miércoles, 30 de septiembre de 2015

La necesidad de romper con un "colonialismo simpático"

Críticas al capitalismo desde América Latina




Una de las cuestiones más llamativas en las críticas al capitalismo que se hacen desde América Latina son las repetidas invocaciones al geógrafo inglés David Harvey. Las citas a su idea de “acumulación por desposesión” se repiten en centenas de textos académicos que publican latinoamericanos, y el propio autor ha sido invitado por los gobiernos progresistas de Ecuador y Bolivia.
Recordemos que Harvey propone la idea de “acumulación por desposesión” para reemplazar el concepto de “acumulación originaria” (o “primitiva”) propio de Karl Marx. Se refiere a procesos como la mercantilización de la tierra, expulsión de campesinos, la transformación del trabajo en mercancía, el colonialismo u otros aspectos de la financiarización de las economías.
Son ideas atractivas que, sin entrar en detalles, muchos compartiríamos, y que en parte explican esa avalancha de citas. Pero más allá de eso quisiera explorar otras aristas de esta “moda Harvey” especialmente en América del Sur, y del hecho que los gobiernos progresistas de Rafael Correa y Evo Morales lo inviten y se apoyen en sus conceptos para reforzar sus imágenes de radicalidad. Me preocupan dos cuestiones.
La primera, es que esa “moda” deja de lado la rica historia de reflexiones latinoamericanas para volver a dejarnos en manos de pensamientos norteños. La segunda es que si bien pueden compartirse críticas como las de Harvey, de todos modos son insuficientes para la realidad latinoamericana. Y es precisamente por ser incompletas es que los gobiernos progresistas lo citan y lo invitan.
Una moda
Me explico, comenzando por el primer punto. El problema de la acumulación por desposesión que popularizó Harvey, como apropiación capitalista de recursos naturales o del trabajo, en sus ideas básicas no es una novedad. En América Latina tenemos una larga y triste historia de la apropiación masiva de nuestros recursos o la desposesión de indígenas y campesinos para nutrir a corporaciones y gobiernos en otros continentes. También contamos con muchos pensadores, militantes y académicos, quienes, cada uno a su manera, en por lo menos el último siglo, han sostenido esencialmente esas ideas. Tan sólo como ejemplo, vienen a mi memoria rápidamente, las reflexiones que varias décadas atrás lanzaron Mario Arrubla en Colombia, René Zavaleta Mercado en Bolivia, Ruy Mauro Marini desde Brasil o Fernando Velasco Abad desde Ecuador. Independientemente de las posiciones que se puedan tener hoy ante esos y otros autores, mi punto es que hay una riquísima biblioteca de latinoamericanos que una y otra vez es desatendida.
Todo esto lleva a señalar que, más allá de acordar o discrepar con aspectos puntuales de la tesis de la acumulación por desposesión, por momentos parecería que esta moda sería un nuevo síntoma de colonialismo intelectual, donde muchos prefieren citar a un autor inglés, dejando de lado la recuperación de nuestros antecedentes latinoamericanos. Tampoco puedo descartar que eso tenga que ver con la manía académica asimilada en América Latina de citar textos en inglés o publicaciones de journals del norte, como demostración de pericia científica.
No estamos frente a un problema con Harvey, sino ante una limitación en nosotros mismos, latinoamericanos. Es un colonialismo simpático. Es simpático porque es atractiva la idea de una crítica al capitalismo global, pero esos mismo hace que pase desapercibido que hay un cierto colonialismo ya que de todos modos nos inspiramos, copiamos, repetimos o necesitamos la legitimación que irradia ese “norte”.
Cuatro insuficiencias
Mi segundo punto sí tiene que ver con los énfasis en los análisis de Harvey. Insisto en que muchas de sus tesis son compartibles al ofrecer un valioso instrumental para entender el capitalismo global. Pero la cuestión clave que se debe considerar es si esos aportes son suficientes para entender lo que sucede en América Latina, en nuestro continente, y en este preciso momento, a inicios del siglo XXI. Encuentro aquí cuatro limitaciones importantes.
La primera es que los abordajes del geógrafo británico discurren sobre todo en un alto nivel de abstracción, muy enfocados en la dinámica de un capitalismo planetario. Hay ejemplos locales y nacionales, pero no existe un análisis en profundidad de las formas de organización capitalista propias de América Latina. Sus estudios son tan abstractos que permiten una crítica radical al capitalismo como fenómeno global pero no obligan a entrar en los detalles nacionales o latinoamericanos. Esta no es una limitación menor, ya que América Latina se inserta en la globalización bajo el papel determinante de las exportaciones extractivistas, y ese tipo de especificidades no aparece claramente en Harvey. El énfasis del geógrafo está en escalas mucho mayores. ¿No estará aquí una de las razones por las cuales es citado e invitado por los gobiernos progresistas?
Es que varios progresistas hacen justamente eso, cuestionan el capitalismo internacional pero sin asumir las contradicciones en el propio capitalismo interno, o atacan al imperialismo pero casi nada dicen sobre el colonialismo interno que imponen sobre campesinos o indígenas. Los textos de Harvey encajan perfectamente con esa dualidad, ya que permiten las críticas globales (con las ventajas simbólicas que tiene su lenguaje marxista), sin exigir mucho sobre las problemáticas nacionales. Esta es una dualidad que no ha pasado desapercibida en las conferencias del geógrafo en Quito o en La Paz.
Un segundo problema es la limitada atención que Harvey brinda a la dimensión ecológica. No hay una Naturaleza local, enraizada en territorios, sino una consideración abstracta del ambiente. Esto no es sorpresivo porque este autor ha tenido muchos problemas en asumir una dimensión ambiental (por ejemplo, descree de los límites ecológicos al crecimiento económico). Pero si queremos llevar adelante una crítica latinoamericana al capitalismo, necesariamente debe incorporarse una dimensión ecológica, que incluya tanto el papel de los recursos naturales como concepciones tales como Pacha Mama, ayllu o territorios de vida. Las particularidades ecológicas de nuestra región no se repiten en ningún otro sitio. Además, las principales estrategias desarrollistas actuales descansan en una masiva extracción de recursos naturales, y por ello cualquier análisis será incompleto sino se consideran esos aspectos.
Nuevamente me pregunto si esta limitación no es una de las razones de la adhesión progresista a Harvey, ya que ofrece una vía para discursos radicales contra el capitalismo pero sin atender los debacles ecológicos locales y territorializados en cada país. Es una muleta teórica muy atractiva para un gobierno que quiera criticar, por ejemplo, a la transnacionalización de las corporaciones, pero no quiere decir nada sobre el papel de ellas, y los impactos sociales y ambientales que generan dentro de su propio país al extraer recursos naturales. (Como advertencia al lector debe reconocerse que en una de sus visitas a Quito, Harvey firmó simbólicamente una papeleta de Yasunidos para pedir una consulta ciudadana por la explotación petrolera en la zona de Yasuní, en la Amazonia ecuatoriana).
Un tercer punto se refiere a que en Harvey no se encontrará una delicada atención al mundo indígena. Su discurso está comprometido con sectores populares, por ejemplo en ciudades del hemisferio norte, pero los saberes y sentires de los pueblos originarios casi no existen. Pero es un discurso desde el saber occidental y moderno. No encuentro un lugar para el sumak kawsay ecuatoriano o el suma qamaña boliviano en el Harvey original. Una razón clave es que los modos de entender el concepto de valor son muy distintos en ese autor y en la crítica del Buen Vivir. Otra vez más asoma una buena razón para las invitaciones progresistas, porque sus ideas permiten criticar al capitalismo salteándose las demandas indígenas. Se pueden dar largas exposiciones sobre financiarizacion internacional y las asimetrías de poder alrededor del capital sin tener que repasar las voces indígenas. Esta es también una posición insostenible para el contexto latinoamericano.
Mi último punto es que las alternativas al capitalismo tienen un limitadísimo abordaje en Harvey. Parecería que cae en un pesimismo, donde el puntapié inicial de las salidas es solamente pasar del valor de cambio al valor de uso. Esto resulta muy parecido al discurso de varios gobernantes que dicen, por ejemplo, que tienen que seguir siendo extractivistas porque no hay alternativas al capitalismo global. Es muy comprensible que Harvey encuentre en los gobiernos progresistas sudamericanos un avance a las alternativas que parece soñar, ya que sin duda tienen aspectos positivos en comparación al conservadurismo de las administraciones que él ha conocido durante décadas en Europa y Estados Unidos. Pero eso no es suficiente para América Latina, ya que nuestra referencia de comparación ahora son otras. También aquí no puede evitarse sobre la conveniencia de los gobernantes de citar a Harvey, en tanto sus alternativas son tan abstractas y distantes en el tiempo que permiten seguir con las negociaciones del capitalismo actual.
Tampoco debe olvidarse que en el continente hay organizaciones ciudadanas y reflexiones que exploran alternativas mucho más sustanciales al no estar encasilladas exclusivamente con el valor de uso. El ejemplo más claro son los derechos de la Naturaleza en la Constitución de Ecuador, los que parten de reconocer a la Naturaleza como sujeto, y por lo tanto con valores propios. Aquí hay una brecha teórica enorme con la mirada de Harvey ante la que muchos se hacen los distraídos. Es que bajo el marxismo clásico de Harvey, sólo hay valor en los humanos y en su trabajo, y con ello no tendrían cabida los derechos de la Naturaleza.
Recuperar el pensamiento propio
Como puede verse en este brevísimo repaso, la obra de Harvey es buena para discutir el capitalismo globalizado, pero no obliga a abordar los impactos sociales, ambientales o económicos dentro de cada país, ni a dialogar con saberes indígenas. Es muy útil para comprender los tejes y manejes en Wall Street, pero se escurren de las manos lo que pasa en nuestra Amazonia. Es cómodo para los académicos y gobiernos progresistas citar a Harvey (y algo análogo sucede con Tony Negri), ya que les permite lanzar discursos anticapitalistas salteándose los temas espinosos, como las contradicciones alrededor del capital dentro del país. Es un tipo de análisis que les permite evitar casi todas las cuestiones urticantes de sus estrategias de desarrollo.
Como decía arriba, todo esto no es un problema con esos autores, sino que estamos ante limitaciones y contradicciones en la creación de un pensamiento propio latinoamericano. Somos nosotros, latinoamericanos, los que debemos llevar adelante esa discusión, y no esperar que la animen Harvey, Negri u otros. Esto no quiere decir que deban ser ignorados, ya que en sus escritos hay muchos aportes meritorios y útiles como contribución a nuestro propio debate. Pero es una tarea que esencialmente debe estar en nuestras manos.
El problema con el abuso de la “moda Harvey”, es que ese tipo de posturas teóricas son simpáticas, y por ello se nos hace difícil reconocerle sus limitaciones. Es una debilidad que aprovechan precisamente los que quieren acallar los debates sobre las contradicciones nacionales o los que abusan del poder académico para encauzar reflexiones. Es una moda que también refuerza ese colonialismo que busca en el “norte académico” las legitimaciones y verdades; nos atamos así a un colonialismo que es una barrera para para un pensamiento propio y para explorar alternativas sustantivas.
Para romper ese cerco colonial, una mirada crítica en clave latinoamericana siempre debe estar anclada en las circunstancias nacionales y locales (tiene que ser enraizada), debe atender las implicancias ambientales (tiene ser que ecológica), obligatoriamente debe incorporar y dialogar con los pueblos originarios (tiene que ser intercultural), y debe alumbrar ideas y prácticas de alternativas al desarrollo (tiene que romper el cerco de la Modernidad).
Distintas versiones de estas ideas se adelantaron en artículos en Animal Político de La Razón (Bolivia) y en Plan V (Ecuador). El autor es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES); twitter: @EGudynas

