Alberto Rosado del Nogal
No hay peor ciego que el que no quiere ver ni pedagogía mágica para que el que no quiera aprender. Por eso no se trata de convencer a nadie. Ante la cuenta atrás no hay dilatado diálogo posible ni medias tintas: o se acepta, o se acepta.
Aseguraba Aristóteles que existían dos clases de virtudes: las intelectuales y las morales. Aquella archiconocida frase según la cual en el punto medio está, precisamente, la virtud, es falsa si se le atribuye a todas ellas. Es decir: ese punto medio entre el exceso y la escasez es virtuoso en conceptos tales como el valor o la templanza pero inútil, por ejemplo, en el saber científico. Pondré un ejemplo: si alguien es excesivamente valiente podría encararse a una fiera pese a no tener ninguna posibilidad de salir vivo o, por el contrario, ante el peligro de cualquier situación podría no huir por tener un exceso de templanza. Es lógico, en términos generales, lo que plantea el filósofo clásico. Ahora bien: ¿y la otra mitad de las virtudes? Se nos olvida siempre, cuando rescatamos la famosa frase, las virtudes intelectuales como la ciencia o la inteligencia. En ningún caso en el término medio siempre está la virtud y, en ocasiones, la radicalidad es el camino para ser más virtuosos. En el saber —teórico o práctico— no cabe la contención.
Desde la década de los 70 del siglo pasado nos enfrentamos a un reto sin homologables precedentes en nuestra historia: o actuamos contra la destrucción de nuestro propio hogar o las consecuencias son, al menos, imprevisibles. Por ello la urgencia y la importancia van de la mano para impedir que el colapso ecológico —ligado a otros de tipo económico y social— acabe con la unicidad de nuestra existencia, con la superación de lo natural para la integración de lo cultural. Invertir el orden y el significado del verbo es, hoy en día, nuestra mayor amenaza: que lo cultural destruya lo natural para destruirse a sí mismo.
Pese al deber de preocupación, la esperanza siempre emerge de las cenizas de cualquier discurso desfasado. Discursos como el del primo de Rajoy en España, el de Theresa May y Andrea Leadsom con su recorte en el ministerio de medio ambiente en Reino Unido o el de las recientes declaraciones del expresidente Sarkozy. Discursos que muestran ese escepticismo que solo puede ser apoyado por la tozudez de una ideología desactualizada incapaz de incorporar nuevos conflictos a su agenda. El culmen, sin embargo, lo protagoniza el hombre del momento, el outsider que pretende dejar fuera a media América y, de paso, al planeta entero. El presidente Trump además de ignorante representa un peligro para la buena voluntad —que no de hechos— que la ONU ha venido demostrando desde el informe Brundtland.
El problema tiene la siguiente estructura: si con una administración preocupada por el cambio climático como fue la de Obama no hemos sido capaces ni de ponerle freno ni de que se integre y se normalice suficientemente en el discurso político mundial, ¿qué ocurrirá con un negacionista al frente? Rescataba a Aristóteles para perder el miedo a debatirlo, a adjetivarlo con lo que la razón nos sugiera y a rechazarlo con la mayor legitimidad posible. Porque en un asunto de tan claras evidencias científicas no puede haber punto medio, no puede haber negociación en los principios ni pausas publicitarias. La virtud del saber científico debe ser radicalmente propagada sin importarnos que una ideología o persona determinada sea capaz o no de adaptarse a lo que los nuevos datos empíricos, inevitablemente, nos piden.
Por eso el acuerdo de París entró en vigor y por eso la COP22 de Marrakech ahondará en las urgentes soluciones que debemos adoptar. Las dudas existenciales, los replanteamientos de base, las preguntas envejecidas o la ignorancia no tiene cabida en este momento. O Trump continúa la senda de Obama con respecto a la lucha contra el cambio climático o, sencillamente, el mundo tendrá que imponérsela. Siempre democráticamente. Porque si no escucha a la ciencia, seguro que los gritos de los estadounidenses al lado de la Trump Tower lo despertarán de su dulce sueño y, a nosotros, de nuestra gran pesadilla. Será la democracia la que niegue el negacionismo. Será la supervivencia de la democracia la que supere al cambio climático.
