Ángel Ferrero
El lago Baikal, cerca de Listvyanka. - AFP
MOSCÚ.- A comienzos de enero, una caída precipitada de las temperaturas, acompañada de tormentas y heladas, afectó a Rusia. Moscú registró el invierno más frío de los últimos 120 años, con temperaturas de hasta -28,5ºC coincidiendo con la Navidad ortodoxa (7 de enero) y de -35ºC en Klin, un municipio a 85 kilómetros al noroeste de la capital.
En la república de Tatarstán los termómetros llegaron a los -35ºC, y en Perm, a los -45ºC. Más de 80 vuelos tuvieron que ser suspendidos en los aeropuertos de la capital debido a las malas condiciones metereológicas. Los habitantes de la Rusia europea podían al menos tratar de consolarse pensando en sus compatriotas del distrito autónomo de Janti-Mansi – Yugrá, que en diciembre vieron como los termómetros se precipitaban hasta los -51ºC.
La nieve de estas estampas típicamente rusas no sólo cubre las calles y plazas, sino un proceso que avanza en todo el mundo de manera lenta e inexorable. En el pasado mes de agosto, The Siberian Times informaba de la hospitalización de noventa personas en la península de Yamal, en el norte del país, por un brote de ántrax. Los investigadores concluyeron que el origen de la epidemia fue un reno infectado por el bacilo Bacillus anthracis, causante de la enfermedad. Un niño de 12 años falleció tras ingerir carne de un animal infectado, y 2.500 renos murieron como consecuencia de la enfermedad. Para evitar la extensión del contagio, las autoridades ordenaron el sacrificio de decenas de animales –que son el modo de vida de muchos pastores nómadas de la etnia nenets– y prohibieron la exportación de carne y pieles de reno procedentes de la región.
El Ministerio de Emergencias envió hospitales de campaña para atender a los nenets y sus familias evacuados. Más de 1.500 personas fueron vacunadas y 706 recibieron tratamiento antibiótico contra la enfermedad. La noticia fue recogida por los medios de comunicación internacionales, que decidieron bautizar el caso como el del “ántrax zombi”, ya que el último brote en la región se registró en 1941, reapareciendo únicamente debido a las temperaturas inusualmente elevadas del verano, que alcanzaron los 34ºC, unos ocho grados más de lo habitual. Hasta entonces, el bacilo permanecía en estado durmiente en el permafrost, la capa del suelo permanentemente congelada.
Las imágenes granuladas de televisión de salas de cuarentena y especialistas en guerra biológica del ejército vestidos con sus correspondientes trajes NBQ –escenas propias de una de película de ciencia-ficción post-apocalíptica– son una señal de advertencia de lo que podría ser un futuro sombrío para Rusia y el mundo.
Los especialistas advierten que la descongelación podría afectar a cementerios del norte del país donde hay enterradas víctimas de epidemias de viruela del siglo XIX o a los cadáveres de mamuts, que albergan cepas de bacterias y virus poco conocidas. La desaparición gradual del permafrost podría también llevar a la descongelación de las heces de estos animales prehistóricos, incrementando las emisiones de metano a la atmósfera, y a ellas podría aún sumarse la actividad de los llamados microorganismos metagénicos, que metabolizan los nutrientes del suelo en este gas y se reproducen con la subida de las temperaturas. Además de las emisiones de metano, se calcula que el permafrost alberga el doble de carbón del que se encuentra actualmente en la atmósfera.
Todos ellos son procesos que se refuerzan a sí mismos: la descongelación aumenta con las emisiones, que aumentan con la descongelación. Dicho de otro modo: a mayor descongelación, más emisiones, y con éstas, más descongelación y de nuevo más emisiones. Y se trata de un proceso que ya está en marcha: en 2014, en la misma península de Yamal, se registraron varias explosiones de bolsas de gas que dejaron detrás suyo inmensos cráteres de cientos de metros de ancho y profundidad. Este fenómeno se produce cuando el metano se abre paso desde el subsuelo a través de fisuras y, tras acumularse, explota. El calentamiento global facilita este proceso.
El calentamiento global se deja notar a lo largo y ancho del enorme país que es Rusia: desde las casas cuyos cimientos comienzan a tambalearse por la descongelación del permafrost en Norilsk, en el norte, hasta el incremento de los incendios y las riadas en el Lejano Oriente, en el este, probablemente debido al cambio climático. En diciembre, investigadores de la Universidad Estatal de Tiumén (TyumSU), en Siberia, registraron la aparición en la región de diversas especies de insectos artrópodos frecuentes en el sur.
“Debido al cambio climático, los invertebrados de la estepa están comenzando a desplazarse hacia el norte de los Urales, esto incluye a las mantis religiosas, una especie que nunca antes había sido vista en la región de Tiumén”, dijo Ígor Kuzmin, profesor en el Departamento de Biología de la TyumSU, en declaraciones a la agencia TASS. Según el grupo de investigación de Kuzmin, la invasión de especies procedentes del sur se incrementará en el futuro. Para los científicos –no sólo los rusos–, el calentamiento global se ha convertido en un círculo vicioso. Los gobiernos, lamentan, se ven obligados a destinar partidas de sus presupuestos cada vez mayores a combatir sus consecuencias en lugar de a su estudio, lo que conduce a que las medidas de prevención sean insuficientes o insatisfactorias, una situación que invita a que las catástrofes naturales del futuro sean cada vez peores. En alemán se conoce al “círculo vicioso” como Teufelskreis, literalmente: “el círculo del diablo”. No es el único relacionado con esta cuestión.