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martes, 29 de septiembre de 2015

La industria del automóvil en Europa contamina el doble de lo que declara

El caso Volkswagen hace saltar las alarmas


Nueva Tribuna


Al hilo del escándalo Volkswagen, Ecologistas en Acción llama la atención sobre la estrategia que ha seguido la industria automovilística mundial, en particular, la europea, y dentro de esta, la alemana: “bloquear y retrasar en lo posible” las medidas que reducen los impactos de los automóviles, tanto en lo referido a emisiones tóxicas para la salud como a las que provocan el cambio climático.
Las normativas de control de emisiones de los automóviles se realizan con un doble fin: limitar sus emisiones de gases tóxicos, perjudiciales para la salud (partículas, óxidos de nitrógeno, etc.), y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (sobre todo dióxido de carbono, CO2) que están provocando el cambio del clima.
Para ambos problemas, “la contribución de los automóviles es enorme y la resistencia de la industria europea, asociada en ACEA, también ha sido férrea, tratando de evitar o retrasando cambios normativos que limitaran estas emisiones”, denuncia Ecologistas en Acción.
Coste para la salud y para los bolsillos del contribuyente
Fijándonos en las emisiones que provocan problemas de salud, la contribución del tráfico en algunas ciudades puede suponer hasta un 80% de esta contaminación. Los últimos estudios cifran en 450.000 el número de muertes prematuras anuales en la UE por la mala calidad del aire, lo que a su vez tiene un coste que asume toda la sociedad, no la industria del automóvil. Según un reciente informe de la OMS de marzo de 2015, "Economic cost of the health impact of air pollution in Europe", el coste por las muertes prematuras en la UE atribuibles a un solo contaminante emitido sobre todo por los vehículos diésel, las partículas, supera los 38.000 millones de euros cada año.
Sin embargo, las normas que ponen coto a estas emisiones, como el estándar Euro 6, en vigor desde septiembre de 2014, han sufrido el “bloqueo y la resistencia” de los fabricantes de automóviles para retrasar en lo posible su aplicación, así como reducir su alcance. “Y esta resistencia ha sido especialmente intensa en el caso de las marcas alemanas, que son las que fabrican vehículos más potentes y, por tanto, más contaminantes”, subraya la organización ecologista.
Del bloqueo a los engaños
Pero, ahora, se hace evidente lo que vienen denunciando desde hace años organizaciones como Transport & Environment (T&E), federación a la que pertenece Ecologistas en Acción: que no solo intentan bloquear la normativa, sino que, una vez aprobada, hacen trampas.
Así recientemente T&E puso en evidencia que, pese a haber pasado las pruebas de laboratorio, un Audi A8 diésel en carretera producía emisiones de óxidos de nitrógeno 21,9 veces por encima del límite legal, un BMW X3 diésel 9,9 veces; un Opel Zafira Tourer, 9,5 veces, y un Citroën C4 Picasso, 5,1 veces. "A la vista de estos datos, que ahora escandalizan en el caso de Volkswagen, no es de extrañar que pese a las promesas tecnológicas nuestras ciudades sigan teniendo serios problemas de contaminación del aire y que las medidas basadas en limitar el uso de los coches más viejos que a menudo se propugnan no funcionen: lo único eficaz es reducir el número de coches en circulación".
Emisiones de CO2 que provocan el cambio climático
Una situación equivalente es la que nos encontramos en lo referente a las emisiones de CO2, que provocan el cambio climático. El transporte es el sector que más gases de efecto invernadero emite en España, un 24% del total. La carretera se lleva la mayor parte de estas emisiones y, dentro de esta, los automóviles son responsables de la mayor proporción.
El objetivo europeo dice que en 2015 las emisiones medias de todos los vehículos vendidos por cada fabricante no deben superar los 130g de CO2 por kilómetro recorrido, algo a lo que, nuevamente, los fabricantes (sobre todo alemanes y franceses) "se resistieron con tenacidad". Y una vez más, existe una gran diferencia entre las promesas y la realidad, entre las declaraciones de los fabricantes en los laboratorios y el uso de los coches en calles y carreteras: las emisiones reales a menudo superan con creces el 50% más de lo declarado, también a partir de los controles de T&E. La industria se ha opuesto también a la puesta en marcha de los test llamados Real Driving Emissions (RDE), realizados en condiciones normales de uso, por razones obvias.
Ecologistas en Acción se pregunta "cómo es posible que una organización como T&E pueda realizar estos controles y estudios y, sin embargo, no los realice de manera sistemática e independiente ningún organismo europeo. Cómo se confía en los datos que facilita una industria que lleva años dando pruebas de que su principal afán es el lucro a costa de lo que sea. Cómo es posible que financiemos y apoyemos un sector que, además de provocar graves costes externos al resto de la sociedad, nos engaña a costa de nuestra salud y la del planeta".

Fuente original: http://www.nuevatribuna.es/articulo/medio-ambiente/sector-transporte-espana-emite-24-gases-efecto-invernadero/20150924135103120499.html

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Neoextractivismo y alternativas: debates y conflictos en los países con gobiernos progresistas en Suramérica


