Alberto Pradilla
Naiz
Hay vida más allá de «Euromaidan». Frente a las visiones de brocha gorda, la compleja realidad ucraniana puede analizarse a través de dos comunidades separadas por origen y expectativas de futuro. No parece probable que unas elecciones anticipadas, que es lo que exigen los opositores, vayan a solucionar un conflicto que sigue enquistado.
Cuál es el tipo de trabajos vamos a poder conseguir en Europa? ¿Mal pagados y de baja cualificación? El problema de los habitantes del oeste es que creen que con la libre asociación con Bruselas tendrán la oportunidad de emigrar, porque ellos no tienen industria». Morov Leonid, un hombre barbudo que participa en la concentración celebrada hace diez días en Kiev en apoyo al presidente, Viktor Yanukovich, forma parte de ese sector descompensadamente oculto del relato mediático sobre tres meses de protestas: quienes votaron a favor del Partido de las Regiones, piden que se ponga fin a «Euromaidan», la plaza tomada por los opositores, y abogan por mirar a Rusia como aliado preferente. Su discurso pone énfasis en la legitimidad institucional y apela a la cercanía física con Moscú para defender que se mantengan los lazos.
También es cierto que en todo el este del país se habla más ruso que ucraniano (el dimitido primer ministro, Mykola Azarov, tenía dificultades para expresarse en este segundo idioma), así que tiene sentido, aunque sea emocional, que miren hacia oriente. Dentro de la partida de ajedrez en la que se ven inmersos, la justicia social no aparece como uno de los elementos en disputa. Aunque tampoco es difícil encontrar aquí una añoranza por el soviet que, en el caso de sus rivales, solo provoca rechazo.
«No supimos que vivíamos en el comunismo hasta que dejamos de hacerlo», dice, riéndose, la mujer de Leonid, que interviene en el gran círculo en el que ha derivado la conversación. Aquí se puede percibir la desconfianza hacia la prensa occidental. También el desinterés de las cámaras recién llegadas. Si uno compara el número de informadores apostados en las barricadas de «Euromaidan» con los que se han desplazado al otro lado, el desnivel es inapelable. «¿El comunismo? Bueno, no teníamos cierta libertad. Pero sí que disfrutábamos de vivienda, educación y sanidad. En esos términos, vivíamos mejor», argumenta.
Una opinión que también comparten algunos de los que se manifiestan contra Yanukovich. Es el caso de Valery Bidnoshev, director de una agencia de cooperación juvenil y exsoldado de la URSS en los años 80, quien cree que «en aquella época no teníamos más democracia que ahora, pero también había estabilidad y más garantías sociales».
Históricamente, el Partido Comunista de Ucrania ha sido un aliado parlamentario de Yanukovich. Sin embargo, las concentraciones en defensa del presidente de la semana pasada en Kiev eran monocolor y las banderas azules ondeaban en ausencia de las rojas.
La plaza de los fieles a Yanukovich
En un intento de imitar el campamento base de la oposición, los partidarios del presidente también han montado sus propias tiendas. Reparten comida (como en «Euromaidan»), café para combatir el frío e instalaron un gran escenario desde el que se emiten las declaraciones oficialistas. También, símbolos religiosos. Entre las estructuras de lona, más ordenadas que el caos organizado de la plaza de la Independencia, no es difícil hallar pequeños altares cristianos con estampas. Aunque pudiese parecer imposible, existen elementos que ambos bandos comparten, como el valor de la moral y la cruz.
En este caso, muchos de los presentes han venido desde el este y tienen a sus espaldas una larga caminata. Los detractores de Yanukovich les acusan de que su fidelidad está pagada por Kiev. «Les pagan transporte, comida y unos 20 euros por jornada», afirma Bidnoshev. Ellos, por su parte, no niegan que haya ayudas. Aunque, como afirma Vladimir Selivanov, que trabaja en una asociación de defensa de los derechos de los ciudadanos rusos en Sebastopol, estas se reducen a unos cuantos «grivnas» (moneda ucraniana) entregados de forma esporádica para comprar té o café con el que hacer frente a una helada que petrifica hasta los huesos. «Los votos o las ideas no se compran con un puñado de monedas», insiste.
La marcha de los autobuses
Con observar la hilera de autobuses aparcados junto al parque donde se celebra el acto, justo frente a la Rada, el Parlamento ucraniano, se comprueba que el verdadero músculo de Yanukovich está a kilómetros de la capital. Como guías turísticos en medio de la multitud, los responsables de cada grupo enarbolan un cartel con el nombre de la localidad de origen, señalan el punto de encuentro y dirigen el momento de regresar a casa, escalonadamente organizado. En este territorio, no se ven cascos de obra ni pasamontañas. Tampoco son necesarias las características barricadas levantadas a base de sacos de hielo y traviesas metálicas. La relación con la Policía es fraternal e incluso pueden verse carteles en los que se insta a los antidisturbios a actuar con contundencia. «Son ellos (en referencia a los opositores) quienes han dado alas a los extremistas. Ya no existe más `Euromaidan' sino un grupo que utiliza la violencia», argumenta Oleksandr Zinchenko, comandante de la tienda de campaña del Partido de las Regiones.
