El neoliberalismo depredador y causante de los saqueos de los países de Nuestra América no se detiene solo en el aspecto económico y social, sino que va más allá todavía.
“¿Y si los representantes del orden capitalista global existente de alguna manera se están dando cuenta de lo que los analistas marxistas críticos llevan señalando desde hace muchos años: que el sistema tal como lo conocemos, se halla sumido en una profunda crisis, ¿que ya no puede continuar en su forma liberal permisiva existente? ¿Y si esos representantes están explotando de manera despiadada la epidemia a fin de imponer una nueva forma de gobernanza?”
Slovan Zizek. (Pandemia. La covid-19 estremece al mundo. Cuadernos Anagrama).
Es cierto que las grandes mayorías han perdido poder adquisitivo con la reciente pandemia. Muchos debieron cerrar o perder sus negocios, más de 375 millones de habitantes quedaron desocupados en los últimos dos años, y los pobres se empobrecieron más.
La mayoría de los Estados fusionaron a sus Gobiernos con los grandes corporativos financieros, tecnológicos y sobre todo con la industria farmacéutica, por lo tanto, la última crisis sanitaria resultó más ser una crisis política en dirección al fascismo.
Se suprimieron en nombre de la pandemia los derechos civiles, humanos y ambulatorios, bajo advertencia en algunos casos de represión o encarcelamiento directo.
Sin duda que la dictadura globalizada nos llevó a una guerra sin cuartel contra los seres humanos que habitan el planeta Tierra.
Sin embargo, no todos perdieron, ya que las mencionadas megacorporaciones agrandaron considerablemente sus fortunas al igual que los grandes jerarcas tecnológicos (Facebook, Twitter, Google) y por ende la industria farmacéutica, más preocupada por sus enormes utilidades que por la salud de los ciudadanos.
Para pruebas de lo mencionado, solo Pfizer espera ganar 29 mil millones de dólares en 2022, gracias a su vacuna anti Covid-19.
Es decir que los poderosos y multimillonarios acrecentaron considerablemente sus fortunas, mientras que los pobres, marginales y una gran composición de clasemedieros aspiracionales vieron reducirse sus esperanzas de sobrevivir en un mundo cada vez más totalitario, llegando a inocular el miedo que producen los temores clásicos de la vida cotidiana.
Tal vez no sea casualidad que en estos dos años las expresiones neo fascistas hayan cobrado singular importancia tanto en Europa como en Latinoamérica.
Consecuencia de la restricción de libertades, el miedo prefabricado y las amenazas proferidas por grupos extremistas de derecha como los casos de Vox en España, Salvini en Italia, Si por México en este país, el represor Duque en Colombia, el neo fascista depredador de Bolsonaro en Brasil, o la reacción pinochetista del presidente Piñera en Chile, son las expresiones más acabadas de la conformación de una creencia en las que aquellos que no piensen igual no son consideradas personas y por lo tanto deban ser sancionados o castigados severamente, tal como lo expresa la carta en señal de advertencia del empresario Claudio X González a los simpatizantes y adherentes del presidente Andrés Manuel López Obrador.
El neoliberalismo depredador y causante de los saqueos de los países de Nuestra América no se detiene solo en el aspecto económico y social, sino que va más allá todavía.
Sabemos desde hace décadas que la contaminación ambiental y la imparable deforestación practicada por los países imperialistas, llamados desarrollados, constituye la principal causa del lamentable calentamiento global.
Hoy se encuentran reunidos en Glasgow, Escocia, en la COP 26 (Cumbre del Cambio Climático) las principales potencias que lejos de resolver el problema de fondo, persisten en acuerdos de cúpulas que muy lejos están de resolver el problema de los principales afectados como los pueblos originarios, y los desplazados por las minerías y otras actividades extractivas.
Tal como lo denunciara la indígena mixteca Ita Mendoza “esta COP es un gran negocio, es la continuación del colonialismo donde la gente no nos escucha, salvo para hacer negocios con nuestras tierras y nuestros recursos naturales”.
Un mensaje similar al que diera el presidente de Bolivia, Luis Arce, cuando alertó de que “la comunidad internacional busca imponer el colonialismo del carbono”.
Mientras los países imperiales buscan alianzas y gestionan el asedio a través de sus grandes corporaciones, el principal líder mundial, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se queda dormido en las conferencias, demostrando el desdén de su país a las medidas tomadas.
El mismo desdén que se mostró años pasados por la promesa de reducción de contaminantes en los protocolos de Kioto y posteriormente en los Acuerdos de París, sin que ninguna de las metas de reducción haya sido cumplida. Agreguemos a todo ello la salida intempestiva del inefable expresidente Donald Trump en una de las últimas cumbres realizadas.
De manera hipócrita y vil, los reunidos en Glasgow intentan a través de una máscara verde tapar las grandes ofensivas mega mineras impuestas en América Latina, sobre todo, causando serios males respiratorios a sus habitantes por el uso del cianuro, así como también un derrame de agua que hace peligrar en el futuro la capacidad hídrica de sus regiones.
Por lo tanto, no somos “todos responsables” como suele decirse entre bambalinas cuándo pretenden omitir el nombre de los principales causantes de estos efectos catastróficos.
Debemos ante tantos estados de emergencia gestar la unidad de los países de Nuestra América para combatir los ceses intempestivos del planeta, como vimos gran beneficiario de los multimillonarios y empobrecedor de nuestros pueblos. Simultáneamente, desafiar estas cumbres preconcebidas por los poderes reales para seguir colonizando nuestros pueblos.