En los primeros lustros del siglo XXI se han producido significativos desplazamientos y transformaciones en la división internacional del trabajo y de la naturaleza. El asombroso ritmo de crecimiento del sur y sureste asiático, y en especial la re-emergencia de China como gran potencia económica, y su transformado en el principal productor industrial del planeta, han generado un extraordinario incremento tanto en la demanda como en el precio de los commodities que producen los países suramericanos.
Esto ha coincidido con el surgimiento de lo que han sido denominados los gobiernos progresistas en el continente, tanto los que a través de nuevas constituciones se plantearon la transformación profunda (¿revolucionaria?) de estas sociedades (Venezuela, Bolivia, Ecuador), como los de una orientación más moderada, más cercanas a la socialdemocracia (Brasil, Argentina, Uruguay).
El tema del extractivismo ha generado profundas divisiones en el seno de la izquierda, organizaciones y movimientos populares durante la última década. Esto es expresión, entre otras cosas, de visiones diferentes de la sociedad a la cual se aspira, de evaluaciones no compartidas sobre lo que fue el socialismo del siglo XX y, en consecuencia, de prioridades diferentes que unos y otros sectores le otorgan a las principales dimensiones o ejes del cambio requerido en estas sociedades. Muy esquemáticamente es posible caracterizar las partes de esas confrontaciones en los siguientes términos. Por un lado, quienes -por lo menos para la primera etapa de los procesos de cambio- le otorgan prioridad en las agendas de transformación al antiimperialismo, a la recuperación del Estado, la soberanía nacional, la superación a corto plazo de la pobreza/desigualdad y al crecimiento económico, tienden en general a tener una visión poco problematizadora o crítica de las implicaciones del extractivismo. Por el otro, quienes, sin negar mucho de lo anterior, asumen como objetivo estratégico prioritario la búsqueda de opciones al patrón civilizatorio de crecimiento sin fin, con énfasis en la interculturalidad, las alternativas al desarrollo y la preservación de la vida que está siendo amenazada por la lógica depredadora de la sociedad hegemónica, tienden a asumir miradas radicalmente críticas en torno a las implicaciones del extractivismo para los procesos de cambio en el continente. Esta división atraviesa igualmente a la academia latinoamericana.
En general los gobiernos “progresistas” y sus defensores argumentan que es necesario aprovechar el contexto de la elevada demanda y precio de los commodities para acumular los recursos requeridos con el fin de realizar las inversiones sociales, productivas y de infraestructura que permitan, en una fase posterior, superar el extractivismo. Ello pasa, necesariamente, por un mayor control estatal sobre la explotación de las materias primas, ya sea mediante nacionalizaciones o mediante mayores cargas impositivas, para lograr una mayor participación en la renta que antes había tenido a las corporaciones transnacionales como principales beneficiarias.
En este contexto internacional favorable a los exportadores de commodities, las políticas de ampliación de las actividades extractivas y de mayor participación del Estado en los ingresos provenientes de éstas, han hecho posible importantes resultados que estos gobiernos pueden reivindicar. Se logró, durante varios años, un crecimiento económico sostenido. Después de un largo período de déficits, entre los años 2002 y el 2007, América Latina en su conjunto tuvo saldos de cuenta corriente favorables. Entre el año 2003 y el año 2012 la deuda externa total como porcentaje del producto se redujo a menos de la mitad. La inversión extranjera directa creció aceleradamente.[1] En términos geopolíticos, estas condiciones económicas favorables permitieron mayores niveles de autonomía. Con una mayor diversificación geográfica del comercio exterior y el acceso a otras fuentes de crédito, se redujo la elevada dependencia que antes se tenía con relación a los Estados Unidos y la Unión Europea. Las balanzas de pagos positivas permitieron pagar deudas externas y librarse de la tutela de las instituciones Bretton Woods, así como la acumulación de reservas internacionales. Después de la derrota del ALCA se dieron pasos iniciales hacia nuevos mecanismos de integración regional como el ALBA, UNASUR y CELAC. El continente dejó de ser el patio trasero de los Estados Unidos.
El sostenido incremento de los ingresos fiscales permitió inversiones masivas en programas sociales como las misiones en Venezuela y el programa Bolsa Familia en Brasil, que permitió sacar a 40 millones de personas de la pobreza. En todos estos países mejoró el acceso a los servicios educativos, de salud y a la seguridad social e incluso se dio una cierta reducción de la desigualdad. En consecuencia, estos gobiernos han contado con importantes grados de legitimidad y han logrado estabilidad política después de años de mucha turbulencia caracterizada por revueltas populares, golpes de Estado y gobiernos que no lograban concluir sus períodos constitucionales. Han logrado -en todos los casos- sucesivas victorias electorales. En Venezuela el gobierno ha ganado en cada una de las cuatro elecciones presidenciales que se han realizado desde que Hugo Chávez accedió a la presidencia en el año 1999. Tanto el Partido de los Trabajadores en Brasil como el Frente para la Victoria en Argentina han ganado cuatro elecciones presidenciales sucesivas. El Frente Amplio de Uruguay ganó su tercera victoria seguida en las elecciones presidenciales de octubre del 2014. Evo Morales fue reelecto presidente de Bolivia con 63% de los votos en octubre del 2014. Rafael Correa cerró el año con niveles de popularidad de entre 70 y 80% en Ecuador.
Sobre la base de todo esto podría afirmarse que esta apuesta por el crecimiento basado en un modelo productivo extractivo y de reprimarización de las economías ha sido extraordinariamente exitoso.
Existen, sin embargo, otras miradas, otros criterios, otros horizontes normativos, otras concepciones en torno a las sociedades a las cuales se aspira para evaluar estas experiencias. Si incorporamos estas otras perspectivas llegamos a balances bastante más complejos, mucho más preñados de tensiones y contradicciones.
¿Transformaciones civilizatorias o crecimiento económico capitalista?
Son muchas las razones por las cuales se generaron expectativas de que Suramérica sería la región del planeta en la cual sería posible articular las luchas contra el neoliberalismo y por la superación del capitalismo, con procesos de construcción de alternativas civilizatorias al modelo depredador de crecimiento sin fin característico de la modernidad. En las ampliamente extendidas luchas populares en todo el continente en contra del neoliberalismo y contra lo que llegó a ser su proyecto más perverso, el ALCA, ocuparon un lugar destacado los pueblos indígenas, campesinos y afrodescendientes. La defensa de los territorios, la lucha contra los monocultivos y los transgénicos y la mega minería ocuparon lugares centrales en las agendas de lucha. Las nociones del buen vivir de los pueblos indígenas andinos y amazónicos fueron ampliamente incorporados a la gramática política de estas luchas. La victoria electoral de diferentes candidatos de izquierda o progresistas fueron posibles gracias a los procesos de acumulación de fuerza transformadora que estas luchas hicieron posible.
Sin embargo, con estos gobiernos se ha profundizado el desarrollo extractivista y ha crecido el peso del sector primario exportador, contribuyendo de esa manera a suministrar los insumos requeridos para alimentar la lógica depredadora global, contribuyendo así a consolidar al orden capitalista contra el cual se luchaba. Un nuevo consenso continental, el consenso de los commodities[2] es compartido por todos los gobiernos suramericanos, independientemente de su signo político.
Es ésta la paradoja, o contradicción, más profunda presente en los países con gobiernos progresistas de Suramérica, especialmente en los casos de Bolivia y Ecuador. Precisamente en el momento en que, por primera vez en la historia de este continente, se han reconocido constitucionalmente los derechos de los pueblos indígenas, llegándose en estos dos países a definir sus Estados como plurinacionales, y se reconocen jurídicamente los derechos de la naturaleza, se está acelerando la expansión de la lógica depredadora-extractivista de desposesión, ocupando/devastando aun aquellos territorios que en los últimos cinco siglos habían permanecido relativamente al margen de estos procesos de expansión del capital. En estos territorios, en estas nuevas fronteras del capital global, aguas y suelos están siendo contaminados, bosques destruidos, la biodiversidad reducida, poblaciones desplazadas. Los cultivos para el auto-consumo y los mercados locales están siendo sustituidos por monocultivos transgénicos, como es el caso de la soya,[3] amenazando la soberanía alimentaria. A pesar de los contenidos constitucionales, estos gobiernos no pueden reconocer el derecho de los pueblos indígenas y afrodescendientes a sus territorios tradicionales, ya que son precisamente dichos territorios los que tienen que ser sometidos a estas lógicas extractivas, aunque ello requiera la criminalización de las resistencias.
En términos del impacto devastador de estas actividades sobre los pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos, es indiferente que las corporaciones participantes sean nacionales o extranjeras, occidentales u orientales, públicas o privadas, o del discurso de revolución o de mercado con el cual estas actividades sean acompañadas.
El extractivismo no es, como lo ha argumentado Álvaro García Linera, Vicepresidente de Bolivia, una “forma técnica” de producción compatible con cualquier modelo de sociedad.[4] Es por el contrario, en su mega escala actual, expresión de un patrón civilizatorio antropocéntrico y patriarcal de destrucción de la vida. Además de producir mercancías, el modelo productivo extractivista contribuye a la formación de los agentes sociales involucrados en ese proceso,[5] genera subjetividades y tiende a moldear regímenes políticos caracterizados por el clientelismo y el rentismo. Genera una dependencia creciente de los sectores populares de las transferencias del Estado y tiende a debilitar sus capacidades autónomas, y con ello, la democracia. El ingreso proveniente de las actividades extractivas permite aumentar el gasto fiscal sin reformas en regímenes impositivos que se caracterizan por su carácter regresivo. La redistribución vía subsidios estatales y las transferencias monetarias directas responden a demandas inmediatas de la población, pero contribuyen poco a alterar las estructuras productivas de la sociedad y las profundas desigualdades que la caracterizan.
Una vez instalado como patrón de organización de la sociedad, difícilmente puede ser revertido. La especialización en la producción de materias primas, lejos de permitir una acumulación que garantice la inversión en alternativas al extractivismo, tiende a bloquear la posibilidad de otras actividades generando procesos de desindustrialización en el continente.[6] Este modelo primario-exportador representa la continuidad de las formas históricas coloniales de inserción en mercado global basadas en la exportación de naturaleza y el comercio ecológicamente desigual.[7] Con esto no se está contribuyendo la búsqueda de alternativas al capitalismo sino alimentando su insaciable maquinaria depredadora.

