miércoles, 28 de febrero de 2018

La ruleta rusa y la espada de Damocles del amianto, dos metáforas para un material con el que se asesina.

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Carolina Garrido y Paco Puche
Rebelión


Las metáforas nos piensan (Emmanuel Lizcano)

Saber que has estado expuesto al dañino polvo, esperar cada año la cita para ver el resultado de las pruebas médicas, para determinar si eres o no agraciado en la ruleta rusa del amianto, debe ser un peso difícil de soportar.
Vivir con angustia los días previos al reconocimiento, al que otros ya han ido. De hecho, muchos de ellos, amigos, conocidos, compañeros… ya no están.
Que esta vez el tiempo de latencia y la fortuna te hayan dejado en paz, significa que el reloj sigue contando. Que en un tiempo cercano deberás regresar a la consulta y vivir nuevamente toda la espera, para someterte otra vez a las pruebas, esperar… Esperar con deseo de que los resultados sigan siendo benévolos.
Esta es la interminable historia de quienes han estado aspirando polvo de amianto, que viven con el miedo a que lleguen los resultados médicos cualquier día y determinen, que también han sido elegidos por la ruleta rusa del amianto.
***
La espada de Damocles, hace referencia a una leyenda griega convertida hoy en metáfora, que el Diccionario de la Real Academia define como "Amenaza persistente de un peligro". Que puede veniren cualquier momento, inesperadamente. En su origen, la leyendatrataba de dar una lección a Damocles, un cortesano que pretendía disfrutar de todos los privilegios reales en un intercambio que hizo con el Rey de Siracusa. La cena donde Damocles disfrutaba de todos los manjares y los mejores vinos, sintiéndose la persona más afortunada del mundo, se truncó al divisar una afilada espada atada con un hilo de crin de caballo sobre su cabeza.
En nuestra metáfora, la espada que pende sobrelas cabezas de los afectados del amianto se llama mesotelioma y no siendo una metáfora, deben seguir cenando durante cuarenta o más años con la ominosa espada mortíferas encima de sus cabezas.
Cuando cae, sea por una exposición continuada o esporádica, inesperadamente… puede ocurrir lo siguiente:
Pese a sus 53 años y no haber estado nunca en contacto directo con el amianto, Marcel Jann, sabía que le quedaban solo unos meses de vida. Era el precio por haber vivido diez años de su adolescencia al lado de la fábrica en Niederurnen (Suiza)-,
Un día de otoño de 2004, aquel maestro apasionado de la montaña y la bicicleta tuvo tales dificultades para respirar que creyó ahogarse. (…) Después de una quimioterapia complicada, en la primavera de 2005, le extrajeron el pulmón derecho, incluida la pleura, así como el diafragma, una costilla y el pericardio a lo largo de una operación que duró siete horas. Diez días después precisó de una intervención de urgencia…(Recuperado)” su lucha por la justicia”, como él la llamaba, se convirtió en su razón de vivir. Dirigió muchas cartas a Stephan Schmidheiny (responsable de la empresa Eternit) exigiéndole disculpas e indemnizaciones, pero con la venta de la empresa, todo había sido transferido. ¡Schmidheiny ya no se consideraba responsable!
Jann continuó luchando hasta los últimos meses de su vida. Falleció en octubre de 2006. Afirmó que no podía aceptar esa enfermedad mortal sin rechistar, mientras le llevaban a Glarus-Suiza- a hacer su declaración ante el juez de instrucción, conectado a su botella de oxígeno y acostado sobre una camilla (Retrato de Marcel Jann: “La lucha por la justicia”) [i]
El fiscal de Turín, que juzgó al criminal del amianto, Stephan Schmidheiny, le ha llamado públicamente “asesino en serie”. Los jesuitas de las universidades de Latinoamérica le siguen dando su amparo a cambio de sumas importantes de dinero y doctorados honoris causa, haciéndose cómplices del daño. Así rezaba la Stampa de Turín el 1 de julio de 2014:
En las reuniones de la asociaciones de víctimas y afectados se masca la tragedia.La gente sigue con una angustia que no pasa desapercibida.
No se quiere hablar del asunto, pero de vez en cuando, alguien se va de la boca y habla de su padecimiento.
A la tragedia que lleva ya cerca de cinco millones de muertos, se ha de unir esa agonía de no saber cuándo caerá la espada de Damocles que pende sobre ellos, convirtiéndose en peregrinos del amianto: yendo del juzgado al hospital, del miedo a la constatación.
Hablamos de la mayor masacre industrial de la historia de la humanidad, que sigue sin reconocerse.
Hablamos de la riqueza constituida a costa de la sangre, el dolor y el coraje de las víctimas del amianto.
Hablamos de las fundaciones de Schmidheiny y de los propietarios de Uralita, AVINA, Ashoka y la Fundación March.
Hablamos de genocidio.
 
Notas:
[i] Roselli, M. (2010) : Las mentiras delamianto. Fortunas y delitos, pp71 a 75
[ii] Aparecido en La Stampa de Turín del 1 de julio de 2014 en donde se podía leer, en el subtítulo de la noticia, que “El PM (ministerio público) define a Schmidheiny como ‘terrorista’ y ‘asesino en serie’”.



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