domingo, 10 de septiembre de 2017

Aguaragüe, el saqueo del segundo cerro rico

Aguaragüe, el saqueo del segundo cerro rico


Así como se agotó la plata en Potosí, en Aguaragüe se agota el gas. Así como se explotó el estaño se arrasa el bosque y se acecha al agua. Y también se repitieron el despojo y hasta la esclavitud.


Rafael Sagárnaga L. *

Desde el punto de vista geográfico, el Aguaragüe es la última serranía oriental de la cordillera de los Andes. A sus pies empieza la tórrida planicie chaqueña que se expande por cuatro países. Bajo la óptica de la historia, el Aguaragüe constituye el segundo cerro rico boliviano. Emergió cuando la riqueza del célebre Sumaj Orko de Potosí menguaba, cuando los hidrocarburos empezaron a desplazar a la plata y el estaño. 


Y el auge de esta montaña, colmada de poder energético, ha marcado a los primeros tres lustros del siglo XXI. Una leyenda asegura que con la riqueza que se extrajo de Potosí se habría podido construir un puente de plata hasta España. Más allá de las metáforas, el gas del Aguaragüe inspiró la construcción de 7.337 kilómetros de gasoductos más uno inconcluso de 1.500 kilómetros.
 
Reacomodado, este ducto de 8.837 kilómetros, tejido entre Andes y Amazonia, podría unir Bolivia con la península ibérica, es decir, una distancia de 8.835 kilómetros.

Así como la plata del cerro potosino impulsó al Imperio español, el gas de esta serranía tarijeña apuntaló a la hoy séptima potencia planetaria: Brasil. Baste recordar que sólo un megacampo, San Alberto, satisfizo durante tres lustros el 70% de las necesidades energéticas de Sao Paulo. Es decir, movilizó a la octava ciudad más grande del mundo. En ella se concentra el mayor parque industrial de Latinoamérica que genera el 24% de las exportaciones brasileñas.

En conjunto, en dos décadas Bolivia proveyó entre el 70% y 31% del gas que consume Brasil. En ese tiempo, el Aguaragüe produjo entre 80% y 60% del gas exportado al coloso sudamericano. Eso sí, desde 2014 ingresó en franca declinación.
 
 
MUCHO MÁS QUE GAS

Claro, en ese tiempo no se podía entender que estos montes eran mucho más que petróleo y que sus pobladores tenían derechos. El Aguaragüe se ubica entre los 1.900 y 750 metros sobre el nivel del mar. Por ello, esta transición final entre Andes y Chaco, verde y boscosa, colmada de vida, constituye un oasis tropical antes de la planicie ardiente. Como varios de los parques nacionales de Bolivia (considerado el 15 país más biodiverso del planeta) alberga, aún, singulares variedades de flora y fauna. Por ello fue declarado Parque Nacional y Área de Manejo Integrado en 1996.

Ha destacado por una proverbial riqueza forestal, abundaban lapachos, quebrachos, cedros, almendrillos... Es decir, se hizo célebre por contener las maderas más cotizadas. Pero además, el Aguaragüe es fuente hídrica fundamental, pues se calcula que provee el 70% del agua que consume la provincia Gran Chaco. Gracias a sus vertientes viven las ciudades siamesas de Yacuiba (Bolivia) y Salvador Mazza (Argentina), además de Caraparí, Villa Montes y varias poblaciones menores. En suma, entrega este recurso cada vez más  escaso a cerca de 200 mil personas. 

"Es lo que se denomina una fábrica de agua –dice Rodrigo Ayala director de la ONG Prometa–. Esto porque va absorbiendo la humedad de las nubes y esa agua va fluyendo hacia abajo todo el año. El Chaco tarijeño se caracteriza por ser muy rico en comparación con  los de Santa Cruz o Chuquisaca por este efecto esponja que tiene el Aguaragüe. Es mucho más pequeño que el Chaco cruceño, pero allí vive igual cantidad de gente porque la tierra es mucho más fértil y rica”.