La teoría de las ventajas comparativas y los precios de los commodities
Retomando la teoría clásica de las ventajas comparativas en el comercio internacional, gobiernos y muchos académicos asumieron que el alza sostenida en demanda y precio de los commodities era una indicación de que el deterioro de los términos de intercambioentre commodities y bienes industriales era cosa del pasado y que era posible, en estas nuevas condiciones, aprovechar los elevados precios de los commodities para financiar los procesos de cambio planteados. Sin embargo, en la segunda década del siglo volvieron a hacerse presentes las históricas fluctuaciones y tendencias a la baja de los precios de los commodities en el mercado internacional, afectando cada uno de los principales renglones exportados por el continente.
En el segundo semestre del 2014, el precio del petróleo bajó más de 50%; entre mediados del 2011 y finales del 2014 el precio del cobre se redujo en 35%; el precio del mineral de hierro en noviembre 2014 era menos del 40% del precio de febrero del 2011; entre junio y octubre del 2014 el precio de la soya bajó en un 27%.[8] El país más afectado ha sido Venezuela ya que el petróleo representa el 96% del valor de sus exportaciones. La continuidad de políticas sociales de estos años está lejos de estar garantizada.

Formas de inserción en el mercado mundial y relaciones con China
La superación del capitalismo y el camino hacia sociedades del buen vivir, capaces de vivir en armonía con la naturaleza exige, necesariamente, procesos de desacoplamientorespecto a los mecanismos de mercantilización que caracterizan al mercado mundial, y la creación de otros tejidos sociales y espacios productivos sustentados en alternativas al crecimiento sin fin, así como otros imaginarios y otros patrones culturales de consumo. Ello solo sería posible al interior de espacios de integración de creciente densidad sustentados en esas otras lógicas. Esto no es compatible con modelos productivos basados en el extractivismo y economías primario-exportadoras cuya prioridad es el acceso a mercados extra continentales.[9]
Las relaciones con China, lejos de reducir la dependencia del continente respecto al mercado capitalista global y sus patrones culturales, la han profundizado. La extraordinaria demanda china de materias primas ha producido alzas muy importantes tanto en la demanda como en los precios de los principales commodities que produce el continente,[10] empujando hacia la reprimarización de sus economías. Mientras que, para el conjunto de América Latina, las materias primas representan un poco más de 40% del total de las exportaciones, la cifra correspondiente a sus exportaciones a China es de prácticamente 70%. En lo fundamental, en sus relaciones comerciales con China, América Latina intercambia commodities por bienes industriales.[11]
Una elevada proporción del valor total de las exportaciones de los países suramericanos a China está concentrada en solo uno, dos o tres productos básicos de origen primario extractivo o alguna manufactura de origen agropecuario: petróleo, mineral de hierro, cobre, soya, harina de soya. En el caso de Brasil, el país más industrializado del continente, entre los años 2005 y el 2008, el peso relativo de los productos primarios en las exportaciones totales a China pasó de 20% a 80%, principalmente mineral de hierro y soya.[12]
Esta especialización primario exportadora está inducida igualmente por los créditos y las inversiones chinas. Desde el año 2005 China ha otorgado más de 100 mil millones de dólares en créditos al continente, un volumen mucho mayor de los créditos combinados provenientes del Banco Mundial, del Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco de Exportación e Importación de los Estados Unidos.[13] La mayor parte de estos créditos están directamente asociados a la producción de commodities, o a las infraestructuras requeridas para ello. En algunos casos, como Venezuela y Ecuador, parte de estos créditos deben ser pagados directamente con petróleo.[14] Las inversiones chinas están igualmente concentradas en actividades extractivas.[15] Todo esto compromete a seguir por la senda del extractivismo a largo plazo.

Más allá del extractivismo: la transición

Ante el avance incontenible de estas lógicas depredadoras, en estos años no solo han continuado, sino que se han profundizado y extendido en todo el continente las luchas y resistencias en contra del extractivismo y de sus infraestructuras (represas, carreteras oleoductos, puertos). Se han articulado redes continentales contra la mega minería, las represas hidroeléctricas, los monocultivos y los transgénicos. Pueblos indígenas, afrodescendientes, así como habitantes de pequeñas ciudades alejadas de las metrópolis, son hoy los principales protagonistas de estas luchas. Se han logrado importantes victorias locales y en muchas ocasiones las empresas se han tenido que retirar ante la resistencia de las poblaciones afectadas. Sin embargo, mientras la confianza en el desarrollo siga siendo hegemónica, mientras los gobiernos puedan seguir llevando a cabo las actuales políticas sociales financiadas con actividades extractivas, mientras los impactos depredadores del extractivismo sigan estando lejos de los centros metropolitanos, será difícil que estas demandas sean asumidas por la mayoría de la población, sobre todo por los sectores populares urbanos.  
Hoy en el continente nadie está proponiendo que de un día para otro se decrete el fin del extractivismo y que a partir de esa fecha no se extraiga un barril de petróleo, ni una tonelada de mineral de hierro, ni se siembre una hectárea de soya transgénica. Es sin embargo urgente ampliar y profundizar los debates sobre la necesaria transición hacia una economía no- extractivista, no-rentista, más allá de una retórica vacía sobre su necesidad que suele estar presente en los discursos gubernamentales. ¿Qué medidas concretas habría que tomar en el presente en áreas tan medulares como el ámbito energético, la producción de alimentos, o el modelo de transporte, para dar pasos en la dirección de un patrón productivo, un modelo de organización de la sociedad no-desarrollista, no-extractivista, no-rentista?[16] De no iniciarse esta transición a corto plazo, los llamados gobiernos progresistas pasarán a la historia como los responsables haber acelerado los procesos de destrucción del planeta y de haber frustrado las esperanzas de otro mundo posible.
Este articulo se publicó en la revista PERSPECTIVAS "Más allá de la sobreexplotación - Alternativas latinoamericanas al extractivismo", la puede bajar gratis en nuestra página!

[1]. CEPAL. Anuario Estadístico de América Latina y el Caribe 2013, Santiago de Chile, 2013.
[2]. Maristella Svampa, 'Consenso de los commodities' y lenguajes de valoración en América Latina, Nueva Sociedad, n° 244, Buenos Aires, marzo-abril de 2013.
[3]. Juan Luis Berterretche: «El enclave sojero de Sudamérica» en Millones contra Monsanto, 15/10/2013,                 <http://millonescontramonsanto.org/el-enclave-sojero-de-sudamerica/>.
[4]. Álvaro García Linera, Geopolítica de la Amazonia. Poder hacendal-patrimonial y acumulación capitalista, La Paz, s/f.
[5]. Fernando Coronil Ímber, El Estado Mágico. Naturaleza, Dinero y Modernidad en Venezuela, Editorial Alfa, Caracas, 2013, p. 82.
[6]. Pierre Salama, “China-Brasil: industrialización y ‘Desindustrialización temprana’, Cuadernos de Economía, 31(56), 2012
[7]. Pablo Samaniego, María Cristina Vallejo y Joan Martínez-Alier, Déficit comercial y déficit físico en Sudamérica,
[9]. Ariel Slipak, La expansión de China en América Latina: incidencia en los vínculos comerciales argentino-brasileros, Observatorio de la Política China, <http://www.politica-china.org/nova.php?id=5248&clase=26&lg=gal>
[10]. Rhys Jenkins, “El ‘efecto China’ en los precios de los productos básicos y en el valor de las exportaciones de América Latina”, Revista CEPAL, n° 103, abril 2011.
[11]. CEPAL, Promoción del comercio y la inversión con China Desafíos y oportunidades en la experiencia de las cámaras empresariales latinoamericanas, Santiago de Chile, 2013
[12]. ,Mónica Bruckmann, Recursos naturales y la geopolítica de la integración sudamericana, <http://alainet.org/active/45772>
[13]. Interamerican Dialogue. China-Latin America Finance Database, <http://www.thedialogue.org/map_list>
[14]. Kevin P. Gallagher, Amos Irwin, Katherine Koleski ¿Un mejor trato? Análisis comparativo de los préstamos chinos en América Latina, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Economía, Centro de Estudios China-México. Número 1, 2013.
[15]. Enrique Dussel Peters. Chinese FDI in Latin America: Does Ownership Matter? Working Group on Development and Environment in the Americas, <http://ase.tufts.edu/gdae/Pubs/rp/DP33DusselNov12.pdf>
[16]. Ver, por ejemplo: Alberto Acosta, Esperanza Martínez, William Sacher, “Salir del extractivismo: una condición para el Sumak Kawsay. Propuestas sobre petróleo, minería y energía en el Ecuador”, en Miriam, Lang y otras, Alternativas al capitalismo/colonialismo del siglo XXI, Fundación Rosa Luxemburg, Quito, 2013; Eduardo Gudynas, “Debates sobre el desarrollo y sus alternativas en América Latina: Una breve guía heterodoxa”, en Miriam Lang y Dunia Mokrani (compiladoras), Más allá del desarrollo, Fundación Rosa Luxemburg, Quito, 2011.



