevitablemente vamos a tener que cambiar de forma fundamental de una manera u otra. La pregunta es quien impondrá las condiciones de esos cambios: la naturaleza o nosotros.

En el acuerdo de París, los líderes mundiales se comprometieron a mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de los 2 grados y aspiraban a no sobrepasar los 1,5 grados. Nuestras peticiones son una constatación de lo que significa asumir este compromiso. Sin embargo, son un acuerdo de mínimos si queremos cumplir los compromisos adquiridos.

Así que si los líderes no están dispuestos a atender a nuestras peticiones, tendrán que empezar a explicar por qué están dando la espalda al Acuerdo de París, a sus promesas y a las personas que viven en las zonas más afectadas por la emergencia climática. Tendrán que explicar por qué están dando la espalda a la posibilidad de ofrecer un futuro seguro a sus hijos. Renuncian sin siquiera intentarlo.

La ciencia no le dice a nadie lo que tiene que hacer, simplemente recaba y presenta información verificada. Depende de nosotros analizar esta información y sacar conclusiones. Al leer el informe SR1.5 del IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) y el informe sobre la brecha de emisiones del PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medioambiente), así como lo que los líderes han firmado en el acuerdo de París, se ve que la crisis climática y ecológica ya no se puede abordar desde el marco actual. Incluso un niño puede darse cuenta de que las políticas no encajan con la evidencia científica disponible.

Tenemos que poner fin a la actual destrucción y explotación de nuestros sistemas de soporte vital y avanzar hacia una economía libre en carbono que se centre en el bienestar de todas las personas, la promoción de la democracia y la defensa del mundo natural.

Si queremos tener la oportunidad de mantener el aumento de la temperatura por debajo de 1,5 grados, nuestras emisiones deben comenzar a reducirse rápidamente hacia cero y luego a cifras negativas. Es una realidad. Y como no tenemos todas las soluciones técnicas que necesitamos para lograrlo, tenemos que trabajar con lo que sí está a nuestro alcance. Y esto tiene que incluir dejar de hacer ciertas cosas. Esto también es una realidad. Sin embargo, es un hecho que la mayoría de la gente se niega a aceptar. Sólo pensar en estar en una crisis de la que no podemos comprar, construir o buscar una manera de sortear el problema crea algún tipo de cortocircuito mental colectivo.

Esta mezcla de ignorancia, negación e inconsciencia es la esencia del problema. Ante esta realidad, podemos organizar tantas reuniones y conferencias sobre el cambio climático como queramos. No conducirán a un cambio significativo, porque no se vislumbra la voluntad de actuar y la toma de conciencia colectiva necesaria. El futuro todavía está en nuestras manos. Pero el tiempo se desliza con rapidez y se nos escapa de las manos. Todavía podemos evitar las peores consecuencias. Pero para hacerlo, tenemos que afrontar la emergencia climática y cambiar nuestra forma de actuar. Y esa es la incómoda verdad de la que no podemos escapar.

Greta Thunberg es una activista sueca de 17 años que lucha contra el cambio climático. Este artículo fue escrito conjuntamente con las jóvenes activistas Luisa Neubauer de Alemania, Anuna de Wever de Bélgica, y Adélaïde Charlier de Bélgica. @GretaThunberg

Traducido por Emma Reverter

Fuente: https://www.eldiario.es/internacional/theguardian/anos-empezamos-huelgas-estudiantiles-clima-mundo-continua-negacionismo_129_6172073.html


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Los cinco elementos (IV): Fuego

Puede asfixiar en lugar de inspirar, devorar en lugar de alimentar. La diferencia es solo una cuestión de prioridades, límites, escalas y poder


LOS ELEMENTOS ▷ ◁

Llamamos fuego a la oxidación rápida y violenta de un material. Libera luz y calor. Para que haya fuego es preciso que haya combustible, calor y oxígeno.

El sol es la fuente de luz y calor  natural, pero ya hablaremos del sol en otro momento. El fuego también da luz y calor. En la naturaleza surge de forma esporádica. Su origen está en los rayos, la lava, las cenizas de los volcanes o la acción directa del Sol.

El fuego natural es una de las fuerzas motoras para la evolución de las plantas y el desarrollo de la vegetación en algunos ecosistemas. Hay semillas que duermen en el suelo hasta que el fuego las hace germinar y comunidades arbustivas que se desprenden de sus residuos cada cierto tiempo a través del fuego.

