Lunes 08 de junio de 2015
Una de las verdades más ponderables de nuestra cultura nacional es la ecofarsa. Esa capacidad para utilizar la palabra, los términos y sus derivados, para imponer un concepto general que atienda a un modo de vida, de ser y de actuar, que lo escribe con la mano derecha y acostumbra borrarlo, o destruirlo, con la izquierda.
Se cree que nuestro país tiene políticas ecológicas en casi todas las áreas, desde la recolección de deshechos, el uso de modos de convivir, comunales o personales, que implican el compromiso colectivo por sobre los caprichos personales.
nada más lejano de la verdad que esas conductas, buenas para folletos y manuales, para campañas costosas, para asesorías bien estructuradas —en el vacío— y una imagen internacional simbólica, e hipocritona, para recaudar fondos, cuando nos conviene parecer un país del cuarto mundo, con apetitos y aspiraciones del primero.
El ecopensamiento, tan denostado, que abarca desde la literatura hasta la alimentación, nunca devenido real ecopolítica, solo sirve para las campañas electorales, las declaraciones pomposas, el reparto gubernamental de puestos a los ambientalistas en el sistema convencional, evitando ser los confrontativos de hace algunos años, en donde el maniqueismo al hacer activismo, se confunde con los resultados legales del valor de la legislación ambiental, y sus usos, en manos de una presunta justicia real.
Nunca he creído que eso pertenezca al universo de lo radical manifiesto, exclusivamente, sino al de la ética social, porque la mayoría de las religiones son depredadoras, al menos las occidentales, en sus postulados de dominar la naturaleza como un don de la divinidad, entregado a los hombres; conquistar la naturaleza es un privilegio, incluidos por supuesto los seres humanos, o extinguir a los infieles para implantar a un dios único. De allí que una religión, o doctrina o secta no tradicional, ecológicas, es casi impensable, aunque si hay indicaciones de que esto tiende a cambiar por medio de la denuncia, o aún por actos radicales que denotan un nuevo pensamiento, que siempre ha estado latente en los seres humanos.
La farsa ecológica es Costa Rica se manifiesta en los estratos gubernamentales, las campañas farsantes de muchas empresas, nacionales o extranjeras, así como altisonantes discursos en campañas políticas, y aún de las peroratas de falsos ambientalistas, pertenecientes a esas ONG a las que únicamente les interesa captar recursos, de fuera o de dentro, siempre que ingresen sus cuentas bancarias.
La escoria positivista del viejo marxismo también se ha dejado de lado, para presentar varias ideas, parecen novedosas, donde el centro de una política ecológica tratará de mantener la supremacía del ser humano, el hombre y la mujer, o la hembra y el macho, según el punto de vista que se perciba la convivencia humana, con el debido respeto y el esclarecimiento del voluntarismo individual, que debe tender a una ética igualitaria, armónica, entre naturaleza y vida humana cotidiana, en la eufonía plural de los diferentes reinos del universo, para decir algo, que tienda a un pluriverso, o pluriuniverso, educándose o educándonos, a la manera de aquella Dialéctica de la naturaleza, de Engels, superándola hasta plantearnos la posibilidad de un ecosocialismo demócrata, a la manera de los grupos contestatarios europeos, España o Italia, que avanzan prodigiosamente hacia nuevas propuestas.
Los ecofarsantes en Costa Rica, generalmente son gobierno. Contando con la complicidad de algunos grupos de falsos ecologistas, que ignoran el Diablo Rojo Geológico, que periódicamente nos otorgan los organismos alternativos europeos, que constatan en nuestro país el estado de la situación en pueblos, mares y montañas que todos ocultan bajo el manto de propaganda turística.
De cierto que el capital ecológico más importante de Costa Rica son los propios ciudadanos, en su comportamiento consigo mismos y con los otros. Que se extiende hacia la comunidad, el ejercicio del diario convivir, y el amor a los reinos del ser: plantas, animales, paisajes, espacios ecourbanos, sistema educativo y medicina comunitaria.
Tengo el privilegio de recorrer nuestro país en actividades de charlas, recitales o simples convivios, y siempre las personas me llevan a ver lo mejor y lo peor de sus comunidades. Desde los conjuntos habitacionales, campos de juegos, espacios de cuido de niños y adultos, calles y aceras, aulas y bibliotecas. En la mayoría de los casos encuentro desniveles inaceptables, que llevan hasta la irritación y el enfado de los vecinos.
Existe una ecología de la mente, discutida, muchas veces, fuera de nuestro país. En un siglo de grandes cambios culturales es necesario plantearnos nuevas propuestas. El ecopensamiento se hace necesario, despojado del mercado institucional o de la retórica ritual que impide un ecologismo de puño cerrado, o mano abierta, para abofetear a los convencionalismos.
Recientemente el semanario Universidad, 2088, del 3 al 9 de junio 2015 editó un hermoso número sobre el tema. El semanario parece dejar atrás el vertedero politiquero en que se había convertido, en estos dos años anteriores, y puede que emerja con números monográficos de alta categoría investigativa y no la banalidad del chisme convertido en información.
Los ecofarsantes sobreviven a todo, por años. Su discurso tiene la vigencia del valor propagandístico. Nada más. Al lado, el país se desmorona, velado solo por algunos espíritus inquietos y espectantes. Los otros ya alcanzaron gobierno para satisfacción de sus egos.
