Después de Karol Józef Wojtyła (Juan Pablo II, vaya), azote de rojos, maricas, teólogos de la liberación y otras malas hierbas, que con Reagan y Thatcher formaron la mejor delantera, el sagrado tridente ideológico del neoliberalismo (que Dios los tenga en su gloria); después también de Ratzinger Z; después de estos ejemplares más malos que la grama pero que cuando hablaban a la gente se les pitufaba la voz, después ha venido a nosotros Francisco y, reconozcámoslo, nos ha parecido majete y nos han gustado algunas cosas que ha dicho (otras nos siguen pareciendo retrógradas y antimodernas y tal).Ha dicho, sobre la homosexualidad, algo así como que, habiéndonos Dios hecho libres, nadie tiene derecho a decirnos cómo ser felices, y eso incluye evidentemente que nadie tiene derecho a decirnos con quién o con quiénes nos metemos en la cama. Los divorciados que se vuelvan a casar podrían tener acceso a la comunión. El aborto puede ser perdonado por los sacerdotes aunque siga siendo pecado (uf, ¡qué alivio!, ¿no?). Calificó el paro juvenil como “plaga social” y parece hacer ciertos llamados a una radicalización de la democracia (cuidado, Francisco, que Jorge Fernández Díaz, el brazo incorrupto de la ley, podría amordazarte por “radical”) afirmando que los hombres y mujeres no pueden permanecer inactivos y al margen de la búsqueda del bien común. Ya solo hace falta que le veamos con una camiseta de “Democracia Real Ya”. Defiende que la economía no puede estar desprendida de la ética, con frases como: “Solo si la economía está basada en la justicia y en el respeto podrá experimentar un auténtico desarrollo que no margine a individuos y pueblos, que aleje a la corrupción y los delitos y no descuide el cuidado del medio ambiente”. Incluso respecto al criminal asedio económico a Grecia ha afirmado que hay que anteponer la dignidad de las personas a los criterios políticos y técnicos.
A nosotros, nosotras, lo que nos ha molao es el mensaje abiertamente ecologista de su Encíclica Laudatio Si (“Alabado Seas”). Si bien es cierto que sus dos inmediatos antecesores ya habían adelantado algunas críticas a nuestro modelo de crecimiento, Francisco parece ir bastante más lejos. Apuntando como máximos responsables a los poderes económicos, el Papa ha dicho: “Nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático”. “¡Zas, en toda la boca!” de políticos democristianos y nacional-católicos negacionistas. Respecto al consumismo y los mercados, esas nuevas divinidades sedientas de sacrificios humanos y ante las que, aparentemente, nada se puede hacer, afirma: “Los mercados, procurando un beneficio inmediato, estimulan todavía más la demanda. Si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante comportamiento que a veces parece suicida.”
Si nosotras afirmamos que se ha hecho de instituciones humanas (los mercados financieros) divinidades parecerá una exageración; por eso es mejor que lo diga Francisco: “Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Así se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas. Muchos dirán que no tienen conciencia de realizar acciones inmorales, porque la distracción constante nos quita la valentía de advertir la realidad de un mundo limitado y finito. Por eso, hoy «cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta»”. Naturalizar o divinizar creaciones humanas que son transformables o suprimibles es una recaída en la peor de las supersticiones.
Uno de los efectos de dicho cambio es el aumento de las temperaturas. En España, en los últimos 30 años la temperatura se ha incrementado en 1,5°C. Las previsiones más desfavorables apuntan a subidas de hasta 7 grados en verano y 4 en invierno. El “caloret”, que decía aquello. Solo unos titulares actuales que refuerzan esta tendencia: “Madrid bate su récord de temperatura máxima en un mes de junio” (ABC, 28/06/2015); “La ola de calor dejó temperaturas inéditas en España desde 1920”, con máximas de 43,7°C (El Mundo, 01/07/2015); el 07/07 encontramos el siguiente titular de El País: “Xátiva marca los 46 grados, el valor más alto en España desde agosto de 2012”; “Madrid bate el récord de temperatura en junio: 41 grados ayer en Aranjuez” (La Vanguardia, 30/06/2015). Lo jodido del asunto no es que se alcancen puntualmente estas temperaturas, sino que son cada vez más frecuentes y los periodos de calor extremo se alargan más.
En el siglo XIII Buenaventura de Bagnoregio, aun sin atisbar ni de lejos los primeros humos de las fábricas de Manchester, ya lanzó un primer mensaje conservacionista: defendía que el mundo era la huella de Dios, que el mundo estaba lleno de signos que señalan el amor, la grandeza y el poder de Dios, por lo que los seres humanos debían respetar su carácter sagrado; en caso contrario, el mundo lucharía “contra los insensatos”.
No ha existido jamás un poder tan impío como el capitalismo. El mayor poder anticristiano que existe es la ciencia y la tecnología uncidas a la dinámica acumuladora, expansiva y destructora del capitalismo. Este sistema económico juega con los límites del planeta como un niño estúpido y malcriado, como un consumidor insaciable para el que solo existe una cosa en el mundo: su placer. El capitalismo coquetea con el apocalipsis. Esta palabra significa “revelación”, y en verdad os digo (como diría un sacerdote), se nos está revelando, estamos descubriendo, una profunda verdad: la fragilidad del planeta, la vulnerabilidad de nuestros cuerpos y de la naturaleza como nuestro “segundo cuerpo”.