Los homínidos utilizaron conscientemente el fuego desde hace 400.000 años. Al principio recolectaban brasas que recogían de los incendios provocados por rayos. Conservaban el fuego añadiendo palitos constantemente. El fuego calentaba, ahuyentaba a los depredadores, hacía comestibles alimentos difícilmente digeribles en crudo y endurecía herramientas y armas.

Hace 10.000 años, los seres humanos se emanciparon de los rayos y aprendieron a encender y controlar el fuego. Un poco más tarde aprendieron a hacerle más vivo insuflándole oxígeno con fuelles. Cada vez más deprisa, fueron apareciendo los hornos, las forjas, las fundiciones, las centrales térmicas y nucleares… Creo que se puede decir de una forma rigurosa que las revoluciones científica y tecnológica tienen su origen en la capacidad de obtener fuego a voluntad y controlar la combustión.

La relación entre humanos y fuego es también la historia de la energía, la de los bosques y la tierra. Annie Proulx narra magistralmente en El bosque infinito cómo sería el relato de los últimos trescientos años si la contaran los árboles. Cuando los árboles no fueron bastante, les tocó el turno a los bosques enterrados cientos de millones de años antes. El trabajo acumulado, en este caso de la naturaleza, en forma de petróleo o carbón, fue el motor que posibilitó la acumulación del capital y la irrupción humana –de algunas sociedades humanas– a escala masiva y planetaria en el paisaje y en los equilibrios y ciclos naturales.

El manejo del fuego constituye un tema central de numerosas mitologías. En todas ellas se resalta su papel vital y a la vez letal, transformador y también destructor.

Hestia es la diosa griega vinculada al fuego en los hogares. Proporciona luz, calor, cocina y protección. No solo era responsable del fuego del hogar –la palabra ‘fuego’ procede del latín focus, que derivó en fogón, fogata y hogar–, sino también del fuego público, símbolo de la protección, cuidado, calor, abrigo, alimento y luz en la ciudad.

Es hija de Cronos y Rea y hermana de Zeus. A pesar de ser una de las principales diosas de la religión griega pocas veces aparece en los relatos mitológicos. Se cuenta que no toma posición en combates y guerras. Formaba parte del consejo de los doce dioses pero cedió su lugar a Dionisio para que no la liase parda dándose codazos con los otros dioses y diosas para conseguir el sillón. Nunca se metía en las disputas entre los dioses y los hombres. Parece que Homero nunca habló de ella. Era una diosa pacífica e invisible.

Teodora, que ya murió, se crió en un pueblo al que no llegó la electricidad hasta los 70. Contaba que lo primero que hacía su madre al levantarse era atizar los rescoldos del día anterior y reavivar el fuego. Después, iba sacando brasas y las colocaba al lado, en la horna, un hoyo de la chimenea. Allí ponía el cocido –la comida de todos los días– que se iba haciendo lentamente mientras trabajaba como una mula en el resto de las tareas, en la casa y en el campo. La madre le enseñaba a Teodora cómo había que hacer para criar brasas. También era una mujer invisible. No conozco ni su nombre.

Criar las brasas. Una buena manera de llamar a esa tarea cíclica, cotidiana, inacabable que sostiene la civilización y la política de las vidas concretas. Una tarea invisible que no se puede dejar de hacer.

El fuego puede asfixiar en lugar de inspirar, devorar en lugar de alimentar. La diferencia es solo una cuestión de prioridades, límites, escalas y poder. Y estos los marcan quienes se adueñan y del trabajo de las invisibles.

Prometeo robó el fuego a Hefesto, el dios herrero que fabricaba las armas de los dioses, y se lo regaló a los humanos. Vio que todos los animales estaban equipados con plumas, pelo, garras o picos, y los seres humanos eran frágiles, vulnerables y estaban desnudos. Les enseñó a controlarlo y a manejarlo y les preparó para enfrentarse a los animales y la naturaleza hostil. Les capacitó para declarar la guerra a los dioses y los límites que imponían.

No lo supieron usar bien. A pesar de que Zeus estaba enfadadísimo con Prometeo, se compadeció al ver el caos destructivo en el que se habían metido los humanos manejando el fuego sin sabiduría, y envió a Hermes, el dios mensajero, con dos virtudes políticas, aidos y diké, para que se pudiesen organizar sin matarse entre ellosZeus le indicó a su mensajero que les diese de su parte una ley: “Que a quien no sea capaz de participar de aidos y diké, lo expulsen como una enfermedad de la ciudad”.