Nada de estos cambios será factible mientras no seamos los propios ciudadanos, de abajo hacia arriba, con debates abiertos, en busca de la nacionalización de la industria energética y que la ecología de nuestros países – bosques, mares, ríos, fauna y flora -sean controladas por los mismos Gobiernos, exigiendo a nuestros representantes que tantas veces no nos representan en absoluto, la inmediata exclusión de empresas extranjeras o extractivistas que se llevan las ganancias a sus países de origen, dejando tierras abandonadas en nuestras regiones.
Solo con información adecuada, coraje civil, autodeterminación y soberanía, somos nosotros mismos los encargados de marcar el rumbo a futuro.
Las palabras que años antes fueran expresadas por Fidel Castro y Hugo Chávez en diversos foros internacionales como antesala de lo ocurrido, hoy suenan más que nunca. “Debemos cambiar el sistema para poder concretar el cambio climático”.
Fuente: Telesur
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La esencia de la carestía de bienes es el choque de un sistema que necesita expandirse constantemente con la imposibilidad física y ecosistémica de sostener esta expansión.
El otoño de 2021 está atravesado por una palabra: desabastecimiento. Por ejemplo, faltan chips (lo que afecta a industrias como la de los móviles o la automoción) y materiales de construcción (madera, pinturas, acero). Por faltar, empieza a haber carencia hasta de bebidas alcohólicas. De manera acoplada, aumenta el precio de distintas mercancías, como la electricidad. Esta situación tiene detrás un incremento de la demanda fruto de una cierta reactivación económica, pero la clave está en analizar por qué esa demanda no se está pudiendo cubrir.
Para escudriñar respuestas necesitamos una mirada no unidimensional, pues lo que estamos viviendo es el resultado de múltiples factores entrelazados. Uno de los elementos detrás del desabastecimiento es el logístico: después del parón impulsado por la covid-19, las cadenas de producción y distribución globales no son capaces de ponerse en marcha de manera automática. Necesitan tiempo para restablecer el ritmo de transporte marítimo o el funcionamiento de los puertos.
Se suma el modelo económico. Una producción just in time, sin almacenamiento, y en la que la especialización productiva territorial es muy alta (por ejemplo, la mayoría de los chips del mundo se fabrican en Taiwán) hace que el sistema sea muy vulnerable. Ante el fallo de un nodo de producción mundial, como está sucediendo con el de chips en Taiwán, no hay stock que pueda sostener durante un tiempo la demanda hasta que la producción se recupere. También forma parte del modelo económico imperante un control oligopólico de muchos sectores, como el del transporte marítimo global o el de la producción eléctrica en España, que permite a estos actores usar su posición de fuerza. Y una fijación de precios que depende en buena parte de los mercados financieros, que suelen ser amplificadores de los precios altos, por ejemplo de materias primas, pues fomentan procesos especulativos.
Al modelo económico se añade la crisis económica que se arrastra desde, al menos, 2007, que impulsa una desinversión en diferentes sectores. Sin expectativa clara de beneficios, los capitalistas no invierten en la economía productiva y desvían sus búsquedas de lucro hacia la financiera. El sector petrolero ilustra bien este hecho. A pesar de que cada vez cuesta más extraer petróleo, pues está situado en lugares más inaccesibles (en aguas ultraprofundas, en regiones árticas o embebido en rocas duras), las empresas, en lugar de estar aumentando su inversión, la están reduciendo. La causa detrás de esto es sencilla: simplemente no les sale rentable, como muestra la quiebra en cadena de corporaciones especializadas en fracking desde 2020 o el anuncio de petroleras de tamaño medio como Repsol de que van a abandonar el sector. Esto redunda en una menor disponibilidad de bienes incluso cuando sube la demanda, pues un campo petrolero requiere años para ser puesto en funcionamiento.
Las decisiones políticas también desempeñan un papel en el proceso de desabastecimiento. De este modo, el brexit, combinado con las medidas de restricción migratoria, han impulsado la falta de camioneros en Reino Unido, lo que contribuye al desabastecimiento. Otro ejemplo es cómo Rusia usa su posición de fuerza con Europa (es uno de nuestros principales suministradores de gas) para ganar terreno en la geopolítica global.
Tanto empresas como gobiernos han precarizado hasta lo intolerable la vida de muchas personas que, simplemente, abandonan los sectores donde las condiciones de trabajo son inadmisibles.
Hay políticas de más largo aliento que también es necesario destacar, como las laborales. Tanto empresas como gobiernos han precarizado hasta lo intolerable la vida de muchas personas que, simplemente, abandonan los sectores donde las condiciones de trabajo son inadmisibles. Nuevamente, el sector de los camioneros es un buen ejemplo. Y esta precarización no es consecuencia de la avaricia de unas pocas personas (o, al menos, no solo), sino que está relacionada con los procesos de desinversión y, en definitiva, con la crisis estructural del capitalismo. Como nuestro sistema socioeconómico no consigue recuperar altas tasas de reproducción del capital, presiona a los eslabones más débiles para intentarlo. Dicho de otro modo, la precariedad laboral es una política hasta cierto punto inevitable en una coyuntura de debilidad de las fuerzas populares en un sistema altamente competitivo y en crisis que es ciego a cualquier otro imperativo que no sea reproducir el capital.
Pero todo esto es insuficiente para comprender lo que sucede si no sumamos la mirada ambiental. Vivimos en un planeta de recursos finitos y estamos alcanzando los límites de disponibilidad de distintos materiales. Por ejemplo, la extracción de plata, necesaria junto a otros 40 elementos para la producción de móviles, pues es uno de los que integran los chips, está estancada desde hace años como consecuencia de los límites de disponibilidad geológica. El problema no se restringe a la plata, sino que abarca el cadmio, el cobalto, el cromo, el cobre, el indio, el litio, el manganeso, el níquel, el plomo, el platino, el teluro o el zinc. Los impactos se extienden por el conjunto de la economía, pues sin una disponibilidad creciente de estos elementos no se pueden fabricar cada vez más molinos eólicos, ordenadores, acero o coches.