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lunes, 28 de septiembre de 2015

El efecto cianuro en San Juan

Argentina

Página/12


La Justicia de San Juan imputó a nueve empleados de la minera Barrick Gold y no descartó que pudiera haber responsabilidades del gobierno provincial en el derrame de más de un millón de litros de solución cianurada en el río Jáchal. Anoche, vecinos de las ciudades de Jáchal e Iglesia marcharon en las calles de la capital provincial para rechazar la actividad minera.El juez Pablo Oritja imputó a nueve empleados de Barrick, pero advirtió que los acusados podrían ser más, si la recolección de información, que continúa llevando adelante, permite determinar que hay más responsables del derrame producido el 13 de septiembre en la mina Veladero. “Hay una idea clara de lo que puede haber pasado. No descartamos la omisión en los controles que debía realizar el Estado, motivo por el cual hemos solicitado la documentación de los organismos que tenían competencia”, dijo el juez a una radio sanjuanina. El magistrado provincial también aseguró que, en adelante, el funcionamiento de la minera en San Juan tendrá un control más estricto.
Por otra parte, el juez federal Sebastián Casanello ordenó que el Ministerio de Salud y la Secretaría de Minería de la Nación entreguen información sobre los permisos y proyectos de explotación de la empresa minera canadiense. Los operativos fueron ordenados a pedido del fiscal federal Ramiro González, quien imputó al secretario de Minería nacional, Jorge Mayoral; al presidente de la Cámara de Minería de San Juan, Santiago Bergé; al secretario ambiental provincial, Domingo Tello; y a directivos de Barrick Gold. El fiscal González pidió abrir una investigación contra todos ellos.
Los procedimientos fueron llevados adelante por la División Delitos Ambientales de la Policía Federal, tras lo cual el juez Casanello delegó la causa en el fiscal González, quien es titular de la Unidad Fiscal para la Investigación de Delitos contra el Medio Ambiente (UFIMA) de la Procuración General.
Casanello envió exhortos a la Justicia sanjuanina para requerir que las dependencias provinciales de Minería, Ambiente y Salud entreguen información sobre el funcionamiento y las autorizaciones de Barrick Gold.
En respuesta, el juez sanjuanino Maximiliano Blejman allanó despachos en los ministerios provinciales de Minería y Salud Pública, la Secretaría de Ambiente y oficinas del edificio de Obras Sanitarias Sociedad del Estado.
Por su parte, el gobierno de San Juan informó en un comunicado que a través de sus ministerios y secretarías puso a disposición “la totalidad” de la información referida a la “contingencia” ocurrida el 13 de septiembre en la mina Veladero.
En tanto, la senadora nacional por San Juan Maira Riofrío atribuyó el derrame a un “sabotaje político” y reclamó a la Justicia provincial que oriente la investigación en ese sentido. “La compuerta estaba abierta a 40 días de las elecciones”, dijo, y agregó “las causalidades no me cierran”.
El 14 de septiembre, un tubo maestro del proyecto minero El Veladero, que Barrick tiene en San Juan, se rompió y provocó el derrame de agua cianurada en el río Jáchal. Inicialmente, la empresa declaró que habían sido 224.000 litros, pero luego rectificó los números e informó que se había tratado de más de un millón de litros.
Anoche, un grupo de manifestantes llegaron desde los departamentos cordilleranos cercanos a la mina Veladero, con consignas antimineras y algunos de ellos se colocaron barbijos. Bajo el lema “Cierre, remediación y prohibición”, caminaron varias cuadras en el microcentro, hasta la plaza 25 de Mayo, donde realizaron el acto central.
Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-282520-2015-09-26.html


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sábado, 26 de septiembre de 2015

El negacionismo climático liderado por los republicanos amenaza el futuro de todo el planeta