Aidos es la humildad, el pudor, la consciencia de vulnerabilidad y dependencia, el respeto. Díke es el sentido recto de la justicia. Consciencia de vulnerabilidad, inmanencia, de necesitarse unos a otros, y justicia fue lo que Zeus dio a los seres humanos para que no se autodestruyeran.

A la distancia que separa a Hestia y a quienes crían las brasas de los guerreros y mercaderes del fuego podemos llamarla patriarcado.

Al abismo que separa el fuego que protege, cuida, alimenta, abriga, calienta e ilumina, del fuego que extrae, reseca, agota, contamina y mata, podemos llamarlo capitalismo, colonialismo, explotación y ecocidio. Aunque algunos lo llaman progreso.

Llamamos incendio a un fuego no controlado que puede abrasar algo que no estaba destinado a quemarse. La economía mundializada, desigual y sin límites es un incendio. Por donde pasa –mina, macrogranja porcina, megaurbanización o macrocompejo turístico– no vuelve a crecer la hierba. No tiene como prioridad cuidar, proteger y honrar la vida. Destruye lo pequeño, lo local y aliena toda forma de existencia. Según va extendiéndose, expulsa más trozos de vida.

Una parte pequeña de la población usa el fuego contra el resto de la vida. La guerra ya no es una continuación de la política por otros medios. La forma de producir, de consumir, informar y de vivir es, de facto, una guerra violenta.

Incendios

En los últimos cincuenta años, la temporada de incendios de Estados Unidos se ha hecho dos meses y medio más larga. Los diez años con más fuegos registrados han transcurrido a partir de 2000.

En 2017, ardió en Groenlandia una superficie diez veces mayor que en 2014; en Suecia en 2018 ardieron los bosques del círculo ártico y hubo un enorme incendio en la frontera entre Rusia y Finlandia.

En Australia, en 2019 murieron veintiséis personas y mil millones de animales, sin contar insectos, ranas, peces, murciélagos o invertebrados. Miles de personas tuvieron que abandonar sus casas y ser evacuadas. Son expulsadas y migrantes climáticas del mundo rico.

En 2018 noventa y nueve personas murieron en los incendios de Grecia de 2018. Veintiséis de ellas murieron abrazadas en Mati. Tan solo les faltaban treinta metros para llegar al mar pero no les dio tiempo. Alcanzadas por las llamas solo pudieron poner a las criaturas en el centro y abrazarse alrededor de ellas.

O que arde nos llevó al corazón de esa tierra de roble sólido y de eucaliptos pirófilos, una tierra verde y, a la vez, abrasada. Galicia. Dicen que Galicia no arde, que la queman. Benedicta era la madre que mantenía el fuego del hogar, el huerto, las vacas, el bosque y al hijo que volvía de la cárcel. Benedicta echaba palitos para mantener toda una forma de vida que desaparece, que está amenazada.  Hay más cosas que arden sin que tengan arder.

El fuego ha borrado la memoria de lugares y paisajes. Los libros, el arte y los registros de muchas culturas han sido arrojadas –y lo son aún– a las llamas. Miles de mujeres –ni siquiera las han contado– fueron quemadas en tribunales civiles y religiosos acusadas de brujas, un feminicidio masivo que tuvo el visto bueno de algunos de los pensadores modernos. Los crematorios nazis, el Ku-Klux Klan, los incendios en los asentamientos de inmigrantes en Lepe, los barrios gitanos de Nápoles, los templos e iglesias de diferentes confesiones… La casa de la anciana de Reus sin nombre, a la que habían cortado la electricidad, que ardió, con ella dentro, al incendiarse su colchón con la vela que le daba luz.

Fuego - Wikipedia, la enciclopedia libre

Incendios. Fuegos que aniquilan vidas que no tenían que arder.

La guerra más terrible es un incendio lanzado desde el cielo.

