El Frente Cívico-Valencia y Acontracorrent organizan una jornada sobre “mitos y realidades de la energía nuclear”
Su práctica le define como militante ecologista, profesor de la Universidad Politécnica de Madrid, sociólogo, ingeniero y periodista; también es autor de libros como “Energía nuclear y ecologismo”, “nuclearizar España” o “Energía: el fraude y el debate”. Sin embargo Pedro Costa Morata se define más bien como un “agitador”. Critica el mito del progreso, las luces de la ilustración y la economía del crecimiento, aunque si por algo se significa este agitador ecologista es por su empeño, desde primera hora, en la lucha contra las centrales nucleares en el estado español. “Hasta que en 1977-1978 –aclara- se paró un tanto el calentón nuclear”, y entonces se enroló en los movimientos contra el urbanismo desaforado y la destrucción del litoral. Después ha estado en múltiples frentes, como la denuncia de los peligros de las antenas de telefonía móvil. En un acto organizado por el Frente Cívico-Valencia y el sindicato Acontracorrent ha explicado los mitos y realidades de la energía nuclear.
La gestación del movimiento ecologista en España está directamente vinculada al combate contra la implantación de las centrales nucleares. No podía ser de otro modo, ya que el denominado “plan eléctrico” del franquismo (1973-1975) incluía 30 proyectos de reactores, recuerda Costa Morata (a aquella primera generación de centrales nucleares pertenecían Zorita, Garoña y Vandellós). Por sus orígenes –en los estertores de la dictadura- cabe deducir que el ecologismo fue siempre político, explícitamente antifranquista. “A diferencia del conservacionismo, explica el docente y activista, el ecologismo mira las causas, las consecuencias y las responsabilidades; es por tanto radical y conflictivo”.
Para ubicar a las plantas nucleares en su contexto, ha de considerarse que el estado español cuenta con una potencia eléctrica instalada (en el conjunto del sistema) de 107.000 megavatios, de los que aproximadamente la mitad se encuentra parada. Hay siete reactores nucleares en funcionamiento, que suman una potencia de algo más de 7.000 megavatios. Otros cinco reactores cuentan con la pertinente autorización, pero hoy se hallan en fase de moratoria (“durante 30 años nos han colado en la tarifa eléctrica los costes de esta moratoria”, apunta Costa Morata). Además, a tres reactores se les otorgó la autorización previa, pero no avanzaron hacia la puesta en marcha.
El quid radica en los 19 reactores proyectados por el franquismo (entre junio de 1973 y abril de 1975) que finalmente no se materializaron. Fue en este punto donde intervino el ecologismo español, en algunos casos a través de luchas muy duras, movilizaciones, organización de debates, publicación de artículos… “Es fundamental también presentar alegaciones dentro de los plazos, ya que en el caso de Cofrentes, por ejemplo, la oposición comenzó cuando la planta nuclear ya estaba autorizada”, destaca Pedro Costa Morata. “Por aquellos años Garoña ya tenía fisuras la vasija del reactor; mientras, en Estados Unidos, de las decenas de proyectos nucleares presentados en los años 70, no se materializó ninguno”.
Desde que finalizó la guerra civil, Franco y sus generales ambicionaban la bomba atómica. “No vamos a renunciar a ella”, afirmó José María de Areilza, ministro de Asuntos Exteriores en el gobierno de Arias Navarro. La idea permaneció instalada en los primeros gobiernos de UCD y del PSOE, hasta que Felipe González renunció en 1988. En 1976 en la provincia de Soria, sobre el Duero, la finca Valverde –de 600 hectáreas, propiedad de la esposa del presidente de la Junta de Energía Nuclear- fue el lugar escogido para la producción del artefacto, recuerda Pedro Costa Morata. El libro “La bomba atómica de Franco”, del periodista Santiago Vilanova ofrece los detalles.
