Cada 1 de octubre Bolivia celebra el Día Nacional del Árbol, establecido en el Decreto Supremo 4158 como una fecha destinada a despertar conciencia sobre la conservación de los árboles, recursos naturales invaluables para la humanidad.
Pero más que una celebración, hoy es también un llamado de alerta: cada año nuestro país pierde alrededor de 4 millones de hectáreas de bosques a causa de la deforestación. No se trata solo de un número, sino de un golpe directo a la vida. Los bosques bolivianos están siendo arrasados por la expansión agrícola y ganadera, prácticas muchas veces avaladas o toleradas por políticas estatales que favorecen desmontes a gran escala. A ello se suma la minería, que contamina ríos y suelos, dejando cicatrices que tardarán siglos en sanar.
Bolivia alberga 2.934 especies de árboles, de las cuales 249 son endémicas, es decir, únicas en el mundo. Cuando perdemos un bosque, no solo desaparecen árboles: desaparece un patrimonio biológico irremplazable, desaparecen culturas, desaparecen futuros.
Un ejemplo claro es el copaibo, un árbol al que muchos llaman “árbol milagroso”. Crece en los bosques secos de la Chiquitanía, en el norte paceño y en la Amazonía boliviana. Su aceite, extraído con cuidado por comunidades indígenas, ha sido utilizado durante siglos como medicina natural para tratar inflamaciones, enfermedades respiratorias, problemas de piel y hasta dolencias reumáticas. Hoy en día, también es transformado en cosméticos y remedios naturales que generan ingresos para mujeres organizadas en emprendimientos locales.
Pero el copaibo está en peligro. Aunque la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza lo clasifica aún en categoría de “Preocupación Menor”, estudios nacionales ya advierten que los ecosistemas donde crece se encuentran Vulnerables y En Peligro. Y no es casualidad: los incendios forestales y la deforestación avanzan sin freno sobre su hábitat.
Aquí se esconde una verdad preocupante: el aumento exponencial de los incendios forestales no solo destruye hectáreas de bosques, sino que también está eliminando especies enteras de árboles como el copaibo. A largo plazo, esto significa la pérdida de servicios ecosistémicos esenciales: el agua que bebemos, el oxígeno que respiramos, la regulación del clima y hasta la fertilidad de los suelos que alimentan nuestros cultivos. Significa también que muchas comunidades que dependen del bosque para su subsistencia, su salud y su economía se quedarán sin sustento. Y, quizás lo más doloroso, significa la pérdida de identidad cultural, porque con cada árbol que desaparece se rompen lazos históricos, saberes ancestrales y tradiciones que forman parte de lo que somos como pueblo.
Hoy, en este Día Nacional del Árbol, no podemos quedarnos solo en la conmemoración. Debemos mirar de frente la realidad: nuestros bosques se están consumiendo y con ellos se consume nuestro futuro.
La esperanza está en que las autoridades entrantes, que serán elegidas en octubre de 2025, asuman con seriedad la responsabilidad de hacer cumplir las leyes ambientales, frenar los desmontes ilegales y potenciar la protección de nuestros espacios naturales. Porque la riqueza de Bolivia no está solo en el gas ni en los minerales: está en sus bosques, en su biodiversidad y en la vida que de ellos depende.
En definitiva, no se trata solo de un árbol. Se trata de nuestra salud, de nuestra economía, de nuestra cultura y de nuestro futuro como país.
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