Santiago Alba Rico en Ser o no ser (un cuerpo) recoge la descripción que hace Bob Caron, artillero de cola del Enola Gay –el B-29 que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima: “Una columna de humo asciende rápidamente. Su centro muestra un terrible color rojo. Todo es pura turbulencia. Los incendios se extienden por todas partes como llamas que surgiesen de un enorme lecho de brasas. Comienzo a contar los incendios: uno, dos, tres cuatro, cinco seis, catorce, quince,… es imposible. Son demasiados para poder contarlos. Aquí llega la forma de hongo de la que nos había hablado el capital Parsons. Es como una masa de melaza burbujeante. El hongo se extiende. Crece más y más. Está casi a nuestro nivel y sigue ascendiendo. Es muy negro pero muestra cierto tinte violáceo muy extraño. La base del hongo se parece a una densa niebla atravesada por un lanzallamas. La ciudad debe estar debajo de todo eso”.

Sí. La ciudad estaba debajo.

En el momento de la explosión, dice Rafael Poch: “Se creó una bola de fuego de centenares de miles de grados centígrados. Entre tres y diez segundos después de la explosión, esa enorme emisión de calor quemó y destrozó los órganos internos de quienes estuvieron expuestos a ella en el radio de un kilómetro.  La onda expansiva de la explosión fue devastadora. Generó un huracán de 120 kilómetros por segundo que llegó hasta once kilómetros de distancia. La onda desnudó a la gente, arrancó las tiras de su piel quemada, fracturó los órganos internos de algunas víctimas y clavó en sus cuerpos fragmentos de vidrios y otros escombros. En un radio de tres kilómetros, el 90% de los edificios fueron completamente destruidos o se desmoronaron”.

Bien entendida, la política es el cuidado de la gente y de lo común que inevitablemente les une. Pero hay quien encuentra humana y bella la guerra.

Marinetti, el poeta que inspiró a Mussolini escribió en 1909 el Manifiesto Futurista: “Queremos cantar el amor al peligro y a la temeridad; afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido con una nueva belleza, la belleza de la velocidad. Un coche de carreras con su capó adornado con gruesos tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo… un automóvil rugiente, es más bello que la Victoria de Samotracia; queremos ensalzar al hombre que lleva el volante, cuya lanza ideal atraviesa la tierra; queremos glorificar la guerra –única higiene del mundo– el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las bellas ideas por las cuales se muere y el desprecio de la mujer; queremos destruir los museos, las bibliotecas, las academias de todo tipo, y combatir contra el moralismo, el feminismo y contra toda vileza oportunista y utilitarias; cantaremos al vibrante fervor nocturno de las minas y de las canteras, incendiados por violentas lunas eléctricas; a las estaciones ávidas, devoradoras de serpientes que humean; a las fábricas suspendidas de las nubes por los retorcidos hilos de sus humos; a los puentes semejantes a gimnastas gigantes que husmean el horizonte, y a las locomotoras de pecho amplio, que patalean sobre los rieles, como enormes caballos de acero embridados con tubos, y al vuelo resbaloso de los aeroplanos, cuya hélice flamea al viento como una bandera y parece aplaudir sobre una masa entusiasta. Es desde Italia que lanzamos al mundo este nuestro manifiesto de violencia arrolladora e incendiaria”.

A comienzos de 1991, el comandante de un ala de cazabombarderos norteamericanos a su regreso del ataque contra la capital iraquí declaraba: “Era tremendo, Bagdad estaba iluminada como un árbol de Navidad. No se me acababa la adrenalina. Eran muchísimas las bombas que explotaban. Ha sido un despliegue inmenso”. El capitán Stephen Tate, piloto de un F-15, describía así el momento de derribar un avión enemigo a cuarenta kilómetros: “Se convirtió en una gran bola de fuego. Fue muy excitante. Me sentí muy bien. Nunca había tenido esta experiencia”.


Así es cómo los cuatro elementos influyen en tu forma de ser

Guernica es la gran obra que representa el horror ante la muerte industrial.

Manuel Borja Villel y Rosario Peiró abordan la cuestión del fuego caído desde el aire de una forma, a mi juicio, excepcional, en la introducción del libro que acompañó la exposición Piedad y terror en Picasso en el Museo Reina Sofía: “Guernica es el Calvario moderno, agonía de la ruinas de la ternura y la fe humanas. Es un gran espejo donde la historia moderna se descubre a sí misma en la máxima expresión de su derrota. Pero no es la derrota del Ejército Rojo o del bando republicano. Es la derrota del proyecto ilustrado. Guernica como testimonio de las pretensiones emancipadoras truncadas”.