No solo faltan materiales, sino también energía. El aumento del precio del gas es el principal vector que está haciendo crecer los precios de la electricidad en España y en otros lugares de Europa. Los principales suministradores de gas a la Unión Europea son Rusia y Argelia y ambos países están atravesando una situación similar: su capacidad extractiva de este combustible fósil está estancada desde hace años. Es más, su consumo interno aumenta, lo que hace que su posibilidad exportadora se resienta más, lo que tensiona los precios al alza. Y, sin cambiar de modelo, hay pocas opciones, pues el gas se transporta mal por mar (es caro y podemos moverlo en cantidades pequeñas si las comparamos con el consumo), lo que excluye como alternativa el gas estadounidense o catarí.
La situación del gas no es única dentro del panorama energético. La extracción de petróleo parece que llegó a su máximo en 2018 y esto es fundamental en la articulación de la economía global, pues alrededor del 95% del transporte quema derivados del petróleo. Es más, este transporte depende sobre todo del diésel, que está en caída por lo menos desde ese 2018. Y podemos añadir el carbón, pues detrás de los apagones en la red eléctrica china está su dificultad para encontrar este combustible en cantidades suficiente en sus propias minas y en las internacionales. Por ejemplo, ha levantado el veto que tenía a la importación de carbón australiano, pero ni con esas consigue garantizar una producción eléctrica que evite cortes recurrentes.
El cambio climático también está contribuyendo a la situación. Volviendo a Taiwán, principal productor mundial de chips, allí el cambio climático está siendo un factor determinante en la sequía que sufre el país. Esto está afectando a la producción de chips, pues Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), líder mundial de esta industria, utiliza 156.000 toneladas de agua al día en la producción de sus chips. Y si no hay agua…
Incluso la crisis ecosistémica ha empujado al desabastecimiento. Los problemas logísticos como consecuencia de la pandemia de covid-19 se relacionan con la pérdida de biodiversidad, pues hay una amplia bibliografía científica que señala que la ruptura de los equilibrios ecosistémicos es determinante en la expansión de enfermedades zoonóticas (que provienen de otros animales) que estamos viviendo en los últimos años. Una de estas enfermedades, como sabemos, es la covid-19 que, combinada con unos insuficientes servicios sanitarios y una fuerte interconexión global, ha provocado una pandemia que ha obligado a ralentizar la economía entre invierno de 2019 y verano de 2021.
Varias de las causas del desabastecimiento son coyunturales, pero otras, como las ambientales, son estructurales e irresolubles. Por más dinero que se invierta, no conseguiremos crear plata o gas nuevo en la Tierra. La esencia del desabastecimiento es el choque de un sistema que necesita expandirse constantemente con la imposibilidad física y ecosistémica de sostener esta expansión.
Por ello, en el siglo XXI tenemos una gran disyuntiva: mantener un sistema que nos aboca a un desabastecimiento, que será cada vez más profundo y generador de desigualdades, o transformar radicalmente nuestra forma de relacionarnos con el resto de la vida y entre las personas. Esta segunda opción obliga a poner en marcha políticas de decrecimiento, localización e integración del metabolismo humano en el funcionamiento del metabolismo de la vida (o, dicho de otro modo, economías basadas en la agroecología y no en la industria o los servicios). También a trascender el capitalismo a través de una desmercantilización y desalarización de nuestras vidas. Y todo ello debe realizarse con fuertes medidas de redistribución de la riqueza que nos permitan vivir a toda la población mundial dignamente de manera austera. En definitiva, tener vidas plenas en armonía con el conjunto de la vida sin intentar, enfermiza y continuamente, traspasar los límites de nuestro bello planeta. En Escenarios de trabajo en la transición ecosocial 2020-2030 proponemos ideas más concretas de cómo hacer esta gran transición para nuestro territorio.
El lunes pasado ocurrieron al menos dos cosas insólitas: colapsaron durante horas ciertas redes llamadas “sociales” y al mismo tiempo brotó una red humana que se tejió de modo a la vez presencial y virtual con un libro como nexo: allí se habló de producción, de alimentación, de nuevos caminos, de creatividad, de economía, de transiciones, transformaciones y re-evoluciones.
La presentación de Agroecología – El futuro llegó, reunió al público en MU-Trinchera Boutique, presencialmente y a través de la pantalla, con figuras que han construido experiencias agroecológicas que ya son emblemáticas: Irmina Kleiner y Remo Vénica (Granja Naturaleza Viva, de Guadalupe Norte, Santa Fe), Rubén Gutiérrez, Rosalía Pellegrini, Celeste Gasper, Anahí y Ruth Paco (Unión de Trabajadoras y Trabajadores de la Tierra- UTT), Marcelo Schwerdt, Norman Brest y Cecilia Agner (Guaminí), Clara Alberdi (Coronel Suárez), Mabel Vesco, Carlolina Sgarbi, Paz Passone y Soledad Varela (Lincoln), Rubén Kika Kneeteman, (Programa de Alimentación Sana, Segura y Soberana del Municipio de Gualeguaychú), el doctor Martín Roberto Piaggio (por la Municipalidad de Gualeguaychú), el ingeniero agrónomo Damián Pettovello (Lincoln) y su colega Facundo Alvira (Trenque Lauquen) del proyecto Tekoporá, Patricia Domínguez (también de Trenque Lauquen), Amadeo Riva (también ingeniero agrónomo y responsable del campo La Primavera, Bolivar). Estuvo también Pablo Aristide, de la Fundación Heinrich Böll que trabajó junto a la Cooperativa lavaca para la primera edición del libro, y no alcanzaron a estar por razones familiares y de viajes Juan Kiehr (La Aurora, en Benito Juàrez), el ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá (gran impulsor y asesor de proyectos y actual Director Nacional de Agroecología, en viaje a Catamarca en el momento del encuentro) y el intendente de Gualeguaychú, Martín Esteban Piaggio.