Tanto los partidos que sustentan el triunvirato opositor (Batkivschina, UDAR y Sbovoda) como los cada vez más poderosos «grupos de autodefensa» capitaneados por el ultraderechista Pravy Sektor se niegan a levantar el campamento hasta que Yanukovich dimita. Comprobando la sofisticación a la que ha llegado el búnker del centro de Kiev resulta lógico plantearse hasta dónde podría llegar la confrontación en caso de que los agentes tratasen de disolverlo.
Quienes defienden al presidente, se parapetan tras la escasa victoria electoral de 2010 (el actual presidente obtuvo el 52%) para defender su legitimidad. La palabra clave es «compromiso» y la marcha de su jefe, la línea roja que no están dispuestos a cruzar. Sin embargo, hasta a la hora de valorar los comicios chocan con los opositores. Al otro lado de la gran barrera de uniformados, entre las banderas rojinegras y las de la UE, todos consideran que hubo fraude. Una visión alimentada desde Europa, pese a que, en aquel momento, sus propios observadores dieron por válido el sufragio. Aunque un sistema basado en oligarcas que se han repartido el poder ininterrumpidamente desde hace más de dos décadas tampoco permite tener muchas expectativas.
La corrupción como argumento
La corrupción, en todas sus escalas, es el gran argumento con el que los acampados en «Euromaidan» rebaten las apelaciones al respeto institucional. No hablan de reparto de la riqueza sino de «laissez faire» a la hora de hacer negocios. Y denuncian las «mordidas» que, según relatan, condicionan toda actividad pública. «Todos te roban. Intentas montar un negocio y te lo hacen imposible», se queja un joven de origen boliviano, que no ofrece su nombre y que acaba de gastarse los ahorros en montar un gimnasio en el que ofrecer cursos de artes marciales. La impunidad de las grandes familias de oligarcas también aparece de forma recurrente en la lista de agravios. Y en este ámbito, la mirada hacia Europa es más bucólica que real. «En Ucrania las leyes no son iguales para todos como en Europa», afirma Bidnoshev. Tampoco hace mucho caso a la larga lista de ejemplos sobre saqueo público e impunidad que llega desde el Estado español. «Es diferente», insiste, argumentando que, en su país, aún en el caso de que alguien fuese condenado, las decisiones de un juez tienen valor dependiendo de apellido y honorarios.
Ucrania es un país dividido y no hace falta más que observar el reparto del porcentaje de voto al actual presidente y a Yulia Timoshenko (actualmente encarcelada por corrupción) para certificar la fractura. A ello se le suma su posición estratégica entre una Rusia que no quiere perder influencia y una Europa que maniobra hacia las antiguas repúblicas soviéticas. Por eso, la fractura se reabre periódicamente. Ocurrió en 2010, con las presidenciales. Previamente, en 2004, con la denominada «revolución naranja». Sin solución a la vista y con la insalvable desconfianza con la que unos y otros se miran de reojo, ¿hay solución posible?
«Aquí la gente se mueve por odio a Yanukovich», puede escucharse al mismo tiempo que se argumenta que otras elecciones «no solucionarán nada». El otro lado, permanece a la espectativa. Y el problema se enquista, con el riesgo de escalada violenta presente en cada nuevo desencuentro.
La oposición apuesta por los «grupos de autodefensa» controlados por los ultras para exigir elecciones
La oposición ucraniana propuso ayer crear unidades de autodefensa popular en todo el país, durante un multitudinario mitin de protesta en el centro de Kiev que congregó a unas 70.000 personas, según la agencia Efe. «¿Ya te has inscrito en las unidades de autodefensa?», preguntó el dirigente opositor Alexandr Turchínov a los manifestantes reunidos en la céntrica plaza de la Independencia. El opositor, mano derecha de la encarcelada ex primera ministra Yulia Timoshenko, aseguró que esa había sido la decisión del cuartel general del Maidán, bastión de las protestas antigubernamentales desde noviembre pasado. En la actualidad, varios miles de personas armadas con palos, bates, garrotes y escudos, que reciben entrenamiento de veteranos militares, integran las «unidades de autodefensa» en la capital ucraniana. Grupos ultraderechistas como el Pravy Sektor y antiguos soldados en Afganistán las controlan.
Fuente: http://www.naiz.info/es/hemeroteca/gara/editions/gara_2014-02-10-06-00/hemeroteca_articles/dos-ucranias-desconfiadas-que-alejan-las-soluciones
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