Explican que en Guernica, Picasso muestra cómo la reproducción de la vida humana queda expuesta a una amenaza mortal. La escena del cuadro es un cuarto que se derrumba. Las víctimas civiles como protagonistas, las que están en tierra cuando llega el fuego lanzado desde arriba. Guernica es un cuadro de mujeres y animales. Las mujeres y los animales son víctimas por igual. Chillan, lloran y estallan en llamas.

El fuego de la acumulación y la guerra contra el fuego del hogar. En el cuadro de Picasso muere la vida, asesinada por esa máquina de fuego que no es producto de la razón y la ética hermanadas, sino de la barbarie.

Más de un millón de años para que los homínidos perdieran el miedo al fuego, medio millón más para aprender a encenderlo, miles de años para aprender a aplicarlo y controlarlo, unos decenios para que quienes creen tenerlo dominado lo quemen todo.

Denunciamos una racionalidad instrumental y contable, pirómana e incendiaria, que planifica, contabiliza y decide sin pisar la tierra, que desatiende y se despreocupa de lo que se quema por el camino.

Queremos, como dice Nathaniel Rich “llamar a las amenazas del futuro por su nombre; villanos a los villanos; héroes a los héroes, víctimas a las víctimas y cómplices a nosotras mismas”.

Queremos llamar política a la voluntad de alimentar hogueras que calientan, nutren, iluminan y protegen.

Queremos que salgan de la invisibilidad quienes las mantienen, que disputen el fuego a los parásitos que aprietan botones sin tener ni idea de las consecuencias que tiene su leve movimiento de dedo y también a los asesinos que los aprietan conociéndolas muy bien.

Queremos una ciencia y un conocimiento volcadas en aprender a usar el fuego con prudencia, cuidado y justicia.

Queremos compartir con otros y otras la primera línea, no de fuego, sino de vida.

Jorge Riechmann, uno que lleva decenios echando palitos a la hoguera, lo dice mucho mejor:

“Me atravesó la línea de fuego.

Se buscan desertores cotidianos

de las viejas normas, de las costumbres viejas.

Se buscan desertores de la violencia, del patriarcado, del cinismo.

De la resignación. Del juicio empedernido. Del aparejo de humillar

y del tibio hábito de ser humillado.

Del pesebre multivitamínico para animales mansos.

Se buscan profesionales de la fuga.

Así canto en voz baja

la perseverancia admirable del desertor

al criar a un niño, preparar la comida,

desplazarse en ciudad o buscar trabajo.

Canto contra mí mismo, tan cobarde

que no deserto prácticamente nunca.

Se buscan submarinistas menos duchos

en nadar guardando la ropa.

Se buscan profesionales de la fuga.

Me atravesó la línea de fuego.

Alumbradme, desertores de la muerte”

O hacer como los bebés que se tapan los ojos y se creen que nadie les ve, o desarrollar estrategias e iniciativas que derriben los muros de lo que, ahora mismo, se considera políticamente factible. Cualquier escala –la casa, el barrio, el pueblo, el sindicato, el museo, la escuela…–  es buena.

Podemos esperar a que el sufrimiento sea insoportable o anticipar, prevenir, autolimitarnos, defendernos y construir. Nadie espera a que el bebé que gatea meta los dedos en el enchufe y le dice luego que eso no se hace. Cuidar es velar para que lo que no tiene que arder, no arda.

Cuenta Galeano que “un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida. Y dijo que somos un mar de fueguitos. El mundo es eso – reveló–. Un montón de gente, un mar de fueguitos”.

Y es que la pasión política, el amor por la vida y por la gente, es también fuego.

Yayo Herrero es activista y ecofeminista. Antropóloga, ingeniera técnica agrícola y diplomada en Educación Social.