El militante ecologista no repara en exquisiteces a la hora de evaluar los costes e impactos de la energía nuclear: “La ciencia y la tecnología nuclear son una birria que no dan más que disgustos; por eso no progresa más que en países como China o Corea; además muchas veces los costes superan lo inicialmente previsto”. La realidad, tozuda, ha ido desmintiendo durante décadas los discursos oficiales. En los años 70 se afirmaba que el riesgo de accidente podía ser de uno entre un millón de posibilidades. Pero en 1979 tuvo lugar el accidente nuclear de Harrisburg (Estados Unidos), en Chernobyl (1986) se rompió el núcleo del reactor y se liberó radiactividad. Ingenieros, científicos y catedráticos achacaron entonces lo ocurrido a la precariedad de las instalaciones, propia de un país como la URSS. Pero en 2011 sucedió la catástrofe de Fukushima…
Los “expertos” argumentan normalmente que la energía nuclear es “limpia”, frente a lo que ocurre con el petróleo o el carbón. “Pero las plantas nucleares utilizan uranio, matiza Pedro Costa Morata; y además desperdician dos terceras partes de la energía, que se libera al medio exterior (el rendimiento nunca superará el 33%)”. Por otro lado, “nadie sabe cuánto cuesta finalmente una central nuclear”. Sobre todo porque hay empresas que no pagan lo que les corresponde en función del ciclo nuclear completo.
Las compañías no abonan las pólizas de seguro debidas (“racanean al máximo y se ciñen al mínimo establecido por la ley”), es más, “si tuvieran que pagar por el riesgo de accidente serían ruinosas”, zanja el militante ecologista y profesor de la Universidad Politécnica. Otra argumentación del lobby “pro-nuclear” es que las centrales son autónomas, frente al gas y el petróleo, recursos que España ha de importar. “Pero este país no tiene uranio –recuerda Costa Morata-, lo que explica también el apoyo español a Francia en las expediciones militares en Mali y Níger, con el fin de controlar el uranio”.
¿Puede hablarse de un “estado nuclear”? Según Pedro Costa Morata, “las empresas eléctricas hacen lo que quieren, tanto con Soria (PP) como con Sebastián (PSOE); echan un pulso arrogante a los poderes públicos, es realmente una humillación”. “¿Debemos ser tolerantes con empresas, administraciones, científicos e ingenieros relacionados con el complejo nuclear”, se pregunta el militante ecologista. “No”, zanja, “y sobre todo con los arrogantes”. ¿Es moral la energía nuclear? “Es completamente inmoral; los profesionales de este sector la asumen; consideran que es su central, su obra, y responden teóricamente por la seguridad…”. Pero el problema no se da sólo con los riesgos reales de accidente, sino también con los residuos radiactivos: “Hay que esperar miles de años; dejamos los residuos a las generaciones futuras”.
Una de las cuestiones centrales, hoy, es el cambio climático. La economía mundial se fundamenta en el petróleo. “Es el villano de la película”, sostiene Costa Morata. “Habría que restringir su consumo al máximo y no estimular nuevos usos; hay que oponerse a los nuevos yacimientos y consumir menos, y eso es algo que puede hacerse”. Pero las centrales nucleares son también grandes infraestructuras que, si se considera el ciclo completo, inducen emisiones enormes de CO2 (extracción del uranio, construcción de los reactores…). En cuanto a las energías alternativas, España (y otros países) han demostrado su viabilidad (En 2007 España llegó a producir el 20% de la energía eólica mundial). Ocurre, sin embargo, “que las fuentes de energía eólica y solar están hechas a la medida humana, y eso para gobiernos y grandes empresas es un escándalo”. Un motivo de reflexión lo ofrece el hecho de que un gobierno de derechas, el de Merkel en Alemania, haya anunciado el cierre de las plantas nucleares.