Esto se va a poner muy chungo, si entre todos y todas no revertimos este proceso, en la medida en que aún sea posible (como dicen los de Podemos, en esto hace falta todo el mundo, no se le va a pedir el carnet a nadie, tampoco al Papa Francisco, tampoco a Dios, si existe). De seguir así, dentro de cinco o seis años, señores y señoras negacionistas del cambio climático, cuando estén compartiendo unas cervezas en el chiringuito con su melanoma, a 50 grados a la sombra, recuerden las burlas y chistes que hacían sobre los agoreros y cavernícolas de los ecologistas.
Cristianos del mundo, remedando a Lola Flores, “si respetáis la obra de Dios, unirse” contra el capitalismo, contra esa voracidad sin límite que trata a la naturaleza y los seres humanos como un inmenso arsenal de mercancías o, directamente, como un inmenso arsenal de desechos, naturaleza y humanidad excedentes que deben desaparecer sin hacer mucho ruido. Decirse cristiano y no oponerse al capitalismo debería ser motivo de excomunión, o al menos, de una severa penitencia que acompañase a una rectificación sincera de conducta y pensamiento.
A nosotros, nosotras, lo que nos ha molao es el mensaje abiertamente ecologista de su Encíclica Laudatio Si (“Alabado Seas”). Si bien es cierto que sus dos inmediatos antecesores ya habían adelantado algunas críticas a nuestro modelo de crecimiento, Francisco parece ir bastante más lejos. Apuntando como máximos responsables a los poderes económicos, el Papa ha dicho: “Nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático”. “¡Zas, en toda la boca!” de políticos democristianos y nacional-católicos negacionistas. Respecto al consumismo y los mercados, esas nuevas divinidades sedientas de sacrificios humanos y ante las que, aparentemente, nada se puede hacer, afirma: “Los mercados, procurando un beneficio inmediato, estimulan todavía más la demanda. Si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante comportamiento que a veces parece suicida.”
Si nosotras afirmamos que se ha hecho de instituciones humanas (los mercados financieros) divinidades parecerá una exageración; por eso es mejor que lo diga Francisco: “Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Así se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas. Muchos dirán que no tienen conciencia de realizar acciones inmorales, porque la distracción constante nos quita la valentía de advertir la realidad de un mundo limitado y finito. Por eso, hoy «cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta»”. Naturalizar o divinizar creaciones humanas que son transformables o suprimibles es una recaída en la peor de las supersticiones.
Uno de los efectos de dicho cambio es el aumento de las temperaturas. En España, en los últimos 30 años la temperatura se ha incrementado en 1,5°C. Las previsiones más desfavorables apuntan a subidas de hasta 7 grados en verano y 4 en invierno. El “caloret”, que decía aquello. Solo unos titulares actuales que refuerzan esta tendencia: “Madrid bate su récord de temperatura máxima en un mes de junio” (ABC, 28/06/2015); “La ola de calor dejó temperaturas inéditas en España desde 1920”, con máximas de 43,7°C (El Mundo, 01/07/2015); el 07/07 encontramos el siguiente titular de El País: “Xátiva marca los 46 grados, el valor más alto en España desde agosto de 2012”; “Madrid bate el récord de temperatura en junio: 41 grados ayer en Aranjuez” (La Vanguardia, 30/06/2015). Lo jodido del asunto no es que se alcancen puntualmente estas temperaturas, sino que son cada vez más frecuentes y los periodos de calor extremo se alargan más.
En el siglo XIII Buenaventura de Bagnoregio, aun sin atisbar ni de lejos los primeros humos de las fábricas de Manchester, ya lanzó un primer mensaje conservacionista: defendía que el mundo era la huella de Dios, que el mundo estaba lleno de signos que señalan el amor, la grandeza y el poder de Dios, por lo que los seres humanos debían respetar su carácter sagrado; en caso contrario, el mundo lucharía “contra los insensatos”.
No ha existido jamás un poder tan impío como el capitalismo. El mayor poder anticristiano que existe es la ciencia y la tecnología uncidas a la dinámica acumuladora, expansiva y destructora del capitalismo. Este sistema económico juega con los límites del planeta como un niño estúpido y malcriado, como un consumidor insaciable para el que solo existe una cosa en el mundo: su placer. El capitalismo coquetea con el apocalipsis. Esta palabra significa “revelación”, y en verdad os digo (como diría un sacerdote), se nos está revelando, estamos descubriendo, una profunda verdad: la fragilidad del planeta, la vulnerabilidad de nuestros cuerpos y de la naturaleza como nuestro “segundo cuerpo”.
Esto se va a poner muy chungo, si entre todos y todas no revertimos este proceso, en la medida en que aún sea posible (como dicen los de Podemos, en esto hace falta todo el mundo, no se le va a pedir el carnet a nadie, tampoco al Papa Francisco, tampoco a Dios, si existe). De seguir así, dentro de cinco o seis años, señores y señoras negacionistas del cambio climático, cuando estén compartiendo unas cervezas en el chiringuito con su melanoma, a 50 grados a la sombra, recuerden las burlas y chistes que hacían sobre los agoreros y cavernícolas de los ecologistas.
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