El periodista de la revista MU, de lavaca.org y autor del libro, Sergio Ciancaglini, planteó al encuentro más que como una presentación del trabajo, como un homenaje a las personas que llevan adelante la agroecología en el país. Las historias relatadas en el libro (compuesto por dos volúmenes, uno de textos –El viaje- y otro de fotos –El paisaje- con las imágenes de Ignacio Yuchark, Martina Perosa y Lina Etchesuri) son el símbolo de una tendencia en crecimiento exponencial, destacó el autor, que al llevar adelante esas experiencias están haciendo un aporte crucial desde el punto de vista productivo, ambiental, alimenticio, cultural, económico y muchas más perspectivas que fueron surgiendo a lo largo de las intervenciones.
Comentó luego el ingeniero Pettovello: “Fue una alegría estar con un grupo tan espectacular, es casi imposible de pensar en poder estar con las personas que se encontraron allí”. El encuentro surgió de la idea del diseñador del libro y de la revista MU, Sebastián Smok, de reunir lo presencial con lo virtual, como viene haciendo lavaca en su Diplomado en Periodismo y Comunicación Ambiental, con el agregado de transmitirlo para la gente que no podía acercarse a Riobamba 143. Pese al colapso de las empresas del señor Zuckerberg, la presentación pudo realizarse y superar ese aislamiento social que tal vez confirma que el Covid 19 no es la única pandemia del presente.
2025: liberar al país de agrotóxicos
Algunos conceptos:
Irmina Kleiner contó parte de la historia de Naturaleza Viva. “Los grande expertos nos decían: ‘lo que hace ustedes no va andar’. Era hace más de 30 años. Pero nosotros estábamos felices sintiéndonos protagonistas, trabajando a favor de la vida, en contraposición a otro modelo que contamina agua, suelo, cultivos y alimentos, enfermando también a los animales y a las personas”. Contó cómo fueron poniéndose en contacto con otras experiencias continentales, y se abrieron a visitantes y pasantes como un modo de difundir el trabajo agroecológico.
“Este viaje del libro fue uniendo todas estas experiencias y me encantó como se fue hilando profundo, encontrando las motivaciones económicas y filosóficas de estos proyectos. Ahora que tenemos este viaje del libro ya recorrido, creo que ya nadie se debe sentir solo en este andar. Vamos a ir encontrando los grandes temas que nos quedan pendientes a resolver, el hambre en la Argentina y en el mundo, de qué manera podeos aportar a solucionar eso. Cómo sostener y cultivar una tierra cada vez más fértil. El acceso a la tierra de quienes quieren producir y transformar los alimentos primarios, y el tema de la comercializacón. El cambio climático, y de qué manera construir estos nuevos paradigmas desde la agroecología con una visión social, sostenible, del mundo productivo en el medio rural”.
Remo Vénica consideró que el libro es una especie de semilla. “Al tocar y plantear las experiencias maravillosas que están creciendo en Argentina nos permite ir a una idea: que en el 2025 Argentina esté libre de agrotóxicos”. Explicó lo problemático de seguir con el modelo actual. “El libro va a abrir más la posibilidad del debate y la discusión, y hay que ver cómo consolidar el crecimiento enorme de campesinas, campesinos, que están despertando hacia un nuevo amanecer”. Planteó que el gran debate pendiente es cómo seguir construyendo una nueva ruralidad argentina a partir de lo que consideró una “revolución” a partir de las comunidades, transformadas en experiencias productivas alimenticias. Postuló a la agroecología como “un horizonte de transformación social ambiental y política”.
En el libro además se relata la historia de cómo Irmina y Remo huyeron de la dictadura en los años 70, escondiéndose en la selva durante cuatro años, donde tuvieron dos hijos, aprendieron a sobrevivir, e incorporaron una notable lectura sobre la naturaleza y su significado. Hablan también en el volumen sobre los cambios en lo que se postulaba como “toma del poder” y sobre el concepto de re-evolución, entre muchas otras cosas.
Marcelo Schwerdt intervino desde Guaminí, donde los productores entusiasmados por Eduardo Cerdá hicieron un viaje similar al del libro conociendo Naturaleza Viva “y nos rompió la cabeza”. Destacó la acción de generar trabajo, ambiente sano, alimentos locales. “Lo que muchos dicen en los discursos, aquí se construye. Hablo de la soberanía alimentaria, metiendo las manos en la tierra”. Guaminí fue de los municipios incorporados a la RENAMA (Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología), que ya reúne cerca de100 mil hectáreas cultivadas y más de200 productores. ”A la vez proponemos leyes nacionales y provinciales para que haya más herramientas que favorezcan la agroecología, que está demostrando que es cierto: el futuro llegó”.
Clara Alberdi, de Coronel Suárez, destacó la idea romper la soledad: “Y además la necesidad de cultivar de otra manera tiene que ver con un cambio de mentalidad, de la manera de vincularnos entre las personas, con los animales y las plantas, Es un camino de sanación. Restaurar el amor como paradigma, apoyarnos, ayudarnos, contenernos. En Guaminí es algo que nos une permanentemente. Y te lleva a otras transiciones: ser mujer en el ámbito rural es todo un desafío, y me llevó a militar muy fuertemente el feminismo. Y dejar de ser crueles con los animales, y ver cómo seguimos”.
Norman Brest y Cecilia Agner, también desde Guaminí, compartieron el radical cambio de vida que decidieron al abandonar la ciudad y sus trabajos relacionados con industrias contaminantes, historia también detallada en el libro.