Pedro Costa Morata plantea un órdago a la civilización occidental y a muchos de sus fetiches, como el “progreso”. Uno de los grandes precursores fue Descartes, quien sometió la naturaleza y la materia al dominio del pensamiento. Ya en el siglo de las luces, Condorcet consideraba el “progreso” como una sucesión acumulativa, ilimitada e irreversible. “Pero este optimismo, tan llamativo, hoy no puede sostenerse”, por la explotación del siglo XIX, las guerras, los usos espurios de la ciencia y la tecnología… “¿Quién puede hablar de progreso después de la bomba atómica?”, se pregunta el autor de “Energía nuclear y ecologismo”, “cuando éste se traduce en un deterioro –este sí, acumulativo- del planeta”.
La alternativa es, en todos los casos, un mayor ahorro y un menor consumo. Pero en el estado español se transita por el camino inverso. Entre los años del desarrollismo franquista y la crisis económica de 1973, recuerda Costa Morata, el crecimiento del PIB oscilaba entre el 5 y el 6% mientras el consumo de energía eléctrica aumentaba en un 12% y el de energía primaria en un 8%. Una de las principales fuentes de despilfarro es el transporte por carretera. El problema es de consumo desaforado y no de “eficiencia” (esta última idea es una trampa, pues evita hablar de lo fundamental: el despilfarro de recursos).
Costa Morata se cuestiona, por último, el rol hegemónico de la ciencia y también del progreso científico-técnico, cuando éste no se sitúa al servicio de otro progreso, humano y social. “Desde 1.800 no hemos progresado; el XIX fue un sigo terrible de progreso, pero fue también el de Dickens y sus relatos sobre la explotación”. Además, la ciencia y la técnica son creaciones humanas y productos sociales, por tanto, resultado de la sociedad que las crea. No son autónomas e independientes. La conversación va entrando en recovecos cada vez más sutiles: “También hay una energía humana; no podemos negar que somos seres eléctricos y conectados con la naturaleza”. Pedro Costa Morata recupera estas nociones en sus periódicos viajes a Guatemala, que le sirven para contactar con la cosmovisión maya. “Éste es un mundo que hemos perdido”, concluye.
En el acto ha participado asimismo el profesor de Investigación del CSIC y catedrático excedente de Física Atómica y nuclear de la Universitat de València, Juan José Gómez Cadenas, autor de “El ecologista nuclear. Alternativas al cambio climático”. Afirma que la energía nuclear va a continuar contribuyendo al “mix” energético, y no va a desaparecer. Países como China o India seguirán construyendo nucleares, afirma. Por tanto, “uno ha de aprender a gestionarla”. Afirma asimismo que la discusión energética no se plantea entre energía nuclear frente a renovables, pues la mayor parte de energía producida continuará siendo la que procede de los combustibles fósiles.
La gestación del movimiento ecologista en España está directamente vinculada al combate contra la implantación de las centrales nucleares. No podía ser de otro modo, ya que el denominado “plan eléctrico” del franquismo (1973-1975) incluía 30 proyectos de reactores, recuerda Costa Morata (a aquella primera generación de centrales nucleares pertenecían Zorita, Garoña y Vandellós). Por sus orígenes –en los estertores de la dictadura- cabe deducir que el ecologismo fue siempre político, explícitamente antifranquista. “A diferencia del conservacionismo, explica el docente y activista, el ecologismo mira las causas, las consecuencias y las responsabilidades; es por tanto radical y conflictivo”.
Para ubicar a las plantas nucleares en su contexto, ha de considerarse que el estado español cuenta con una potencia eléctrica instalada (en el conjunto del sistema) de 107.000 megavatios, de los que aproximadamente la mitad se encuentra parada. Hay siete reactores nucleares en funcionamiento, que suman una potencia de algo más de 7.000 megavatios. Otros cinco reactores cuentan con la pertinente autorización, pero hoy se hallan en fase de moratoria (“durante 30 años nos han colado en la tarifa eléctrica los costes de esta moratoria”, apunta Costa Morata). Además, a tres reactores se les otorgó la autorización previa, pero no avanzaron hacia la puesta en marcha.
