A lo largo y ancho del mundo, cadenas de ONG y de gente que dice ser ecologista y bien pensante han hecho campaña contra la empresa Monsanto, que produce semillas de plantas transgénicas. Aducen defender la “soberanía alimentaria”, invocando “a todas las personas que se preocupan de la madre tierra, de nuestra salud e hijas/os” a oponerse a Monsanto por producir “la mayor parte de las semillas a través de un sistema perverso de patentes y control con la ayuda de Gobiernos y organizaciones internacionales; con mucha agresión y abuso de los derechos humanos impone un sistema de producción basado en transgénicos y agroquímicos que ponen en peligro el medioambiente, la salud y la soberanía alimentaria. En México ha logrado que una gran parte del maíz original, el cultivo más importante del país, ha sido reemplazada por maíz transgénico. En Bolivia, prácticamente toda la soya que se produce en Santa Cruz, es de Monsanto y es transgénica”.
Aducen que los cultivos transgénicos:
1) Destruyen la diversidad de cultivos, envenenan la tierra y los recursos naturales.
2) Son dañinos para la salud y pueden causar el desarrollo de tumores cancerígenos, infertilidad y defectos congénitos.
3) Profundizan la desigualdad social y la pobreza.
4) En su mayoría están destinados a la producción de pienso para animales o agrocombustibles y ocupan tierra que pudiera ser usada para el cultivo de alimentos.
5) Monsanto quiere apropiarse de toda la cadena alimenticia, desde la semilla hasta el alimento y de esta manera decidir qué compramos y comemos.
Estos enunciados ni siquiera son verdades a medias; son falacias y además son antisociales y antiecológicas. Explicaré brevemente. En el siglo XVIII se inició en Inglaterra la selección sistemática de plantas y de animales domésticos. Resultado: se aceleró marcadamente el proceso de obtención de animales domésticos que engordasen en menos tiempo, vacas que diesen más leche y en general plantas que diesen más semillas. Veamos en el entorno en Cochabamba: el ganado lechero es holando-uruguayo porque da más leche que las variedades vacunas a la antigua; basta darles buenos piensos y eso se hace. Con las semillas seleccionadas se obtiene más trigo o soya por hectárea, y con eso se reduce proporcionalmente la cantidad de tierra que debe ser cultivada. Este proceso de optimización permite defender los bosques, como nosotros debemos hacerlo en Bolivia y para el caso en el Tipnis. Es una obligación moral.
Los transgénicos no son tóxicos; simplemente son manipulaciones genéticas, a modo de hibridizaciones, que aceleran el proceso de selección de plantas y animales domésticos. Con eso se alimenta mejor a la humanidad. Si la soya que se cultiva es transgénica, pues son miles de kilómetros cuadrados de tierra que se libran del cultivo. Así de sencillo.
Los transgénicos no producen cáncer, ni son teratógenos, ni afectan a la fertilidad. No envenenan la tierra. Es un mito, como achacar a las pastillas anticonceptivas no sé qué males inventados. De hecho, las mujeres que han tomado estas pastillas viven más y más sanas. Es cierto que el cultivo con transgénicos requiere de ciertos aprendizajes; por eso se ha tratado de restringir su propagación; pero ése es un mal pasajero y los cultivos de soya no se quedarán en la prehistoria so pretexto de “sabiduría ancestral” como dicen estos enemigos de la ecología.
De ninguna manera los transgénicos acrecientan las desigualdades sociales. Alimentar a la población y modernizarla no es en sí mismo algo antisocial. Cierto que el grueso de los cultivos va para alimentar animales domésticos, pero no se puede ir contra la biología, que ha hecho que evolutivamente tengamos que consumir proteínas animales para desarrollarnos bien.
Finalmente, es otro cuento que los productos agrícolas sean utilizados como combustibles, porque eso resulta antieconómico.
La ignorancia es un mal, se puede decir que una de las raíces del mal.
El autor es escritor
Por Bernardo Ellefsen - 18/07/2013Para mayor información comunicate con nosotr@s al mail: madalbo@gmail.com
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