Crece la división política en Estados Unidos

AlterNet


La especie humana... no es muy capaz de soportar la realidad. T.S. Eliot, de ‘Burnt Norton’ (Cuatro cuartetos)
Ha pasado más de un año desde que un sondeo descubriera que el cambio climático se ha situado como la cuestión política que más polariza a los estadounidenses. La encuesta, dirigida por el Instituto Carsey de la Universidad de New Hampshire, encontró que la capacidad de polarización del debate sobre el clima es tan fuerte que ha dejado atrás a temas candentes como el control de las armas de fuego, la evolución, la pena de muerte e incluso el aborto. Con la histórica visita a Alaska del presidente Obama hace poco para hablar sobre la urgencia de actuar en relación con el cambio climático justo al mismo tiempo que los republicanos se esfuerzan por desbaratar su agenda climática, cualquier señal de que la distancia que separa a los principales partidos del país sea salvada en un futuro próximo es muy débil.
En 2009, el Centro de Investigaciones Pew estudió los puntos de vista de los estadounidenses sobre el estado de la ciencia y su impacto en la sociedad. La conclusión fue que “la opinión sobre el cambio climático está relacionada sobre todo con la afiliación partidaria de los encuestados”. Dos tercios de los republicanos (67 por ciento) creen que en realidad el calentamiento global no se está produciendo, o, en todo caso, si está ocurriendo nada tiene que ver con la actividad humana. Por el contrario, la mayoría de los demócratas (64 por ciento) dice que el planeta se está calentando debido principalmente a los seres humanos.
El cambio climático no debería provocar una división tan marcada: el año pasado, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), el organismo de Naciones Unidas que se ocupa del clima, informó de que más del 95 por ciento de los científicos está de acuerdo en que la causa principal del calentamiento global es la actividad humana.
La quimera de Estados Unidos
Cuando se acercan las elecciones presidenciales, para los republicanos la cuestión del clima se convierte en un problema electoral: según un sondeo reciente, la mayoría de los estadounidenses declara que lo más probable es que apoye a los candidatos que prometan parar el cambio climático. La encuesta, realizada por The New York Times, la Universidad de Stanford y la asociación Recursos para el Futuro, encontró que las dos terceras partes de los estadounidenses dicen que apoyarían a los candidatos que prometan combatir el cambio climático. Casi la mitad de los republicanos (48 por ciento) dice lo mismo. El sondeo también observó que una mayoría consistente de los votantes de Estados Unidos, 83 por ciento, cree que el calentamiento global es una seria amenaza global.
Si bien es cierto que los negacionistas climáticos están en todo el mundo, esta postura anticientífica es un fenómeno particularmente estadounidense. En Estados Unidos, los miembros elegidos por el Partido Republicano* que son negacionistas son los más numerosos; varios de ellos están tratando de llegar a la presidencia. En otros países industrializados, la historia es diferente. “En Europa, negar el cambio climático es visto como algo descabellado”, dice el escritor sobre cuestiones financieras y económicas londinense Imogen Reed. “A pocas figuras políticas o periodistas se les ocurriría mencionar esta cuestión; de hacerlo, recibirían del público europeo el mismo desprecio que despierta la negación del Holocausto”.
Hasta los ciudadanos de los países emergentes están más en sintonía con la realidad del calentamiento global. El Proyecto Pew de Actitudes Globales concluyó que la mayoría de los consumidores de China (91 por ciento), India (73 por ciento) y Corea del Sur (71 por ciento) está dispuesta a pagar precios más altos para solucionar el cambio climático. No es así en Estados Unidos, donde un escaso 38 por ciento haría lo mismo. “En este sentido, el publico estadounidense está desacompasado del resto del mundo”, escribe el autor del informe. “En la mayor parte de los países encuestados, lo más probable es que la gente esté más dispuesta a pagar cualquier cosa que pueda hacerse para frenar el calentamiento global; no pasa lo mismo en Estados Unidos.”
El negacionismo climático de los republicanos, acicateado por una enorme maquinaria social, económica y política engrasada por los laboratorios de ideas conservadores y grupos activistas, ha creado una situación potencialmente desastrosa en la que el cambio climático –indiscutiblemente, la cuestión mundial más apremiante de nuestro tiempo– se ha convertido también en el tema con mayor capacidad de división del país cuyo liderazgo es del todo crucial para encontrar una solución. Si bien Obama se comprometió a reducir la emisión de gases de invernadero en un 17 por ciento del nivel de 2005 de aquí a 2050, el objetivo se enfrenta con un obstáculo mayor: la rica y poderosa maquinaria republicana que trata de desmantelar la agenda climática del presidente. Con los dos principales partidos bloqueados en una confrontación aparentemente insoluble sobre esta cuestión, cualquier acción significativa parece casi una quimera.
Si es un sueño, es porque el Partido Republicano se niega a aceptar la realidad. La encuesta Carsey encontró que la separación definida por la afiliación partidaria en lo referente a las cuestiones científicas “iguala o supera a aquellas que dividen históricamente las cuestiones de índole social”. La división es impulsada sobre todo por los republicanos, 70 por ciento de los cuales no cree en el calentamiento global. Esta posición se mantiene en marcado contraste con los científicos del mundo, 97 por ciento de los cuales está de acuerdo con que el cambio climático es un fenómeno de los últimos 100 años. Lawrence Hamilton, quien dirigió la encuesta Carsey, escribió que los hallazgos muestran “un panorama político en cambio, en el que las ideas e informaciones científicas que son aceptadas por la mayor parte del mundo de la ciencia son, sin embargo, muy discutidas”.
La desinformación mediática
La controversia está en parte alimentada por informaciones erróneas difundidas por los medios. El año pasado, la Unión de Científicos Preocupados (UCS, por sus siglas en inglés) publicó su análisis de la cobertura sobre el clima en 2013 realizada por las tres principales redes de noticias por cable. Los investigadores confirmaron lo que la mayor parte de los ambientalistas ya presentían: Fox News lideraba en la desinformación climática. La portavoz de la derecha presentaba evaluaciones engañosas en prácticamente tres de cada cuatro (72 por ciento) de sus espacios dedicados al clima. Oponiéndose a ese sesgo de Fox News está su presentador Shepard Smith, que es un reconocido defensor de la teoría antropogénica en el cambio climático, aunque es una de las pocas voces de la cadena que hacen esto.
Pero Fox no tiene por qué asumir toda la culpa; un tercio de los espacios de CNN también contiene información engañosa. La UCS hace una sugerencia: “El paso más importante que CNN podría dar para aumentar su credibilidad es acabar con los debates sobre la ciencia climática oficial y en lugar de ellos propiciar discusiones sobre el tiempo y la forma de responder al calentamiento global mediante una política climática”. MSNBC es la red de noticias más exacta de las tres, con 8 por ciento.
“La audiencia se merece una información del clima que responda a la corrección científica”, dice el autor de informe de la UCS. “Los medios pueden hacer más para alentar un debate sobre el problema del cambio climático y las políticas que se diseñen para resolverlo que esté basado en la realidad de los hechos, en lugar de contribuir a una discusión entrecortada y errónea sobre los hechos oficiales de la ciencia climática.”
Las redes de noticias por televisión han realizado un trabajo terrible en la cobertura del cambio climático. En marzo, Miles Grant, gerente adjunto de comunicaciones de la Federación Nacional de la Vida Silvestre (NWF, por sus siglas en inglés) escribió sobre el fracaso de las tres redes mayores a la hora de informar apropiadamente acerca de las condiciones climáticas extremas que castigaron a Estados Unidos a principios de este año: “Comprensiblemente, en las últimas semanas, las redes de noticias por televisión se han centrado sobre todo en los fríos extremos y las nevadas en el Noreste y norte del Medio Oeste. Pero un reciente estudio de Imparcialidad y Exactitud en la Información (FAIR, por sus siglas en inglés) muestra que esas redes han ignorado casi completamente un fenómeno relacionado e incluso más peligroso en el Oeste: el tremendo récord de calor en el invierno. Y tristemente, han omitido discutir lo que conecta a ambos conjuntos de extraños fenómenos climáticos: la actividad humana como causante de los trastornos climáticos”.
El estudio examinó las grabaciones de los noticiosos de ABC, CBS y NBC emitidas entre el 25 de enero (mientras el temporal Juno se acercaba al Noreste de EEUU) y el 4 de marzo. Percibieron que mientras 417 segmentos informativos mencionaban el frío extremo, solo siete (apenas el 1,7 por ciento) se refirieron al cambio climático, a pesar de que algunos científicos ya habían establecido la vinculación. A medida que Juno se aproximaba, el climatólogo del Centro Nacional de Investigación Atmosférica (NCAR, por sus siglas en inglés) Kevin Trenberth le dijo a The Guardian: “Es posible que haya fuertes nevadas en parte debido al cambio climático”.
Seguir la pista del dinero
Ya es bastante penoso que los medios no cubran apropiadamente el cambio climático; cuando lo hacen, buena parte de la cobertura está plagada de información errónea. Sin embargo, los esfuerzos por informar al público con investigación científica contrastada por los pares y el estímulo de la acción legislativa relacionada con la cuestión del clima también es obstaculizada por los millones de dólares gastados para pagar a los grupos de presión que se oponen a las acciones del presidente Obama y para apoyar a quienes niegan el cambio climático.
En junio, The Guardian publicó lo que había descubierto en su análisis de los depósitos de impuestos anuales realizados en rentas públicas de EEUU por el fondo de inversiones de donantes y el fondo de donantes de capital (DT y DCF, por sus respectivas siglas en inglés; juntos, son conocidos como el “Dark Money [dinero negro] ATM” del movimiento conservador. The Guardian encontró que estos fondos –que no pueden ser examinados por particulares– en algo más de tres años habían donado alrededor de 125 millones de dólares a grupos que “difunden desinformación relacionada con la ciencia del clima y están comprometidos con la destrucción del plan de Obama sobre el cambio climático”.
En otro análisis, DeSmog, un sitio web centrado en las campañas de desinformación, examinó registros fiscales que revelaron que entre 2005 y 2012, DT y DCF –que comparten sede en Virginia– habían recibido 479 millones de dólares en negro cedido por personas individuales o grupos que no están obligados a declarar las donaciones que hacen. Más aún, un análisis hecho por Greenpeace descubrió que entre 2002 y 2013, DCF había dado 16 millones de dólares al instituto Heartland, que alberga regularmente conferencias a cargo de negacionistas climáticos; una vez, este instituto equiparó a quienes creen en la ciencia del cambio climático con los autores de matanzas.
“En realidad, los laboratorios de ideas conservadores son la punta de lanza del ataque conservador sobre el cambio climático”, dijo Riley Dunlap, sociólogo de la Universidad de Oklahoma que colaboró en la creación de la asignatura de “sociología ambiental” en los setenta. “Escriben libros, dan instrucciones, abren editoriales y atraen a científicos contrarios... Son un impresionante altavoz que amplifica un discurso muy, muy, minoritario.”