El quid radica en los 19 reactores proyectados por el franquismo (entre junio de 1973 y abril de 1975) que finalmente no se materializaron. Fue en este punto donde intervino el ecologismo español, en algunos casos a través de luchas muy duras, movilizaciones, organización de debates, publicación de artículos… “Es fundamental también presentar alegaciones dentro de los plazos, ya que en el caso de Cofrentes, por ejemplo, la oposición comenzó cuando la planta nuclear ya estaba autorizada”, destaca Pedro Costa Morata. “Por aquellos años Garoña ya tenía fisuras la vasija del reactor; mientras, en Estados Unidos, de las decenas de proyectos nucleares presentados en los años 70, no se materializó ninguno”.
Desde que finalizó la guerra civil, Franco y sus generales ambicionaban la bomba atómica. “No vamos a renunciar a ella”, afirmó José María de Areilza, ministro de Asuntos Exteriores en el gobierno de Arias Navarro. La idea permaneció instalada en los primeros gobiernos de UCD y del PSOE, hasta que Felipe González renunció en 1988. En 1976 en la provincia de Soria, sobre el Duero, la finca Valverde –de 600 hectáreas, propiedad de la esposa del presidente de la Junta de Energía Nuclear- fue el lugar escogido para la producción del artefacto, recuerda Pedro Costa Morata. El libro “La bomba atómica de Franco”, del periodista Santiago Vilanova ofrece los detalles.
El militante ecologista no repara en exquisiteces a la hora de evaluar los costes e impactos de la energía nuclear: “La ciencia y la tecnología nuclear son una birria que no dan más que disgustos; por eso no progresa más que en países como China o Corea; además muchas veces los costes superan lo inicialmente previsto”. La realidad, tozuda, ha ido desmintiendo durante décadas los discursos oficiales. En los años 70 se afirmaba que el riesgo de accidente podía ser de uno entre un millón de posibilidades. Pero en 1979 tuvo lugar el accidente nuclear de Harrisburg (Estados Unidos), en Chernobyl (1986) se rompió el núcleo del reactor y se liberó radiactividad. Ingenieros, científicos y catedráticos achacaron entonces lo ocurrido a la precariedad de las instalaciones, propia de un país como la URSS. Pero en 2011 sucedió la catástrofe de Fukushima…
Los “expertos” argumentan normalmente que la energía nuclear es “limpia”, frente a lo que ocurre con el petróleo o el carbón. “Pero las plantas nucleares utilizan uranio, matiza Pedro Costa Morata; y además desperdician dos terceras partes de la energía, que se libera al medio exterior (el rendimiento nunca superará el 33%)”. Por otro lado, “nadie sabe cuánto cuesta finalmente una central nuclear”. Sobre todo porque hay empresas que no pagan lo que les corresponde en función del ciclo nuclear completo.
Las compañías no abonan las pólizas de seguro debidas (“racanean al máximo y se ciñen al mínimo establecido por la ley”), es más, “si tuvieran que pagar por el riesgo de accidente serían ruinosas”, zanja el militante ecologista y profesor de la Universidad Politécnica. Otra argumentación del lobby “pro-nuclear” es que las centrales son autónomas, frente al gas y el petróleo, recursos que España ha de importar. “Pero este país no tiene uranio –recuerda Costa Morata-, lo que explica también el apoyo español a Francia en las expediciones militares en Mali y Níger, con el fin de controlar el uranio”.
¿Puede hablarse de un “estado nuclear”? Según Pedro Costa Morata, “las empresas eléctricas hacen lo que quieren, tanto con Soria (PP) como con Sebastián (PSOE); echan un pulso arrogante a los poderes públicos, es realmente una humillación”. “¿Debemos ser tolerantes con empresas, administraciones, científicos e ingenieros relacionados con el complejo nuclear”, se pregunta el militante ecologista. “No”, zanja, “y sobre todo con los arrogantes”. ¿Es moral la energía nuclear? “Es completamente inmoral; los profesionales de este sector la asumen; consideran que es su central, su obra, y responden teóricamente por la seguridad…”. Pero el problema no se da sólo con los riesgos reales de accidente, sino también con los residuos radiactivos: “Hay que esperar miles de años; dejamos los residuos a las generaciones futuras”.
