Por segunda vez en lo que va del año, una desmesurada ofensiva represiva contra los campesinos miembros de la Asociación Departamental de Productores de Coca (Adepcoca) de La Paz ha puesto en evidencia la gravedad del conflicto de intereses que separa a los dos principales sectores cocaleros. Los de los Yungas de La Paz en un polo y los del Chapare en el otro.
Una advertencia sobre el potencial explosivo de ese conflicto se produjo en marzo pasado cuando un grupo de militantes del MAS quiso tomar la sede de Adepcoca, lo que estuvo a punto de desencadenar un incontrolable brote de violencia en pleno centro de La Paz. Como se recordará, en aquella ocasión el Gobierno asumió sin disimulo alguno una posición de firme apoyo a sus seguidores. Y ello llegó al extremo de movilizar a la Policía para respaldar la ofensiva contra los cocaleros yungueños. Fue tanto el riesgo de violencia, que el Gobierno se vio obligado a dar marcha atrás en el operativo que pretendía tomar el control de la organización de cocaleros yungueños.
Sin embargo, y como se ha podido comprobar durante los últimos días, ese fue sólo un repliegue táctico porque la presión contra los afiliados a Adepcoca con el pretexto de luchar contra los cultivos ilegales de coca no se detuvo. Y se llegó al previsible extremo de reanudar la contabilización de muertos y heridos.
La torpeza con que las fuerzas gubernamentales han reincidido en su ofensiva contra los cocaleros de los Yungas ha provocado nuevas movilizaciones en la Sede de Gobierno. Y esta vez ya no son solo los cocaleros los que se manifiestan sino que se ha involucrado en las marchas a un centenar de niños, compañeros de escuela de la hija de uno de los muertos en los enfrentamientos. Y como los ánimos están cada vez más caldeados, se teme que durante los próximos días se mantenga el ritmo ascendente de la espiral de violencia.
Paradójicamente, mientras eso ocurre con los cocaleros de los Yungas, los del Chapare no dejan de dar casi a diario muestras del poder del que disfrutan. El más reciente ejemplo lo dieron los colonos del ya famoso Polígono 7, área del Tipnis donde se multiplican los cocales ilegales, abundan las pozas donde se transforma la coca en cocaína y, ante la mirada condescendiente del Gobierno del MAS, se deja fluir todo el proceso que va de la plantación de coca a la exportación de cocaína.
Así, La Asunta y Polígono 7, y por extensión los Yungas de La Paz y el Chapare de Cochabamba, tienden a constituirse en los máximos símbolos de la manera como está siendo abordado el tema de la coca, la cocaína y el narcotráfico.
http://elpotosi.net/opinion/20180903_la-coca-de-los-yungas-y-la-coca-del-chapare.html
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