Se cree que nuestro país tiene políticas ecológicas en casi todas las áreas, desde la recolección de deshechos, el uso de modos de convivir, comunales o personales, que implican el compromiso colectivo por sobre los caprichos personales.
nada más lejano de la verdad que esas conductas, buenas para folletos y manuales, para campañas costosas, para asesorías bien estructuradas —en el vacío— y una imagen internacional simbólica, e hipocritona, para recaudar fondos, cuando nos conviene parecer un país del cuarto mundo, con apetitos y aspiraciones del primero.
El ecopensamiento, tan denostado, que abarca desde la literatura hasta la alimentación, nunca devenido real ecopolítica, solo sirve para las campañas electorales, las declaraciones pomposas, el reparto gubernamental de puestos a los ambientalistas en el sistema convencional, evitando ser los confrontativos de hace algunos años, en donde el maniqueismo al hacer activismo, se confunde con los resultados legales del valor de la legislación ambiental, y sus usos, en manos de una presunta justicia real.
Nunca he creído que eso pertenezca al universo de lo radical manifiesto, exclusivamente, sino al de la ética social, porque la mayoría de las religiones son depredadoras, al menos las occidentales, en sus postulados de dominar la naturaleza como un don de la divinidad, entregado a los hombres; conquistar la naturaleza es un privilegio, incluidos por supuesto los seres humanos, o extinguir a los infieles para implantar a un dios único. De allí que una religión, o doctrina o secta no tradicional, ecológicas, es casi impensable, aunque si hay indicaciones de que esto tiende a cambiar por medio de la denuncia, o aún por actos radicales que denotan un nuevo pensamiento, que siempre ha estado latente en los seres humanos.
La farsa ecológica es Costa Rica se manifiesta en los estratos gubernamentales, las campañas farsantes de muchas empresas, nacionales o extranjeras, así como altisonantes discursos en campañas políticas, y aún de las peroratas de falsos ambientalistas, pertenecientes a esas ONG a las que únicamente les interesa captar recursos, de fuera o de dentro, siempre que ingresen sus cuentas bancarias.
La escoria positivista del viejo marxismo también se ha dejado de lado, para presentar varias ideas, parecen novedosas, donde el centro de una política ecológica tratará de mantener la supremacía del ser humano, el hombre y la mujer, o la hembra y el macho, según el punto de vista que se perciba la convivencia humana, con el debido respeto y el esclarecimiento del voluntarismo individual, que debe tender a una ética igualitaria, armónica, entre naturaleza y vida humana cotidiana, en la eufonía plural de los diferentes reinos del universo, para decir algo, que tienda a un pluriverso, o pluriuniverso, educándose o educándonos, a la manera de aquella Dialéctica de la naturaleza, de Engels, superándola hasta plantearnos la posibilidad de un ecosocialismo demócrata, a la manera de los grupos contestatarios europeos, España o Italia, que avanzan prodigiosamente hacia nuevas propuestas.
Los ecofarsantes en Costa Rica, generalmente son gobierno. Contando con la complicidad de algunos grupos de falsos ecologistas, que ignoran el Diablo Rojo Geológico, que periódicamente nos otorgan los organismos alternativos europeos, que constatan en nuestro país el estado de la situación en pueblos, mares y montañas que todos ocultan bajo el manto de propaganda turística.
De cierto que el capital ecológico más importante de Costa Rica son los propios ciudadanos, en su comportamiento consigo mismos y con los otros. Que se extiende hacia la comunidad, el ejercicio del diario convivir, y el amor a los reinos del ser: plantas, animales, paisajes, espacios ecourbanos, sistema educativo y medicina comunitaria.
Tengo el privilegio de recorrer nuestro país en actividades de charlas, recitales o simples convivios, y siempre las personas me llevan a ver lo mejor y lo peor de sus comunidades. Desde los conjuntos habitacionales, campos de juegos, espacios de cuido de niños y adultos, calles y aceras, aulas y bibliotecas. En la mayoría de los casos encuentro desniveles inaceptables, que llevan hasta la irritación y el enfado de los vecinos.
Existe una ecología de la mente, discutida, muchas veces, fuera de nuestro país. En un siglo de grandes cambios culturales es necesario plantearnos nuevas propuestas. El ecopensamiento se hace necesario, despojado del mercado institucional o de la retórica ritual que impide un ecologismo de puño cerrado, o mano abierta, para abofetear a los convencionalismos.
Recientemente el semanario Universidad, 2088, del 3 al 9 de junio 2015 editó un hermoso número sobre el tema. El semanario parece dejar atrás el vertedero politiquero en que se había convertido, en estos dos años anteriores, y puede que emerja con números monográficos de alta categoría investigativa y no la banalidad del chisme convertido en información.
Los ecofarsantes sobreviven a todo, por años. Su discurso tiene la vigencia del valor propagandístico. Nada más. Al lado, el país se desmorona, velado solo por algunos espíritus inquietos y espectantes. Los otros ya alcanzaron gobierno para satisfacción de sus egos.
FUENTE ORIGINAL: http://www.prensalibre.cr/Noticias/detalle/27724/288/alfonso-chase:-los-ecofarsantes#.VXW_qkBIdkw.facebook
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