¿Ha venido el covid-19 para quedarse? No cabe duda de que la pandemia que estamos viviendo, con sus devastadores efectos tanto en términos humanos como socioeconómicos pone en primer plano, confrontándonos, aquello que a menudo no queremos ver. Ya no hay escapatoria. La muerte, el aislamiento y la crisis nos confronta directamente nuestro modo de vida, anclado en un sistema económico desigual, alienante y corrosivo. El covid-19 nos invita a cuestionarnos, especialmente a los economistas, las falacias del capitalismo y los mitos acerca de nuestro supuesto bienestar. Es lo que tiene la distopía. Desde confines más oscuros podemos ver más claro, porque ya no hay donde escondernos ni donde distraernos.
Ya hace décadas que el capitalismo viene mostrando su faceta más depredadora y parasitaria. Años de neoliberalismo, marcados por la financiarización y la desigualdad, han deslegitimado históricamente un sistema (el capitalista), si es que alguna vez la tuvo, que ha sido incapaz de cumplir de forma justa y sustentable la reproducción material de nuestras sociedades. El desarrollo histórico del capitalismo ha mostrado ciertamente su capacidad de supervivencia, cual ave fénix renaciendo de sus propias cenizas, pero a su vez se han evidenciado sus contradicciones más acuciantes: i) la desvalorización de la fuerza de trabajo cuya mercantilización y explotación creciente aparece indiferenciada de cualquier otra mercancía; ii) el menosprecio por la esfera reproductiva cuya lógica, la sostenibilidad de la vida, se enfrenta a la lógica de la acumulación que reina en el ámbito productivo; iii) la superación de los límites impuestos por sistemas de orden superior, como el natural, sobre el cual descansa el propio proceso de producción y reproducción de la sociedad.
Esta pandemia nos ayuda a desvelar lo que el manto mercantil de un capitalismo que todo lo impregna ha ido oscureciendo. Es ahora una buena oportunidad para re-conocer aquello que ya sabemos pero que (parece) se nos olvidó.
Re-conocer que es la fuerza humana la que mueve el mundo. Hoy más que nunca se pone de manifiesto que la rueda que hace girar la economía es la energía y el esfuerzo de la fuerza de trabajo, imprescindible para producir aquello que necesitamos. Cuando nos quedamos en casa, la actividad cesa, la producción cae, el riesgo del desabastecimiento es real. Incluso peor, nuestra curación está en manos de l@s sanitari@s. Todavía no se conocen maquinas que intuben a los enfermos y robots que den clases virtuales a nuestros hijos. Abandonar la ilusión tecnológica de un mundo robotizado y ver el peligro del creciente desplazamiento de la fuerza de trabajo es hoy más obvio y necesario que nunca.
Re-conocer que somos seres dependientes. Concebimos la sociedad atomizada formada por individuos autónomos, independientes y autosuficientes. En el peor de los casos creemos en el fastidioso “homo economicus”. La vulnerabilidad a la que nos enfrenta el coronavirus nos evidencia nuestra dependencia de todo, obviamente en lo material (desde lo que comemos) y también en lo inmaterial (hasta lo que sentimos). El reconocer que el mundo es interdependiente implica desbancar la lógica antropocéntrica, cuestionando nuestra osadía en manipular, organizar y ordenar el mundo a nuestro antojo. Sentirnos dependientes es reconocer la necesidad del otro y de lo otro, denunciar la explotación humana y el abuso de la naturaleza.
Re-conocer que necesitamos dignificar el valor de lo doméstico. La pandemia y el consiguiente confinamiento desbanca la prepotencia del ámbito productivo (el dinero, el estatus, la competencia) e irremediablemente devuelve su valor intrínseco a aquello que sostiene la vida, el mundo de los cuidados, invitándonos a reequilibrar individual y colectivamente la balanza siempre decantada hacia lo productivo. El verdadero valor está en lo humano, en nuestras relaciones, en nuestros contactos, en nuestras miradas. El acento ya no está ahora en lo que puedo conseguir o alcanzar, sino en lo que soy y lo que valoro.
Re-conocer que nuestro modelo de vida es alienante. Paradójicamente a más confinamiento (físico) menos aislamiento (social). El quehacer compulsivo y estresante en una sociedad capitalista que nos aturde con el consumo indiscriminado, con la (des)conexión telemática y con la obcecación de conseguir más (de lo que sea) en cierto sentido se ha paralizado. Quizás hemos pasado de aquella prisión a una nueva, pero este aislamiento entre cuatro paredes nos invita a una mirada más introspectiva, preguntándonos en que estoy yo y en que esta el otro, acerándonos a nuestr@s familiares, a nuestr@s vecin@s, a nuestr@s cajer@s desde otro lugar. Estamos aislados, pero menos alienados, y la empatía nos sienta bien.
Gemma Cairó i Céspedes, doctora en Economía y profesora de la Universitat de Barcelona. Coordinadora y coatura de Economía mundial. Deconstruyendo el capitalismo global.
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