Mabel Vesco, de Lincoln, contó de qué modo dejaron d utilizar fertilizantes y agroquímicos. “Es algo maravilloso, ojalá puedan visitarnos también”. Paz Passone, técnica del INTA destacó cómo el grupo de Lincoln fue contagiando a toda la región y a otros equipos técnicos. Otra vecina, tambera de la zona, Carolina Sgarbi, describió la formación del grupo de Lincoln junto a Pablo Argilla y Daniela Rumi, entre tantos que hoy son un caso emblemático de las transiciones agroecológicas.
De Bayer a la agroecología
El ingeniero agrónomo Damián Pettoverllo contó que fue parte del sistema de agronegocios, hasta uno de sus últimos trabajos desarrollando los productos y esquemas de aplicación de multinacionales como Bayer. Describió “un mundo hipócrita y careta donde nos ganamos mucho respeto por hacer cosas que hoy puedo decir que no estaban bien”. Trabajaba en el desarrollo externo de producto y evaluaba a los pesticidas que salían al mercado.
Relató su crisis personal al comenzar a percibir que el vínculo y el amor por la naturaleza por el cual había querido estudiar Agronomía, chocaba con una práctica “con la que estaba haciendo todo lo posible por destruirla y dañarla”. Reconoció que el sistema le ofreció dinero, el materialismo “tan enfermizo al que nos lleva la sociedad”. El libro describe cómo Damián vivió su propia transición y con su amigo y colega Facundo Alvira, descubrieron lo agroecológico y se volcaron a ese enfoque productivo a través del proyecto Tekoporá.
Rescató de la agroecología sus aristas sociales, ambientales, “y algo que es muy fuerte, que es recuperar toda nuestra cultura, aprender, escuchar, leer, todo tiene implicancia política no partidaria, sino por la ética. Otra diferencia con el agronegocio es el tema del individualismo. Acá nos motiva el amor, la cooperación, la sinergia”. Otro aspecto: “Es muy importante el rol de los consumidores. estamos con un sistema inmune totalmente deteriorado”. Así Daián relacionó la macroeconomía con los efectos en la salud del modo actual de producción.
Desde Trenque Lauquen, Patricia Domínguez contó las acciones del grupo Vecinxs Autocovocadxs por la Salud Ambiental. “Hay una perversión del modelo que enferma, convivimos con la enfermedad de nuestros cuerpos. Y ayer mismo veíamos un avión fumigador sobrevolándonos y pulverizando”. Sus padres fueron los primeros que señalaron los efectos de contaminación gracias al alerta de los árboles: se estaban muriendo los paraísos. Se aclaró en la charla que no se trata de una metáfora sino del signo de lo que después Trenque Lauquen vivió como contaminación de sus aguas y de la salud humana.
Facundo Alvira planteó, entre tantas, la cuestión de la falta de nutrientes en los alimentos, y más tarde destacó la falta de apoyo concreto del Estado a los proyectos agroecológicos que postulan nuevos estilos productivos.
Amadeo Riva, del campo La Primavera, de Bolivar, reconoció que entró a lo agroecológico “porque no me cerraban los números”. Conoció a Eduardo Cerdá y comenzó su transición. “En un campo de 1.200 hectáreas usaba de 9 a 13.000 litros de glifosato por año, pero hoy ya casi no estoy usando” informó sobre un proceso gradual en los últimos cinco años. “Entré por una cuestión de bolsillo, pero uno no se da cuenta cómo se termina transformando uno. Empecé a mirar la vida de otra manera. El horizonte que me estaba aplastando, se me hizo infinito. Es algo que me trajo energía de dedsafío, de búsqueda. Volví a pensar, antes era todo recetas, ahora es creatividad, observación. Otros productores alrededor mío decían que estaba perdido, que iba para atrás. La gente de a poco empezó a imitarme. Y mucha gente quiere venir a ver qué estoy haciendo para ver si pueden reproducir eso”. Sobre el libro utilizó una palabra: “fenomenal”.
Rubén Kneeteman es mucho más conocido como Kika. Planteó desde Gualeguaychú lo relacionado con el Programa de Alimentación Sana, Segura y Soberana (PASS), consideró que la alimentación es el gran punto de contacto entre sectores rurales y urbanos. “El alimento es lo que nos une y es la solución a muchos problemas sociales y ambientales”. Destacó el placer que le generó leer sobre las experiencias agroecológicas, entre las que figura la propia Gualeguaychú. Postuló una hipótesis: “Si comiéramos sano, seríamos buenos tipos. Somos jodidos porque comemos mierda. No hay posibilidad de producir bien, comercializar justo y ser jodidos. Si comiésemos de otra manera tendríamos otros políticos, otros comerciantes y hasta otros banqueros. Y este libro también es una forma de alimentarse de otra manera”.
Rosalía Pellegrini, una de las fundadoras de la UTT: “Mi historia de llegada a la agroecología tiene que ver con cuánto horizonte de vida podés tener en un asentamiento donde solo comés polenta y fideos. Llegamos pensando que el acceso a la tierra y la producción de alimentos es la posibilidad de que muchos sectores excluidos tengan una vida digna. Por eso lo enlazamos con el buen vivir. La agreocología tiene algo fabuloso: no es solo dejar de producir con agrotóxicos, reconstruir los suelos y el ambiente, sino también plantear un horizonte social, político y de justicia para los que menos tienen. Trabajo digno, igualdad de género, nuevas relaciones sociales, y todo lo que se ha venido mencionando hasta aquí”. Advirtió que simultáneamente “el mundo colapsa, cada vez hay más pobreza, la crisis económica y alimentaria es cada vez mayor y un puñado de corporaciones se enriquecen cada vez más” frente a lo cual reivindicó lo agroecológico como norte político para un esquema que incluya la justicia social.