Fuente: https://ctxt.es/es/20200801/Firmas/33167/yayo-herrero-elementos-fuego-prometeo-incendios-politica.htm



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viernes, 21 de agosto de 2020

Comprender los beneficios de los humedales ayuda a comunidades a salvarlos


Sibonisiwe Hlanze es una de las 600 mujeres a las que se permite cosechar cañas del humedal de Lawuba, un municipio del pequeño país africano de Eswatini, el antiguo Suizilandia. Gracias a esta actividad gana lo suficiente para comprar insumos agrícolas. Foto: Mantoe Phakathi / IPS

Sibonisiwe Hlanze es una de las 600 mujeres a las que se permite cosechar cañas del humedal de Lawuba, un municipio del pequeño país africano de Eswatini, el antiguo Suizilandia. Gracias a esta actividad gana lo suficiente para comprar insumos agrícolas. Foto: Mantoe Phakathi / IPS

LAWUBA, Eswatini, 10 ago 2020 (IPS) – A Sibonisiwe Hlanze, que vive en Lawuba, una especie de municipio del distrito de  Shiselweni, en Eswatini, se le ilumina el rostro cuando muestra su estera para dormir que ella misma elaboró con lo que describió como «la fibra nativa de más alta calidad».

Hlanze se enorgullece de que no pagó un centavo por la variedad de junco conocida localmente como “likhwane” (Cyperus latifolius), que usa para hacer esteras que vende a los comerciantes del epicentro económico de Eswatini, Manzini, y la ciudad más poblada,  por delante de Mbabane, la capital de este pequeño Estado del sudeste de África de apenas 1,4 millones de personas, antes conocido como Suazilandia.

Ella solo  tiene que caminar unos metros desde su casa hasta el humedal de Lawuba, donde recolecta la fibra durante la temporada de cosecha para hacerse con los juncos adecuados.

Aproximadamente 600 mujeres cosechan esta fibra en el humedal, en general desde temprano en la mañana hasta el mediodía, durante el mes de junio.

Hlanze cobra el equivalente a cinco dólares por cada estera. En una buena temporada, haría entre 15 y 20 de ellas, lo que supone entre 85 y 114 dólares de ganancia.

«Pero ahora prefiero cosechar y vender solo la fibra cruda porque ya no tengo mucho tiempo para hacer las esteras», explicó Hlanze a IPS. Ella gana el equivalente a 11 dólares por un paquete del junco, utilizado para confeccionar artículos de artesanía como tapetes y cestas. La temporada que acaba de pasar cosechó para 10 paquetes.

«Algunas mujeres prefieren comprar la fibra en lugar de ir al humedal a arrancarla ellas mismas porque les resulta tedioso», detalló Hlanze. «El humedal nos ha proporcionado a mí ya otras mujeres una fuente de ingresos porque estamos desempleadas», detalló.

Son ingresos estacionales que Hlanze utiliza para comprar insumos agrícolas, la principal actividad de la familia, que vive a orillas del humedal en Lawuba, una de las 14 demarcaciones de Shiselweni, a su vez una de los cuatro distritos (regiones) en que se divide este país de poco más de 17 300 kilómetros cuadrados, el más al sur y colindante con Sudáfrica.

Nkhositsini Dlamini, la secretaria del humedal de Lawuba, está de acuerdo con Hlanze y agrega que en la última temporada ganó unos 1310 dólares, elaborando esteras con la fibra que cosechó en el humedal.

Vende su artesanía en la ciudad sudafricana de Johannesburgo,  a un precio superior que en Eswatini. Por las esterillas le pagan 17 dólares allí. «A mi hijo le admitieron en la universidad pero no obtuvo una beca», dijo Dlamini a IPS, así que “usé ese dinero para pagar las cuotas de admisión”.

Además de las plantas de fibra como likhwane o la variedad del junco “inchoboza” (Cyperus articulate) y la herbácea umtsala (Miscanthus capensis), que se utilizan para elaborar artesanías, el humedal de 21 hectáreas es rico en plantas medicinales autóctonas, que son muy apreciadas para curar diferentes dolencias.

Además, la comunidad se beneficia con el agua que extrae del humedad para un abrevadero para el ganado y para el riego de las huertas.

Dlamini contó que no todo ha sido tan positivo en tiempos recientes con este cuerpo de agua como ahora. Durante mucho tiempo el humedal se fue degradando, porque el ganado pastaba sin control en él y las mujeres locales sobreexplotaban las diferentes plantas fibrosas. Así que este mal manejo estaba matando la capacidad de almacenar el agua.

«La cantidad de fibra disponible en el humedal se redujo significativamente, sin mencionar la cantidad de ganado que solía morir después de quedar atrapado en el lodo», dijo Dlamini.

El estado del humedal preocupó al viceprimer ministro Themba Masuku, quien solicitó a la Autoridad de Medio Ambiente de Eswatini (AEMA) un plan para ayudar a la comunidad a protegerlo.