“Todas esas corporaciones que estaban teniendo mala prensa se dieron cuenta de que pueden continuar financiando a laboratorios de ideas conservadores”, dijo Dunlap. Exxon o BP pueden seguir financiando alguna de esas cosas al mismo tiempo que hacen muchas otras cosas para reducir las emisiones.” Greenpeace reveló que, entre 2005 y 2008, ExxonMobil gastó 8,9 millones de dólares para financiar la maquinaria del negacionismo climático. Pero esto fue superado ampliamente por Koch Industries, que aportó casi 25 millones de dólares en esa campaña durante el mismo lapso.
Robert Brulle, profesor de sociología y ciencia medioambiental en la Universidad Drexel fue el primero en exponer la compleja y altamente secreta matriz de grupos de activistas y laboratorios de ideas que integran el movimiento conservador negacionista del cambio climático; dice que esas fundaciones fueron utilizadas para poner a punto la oposición a cualquier regulación relacionada con el clima. “Se trata de una maquinaria cultural y política muy bien aceitada y compleja que ha implementado el ala derecha del movimiento conservador”, agrega.
Leyendo la buenaventura en los posos del té
Así como la corriente dominante del Partido Republicano tiene dinero y medios informativos que trabajan para promover el negacionismo climático y oponerse a la aprobación de leyes relacionadas con el tema, el Tea Party ha desempeñado un papel único e importante en la polarización en el debate por la cuestión climática en Estados Unidos. “Mientras la gran mayoría de los demócratas y los independientes y los republicanos que no adhieren al Tea Party dicen que dan crédito a los científicos, solo el 28 por ciento de los republicanos del Tea Party confían en ellos”, escribe Hamilton, el investigador de la encuesta Carsey.
Con uno de cada cuatro estadounidenses que se declaran adeptos del Tea Party, cerca del 80 millones de personas recelan de la ciencia. Entonces, no debería sorprender que, dentro del Partido Republicano, los seguidores del Tea Party sean los más fervientes defensores de la bandera del negacionismo climático. “Los republicanos del Tea Party son quienes más improbablemente estén de acuerdo con el consenso entre los científicos acerca de que la actividad humana está cambiando el clima, o que los seres humanos han evolucionado a partir de antiguas formas de vida en un proceso que ha durado millones de años”, escribe Hamilton. Una encuesta hecha por Pew en 2013 reveló que el de los adeptos al Tea Party es el único grupo de estadounidenses que piensa que la Tierra no está calentándose.
John M. Broder, informador sobre temas de energía y medioambientales en la delegación Washington de The New York Times, opina que mientras los adeptos del Tea Party pueden llegar a negar el cambio climático desde distintas posturas, todos ellos coinciden en su resistencia a cualquier supervisión federal.
El escepticismo y la negación rotunda del calentamiento global es una de los artículos de fe del Tea Party. Para algunos, es una especie de creencia religiosa; para otros, está motivado por la desconfianza hacia quienes ellos llaman la elite. Y para otros, los esfuerzos destinados a solucionar el cambio climático son una conspiración para imponer un gobierno mundial y una redistribución total de la riqueza. Pero todos ellos son conscientes de que los planes de la administración Obama son regular el dióxido de carbono –un gas ubicuo–, lo que requerirá la expansión de la autoridad gubernamental en casi todos los renglones de la economía.
El candidato a la presidencia por el Partido Republicano, senador Ted Cruz (Texas), un favorito del Tea Party, ha reconocido que el calentamiento global es real, pero sostiene a viva voz su creencia de que no tiene nada que ver con la actividad humana. “En cuanto a los alarmistas por el calentamiento global, si cualquiera muestra una evidencia que refute esa apocalíptica visión, ninguno de ellos se implica en un debate razonado”, dijo Cruz en marzo. “¿Qué hacen? Gritan ‘Usted es un negacionista’, y te ponen la etiqueta de herético. Hoy día, los alarmistas del calentamiento global son el equivalente de los que creían que la Tierra era plana.” En relación con las nuevas regulaciones de la EPA que exigen a las generadoras de electricidad la reducción de la emisión de gases de invernadero en un 30 por ciento para 2030, Cruz lanzó un llamamiento a “invalidarlas en el Congreso, echarlas abajo en los tribunales o que la próxima administración las rescinda”.
Pero, ¿durante cuánto tiempo ejercerá influencia el Tea Party en el debate sobre el cambio climático? Los adeptos de este tendencia suelen ser más mayores que el resto de los republicanos (el 25 por ciento de ellos tienen 65 años o más, en comparación con el 19 por ciento del resto de los republicanos). Dado que casi toda la gente joven cree que el cambio climático es real (solo el 3 por ciento no lo cree), es posible que la capacidad del tea Party de influir en la discusión sobre el clima disminuya con el tiempo. Pero para entonces, cualquier cosa que se haga podría ser demasiado tarde.
El Partido Republicano produce división
Mientras los ambientalistas se han centrado en el cambio climático como la cuestión decisiva que podría influir en el voto independiente, la división por el clima es apenas una parte de una tendencia mucho mayor en Estados Unidos. Una encuesta sobre la polarización política realizada por Pew que implicó a 10.000 adultos de todo el país llegó a la conclusión de que “los republicanos y los demócratas están más divididos por su ideología –la antipatía partidaria es más profunda y extendida– que en cualquier otro momento de los últimos 20 años”. Esta profunda animosidad es muy preocupante. Desde 1994, la proporción de estadounidenses afiliados a algún partido que tienen una imagen muy negativa del partido rival se ha duplicado; la mayoría de esos encarnizados votantes partidarios cree que las políticas del partido adversario “son tan equivocadas que ponen en peligro el bienestar de la nación”.
A pesar de que ambos partidos están alentando un creciente odio mutuo, son los republicanos los más afectados por la culpa, incluso a pesar de que es su partido el que más a menudo se implica en el juego de la culpabilización y el que más cobijo da a la desconfianza. Según Pew, son más los conservadores (72 por ciento) que tiene una “opinión muy negativa” de los demócratas, en comparación con el 53 por ciento de estos últimos que tienen una opinión similar de los republicanos. Además, los conservadores son más propensos a decir que las políticas del Partido Demócrata son una amenaza para el bienestar nacional.
Los autores del informe Pew también indican que el llamado “síndrome de perturbación mental de Obama” –un mal que aqueja a los republicanos, que están tan frustrados por el presidente que incluso desandarían antiguas creencias para hacerlo– está en el origen de la intensa desconfianza con que los republicanos ven las políticas demócratas. “Al menos en parte”, escriben aquellos, “los intensamente negativos puntos de vista que los republicanos tienen del Partido Demócrata reflejan su profundo disgusto por Barack Obama”.
Alguien ha argumentado que la polarización actual podría ser simplemente un regreso a las pautas históricas. Pero considerando el hecho de que, como Naciones Unidas alertó el año pasado, podría estar acabándose rápidamente el tiempo para actuar contra el cambio climático, el punto muerto en el que se encuentra la política estadounidense es más peligroso que nunca y existe en una escala mayor debido al fracaso de Estados Unidos a la hora de actuar directamente respecto de los impactos en el resto del mundo. En realidad, en 2013, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera terrestre aumentó al ritmo más veloz de los últimos 30 años, y EEUU contribuyó con cerca de la séptima parte de la producción total del gas.
No solo se trata de que el mundo esté yendo en la dirección incorrecta; los principales partidos políticos de Estados Unidos están yendo en direcciones opuestas y no dan señal alguna de que pueda darse un acuerdo sobre el cambio climático, gracias sobre todo al obstruccionismo del Parido Republicano. Tal como descubrió la encuesta Pew, el compromiso es esencialmente un valor de los progresistas; a los conservadores no les agrada el compromiso. Menos de la tercera parte de los votantes conservadores prefieren a políticos capaces de llegar a un compromiso; en comparación, los votantes progresistas con esta preferencia son el 82 por ciento.
En el pasado mayo, Thomas Mann, del cuerpo docente de la Brookings Institution, en un escrito en The Atlantic culpó directamente al Partido Republicano por la actual disfunción política en Estados Unidos: “Los republicanos se han convertido en una insurgencia radical: extremismo ideológico, desprecio por el régimen político heredado, desdén por el compromiso, negación de la comprensión convencional de los hechos, las evidencias y la ciencia, y desprecio por la legitimidad de sus adversarios políticos. La demostración de esta asimetría es abrumadora.
La potencia del negacionismo
Aún más alarmante es el hecho de que la negación del cambio climático sembrado por la maquinaria del Partido Republicano, en alguna medida, está funcionando. Según un estudio reciente dirigido por el científico del conocimiento de la Universidad de Bristol Stephen Lewandowsky, el incesante debate público sobre el cambio climático actualmente en curso está haciendo que algunos científicos del clima subestimen sus propios hallazgos y que, sin intención alguna de hacerlo, estén apoyando las posiciones de los negacionistas acerca de que es demasiado pronto para iniciar una acción drástica al respecto.
“En respuesta al constante, y algunas veces tóxico, desafío público, los científicos han exagerado el énfasis puesto en la incertidumbre científica e inadvertidamente han permitido que el discurso contrario afecte a lo que ellos mismos dicen, y tal vez incluso piensan, sobre sus propias investigaciones”, escribió Lewandowsky en el periódico Global Environmental Change. Uno de los mecanismos psicológicos que están detrás de esto, dice él, es la ignorancia pluralista, un fenómeno social que se da cuando “a una opinión minoritaria se le concede un desproporcionado relieve en el debate público, resultando así que buena parte de la gente que asume equivocadamente esa opinión es marginada”. Entonces, aunque los negacionistas climáticos pueden estar en minoría, la asidua cobertura de este negacionismo por parte de Fox News y otros medios conservadores, incluso tal vez la falta de noticias sobre el cambio climático en los medios hegemónicos, son factores que contribuyen al silenciamiento del enfoque científico.
“Un discurso público que deje sentado que el IPCC ha exagerado la amenaza del cambio climático”, señala Lewandowsky, “puede hacer que algunos científicos no estén de acuerdo con que sus puntos de vista estén en minoría y, por lo tanto, se retraigan a la hora de defenderlos en público”. Más aún, los investigadores dijeron que cuando a los científicos se les ofrece refutar a sus críticos, es frecuente que lo hagan “dentro de un contexto lingüístico definido por el negacionismo y de una manera que refuerza el discurso contrario”.
Esta valoración respalda el análisis de la UCS sobre la cobertura de los cables de noticias acerca del cambio climático; específicamente la forma en que CNN, una red aparentemente centrista (al menos si se la compara con Fox), que siempre está dispuesta a ofrecer un micrófono a los negacionistas climáticos. “Las mayor parte de la engañosa cobertura de la CNN consiste en debates entre invitados que aceptaban la ciencia climática oficial y otros que la cuestionan”, escriben los autores del informe de la UCS. “Este formato da la impresión de que la ciencia oficial del clima es ampliamente debatida entre los científicos, algo que no es así; esto permite también que quienes se oponen a una política climática transmitan valoraciones carentes de exactitud sobre la ciencia del clima.”