Anahí (19 años), Ruth (17) y Celeste (19) relataron la experiencia del COTEPO (Consultorio Técnico Popular de la UTT) creado bajo el criterio de la enseñanza entre campesinos para difundir lo agroecológico, a partir de cómo obtener bioinsumos con elementos muy sencillos que permiten dejar de utilizar fertilizantes y pesticidas químicos, logrando a su vez una regeneración absoluta de los suelos para que vuelvan a producir frutas y verduras sanas. Organizan talleres para que participen otros jóvenes y familias que deciden hacer la transición a la agroecología. Rubén Gutiérrez, también de la UTT, dijo: “Estamos demostrando que en el campo hay futuro. Conocí a mi compañera Maritsa, me enamoré de ella y me enamoré del campo, ella me explicó cómo se podía producir de otra manera. Yo defendía usar agrotóxicos, pero ella me hizo entender y aprendí todo de nuevo. No solo es un modelo de producción sino un estilo de vida” dijo, sumándose al sueño que Remo planteó al comienzo de la charla: llegar a un 2025 con un país sin agrotóxicos. Otro desafío tras la presentación del libro, mientras la agroecología sigue creciendo.
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– Ante los hechos sucedidos en El Estor (Guatemala), Ecologistas en Acción nos sumamos a la condena por la represión policial y militar del Estado de Guatemala contra la población Q’eqchi’ en la defensa de su territorio, favoreciendo los intereses privados de las empresas extractivistas mineras.
– Por extensión, manifestamos también nuestro apoyo al paro nacional convocado para los días 15 y 16 de noviembre y que está siendo, de la misma forma, duramente reprimido por las fuerzas policiales.
En El Estor se localiza una mina de estaño explotada por la Compañía Procesadora de Níquel de Izabal, S.A. (PRONICO), subsidiaria de Solway Investment Group, una compañía Suiza con capital ruso, y la CGN (Compañía Guatemalteca de Níquel). La historia más reciente, como parte de un conflicto más amplio en la región por los proyectos mineros, se inicia en febrero de 2018, cuando integrantes del pueblo q’eqchi’ iniciaron un proceso legal contra el otorgamiento de la licencia de explotación por no haberse realizado la consulta a los pueblos afectados por la mina.
En enero de 2019, la Corte Suprema de Justicia ordenó la realización del proceso consultivo, y en julio de ese mismo año la Corte de Constitucionalidad suspendió provisionalmente la operación minera hasta la resolución del proceso legal. Pese a ello, la empresa PRONICO-Solway/CGN siguió operando con el auspicio del Gobierno y el Ministerio de Energía y Minas. El 18 de julio de 2020, la Corte de Constitucionalidad sentenció la orden de ejecutar el derecho a la consulta de los pueblos indígenas afectados y redujo el área de explotación minera, advirtiendo la violación de las leyes ambientales por la ausencia de una evaluación de impacto ambiental. Desde entonces, PRONICO-Solway/CGN han continuado su actividad sin acatar las resoluciones judiciales.
Por todo ello, el pasado 4 de octubre se inició una resistencia pacífica por parte del pueblo q’eqchi’ cortando el acceso de los camiones a la mina. Ante esta situación, representantes de la minera, acompañados por la Policía Nacional, iniciaron una aparente negociación. Finalmente, el 22 de octubre llegaron a la zona fuerzas antimotines de la policía y el ejército, haciendo un uso desmedido de la fuerza para desalojar la resistencia pacífica. La represión continuó hasta el día 24, momento en que el Gobierno decretó el estado de sitio en El Estor, lo que está permitiendo, durante 30 días, limitar el derecho de manifestación y realizar detenciones sin orden judicial.
Ante esta situación, Ecologistas en Acción manifestamos:
Indignación por las decisiones del Gobierno de Guatemala, culminadas con el decreto de estado de sitio militarizado, en contra de las resoluciones de la Corte Suprema de Justicia y la Corte de Constitucionalidad que sentencian la obligación de realizar una consulta avalada a los pueblos indígenas del territorio, en contra de los derechos humanos atacando con violencia a una manifestación pacífica, y en contra de la libertad de prensa atacando a los periodistas que daban cobertura a los hechos.
Solidaridad con la resistencia del pueblo q’eqchi’ en El Estor, y en especial con el comité de mujeres organizadas q’echies del Lote Ocho. Así mismo, nuestro apoyo al movimiento indígena y campesino que está movilizado a nivel nacional estos días.
Denuncia contra las prácticas corruptas de las empresas mineras para maximizar sus ingresos económicos esquilmando y destruyendo los ecosistemas y las comunidades locales.
Por ello hemos instado al Gobierno español, a través de una carta a la Embajada de España en Guatemala, a condenar, en virtud del derecho internacional, estas prácticas ilegales y la respuesta violenta del Gobierno del Estado Guatemalteco contra las comunidades de los pueblos originarios. Consideramos que el Gobierno español debe pronunciarse claramente llamando al cumplimiento de los Derechos Humanos y de las resoluciones judiciales nacionales que obligan a realizar una consulta avalada a los pueblos indígenas de El Estor.
Fuentes: La marea climática [Imagen: Un cartel en Glasgow durante la COP26 celebrada en Escocia. Foto: DYLAN MARTÍNEZ/REUTERS]
«Los negacionista existen, sin duda, pero no representan ni mucho menos todas las posturas en oposición», escribe Núria Almiron, quien considera «mucho más ajustado y útil hablar de ‘obstruccionismo’ para arrojar luz sobre el verdadero problema».