La lucha por el Ártico
Rusia es una superpotencia energética. Como tal, una parte considerable de sus ingresos procede de la exportación de materias primas y, de éstas, especialmente de los hidrocarburos. En el distrito de Yamalia-Nenetsia –el del brote de ántrax y los cráteres– se encuentra el campo petrolífero de Yuzhno-Russkoye, con 26 pozos de gas en activo. Este campo, propiedad de la estatal Gazprom, tiene unas reservas calculadas de más de 825.000 millones de metros cúbicos de gas natural y desde él parte el gasoducto Nord Stream, que suministra a la economía y hogares de Alemania este preciado recurso.
Durante la ola de frío de enero, Nord Stream llegó a bombear 165,2 millones de metros cúbicos diarios, un 10% por encima de su capacidad proyectada, según informó la agencia RIA Novosti. El 8 de enero Gazprom exportó en un solo día un total de 621,8 millones de metros cúbicos de gas natural a Europa –excluyendo los países de la Comunidad de Estados Independientes (CEI)–, batiendo así un nuevo récord (el anterior fue tan sólo dos días antes, cuando exportó 615,5 millones de metros cúbicos).
La conclusión debería ser clara: mientras Occidente mantenga su modelo económico –surgido a partir de la segunda mitad del siglo XX y basado en el crecimiento macroeconómico, la cultura de consumo y las energías fósiles–, Rusia no tendrá ningún aliciente económico para abandonar este modelo extractivista, sino todo lo contrario, puesto que el país posee algunas de las mayores reservas de materias primas y recursos naturales del planeta, que, según todos los indicadores, en otras partes del mundo comienzan a menguar. Y mientras siga en pie ese modelo, que no solamente persiste en Occidente sino que ha sido exportado a Asia con éxito, Rusia seguirá atrapada con el resto del mundo en un abrazo –nunca mejor dicho– mortal. El capitalismo del siglo XXI se ha convertido, como ha advertido Michael T. Klare, en una carrera hacia el abismo.
Como a diferencia del capital financiero estas reservas no son móviles, el control de estos recursos se ha convertido en una cuestión geoestratégica de primer orden, y un escenario insospechado, el Ártico, en una de las principales zonas de disputa. Según un estudio estadounidense, en esta región se encuentran el 25% de las reservas de hidrocarburos del planeta, además de las reservas de níquel más grandes del mundo. El avance de la descongelación permitiría un mayor acceso a estas codiciadas reservas, por las que pelean, en una silenciosa lucha diplomática, todos los Estados limítrofes.
Moscú reclama desde el año 2001 la soberanía de la mitad del Ártico, argumentando que la cresta de Lomonósov subacuática y la cresta de Mendeleev son extensiones del continente euroasiático. En 2007 Rusia envió a la zona la expedición Arktika-2007, que, además de obtener muestras geológicas del fondo del océano, proclamó gran parte de ese territorio como ruso. Una vez establecida la reclamación territorial –disputada por EEUU, Canadá y Dinamarca–, Rosneft y Gazprom recibieron en junio de 2013 licencias de extracción para la plataforma continental del Ártico, contra la que se pronunciaron numerosas organizaciones ecologistas. Rusia también ha reforzado estos últimos años su presencia militar en esta región.
Cualquier explotación de las reservas del Ártico sería no obstante en extremo perjudicial para el medioambiente. Se cree que un 84% del petróleo y del gas de la región se encuentra en alta mar, un lugar donde la extracción de hidrocarburos es difícil y propensa a accidentes. Un aumento de la presencia de buques en la región no sólo incrementa el riesgo de siniestros en una zona de difícil acceso para los equipos de rescate, sino que aceleraría mediante sus emisiones el deshielo del Ártico, con las consecuencias anteriormente descritas.
El calentamiento global, sin embargo, facilitaría no sólo el acceso a estas bolsas de petróleo y gas para su explotación. La descongelación también podría abrir una nueva vía de navegación que acortase las rutas de transporte marítimo entre Europa y Japón y entre la costa oriental de EEUU y China, evitando los viajes a través del Óceano Índico, el Mar Rojo y el Canal de Suez. El 23 de agosto de 2012, un pequeño barco de guardacostas rusos partió de Múrmansk y logró llegar a Sajalín el 20 de septiembre, siendo el primero en atravesar la ruta marítima del norte en solitario y sin la ayuda de un rompehielos. Los participantes relataron que durante toda la travesía no vieron hielo.
El pasado 16 de enero la agencia TASS informó de que investigadores de la TyumSU están estudiando ya diferentes localizaciones del Ártico donde establecer instalaciones que podrían servir en el futuro de “puntos de cabotaje” para una ruta marítima que se prolongaría desde el estrecho de Yugor, en el oeste, hasta la bahía de Providencia, en el este, unos 5.600 kilómetros en total. Por comparación, la distancia entre San Petersburgo –la ciudad más occidental de Rusia– y Vladivóstok –la más oriental– es de 14.000 kilómetros.
Para mayor información comunicate con nosotr@s al mail: madalbo@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario