LA PAZ/AGENCIAS | 24/06/2012 | ED. IMP.
El negocio de la soya en Bolivia fue una imposición, definida hace poco más de 20 años por el Banco Mundial, sin considerar los impactos socio ambientales que este tipo de cultivos puede provocar, señala una investigación difundida por el Observatorio Ambiental de la Liga de Defensa del Medio Ambiente.
El estudio de Marco Octavio Ribera, señala que la expansión de la frontera agrícola de la soya, máxima expresión del impacto ambiental de la actividad, tiene su fundamento en el comportamiento del sector productivo cruceño frente a las coyunturas favorables, las cuales tienden a privilegiar la rentabilidad económica a corto plazo más que la sostenibilidad del proceso a mediano plazo.
Se recuerda que la Fundación Tierra advirtió que hace 20 años “el Banco Mundial impuso a Bolivia este modelo y visión agropecuaria de mono-exportación, absolutamente contrario a las necesidades de utilizar la tierra y la agricultura para el desarrollo humano”.
Agrega: no generó empleo, no mejoró la seguridad alimentaria, no se diversificó la producción de alimentos, no mejoró sustancialmente la dieta alimenticia de los pobres, pero sobre todo, no incluyó favorablemente a la economía de mercado a las decenas de miles de pobladores rurales pobres de origen indígena que hasta ahora no encuentran fuentes de trabajo. Además, dice, todas las tierras del oriente ya tienen dueños, lo que ocasiona tantos miles de emigrantes hacia países de Europa.
Agrega que este modelo mono exportador promovido activamente por el Banco Mundial “es una lamentable demostración de cómo, quienes deciden las políticas públicas en lugar de nosotros, no tomaron en cuenta las advertencias sobre los enormes costos ambientales y los lamentables efectos económicos y políticos que iba a producir ese modelo”.
La investigación señala que el monocultivo de la soya ha concentrado la propiedad de la tierra en pocas manos, ha transnacionalizado los derechos propietarios de la tierra y ha impedido nuevos asentamientos humanos planificados y concertados de campesinos pobres para generar riqueza, empleo y bienestar.
Se indica que la rápida devastación de una de las ecorregiones transicionales biológicamente más diversificadas de las tierras bajas de Bolivia, como era la zona de Pailón, al este del Río Grande, donde confluían el Bosque húmedo estacional, el Bosque sub húmedo Chiquitano y el Bosque seco del Chaco basal, implicó una enorme pérdida de biodiversidad.
“Este bosque transicional al este de Warnes y Montero fue devastado en menos de una década. Nunca sabremos si se dieron extinciones de especies de plantas y animales, lo cual es muy probable, pero la pérdida de biodiversidad no sólo se refiere a una lista larga de mamíferos, aves, insectos u orquídeas, sino a recursos de alto valor, tanto maderables como no maderables”.
Ribera advierte que no existen datos definitivos sobre las superficies deforestadas en el extenso arco que rodea a la ciudad de Santa Cruz desde Abapó al sur, pasando por Pailón, Laguna Concepción, San Pedro y San Julián y hasta la zona de Yapacaní, pero recuerda que se maneja por lo menos 4 millones de hectáreas.
Señala además que en esa zona se probaron diversos cultivos como algodón, caña, arroz y luego soya.
“El cultivo de la soya fue responsable en al menos un 60 por ciento de esta devastación. Una proporción importante, en la actualidad, está ocupada por muchos tipos de cultivos desde arroz hasta hortalizas, sin embargo, una gran parte de esta superficie desboscada, también comprende campos de pastoreo degradados”.
El estudio de Marco Octavio Ribera, señala que la expansión de la frontera agrícola de la soya, máxima expresión del impacto ambiental de la actividad, tiene su fundamento en el comportamiento del sector productivo cruceño frente a las coyunturas favorables, las cuales tienden a privilegiar la rentabilidad económica a corto plazo más que la sostenibilidad del proceso a mediano plazo.
Se recuerda que la Fundación Tierra advirtió que hace 20 años “el Banco Mundial impuso a Bolivia este modelo y visión agropecuaria de mono-exportación, absolutamente contrario a las necesidades de utilizar la tierra y la agricultura para el desarrollo humano”.
Agrega: no generó empleo, no mejoró la seguridad alimentaria, no se diversificó la producción de alimentos, no mejoró sustancialmente la dieta alimenticia de los pobres, pero sobre todo, no incluyó favorablemente a la economía de mercado a las decenas de miles de pobladores rurales pobres de origen indígena que hasta ahora no encuentran fuentes de trabajo. Además, dice, todas las tierras del oriente ya tienen dueños, lo que ocasiona tantos miles de emigrantes hacia países de Europa.
Agrega que este modelo mono exportador promovido activamente por el Banco Mundial “es una lamentable demostración de cómo, quienes deciden las políticas públicas en lugar de nosotros, no tomaron en cuenta las advertencias sobre los enormes costos ambientales y los lamentables efectos económicos y políticos que iba a producir ese modelo”.
La investigación señala que el monocultivo de la soya ha concentrado la propiedad de la tierra en pocas manos, ha transnacionalizado los derechos propietarios de la tierra y ha impedido nuevos asentamientos humanos planificados y concertados de campesinos pobres para generar riqueza, empleo y bienestar.
Se indica que la rápida devastación de una de las ecorregiones transicionales biológicamente más diversificadas de las tierras bajas de Bolivia, como era la zona de Pailón, al este del Río Grande, donde confluían el Bosque húmedo estacional, el Bosque sub húmedo Chiquitano y el Bosque seco del Chaco basal, implicó una enorme pérdida de biodiversidad.
“Este bosque transicional al este de Warnes y Montero fue devastado en menos de una década. Nunca sabremos si se dieron extinciones de especies de plantas y animales, lo cual es muy probable, pero la pérdida de biodiversidad no sólo se refiere a una lista larga de mamíferos, aves, insectos u orquídeas, sino a recursos de alto valor, tanto maderables como no maderables”.
Ribera advierte que no existen datos definitivos sobre las superficies deforestadas en el extenso arco que rodea a la ciudad de Santa Cruz desde Abapó al sur, pasando por Pailón, Laguna Concepción, San Pedro y San Julián y hasta la zona de Yapacaní, pero recuerda que se maneja por lo menos 4 millones de hectáreas.
Señala además que en esa zona se probaron diversos cultivos como algodón, caña, arroz y luego soya.
“El cultivo de la soya fue responsable en al menos un 60 por ciento de esta devastación. Una proporción importante, en la actualidad, está ocupada por muchos tipos de cultivos desde arroz hasta hortalizas, sin embargo, una gran parte de esta superficie desboscada, también comprende campos de pastoreo degradados”.
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