Con los medios dando tiempo de emisión a los negacionistas climáticos sin limitación alguna, los candidatos presidenciales del Partido Republicano no se sienten inhibidos y comparten su particular visión del clima con el resto del mundo. A ellos se unen grupos cada vez más grandes de políticos republicanos de todos los niveles de la negación de la ciencia pero que coinciden en su animadversión hacia cualquier política destinada a combatir el cambio climático. “No es necesario ser un declarado negacionista de la ciencia para tratar de impedir una acción contra el cambio climático”, dice Brulle. “Existen gradaciones; no es real; es real pero no estamos seguros acerca de la contribución humana en él; la frase ‘No soy científico’, como una manera de eludir la cuestión y evitar al mismo tiempo ser rotulado de negacionista notorio. También hay todo tipo de estrategias.”
El Partido Republicano ha sido muy hábil al sembrar bastante duda y crear así una fractura política que impide cualquier liderazgo estadounidense en la acción global contra el cambio climático. Hasta los gobernadores republicanos se han unido para desafiar las nuevas regulaciones sobre emisiones de gases de invernadero llevadas adelante por Obama. Jim Manzi, del cuerpo docente del instituto Manhattan, y Peter Wehner, del cuerpo docente del Centro para la Ética y las Políticas Públicas, brindaron una explicación de la posición del Partido Republicano –y su resonancia– en un artículo publicado recientemente en National Affairs: “La posición republicana –ya sea declaradamente ignorante o teóricamente conspirativa– en última instancia es insostenible, pero algunos se aferran a ella porque creen que aceptar la premisa de que hay algún cambio climático como resultado de la actividad humana significa reconocer las conclusiones de los más activos izquierdistas militantes por el clima. Estas personas creen, al menos implícitamente, que la política del cambio climático no es más que un camino retorcido hacia un destino desconocido: apoyo a nuevos impuestos al carbón, un sistema obligatorio** de limitación y control de las emisiones de gas invernadero, u otros medios del estatales de racionamiento de la energía, que implicarían la cesión de un nuevo sector económico al control gubernamental. Los conservadores parecen encontrarse entre la espada y la pared: o bien tendrán que continuar negando la realidad de los hallazgos de la ciencia o bien aceptar impuestos más altos, racionamiento energético y cada vez más regulaciones”.
La imposibilidad última de seguir defendiendo la posición de negar el cambio climático propia del Partido Republicano fue formulada hace ya más de cuatro años por un renegado del partido, el ex gobernador de Utah Jon Hontsman Jr. En las últimas elecciones presidenciales, cuando se produjo la debacle republicana del 7 de septiembre de 2012, Ron Paul, Rick Perry, Mitt Romney, Michele Bachmann, Herman Cain, Newt Gingrich y Rick Santorum formaban un equipo en su desconfianza de la ciencia que respaldaba el origen antropogénico del calentamiento global. Huntsman era el halcón solitario en la cuestión del clima. Decía, “Cuando se hacen comentarios sobre lo dicho por el 98 por ciento de los científicos del clima, cuando se cuestiona la teoría científica de la evolución, lo único que digo es que para que el Partido republicano gane [las elecciones], no podemos ignorar la ciencia”.
Sus declaraciones evocaban uno de sus tweets del mes anterior: “Para ser claro; creo en la evolución y creo a los científicos cuando hablan del cambio climático. Llamadme loco”. El jefe de la campaña de Obama, Jim Messine, más tarde reconoció que Huntsman –que había sido embajador en China durante la primera administración Obama– “habría sido un candidato muy difícil”.
En su libro de 2006 –The Elephant in the Room: Silence and Denial in Everyday Life–, Eviatar Zerubavel, sociólogo de la Universidad Rutgers, sostiene que ese negacionismo es “fundamentalmente una ilusión vana... nos permite ignorar las cuestiones incómodas que nos rodean, mientras que en realidad es incapaz de quitárnoslas de encima”.
Pero es posible que haya otras fuerzas más que mantienen a raya lo desagradable. En 2011, investigadores de la filial San Diego de la Universidad de California dieron nuevo brillo a lo que Edward Gibbon escribió en su Historia de la decadencia y ruina del Imperio romano –una narración épica del gran colapso sociopolítico de la civilización occidental– sobre el sino del Estados Unidos moderno. El estudio, publicado en el periódico Nature, descubrió que el autoengaño es en realidad una exitosa estrategia de supervivencia. Sus autores escriben: “El hecho de que las poblaciones demasiado seguras de ellas mismas sean estables en su evolución en un amplio rango de entornos puede ayudar a explicar por qué una confianza excesiva continúa siendo frecuente en nuestros días, incluso aunque contribuya a un orgullo desmedido, a las burbujas de mercado, a las crisis económicas, a fracasos políticos, a desastres y a costosas guerras”.
Es posible que durante algún tiempo –décadas o incluso siglos– sea una estrategia de supervivencia, sin embargo no es una receta para la sostenibilidad en el largo plazo. Como decía Carl Sagan. “Es mucho mejor asumir el Universo tal cual es que insistir en el engaño, por más que nos satisfaga y no brinde seguridad”. Es posible que los republicanos no den mucho crédito a las palabras del astrónomo [fallecido en 1996] –un científico, después de todo–, tal vez sí. Al ritmo que nos reproducimos los seres humanos (seremos 9.600 millones en 2015) y que consumimos los recursos humanos que nos da la Tierra (140.000 millones de toneladas de minerales, metales, combustibles fósiles y biomasa para 2050, triplicando los niveles actuales) la humanidad necesitará encontrar otro planeta al que pueda saquear.
Hay señales de advertencia, pero la acción es escasa
Mientras los republicanos esconden la cabeza en la arena y continúan pavimentando ciegamente el camino hacia la insostenibilidad, el cambio climático está agazapado para afectar a miles de millones de personas en el planeta, amenazando el suministro de agua y de alimentos, los objetivos del desarrollo, la salud pública y la tierra, tanto la cultivable como la habitable. Ciertamente, Mucha gente ya está sintiendo sus consecuencias. No hay más que preguntar a las personas que viven en la isla de Kiribati, a punto de ser anegada y que ya ha perdido varios islotes con el aumento del nivel del mar. O a los habitantes de las Maldivias que está en camino de perder el 77 por ciento de su superficie para el 2100. O a los californianos angustiados por la grave sequía. O a los campesinos etíopes. Tal como el IPCC advirtió el año pasado, nadie en el planeta se verá libre de los efectos del cambio climático.
En la medida que las personas se vean obligadas a abandonar los lugares más afectado por el cambio climático, el mantenimiento de la estabilidad política en un mundo que está calentándose plantea un formidable desafío. Tal como concluyó el análisis de 55 estudios realizado por la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER, por sus siglas en inglés, hay una significativa conexión entre cambio climático y violencia humana, desde la violencia doméstica y el asesinato hasta la violencia étnica e incluso la guerra civil. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estima que más de 51 millones de personas de todo el mundo han sido “desplazados forzosamente por persecución, conflicto, violencia generalizada o violación de los derechos humanos”; estas personas vivían originalmente en regiones desestabilizadas por el cambio climático.
En el pasado mayo, en su discurso en la ceremonia de graduación en la academia de la Guardia Costera de Estados Unidos en New London, Connecticut, el presidente Obama señaló este desafío al afirmar que el cambio climático y el terrorismo son las principales amenazas para el futuro de Estados Unidos. Criticó a los congresistas que niegan este cambio por poner en riesgo la seguridad de los estadounidenses. “Sé que en Washington todavía hay algunos que se niegan a admitir la realidad del cambio climático”, les dijo el presidente a los cadetes graduados. “Negando esto o rechazando cualquier entendimiento ponen en peligro la seguridad nacional. Eso socava la disposición de nuestras fuerzas.”
Por otra parte, un importante informe de 2009 sobre la gestión de los efectos del cambio climático en la salud humana, producido conjuntamente entre The Lancet y la Universidad del London College se refiere al cambio climático como “la mayor amenaza sanitaria global del siglo XXI”. Los investigadores dicen que a medida que el aumento de las temperaturas impacte en las cosechas y la producción de alimentos, hacia el final del siglo la mitad de la población mundial podría enfrentarse a graves penurias alimentarias y a la creciente propagación de enfermedades mortales como la malaria, la encefalitis trasmitida por la garrapata y el dengue. Los autores también ponen el énfasis en la noción de “justicia intergeneracional”, una dimensión crítica aunque no del todo frecuentada en la narrativa del cambio climático. Esta noción no solo desafía las entrecruzadas ideas de los derechos humanos y los derechos ambientales sino que también muestra la variedad de impactos producidos por el calentamiento global como potentes ejemplos de un problema de salud ligado al salto generacional. “La injusticia del cambio climático –con los ricos como causantes de la mayor parte de los problemas y los pobres como los primeros en sufrir la mayor parte de las consecuencias– será la fuente de una vergüenza histórica con la que cargará nuestra generación, a menos que haga algo para solucionarlo”, escriben.
Y después están las consecuencias que el cambio climático está produciendo en la flora, la fauna y los ecosistemas del planeta. Desde el derretimiento del hielo ártico, que amenaza la supervivencia de los osos polares, las morsas, las focas y las aves marinas, hasta la acidificación de los mares, que amenaza a toda la vida marina –incluyendo las barreras de coral, que no solo protegen las costas del daño ocasionado por las tempestades sino que también son el hábitat de innumerables especies–; un planeta que se calienta ya está ocasionando una disminución de la biodiversidad y la extinción de algunas especies.
Dado que Estados Unidos es el segundo emisor de gases de efecto invernadero (después de China), cualquier esperanza de prevenir los peores efectos del cambio climático no solo debe incluir un fuerte compromiso por parte de Washington sino también acciones inmediatas y mensurables. Lo que produce enorme frustración es que todo eso puede hacerse. “Tenemos el conocimiento y las herramientas necesarios para actuar y tratar de mantener el incremento medio de la temperatura dentro de los 2 ºC; esto daría una oportunidad a la Tierra y un futuro a nuestros hijos y nietos”, dice Michel Jarraud, secretario general de la Organización Mundial Meteorológica (WMO, por sus siglas en inglés). “Alegar ignorancia ya no es una excusa para la inacción.” Por supuesto, tiene razón. Pero trate usted de decírselo a los republicanos.

*. También llamado en EEUU el GOP (Grand Old Party), es decir, el Gran Viejo Partido. (N. del T.)
**. El sistema llamado “cap and trade”. (N. del T.)
Reynard Loki es periodista; cubre temas relacionados con la sustentabilidad, la economía sostenible y la innovación social.
Fuente: http://ecowatch.com/2015/09/16/gop-climate-change-denial/?utm_source=EcoWatch+List&utm_campaign=0e0b5a174a-Top_News_9_16_2015&utm_medium=email&utm_term=0_49c7d43dc9-0e0b5a174a-85932365

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