“Se conquistaron muchos derechos, pero no se ejercieron plenamente”. Con esa frase, Leonardo Tamburini, director ejecutivo de la Organización de Apoyo Legal y Social (ORE), resume la paradoja que viven los pueblos indígenas, que no tienen una potestad plena sobre sus propias atribuciones que están contempladas en la propia Constitución Política del Estado (CPE) y observa que se trata de una suspicacia político partidaria. “¿Cuál es el temor de cederle esos derechos? (10:37) El temor es el que pierdas poder”, sentencia.
En entrevista con la Hora Pico, recuerda que la marcha por el Territorio y la Dignidad de 1990 fue el punto de inflexión ya que, por primera vez, los pueblos de tierras bajas irrumpieron en el escenario político nacional para exigir el reconocimiento de sus derechos. Aquella movilización abrió la puerta a la titulación de más de 26 millones de hectáreas como territorios indígenas y sentó las bases de un nuevo mapa político-administrativo que, décadas después, desembocaría en la CPE de 2009.
Tamburini subraya que esos avances transformaron el país en dos dimensiones. Primero, en lo territorial: “Antes los indígenas eran invisibles, no se les reconocía ni cultura ni tierra. Hoy tienen territorios reconocidos, la posibilidad de autogobernarse y estructuras políticas propias”. Y segundo, en lo institucional: lograron representación en los cuatro órganos del Estado, desde diputados plurinominales hasta asambleístas departamentales, pasando por magistrados y vocales en el Órgano Electoral.
Pero esa aparente victoria histórica pronto mostró sus límites. El analista recuerda que, tras el conflicto del TIPNIS en 2011, el gobierno optó por una estrategia de división y desgaste de las organizaciones. “Ahí se quebró todo. El poder político bajó una línea dura y no pudieron resistir. Desde entonces, la agenda indígena prácticamente desapareció”, señala. “No tienes el apellido de una obra pública del MAS, como le han puesto, para el vivir bien, lo plurinacional. No tienes la posibilidad de que esos pueblos puedan definir su propio destino de acuerdo a sus usos y costumbres”, acota.
Ese proceso, asegura, coincidió con el relevo generacional: las dirigencias históricas, que habían encabezado las luchas de los 80 y 90, se replegaron o envejecieron, mientras que las nuevas camadas asumieron estilos de liderazgo que no estuvieron a la altura del momento político. Resultado: la fragmentación orgánica, el debilitamiento de la CIDOB y un desvío hacia relaciones directas con gobernaciones o municipios, sin articulación nacional.
A pesar de ello, la agenda indígena sigue teniendo tres pilares fundamentales:
- Conservar y fortalecer sus territorios. Las autonomías indígenas representan un espacio de autogobierno que busca funcionar sin la tutela de los partidos políticos.
- Garantizar condiciones de vida digna. Salud, educación, caminos e infraestructura deben gestionarse desde su propia lógica territorial, no desde municipios lejanos y ajenos a sus realidades.
- Proteger la cultura y el medio ambiente. La cosmovisión indígena mantiene aún áreas de conservación y economías locales que se contraponen al modelo extractivista y a las lógicas capitalistas convencionales.
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