De 2017 a 2021, he tenido la oportunidad de coordinar el proyecto de investigación Thinkclima, formado por un equipo de investigadores internacionales con el que hemos estudiado el discurso de un grupo de think tanks europeos contrarios a la acción climática. El principal carácter innovador del proyecto ha sido su mirada crítica con el antropocentrismo especista, que ha incluido examinar a fondo, por ejemplo, el discurso relacionado con la dieta, la sobrepoblación, la tecnología y la economía. Al término de la investigación, y tras cinco años de inmersión en el tema, este artículo pretende compartir una conclusión personal: la necesidad de evitar el uso indiscriminado y trivial del término “negacionismo” en la crisis climática.
Esto es imprescindible para poder identificar bien el problema, algo que esta denominación, en mi opinión, impide por su carácter reduccionista. En realidad, he llegado a la conclusión de que esta etiqueta es en sí misma una ocultación, incluso negación, del problema real.
Cuando en 2016 se me ocurrió presentar el estudio de los think tanks europeos negacionistas del cambio climático a una de las convocatorias anuales de financiación estatales, lo hice inspirada por la excelente literatura publicada en los Estados Unidos por un grupo de investigadores que han hecho un enorme trabajo al respecto en ese país. En Europa, nadie había abordado en su conjunto, comparando países, si existía algún tipo de «negacionismo» organizado, así que me pareció relevante proponer estudiar el caso de los think tanks, organizaciones que en los Estados Unidos han tenido un rol muy relevante en la difusión de argumentos contrarios al calentamiento global.
Tengo que reconocer que desde la preparación misma del proyecto ya me percaté de la crítica que el término «negacionismo» recibía por parte de algunos de los investigadores estadounidenses más veteranos y del hecho de que muchos evitaban usarlo, pero, o no fui capaz de procesar esta información, o simplemente no me convenía en aquel momento entenderlo.
El “negacionismo”, normalizado y diseminado con insistencia por los medios de comunicación, es un término llamativo, una cualidad necesaria para que un proyecto consiga financiación, así que lo incluí en el título. Ahora, con el bagaje de estos cinco años, no lo haría: generalizar la oposición a la lucha climática con el término “negacionismo” es un error que trivializa algo muy serio, el negacionismo, y lleva a engaño sobre el verdadero reparto de responsabilidades en el problema climático.
Tres son principalmente los motivos que me llevan a sugerir dejar de emplear el término “negacionismo” para referirnos al conjunto de actores que no secundan o incluso boicotean la acción climática:
En primer lugar, tanto en los Estados Unidos como en Europa está claro que la tipología de los argumentos de las personas y grupos que disienten del activismo climático es mucho más amplia que lo que el término “negacionista” implica. Los negacionistas, sin duda, existen –aquellas personas que niegan los hechos históricos del calentamiento global antropogénico–, pero no representan ni mucho menos todas las posturas en oposición.
El análisis del ideario utilizado tanto en los Estados Unidos como en Europa permite detectar que menos de una cuarta parte de los argumentos utilizados son de carácter estrictamente negacionista. Históricamente, desde que aparece la disidencia climática, los argumentos más utilizados son principalmente los relacionados con las soluciones políticas y el mero ataque a los activistas climáticos. En realidad, la enorme mayoría de estos disidentes climáticos no niegan el calentamiento global, sino que esencialmente se oponen a las políticas que pretenden atajar el problema. Los motivos esgrimidos para esta oposición son, sobre todo, de ausencia de eficacia o incluso de prioridad (porque tenemos otros problemas más acuciantes o porque las políticas no pueden arreglar el problema o incluso pueden empeorarlo y además perjudican a la economía).
En general, lo que las investigaciones han desvelado es que hay algunos negacionistas de la crisis climática antropogénica, pero, sobre todo y eminentemente, hay mucho obstruccionismo político. Por este motivo, los investigadores anglosajones han sido tan prolíficos en las etiquetas utilizadas –que han incluido la “maquinaria negacionista” pero también a “climaescépticos”, “contramovimiento climático”, “contrarianismo” o, más recientemente “obstruccionismo”.
Este último término es el que intuyo como más exacto, pues el obstruccionismo (negacionista o no) es la principal cualidad común que comparten todos estos actores, unidos por el hecho de percibir como una amenaza cualquier alteración del modelo económico. Los vínculos con la derecha conservadora, el libertarismo y el neoliberalismo del contramovimiento climático en Estados Unidos y en Europa lo confirman: no es el negacionismo lo que les une sino la defensa del capitalismo financiero, oligárquico y patriarcal. Es cierto que algunos son negacionistas, pero muchos otros son escépticos o simplemente van a la contra, mientras prácticamente todos son defensores del statu quo económico.
En segundo lugar, el término “negacionista” no es simplemente una muy inexacta generalización aplicada al contramovimiento climático, sino también una estrategia retórica maniquea pues polariza simplistamente a la sociedad dividiéndola entre malos (negacionistas) y buenos (no negacionistas). Esto permite criminalizar a los primeros y exculpar a los segundos, cuando la realidad es que en el segundo grupo hay tantos o más obstruccionistas (aunque no sean negacionistas del cambio climático).
Los investigadores estadounidenses hace tiempo que se percataron de ello explicando que la disidencia a la lucha climática está formada por un grupo de actores mucho más amplio que el puñado de think tanks financiados por la industria petrolera. Además de estos, en Estados Unidos el contramovimiento incluye también a corporaciones y asociaciones comerciales, coaliciones y grupos de interés, agencias de relaciones públicas, grupos activistas de falsa bandera, filántropos y fundaciones conservadoras, algunos científicos, medios de comunicación, políticos conservadores y blogueros. En Europa, también hemos podido identificar que los think tanks obstruccionistas no están solos, sino que están al menos conectados con el movimiento neoliberal y con el contramovimiento estadounidense, además de contar también con periodistas y blogueros afines.