Alberto Rosado del Nogal, doctorando en c. política por la UCM y colaborador del círculo 3E de Podemos. @AlbertoRNogal
Fuente: http://blogs.publico.es/econonuestra/2016/11/13/superar-el-negacionismo-climatico-de-trump/
Aseguraba Aristóteles que existían dos clases de virtudes: las intelectuales y las morales. Aquella archiconocida frase según la cual en el punto medio está, precisamente, la virtud, es falsa si se le atribuye a todas ellas. Es decir: ese punto medio entre el exceso y la escasez es virtuoso en conceptos tales como el valor o la templanza pero inútil, por ejemplo, en el saber científico. Pondré un ejemplo: si alguien es excesivamente valiente podría encararse a una fiera pese a no tener ninguna posibilidad de salir vivo o, por el contrario, ante el peligro de cualquier situación podría no huir por tener un exceso de templanza. Es lógico, en términos generales, lo que plantea el filósofo clásico. Ahora bien: ¿y la otra mitad de las virtudes? Se nos olvida siempre, cuando rescatamos la famosa frase, las virtudes intelectuales como la ciencia o la inteligencia. En ningún caso en el término medio siempre está la virtud y, en ocasiones, la radicalidad es el camino para ser más virtuosos. En el saber —teórico o práctico— no cabe la contención.
Desde la década de los 70 del siglo pasado nos enfrentamos a un reto sin homologables precedentes en nuestra historia: o actuamos contra la destrucción de nuestro propio hogar o las consecuencias son, al menos, imprevisibles. Por ello la urgencia y la importancia van de la mano para impedir que el colapso ecológico —ligado a otros de tipo económico y social— acabe con la unicidad de nuestra existencia, con la superación de lo natural para la integración de lo cultural. Invertir el orden y el significado del verbo es, hoy en día, nuestra mayor amenaza: que lo cultural destruya lo natural para destruirse a sí mismo.
Pese al deber de preocupación, la esperanza siempre emerge de las cenizas de cualquier discurso desfasado. Discursos como el del primo de Rajoy en España, el de Theresa May y Andrea Leadsom con su recorte en el ministerio de medio ambiente en Reino Unido o el de las recientes declaraciones del expresidente Sarkozy. Discursos que muestran ese escepticismo que solo puede ser apoyado por la tozudez de una ideología desactualizada incapaz de incorporar nuevos conflictos a su agenda. El culmen, sin embargo, lo protagoniza el hombre del momento, el outsider que pretende dejar fuera a media América y, de paso, al planeta entero. El presidente Trump además de ignorante representa un peligro para la buena voluntad —que no de hechos— que la ONU ha venido demostrando desde el informe Brundtland.
El problema tiene la siguiente estructura: si con una administración preocupada por el cambio climático como fue la de Obama no hemos sido capaces ni de ponerle freno ni de que se integre y se normalice suficientemente en el discurso político mundial, ¿qué ocurrirá con un negacionista al frente? Rescataba a Aristóteles para perder el miedo a debatirlo, a adjetivarlo con lo que la razón nos sugiera y a rechazarlo con la mayor legitimidad posible. Porque en un asunto de tan claras evidencias científicas no puede haber punto medio, no puede haber negociación en los principios ni pausas publicitarias. La virtud del saber científico debe ser radicalmente propagada sin importarnos que una ideología o persona determinada sea capaz o no de adaptarse a lo que los nuevos datos empíricos, inevitablemente, nos piden.
Por eso el acuerdo de París entró en vigor y por eso la COP22 de Marrakech ahondará en las urgentes soluciones que debemos adoptar. Las dudas existenciales, los replanteamientos de base, las preguntas envejecidas o la ignorancia no tiene cabida en este momento. O Trump continúa la senda de Obama con respecto a la lucha contra el cambio climático o, sencillamente, el mundo tendrá que imponérsela. Siempre democráticamente. Porque si no escucha a la ciencia, seguro que los gritos de los estadounidenses al lado de la Trump Tower lo despertarán de su dulce sueño y, a nosotros, de nuestra gran pesadilla. Será la democracia la que niegue el negacionismo. Será la supervivencia de la democracia la que supere al cambio climático.
Alberto Rosado del Nogal, doctorando en c. política por la UCM y colaborador del círculo 3E de Podemos. @AlbertoRNogal
Fuente: http://blogs.publico.es/econonuestra/2016/11/13/superar-el-negacionismo-climatico-de-trump/
Para mayor información comunicate con nosotr@s al mail: madalbo@gmail.com
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