Es decir, el Aguaragüe es un cerro rico por donde se lo mire y explore. Contiene  valiosos recursos desde sus entrañas petroleras hasta esos cielos que fabrican lluvias con sus árboles de maderas preciosas y abundante vida salvaje. Pero estos 111 kilómetros de largo por 10 kilómetros de ancho, los más ricos de Bolivia y buena parte de sus alrededores no tienen suerte.

EXPLOTADO, "A LA MALA”

Por el contrario, la memoria de esa depredación es testimonio recurrente entre sus pobladores.
 
"Hay quienes dicen que significa ‘el pelaje del zorro’ porque en guaraní ‘Aguar’ quiere decir zorro y ‘tagüe’ es pelo –aclara Víctor Barrios, capitán grande guaraní de Caraparí–. Pero también otros explican que viene de ‘Yaguarete’, jaguar y ‘tagüe’, pelo, porque  había sobre todo jaguares a los que  llamamos tigres. Como sea, el pelaje del tigre o del zorro hoy está demasiado destruido y el daño es cada vez peor”.

Y el daño que se le infiere  a esta serranía abarca también desde sus oleosos subsuelos hasta su húmeda atmósfera. Y el castigo llegó mucho más rápido que los remedios, en algunos casos con por lo menos 70 años de diferencia. Baste señalar que recién este abril de 2017, YPFB completó la remediación de dos pasivos ambientales en la zona de Sanandita. Avanzaba además trabajos en otros siete agotados pozos de los cuales durante décadas manó crudo residual que contaminaba ríos y quebradas. 

Pero el grueso de la turbia herencia de la explotación petrolera, tan sólo en Sanandita, se halla aún sin remediar. Resta encapsular otros 23 viejos pozos, cuyos fluidos o emanaciones han afectado la vida de cientos de  guaraníes. Recurrentes reclamos ante diversos gobiernos y ejecutivos de empresas denunciaban lo que aún suele ser frecuente: aguas cristalinas que de pronto empiezan a enturbiarse con remolinos aceitosos. También surgen pedrones cubiertos de espesa sustancia negra y zonas donde el aroma del bosque es reemplazado por  hedor a alquitrán o diésel.

"El ganado y la gente o se enfermaban o, simplemente preferían no beber estas aguas –recuerda Roberto Quispe, un ex capitán guaraní–. Y todo porque ni YPFB ni las petroleras querían hacerse cargo de los pasivos”. Resume así el esquive del bulto de la reparación ambiental que impidió empezar a superar, apenas, el drama de la quebrada de Corocoy hasta 2011. Y "el bulto” ha implicado, para los nueve pozos, gastar 2,7 millones de dólares, una minucia frente a las inversiones  de este negocio. Son  huellas de la explotación petrolera del siglo XX. Las de la era gasífera suman más y tienen otras características.

La segunda semana de febrero, tres dirigentes de la Asamblea del Pueblo Guaraní (APG) y el autor de este reportaje recorrimos el Aguaragüe. Tras visitar los  viejos pozos en proceso de remediación en Sanandita, el viaje se amplió a Timboy, en el bloque sur de la serranía. Repentinamente, en medio del monte, apareció un descampado en proceso de erosión, al medio una estaca metálica identificaba un pozo estéril sellado: "TIMBOY X2”/ PETROANDINA”.


"Dijeron que iba a haber un TCF de gas acá, hasta Evo Morales vino, ¡nada! –recuerda el capitán grande de Yacuiba, Jorge Mendoza–. Nosotros luchamos un montón, les pedimos que no intervengan aquí, pero ellos insistieron. Para no pagar indemnizaciones, vadearon zonas comunales y arruinaron vertientes, en especial el Chorro, un dique natural que abastecía a cientos de comunarios. Destrozaron incontables árboles con maquinaria, ¡a la mala! No hallaron nada,  dejaron estas plantitas, dizque como ‘remediación’, ¿y el Chorro?”.    
 
