No hay duda, las abejas son un gran invento para las flores, y viceversa. Polinizar es el verbo clave, la acción que garantiza la supervivencia para ambas, y esta relación de beneficio recíproco ha dejado su rastro a lo largo de la evolución. Por ejemplo, en los colores de las flores, que se fueron adaptando a la visión de las abejas, un patrón que ya se había demostrado en el hemisferio norte y que ahora también acaba de confirmarse en Australia.
Así, podría decirse que las flores se colorean con inteligencia, haciendo todo lo posible para que las abejas las tengan bien localizadas y vuelvan una y otra vez a esparcir su polen. Lo hacen, así nos lo desvela la ciencia, creando colores específicos que se adapten perfectamente a los matices de la visión de los insectos polinizadores. ¿Pero, esto es algo que ocurre en todo el planeta? Esta evolución cromática ya fue demostrada en el hemisferio norte, y recientemente se ha probado en Australia, confirma un estudio publicado en Proceedings of the Royal Society B.
La elección de Australia obedece a su aislamiento geográfico durante 34 millones de años, lo que hace de esta región un lugar sin influencias externas, al menos en lo que respecta a las plantas nativas. Allí se recolectaron 111 flores locales, como la flor Down Under y, tras analizarse sus patrones de color se encontró que además del espectro de luz visible para las personas, también irradiaban el reflejo de la luz ultravioleta al que son sensibles las abejas, concluye el trabajo.
La elección de Australia obedece a su aislamiento geográfico durante 34 millones de años, lo que hace de esta región un lugar sin influencias externas, al menos en lo que respecta a las plantas nativas. Allí se recolectaron 111 flores locales, como la flor Down Under y, tras analizarse sus patrones de color se encontró que además del espectro de luz visible para las personas, también irradiaban el reflejo de la luz ultravioleta al que son sensibles las abejas, concluye el trabajo.
Por lo tanto, para las abejas las flores tienen colores distintos que para nosotros. Una flor de un sólo color a nuestros ojos, pongamos por caso, para ellas pueden ser multicolores, como ocurre, por ejemplo, con el jazmín amarillo (Gelsemiun sempervirens), cuyos dorados pétalos a ojos humanos para ellas son, sin embargo, un auténtico festival de colores. Por cierto, este nuevo hallazgo sugiere que en otros lugares del mundo pudiera ocurrir lo mismo.
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