Masuku, quien también es residente de la zona, dijo que se decidió actuar cuando notó que el humedal había perdido algunas de sus plantas autóctonas, así como especies de su fauna nativa, como aves y serpientes, mientras que su inundable territorio se secaba a ojos vista.

«Este humedal alimenta al río Mhlathuze», explicó Masuku en una entrevista con IPS. «También es una fuente para un estanque de inmersión aguas abajo», añadió.

A través del Fondo Nacional para el Medio Ambiente, la AEMA proporcionó material para cercas a fin de evitar que el ganado pastara y bebiera del humedal.

La AEMA se asoció con la organización internacional World Vision, que proporcionó ayuda alimentaria a los residentes que construyeron la cerca en el marco del Programa de Alimentos por Trabajo. Esto sucedió luego que la AEMA educó a la comunidad sobre los beneficios del humedal para sus vidas.

La construcción de la valla de protección se realizó en 2010 y 2011.

De hecho, la AEMA ha protegido ya 12 humedales, especialmente importantes en un país sin salida al mar, utilizando el mismo Fondo.

«Una vez que la gente conoce y ve los beneficios de conservar el ambiente, sus actitudes y su comportamiento cambian», dijo la ecóloga de la AEMA, Nana Matsebula.

Esto fue corroborado por un estudio realizado por una estudiante de la Universidad de Pretoria, Linda Siphiwo Mahlalela, titulado “La valoración económica y la renta de los recursos naturales como herramientas para la conservación de los humedales en Swazilandia: el caso del humedal Lawuba”.

El estudio de la estudiante en la universidad sudafricana halló que hay suficiente evidencia para sugerir que los hogares en Lawuba tienen altos niveles de conocimiento sobre los beneficios de conservar el humedal y las amenazas que lo ponen en peligro.

También determinó que los pobladores tienen actitudes positivas hacia su conservación, ya que sus ingresos en buena parte dependen de su protección del hábitat.

Matsebula dijo que la comunidad también asume el valor cultural del humedal para el pueblo swati que se asienta en sus riberas.

«Una estera para dormir proviene de un humedal», dijo Matsebula. «Además de usarlo para dormir y sentarse, nadie en nuestra cultura es enterrado sin una estera para dormir».

La estera es también uno de los elementos importantes en las tradiciones nupciales.

Además del valor económico y cultural del humedal, dijo Matsebula, la comunidad también fue educada sobre los beneficios ecológicos. Estos incluyen actuar como un control de ilas nundaciones al absorber agua durante la lluvia, reponer el nivel freático y actuar como un depósito para una diversidad biológica.

«Los humedales también son importantes para la mitigación del cambio climático porque atrapan carbono hasta 50 veces más en comparación con los bosques», dijo, y agregó que “los humedales ocupan solo tres por ciento de la superficie terrestre total del mundo, sin embargo, contienen hasta un tercio del carbono total”.

Matsebula explicó que las comunidades ribereñas a este y otros humedales de Eswatini también comprenden ahora la diferencia entre preservación y conservación, que en el segundo caso promueve el uso y gestión sostenible de los recursos naturales, mientras en el primero proscribe su uso por completo.

«Se ha demostrado que cuando las personas se dan cuenta de los beneficios del ambiente, es más probable que lo protejan», dijo.

Pero una conciencia de las comunidades sobre la importancia del humedal de su entorno no basta y ahora se enfrentan a delincuentes que han comenzado a robar partes de la cerca que lo rodea.

El viceprimer ministro Masuku dijo que para que este humedal y otros estén adecuadamente protegidos, el gobierno debe hacerse cargo de su administración para que sea declarado un bien nacional. Si bien la comunidad seguirá teniendo la responsabilidad principal de protegerlo, el gobierno debe apoyar con su monitoreo y regulación.

«Necesitamos un compromiso político en la regulación de la recolección de fibra y la extracción de agua del humedal», dijo Masuku. «También necesitamos leyes rigurosas que garanticen que los delincuentes que roban las cercas que protegen los humedales sean castigados», añadió.

Mientras tanto, no hay permisos para que los visitantes accedan al lugar y los usuarios locales de los recursos naturales del humedal se autorregulan.

T: MF

Fuente: http://www.ipsnoticias.net/2020/08/comprender-los-beneficios-los-humedales-ayuda-comunidades-salvarlos/


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