Una de las cuestiones centrales, hoy, es el cambio climático. La economía mundial se fundamenta en el petróleo. “Es el villano de la película”, sostiene Costa Morata. “Habría que restringir su consumo al máximo y no estimular nuevos usos; hay que oponerse a los nuevos yacimientos y consumir menos, y eso es algo que puede hacerse”. Pero las centrales nucleares son también grandes infraestructuras que, si se considera el ciclo completo, inducen emisiones enormes de CO2 (extracción del uranio, construcción de los reactores…). En cuanto a las energías alternativas, España (y otros países) han demostrado su viabilidad (En 2007 España llegó a producir el 20% de la energía eólica mundial). Ocurre, sin embargo, “que las fuentes de energía eólica y solar están hechas a la medida humana, y eso para gobiernos y grandes empresas es un escándalo”. Un motivo de reflexión lo ofrece el hecho de que un gobierno de derechas, el de Merkel en Alemania, haya anunciado el cierre de las plantas nucleares.
Pedro Costa Morata plantea un órdago a la civilización occidental y a muchos de sus fetiches, como el “progreso”. Uno de los grandes precursores fue Descartes, quien sometió la naturaleza y la materia al dominio del pensamiento. Ya en el siglo de las luces, Condorcet consideraba el “progreso” como una sucesión acumulativa, ilimitada e irreversible. “Pero este optimismo, tan llamativo, hoy no puede sostenerse”, por la explotación del siglo XIX, las guerras, los usos espurios de la ciencia y la tecnología… “¿Quién puede hablar de progreso después de la bomba atómica?”, se pregunta el autor de “Energía nuclear y ecologismo”, “cuando éste se traduce en un deterioro –este sí, acumulativo- del planeta”.
La alternativa es, en todos los casos, un mayor ahorro y un menor consumo. Pero en el estado español se transita por el camino inverso. Entre los años del desarrollismo franquista y la crisis económica de 1973, recuerda Costa Morata, el crecimiento del PIB oscilaba entre el 5 y el 6% mientras el consumo de energía eléctrica aumentaba en un 12% y el de energía primaria en un 8%. Una de las principales fuentes de despilfarro es el transporte por carretera. El problema es de consumo desaforado y no de “eficiencia” (esta última idea es una trampa, pues evita hablar de lo fundamental: el despilfarro de recursos).
Costa Morata se cuestiona, por último, el rol hegemónico de la ciencia y también del progreso científico-técnico, cuando éste no se sitúa al servicio de otro progreso, humano y social. “Desde 1.800 no hemos progresado; el XIX fue un sigo terrible de progreso, pero fue también el de Dickens y sus relatos sobre la explotación”. Además, la ciencia y la técnica son creaciones humanas y productos sociales, por tanto, resultado de la sociedad que las crea. No son autónomas e independientes. La conversación va entrando en recovecos cada vez más sutiles: “También hay una energía humana; no podemos negar que somos seres eléctricos y conectados con la naturaleza”. Pedro Costa Morata recupera estas nociones en sus periódicos viajes a Guatemala, que le sirven para contactar con la cosmovisión maya. “Éste es un mundo que hemos perdido”, concluye.
En el acto ha participado asimismo el profesor de Investigación del CSIC y catedrático excedente de Física Atómica y nuclear de la Universitat de València, Juan José Gómez Cadenas, autor de “El ecologista nuclear. Alternativas al cambio climático”. Afirma que la energía nuclear va a continuar contribuyendo al “mix” energético, y no va a desaparecer. Países como China o India seguirán construyendo nucleares, afirma. Por tanto, “uno ha de aprender a gestionarla”. Afirma asimismo que la discusión energética no se plantea entre energía nuclear frente a renovables, pues la mayor parte de energía producida continuará siendo la que procede de los combustibles fósiles.
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