Por Marta Marañón, responsable de Relaciones Institucionales de Ayuda en Acción
Hace menos de un mes viajé a Azurduy en la provincia de Chuquisaca, un municipio de los más pobres y remotos de Bolivia, ubicado en las estribaciones de los Andes Orientales a 2.600 metros de altitud. Allí, sólo el 2% de las hectáreas cultivables tienen garantizado el riego. El problema: ha pasado de llover durante cinco meses (de noviembre a marzo) a llover sólo durante tres meses y de forma irregular.
Los campesinos están desconcertados y no es de extrañar, Bolivia vive en estos momentos la peor sequía de sus últimos 25 años, entre otras causas, por los efectos del cambio climático y la intensificación del fenómeno de El Niño. A quienes conocemos de cerca esta realidad, , no nos sorprendió que el pasado 21 de noviembre el gobierno de Evo Morales declarara la situación de emergencia nacional por déficit hídrico.
Actualmente, hay más de 65.000 hectáreas sin riego en 61 municipios del país, 125.000 familias no tienen acceso a agua potable y se prevé una grave crisis alimentaria y grandes perjuicios económicos para las familias productoras. Una sequía que afecta directamente a la población campesina más vulnerable, la más pobre y la que vive en zonas rurales, cuya seguridad alimentaria depende de la agricultura de subsistencia. Se prevé que de cara a 2017, será necesaria la ayuda humanitaria alimentaria y provisión de semillas, ya que en esta cosecha no se han logrado recoger las semillas suficientes, en cantidad y calidad, para garantizar la seguridad alimentaria del próximo año.
Y la sequía afecta también a la salud de la población por la calidad del agua a la que accede. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el consumo de agua insalubre es uno de los factores principales en la transmisión de enfermedades gastrointestinales, provocando altas tasas de desnutrición y mortalidad, sobre todo en los niños y niñas.
En el caso de Azurduy hemos construido, con el apoyo de la Fundación Jose Entrecanales Ibarra, una presa, 30 tanques de ferrocemento y 15 lagunas. En las lagunas y la presa, se cosechará agua durante el ciclo de lluvias, de enero a marzo. Los tanques, a su vez, permitirán que el agua capturada de fuentes de agua se quede almacenada para, posteriormente, ser vaciada para el riego entre noviembre y diciembre -para que pueda haber un nuevo periodo de siembra entre julio y octubre- y se enseñará a los campesinos técnicas de manejo del riego. La idea es que esta ganancia adicional complemente el periodo normal de temporada de lluvia que, debido en gran medida al cambio climático, se está reduciendo a un solo periodo al año.
Con proyectos como éste no solo garantizamos la seguridad alimentaria de la población, aumentando y diversificando su producción, sino que también contribuimos a la generación de más ingresos a las familias. En Azurduy, por ejemplo, hay un potencial enorme para trabajar toda la cadena de valor del manzano e incluso comercializarlo de manera organizada llegando a los mercados de Sucre, la capital de la provincia de Chuquisaca. Lo mismo sucede con el durazno, la nuez o la alfalfa.
En ayuda humanitaria es fundamental vincular el trabajo de emergencia inmediata con las propuestas productivas de sostenibilidad y trabajo a medio y largo plazo para que la población sea menos dependiente de la ayuda en el futuro y sea la protagonista de su propio desarrollo.
Ayuda en Acción lleva 26 años trabajando en las zonas más vulnerables de Bolivia
Para mayor información comunicate con nosotr@s al mail: madalbo@gmail.com
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