LA TOMA DEL PARQUE

Timboy es apenas uno de los problemas que la toma sostenida de estos montes ha causado a sus habitantes. La causa es clara: entre principios de la década de los años  90 y los días que corren, el Aguaragüe ha sido el protagonista central del mayor boom económico de la historia boliviana. El Producto Interno Bruto pasó de 10.080 a 33.855 millones de dólares, principalmente gracias a las exportaciones de gas (41,8 % del total).

Sin embargo, todo el proceso de prospección, perforación de pozos y producción de esa riqueza se ha traducido en otro boom menos amable: el de la depredación ambiental y su consecuente castigo a las comunidades indígenas. A principios del anterior siglo la Standard Oil concentró sus trabajos sobre un área de 40.000  hectáreas. Pero desde la década de los años   90 las petroleras fueron autorizadas virtualmente a copar todo el Aguaragüe.

En 2003 la transnacional  Petrobras exploraba   los bloques sur y oeste (San Alberto y San Antonio), una superficie de 89.582 hectáreas. Paralelamente, la British Gas (Chaco SA) tenía a su cargo 57.690 hectáreas entre el centro y el norte del cerro. En total, 147.272 hectáreas, es decir, una superficie equivalente a 2,5 veces el área metropolitana de La Paz – El Alto.

Y sobre esa área y sus habitantes llegó la maquinaria petrolera. Se abrieron caminos de acceso y sendas perpendiculares de exploración sísmica de entre 1,2 y tres  metros de ancho, que suman aproximadamente 6.300 kilómetros. Se realizaron en promedio 6.000 explosiones de dinamita por cada 25.000 hectáreas en función a los métodos de prospección 2D y 3D. Se perforaron miles de pozos, se instalaron decenas de plantas de procesamiento y refinamiento  y se construyeron campamentos, pistas y helipuertos.     

El segundo cerro rico boliviano sabe a un escenario similar al de un asalto militar. "La toma del Aguaragüe ha sido tan abusiva que las petroleras  han llegado a impedir que circulemos por nuestras sendas ancestrales”, dice Roberto Quispe.

LOS DAÑOS AMBIENTALES

Entre 1996 y 2006, a las empresas que explotaron el Aguaragüe diversos gobiernos les facilitaron su labor flexibilizando el cumplimiento de las normativas ambientales. En mayo de 2006, la  gestión del MAS, tras nacionalizar los hidrocarburos, impuso  auditorías a las transnacionales.  

El entonces ministro de Energía, Andrés Soliz Rada, encargó aquella labor a los ingenieros Javier Escobar y Enrique Mariaca. Tras ejecutar esa misión, Mariaca informó: "Ninguna empresa petrolera cumplió la Ley 1333 de protección al medioambiente”. 

Aquel informe registró 485 pasivos ambientales en el país y consecuentes obligaciones por 61 millones de dólares para las petroleras. En total, 135 de esos pasivos están en el Aguaragüe, llegan a 195 si se suman los dejados en Margarita. "Proceder a la remediación inmediata por ser procesos erosivos”, dice el acápite ‘observaciones’ del informe en relación con  19 casos de San Alberto. "Áreas erosionadas con deslizamiento, erosión severa”, añade para los 10 pasivos del campo Sábalo.

Para sorpresa de Mariaca y del propio ministro Soliz, el Gobierno desestimó aquellas auditorías y nunca fueron utilizadas contra las transnacionales. En septiembre de 2006, Soliz renunció al cargo.
 
Igual que Mariaca, recurrentemente preguntó a las autoridades por qué negociaron nuevas condiciones con las petroleras sin apelar a lo descubierto en las investigaciones. El expresidente de YPFB, Guillermo Achá, zanjó el tema asegurando que todos los casos se hallaban bajo control.

A fines de 2016, le preguntamos cuánto se logró remediar de los casi 200 pasivos ambientales.
 
Achá respondió: "Dentro de lo que son los contratos de operación, nosotros tenemos una cuenta a la que va destinado desde el primer mes de operación un capital que es obligado tener disponible para el tratamiento de todos los pasivos ambientales cuando se abandone el campo. Entonces ya contractualmente está garantizado que estos pasivos van a ser atendidos (…). Todos los contratos que tenemos tienen previsiones, se están atendiendo y no tenemos ningún pasivo ambiental,  que no esté siendo atendido”.

Como sea, a ojos vista, queda claro que cuanto se haya hecho ambientalmente por el Aguaragüe siempre resultará poco. Entre las consecuencias de la explotación hidrocarburífera sumaron más que sólo los técnicos pasivos ambientales. Por ejemplo, las sendas de exploración y explotación no sólo sirvieron a los trabajadores petroleros. También se abrieron para colonizadores, madereros, traficantes de especies y otras mercancías ilegales, cada cual trayendo su propio infierno.

A veces, literalmente infierno porque desde fines de la década de los años 90 la zona es víctima de incendios forestales, generalmente causados por colonizadores. Tuvieron su pico en 2009 cuando arrasaron aproximadamente 3.200 hectáreas de bosque y cruzaron la frontera con Argentina.
 
Forzaron la movilización de militares y hasta helicópteros hidrantes del vecino país.

"Ya más o menos se ha controlado eso -dice el capitán Mendoza, mientras recorremos por la zona de Busuy-. Este año hubo varios focos de fuego, pero no como otros años”. Sin embargo, minutos más tarde resultaba claro que la otra forma de acabar con el bosque sigue boyante a plena luz del día: delante de un túnel de hierbas, que camufla una senda, se acumulaba madera recién aserrada.

Según la Autoridad de Fiscalización de Bosques (ABT), los municipios de Entre Ríos, Yacuiba y Villa Montes lideran la extracción de madera en Tarija. Entre 2012 y 2013 se decomisaron 114.161,47 pies tablares de maderas y entre 2014 y 2015, ese total llegó a 206 mil pies.
 
Autoridades y especialistas aseguran que el ritmo de deforestación ha ido agotando de maderas al Aguaragüe sobre todo desde 2010. Un diagnóstico que recuerda a otro tipo de saqueo que transita etapas más avanzadas: el exterminio de la fauna.
 
"Los animalitos se han ido cada vez más lejos y otros han desaparecido. Había monos, cascabeles, jaguares, etc. -dice Víctor Barrios, capitán de Caraparí-. Cada vez se escuchan menos voces de pájaros, los han espantado las exploraciones, pero también los eliminaron los cazadores”. A principios de los 2000 Yacuiba era virtual supermercado de animales silvestres. Entonces destacaban famosos barones del contrabando de felinos, aves y reptiles, como Wálter Fernández,  El uruguayo,  quien tenía un "zoológico”.    

El biólogo Donovan Osorio considera al Aguaragüe, como "el más afectado de los parques nacionales de Bolivia”. "Es una zona muy particular, biogeográficamente una isla, por lo delgada y alargada, -dice Osorio, quien trabajó en la región durante  años-. En ella se encuentran dos sistemas, la flora y fauna tienen características particulares por eso. Además produce grandes cantidades de agua, pero a los bolivianos sólo les interesa sacar hidrocarburos”.

Sin duda, resulta difícil la labor para los 12 guardaparques que cuidan el Aguaragüe en representación del Servicio Nacional de Áreas Protegidas y la APG. Más si se considera que ganan apenas entre  2.100 y 3.800 bolivianos y se hallan mal pertrechados. Se han convertido en una especie de voceros muchas veces desesperados de las desgracias que castigan al parque. Poco o nada pueden esperar de las fuerzas del orden, sean policiales o militares.

*  Este es un trabajo periodístico de Página Siete, La Pública, Los Tiempos, Correo del Sur y El Potosí que se desarrolló en Pilón Lajas, Madidi y Tacana II (La Paz), Aguaragüe (Tarija), Iñao (Chuquisaca) y Mallku Khota (Potosí), para recoger la voz de sus habitantes y desentrañar los peligros que se ciernen sobre el hogar de estos pueblos indígenas.

Beneficiarios de bonanza

Las autoridades, por lo general, reaccionan frente a las diversas agresiones al Aguaragüe con una lentitud proverbial, si reaccionan. Mientras tanto, los 34.000  millones de dólares de renta gasífera boliviana en 15 años suman el pago por sacrificar el parque . Eso más cuanto hayan ganado las petroleras. Pero, a ojos vista, casi nada le tocó al pueblo que habita desde hace 2.000 años el segundo cerro rico.  
 

"Aquí nos hacen falta agua, luz eléctrica, tenemos muchas necesidades -dice Mirtha Vallejos, la primera capitana de la comunidad de Pozo del Hanta-. Sufrimos harto de agua, cocinamos a leña”.
 
A menos de tres kilómetros de esta comunidad de 12 familias pasa el tendido que parte de la termoeléctrica. Y aún más cerca se halla el gasoducto que lleva el energético a la Argentina.

Las precarias casitas de tablones de Pozo del Hanta están a 90 kilómetros de Yacuiba, pie del Aguaragüe. Más cerca aún de las ventajas de la modernidad, en Timboy Tiguazu, (75 kilómetros de Yacuiba) Jorge Vallejos, el capitán de esa comunidad de 18 familias tiene reclamos similares.
 
Valora la casa que le han construido, pero remarca que no tiene agua, que cocina a leña y se pregunta : "¿Hasta cuándo vamos a seguir así? Porque cualquier rato se va a acabar el gas”.    
  
 A nueve kilómetros de Yacuiba se halla Yerobiarenda, que significa "lugar de la alegría”. Era alegre, sí,  cuenta Raquel Sosa, la segunda capitana, pero desde hace un año ya no más. "Desde que funciona la planta se siente la calor”. Sosa alude a un calor mórbido que coincide con la aparición de irritaciones en  ojos y  garganta.

El municipio más rico

Las quejas y asombro guaraníes son aún mayores en Caraparí,  centro neurálgico del Aguaragüe.
 
Este municipio de 16.000 habitantes hasta cierto momento fue la versión sudamericana de la afamada serie televisiva de los Beverly Ricos. En la década de  los años 90 era poblado de paso entre Tarija y Yacuiba, tenía menos de 5.000 pobladores. Pero un día, a sólo 14 kilómetros se descubrió el  afamado megacampo San Alberto.

El santo les hizo el milagro, eran ricos. Los carapareños estaban literalmente parados sobre el gigantesco reservorio que desde hace 18 años provee de energía al centro industrial de Brasil. Su importancia fue tal que dos hechos históricos se centraron en Caraparí: en noviembre de 1999 se reunieron los presidentes Henrique Cardoso (Brasil) y Hugo Banzer (Bolivia) para rubricar los acuerdos de la naciente exportación. Y  el 1 mayo de 2006, Evo Morales anunció allí la tercera Nacionalización de  Hidrocarburos. 

En ese periodo, el Aguaragüe no sólo concentró el agua de lluvia, sino también una lluvia de dólares. Sólo por regalías hidrocarburíferas, en el año 2014, Caraparí recibió 83 millones de dólares y cerca de seis millones adicionales por otros ingresos. Es decir, 318 veces más que en 2001, cuando percibía alrededor de  280 mil dólares.

 "Según explicaron los expertos –dice el capitán Gómez-, se convirtió en el municipio con mayor ingreso fiscal per cápita de Sudamérica y posiblemente de Latinoamérica”. Pero esos ingresos, junto con el gas, parecen haberse evaporado.

 
 
 
 
 


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