Pero lo anterior no es aplicable solo al bando disidente. Entre los no negacionistas podemos encontrar una lista igual de larga de actores que, sin negar el cambio climático -todo lo contrario, habiendo incorporado la retórica del activismo climático a su discurso-, son obstruccionistas de primer orden de la acción política. De entre estos actores destacan algunas industrias, principalmente de los sectores energético, del transporte y agrícola-alimentario, cuyos lobbies se han dedicado a retrasar tanto como han podido la acción climática.
En un estudio sobre el lobby de la carne en la Unión Europea, he explicado cómo la estrategia seguida por el mismo ha sido una réplica del obstruccionismo climático clásico: diseminar información que ponga en duda el consenso existente sobre el carácter contaminante de la producción de carne y convencer a los políticos que la tecnología (no un cambio de dieta) es la solución.
En concreto, una de las estrategias con las que el lobby de la carne ha conseguido retrasar las decisiones políticas al respecto de las emisiones de la carne ha sido cooptando la discusión para centrarla en aspectos que demoran indefinidamente las decisiones. Con acciones de este tipo, este lobby, junto a los lobbies energético y del transporte y otros, han obstruido sistemáticamente la acción política climática, retrasando cualquier cambio relevante.
Públicamente, todas estas industrias muestran preocupación y consciencia medioambiental, pero entre bastidores sus lobbies dedican ingentes cantidades de dinero y esfuerzos a obstaculizar las políticas climáticas eficaces, las cuales son vistas como una amenaza a los negocios. Esta realidad, este obstruccionismo -y no la influencia de los “negacionistas”- es el que ha impedido que en Europa se avance en materia de política climática de forma eficaz, a pesar de ser una de las regiones del planeta donde sus habitantes están más concienciados en el tema.
Pero la falacia dualista no acaba aquí, porque entre los “no negacionistas” que no colaboran están también organizaciones progresistas y la misma ciudadanía, una ciudadanía que, en su mayor parte, en Europa al menos, es muy consciente del problema medio ambiental, pero que es muy reticente a los cambios de hábitos que más impacto tienen, como los vinculados a la dieta, transporte o turismo.
Este comportamiento lo he descrito como el tipo de negación implicatoria que definió el sociólogo sudafricano Stanley Cohen. Esta negación no niega el problema –el calentamiento global– ni sus causas –antropogénicas–, pero niega las implicaciones de esos hechos. Por ejemplo, los cambios de conducta que los humanos deben afrontar si son consecuentes.
A este respecto, un estudio que realizamos sobre un centenar de los think tanks más importantes de Europa de todas las ideologías ha demostrado que estas organizaciones en Europa han invertido una atención mínima, anecdótica, con poquísimas excepciones, en la importante cuestión de la dieta basada en animales y su impacto en las emisiones de calentamiento global. Todo lo cual pone en evidencia que los que mantienen algún grado de obstruccionismo o de no colaboracionismo son muchos más de lo que hemos venido en llamar “negacionistas” y asociamos con la derecha ideológica.
Finalmente, el término “negacionismo” no es útil porque no contribuye a un debate fundamentado, basado en argumentos, y trivializa al verdadero negacionismo. El concepto “negacionismo” nace vinculado a la negación del Holocausto judío, motivo por el cual la mayoría de definiciones del término lo vinculan al revisionismo histórico y al derecho internacional. De hecho, en el diccionario Panhispánico puede leerse como definición de negacionismo: “Delito de odio que comete quien niegue públicamente un delito de genocidio, de lesa humanidad o contra las personas y bienes protegidos en caso de conflicto armado.”
El término merece, pues, una aplicación razonada y precisa. Su uso indiscriminado produce, por el contrario, una división que, como hemos visto, es falaz porque no existe algo así como dos bandos en la inacción climática sino un conglomerado de actores entre los que algunos niegan, bastantes más obstruyen y una enorme mayoría no colabora o boicotea la acción climática inconscientemente. De este modo, la etiqueta “negacionista” acaba sirviendo para ocultar la responsabilidad que tienen los no negacionistas.
En suma, el negacionismo literal de la crisis climática y sus causas está protagonizado solo por un grupo muy reducido de actores con una influencia variable en la decisión política, mucho mayor en los Estados Unidos que en la Unión Europea. En Europa, el obstruccionismo a la acción climática por parte de principalmente actores no negacionistas ha sido determinante en el freno a la acción climática.
En este contexto, la frivolidad con que se utiliza el término “negacionismo” contamina a la política y la opinión pública e impide ver el problema medioambiental en su compleja y multifacética realidad. Impide, en definitiva, identificar las responsabilidades reales de cada actor implicado –que son más que el puñado de excéntricos de derechas que la etiqueta “negacionista” recrea en la mente de la mayoría de personas. Es, pues, mucho más ajustado y útil hablar de “obstruccionismo” para arrojar luz sobre el verdadero problema: que detrás de postulados aparentemente favorables a la lucha contra el cambio climático se esconden, en realidad, posicionamientos que sistemáticamente obstruyen los cambios efectivos para dejar de contaminar.
En conclusión, y paradójicamente, culpar a los “negacionistas” del problema climático supone una negación en sí misma: porque niega la responsabilidad de los muchos actores “no negacionistas” que obstruyen, boicotean o simplemente no colaboran mientras mantienen una retórica aparentemente activista por el clima. Como ejemplo final de cómo de extendida está esta negación, basta con atender a la historia de las conferencias anuales de la UNFCCC (Conferencia Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático) en Bonn, Alemania, o en cualquiera de sus sedes COP, con sus menús repletos de opciones basadas en alimentos de origen animal en lo que se supone es el principal foro de la lucha contra el calentamiento global.